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Amos Oz: "Sesenta años del hebreo son como cuatrocientos del español"

Flamante ganador del Premio Príncipe de Asturias de las Letras 2007
27 de junio 2007

Por Mario Wainstein

 

Mario Wainstein: Es quizás el más íntimo secreto de su oficio de escritor, poder llegar hasta los confines del otro, o para emplear un término inmortalizado por Martín Buber, de la otriedad. Yo lo sentí a usted llegar a la otriedad de la mujer, a la de la locura y a la otriedad propia de mí, del nuevo inmigrante en ese personaje, Azaria Gitlin, de "Un Descanso Verdadero". Si yo llegara hasta allí, por ejemplo hasta la locura, ya me quedaría allí de por vida...

Amos OZ: No vale la pena...

MW: Ya lo creo que no. Pero usted llega, toca, está y después vuelve. ¿Cómo lo hace? ¿Cómo lo siente? ¿Qué siente?

AO: Creo que mucha gente lo hace, no sólo escritores sino incluso gente que no escribe. Es gente que a veces intenta imaginar qué es lo que yo sentiría si fuese él o si fuese ella.
Yo lo empecé a hacer siendo un niño muy pequeño. No tenía alternativa, porque me aburría: no tenía amigos, no tenía compañía. Mis padres se sentaban en un café y conversaban durante horas y yo tenía que hacer pasar el tiempo de alguna manera, porque de lo contrario no recibiría mi helado al final.

De manera que permanecía sentado en el café, ellos hablaban día y noche; para mí por lo menos era una eternidad, sobre cosas en las cuales yo no entendía, y entonces observaba a la gente y me preguntaba, por ejemplo, de dónde viene ése. A quién está esperando ésa que garabatea incesantemente en el papel. Aquel otro que a cada rato se levanta y cambia el diario que tiene por otro, qué estará buscando en el diario. O ese otro que mira incesantemente a la puerta, qué es lo que espera que suceda.

Era una especie de juego, pero me dejaba pleno y recuerdo que en determinado momento comencé a inventar pequeñas historias: mirar a una persona e imaginar cómo es su casa, de dónde viene. Es un juego que recomiendo calurosamente, independientemente de la literatura.

Hasta el día de hoy, muchas veces cuando tengo que esperar en la clínica de la mutual médica, o en un aeropuerto, o incluso en un atasco de tránsito, en lugar de leer periódicos o de ponerme nervioso, empiezo a mirar a mi alrededor y me pregunto de dónde viene ésta o adónde viaja aquél, a qué se dedica, cómo se lo ve sin ropa, y así voy construyendo historias. Ni siquiera las construyo, crecen solas.

MW: ¿Pero qué sucede cuando sigue usted el curso de esa historia y siente la locura?

AO: Yo entiendo su pregunta, tiene algo de la imagen romántica del escritor: puedes escribir un personaje sólo cuando te identificas con él un cien por ciento. Yo puedo escribir un personaje sólo cuando me identifico con él un setenta por ciento. Si me identificara en un cien por ciento ya no lo vería.

Debe quedar un margen de distancia. Si escribo sobre la locura, debe quedar conmigo por lo menos una parte cuerda, como en lo del psicólogo o psiquiatra, ya que de otra manera no veo nada. Si escribo sobre la desesperación no debo escribir desesperado, sino con una mirada muy precisa de cómo es la desesperación. Gente desesperada no hace movimientos extremos, a veces hasta sonríen y dicen cosas amables y graciosas, y no alcanzas a ver qué es esa desesperación, salvo un botón que está mal prendido.

De manera que yo conservo una cierta distancia, sin la cual no puedo escribir, quizás otros sí puedan. He leído sobre escritores que escriben estando en trance, o drogados o bajo influencia del alcohol. Yo no puedo, es como cuando conduces un coche; si he bebido demasiado no puedo escribir, si estoy muy cansado no puedo escribir. De hecho, no recuerdo haber escrito estando en trance, con excepción de lo que llamo "trance de curiosidad". Quiero saber más y más y descubrir otra capa y otra más. Pero siempre conservo una distancia.

MW: Usted es probablemente el escritor israelí que más se ha debatido en problemas de lenguaje. Su novela ``La Caja Negra´´ constituye en ese sentido el punto de inflexión y a partir de allí hay una búsqueda de un idioma menos florido, más cotidiano, más propio del personaje que del autor, hasta que en la novela ``La Tercera Situación´´ el personaje central, Fima, que es su alter ego para el caso, se corrige diciendo que la lengua hebrea no soporta una expresión como la que dijo, y enseguida después agrega: ``Pues que no lo soporte´´. ¿Llegó usted, como Fima, a una definición con respecto al idioma?

AO: Vea, tenga en cuenta que comencé a escribir a los seis años, es decir que ya llevo sesenta escribiendo. Sesenta años de hebreo son como cuatrocientos años de español. Es como si estuviese usted hablando con un escritor español que comenzó a escribir en la época de Cervantes, sencillamente porque es tanto lo que ha sucedido con la lengua en ese período.
Cuando yo comencé a escribir, el sol que brillaba en el cielo todavía era Shmuel Iosef Agnón [1] en prosa y Natan Alterman [2] en poesía. Las distancias que recorrió la lengua hebrea desde entonces equivalen a generaciones enteras.

Yo comencé a escribir en una época en la cual tenía la sensación de que para salir a la calle tengo que ponerme encima todo mi guardarropas: el traje de baño, el suéter, el piloto de lluvia, el saco, el chaleco, el equipo de gimnasia, que vean que tengo todo. Se me pasó bastante rápido. Es por eso que "Las Tierras del Chacal" [3] es el único libro que he escrito dos veces: unos diez años después de su primera edición salió una segunda, corregida, en la cual agregué un cuento y cambié el registro lingüístico: pasé del barroco a una etapa posterior.

Ese estilo barroco lo teníamos todos, incluida la generación del cuarenta y ocho [4] . Incluso en textos de S. Yizhar [5] encontrará esa mezcla de hebreo barroco elevadísimo y el argot de la época, hoy difíciles de entender ambos por igual, porque están en desuso.

¿Qué es lo que sí se entiende hoy? Mis nietos de seis años ya saben: "En el principio creó Dios los cielos y la tierra y la tierra estaba vana y vacía"; no hay nada que no esté claro, es como si hubiese sido escrito hoy.

Con los años entendí que no quiero escribir ni en prosa delgada ni en prosa gorda [6] , porque quiero utilizar toda la escala, todo el diapasón. Cuando lo considere yo necesario emplearé las palabras más recónditas y olvidadas y que vaya el lector a consultar el diccionario, no me importa. Pero no haré de todo esto una ensalada ni para demostrar que tengo. Lo haré porque tengo a mi disposición una orquesta entera y puedo emplear todos los instrumentos musicales del hebreo.

Usted tiene razón cuando dice que "La Caja Negra"fue un punto de inflexión, ¿y por qué? Porque debido a la estructura de la novela yo no hablo, hablan sólo los personajes y yo callo. Es una novela en cartas, en telegramas y son ellos los únicos que hablan. Quise oír en forma muy mimética la forma en la cual cada uno de los personajes habla.

En cambio, en una novela como "El Mismo Mar", usted encontrará el Libro de los Salmos dejando oír su música al lado del lenguaje talmúdico y el del medioevo, encontrará el lenguaje urbano telavivense más actualizado; hay de todo, depende de quién hable. Y no me importa orquestarlos a uno al lado del otro y hasta gozo haciéndolo.

Cuando estalló la gran discusión entre prosa delgada y prosa gorda, yo dije, por supuesto, ambas. No hay razón por la cual haya que optar por una de ellas.

MW: ¿Pero no tiene a veces la impresión de que en la literatura hebrea actual, y veo en su biblioteca que está usted muy al día, el idioma suele ser muy flaco, casi raquítico?

AO: No es necesariamente así. Pienso por ejemplo en Kakfa, que escribió en un idioma austero, casi burocrático, un lenguaje de funcionario, un lenguaje propio de la correspondencia entre el Ministerio de Industria y Comercio con el Ministerio de Turismo, un idioma minimalista, con el cual hizo revoluciones.

MW: Minimalista, no pobre...

AO: Claro... Aquí entre nosotros hay de todo. Si usted me dice que hay alguien que emplea un lenguaje reducido porque no puede hacerlo de otra manera, es como si me dijera que hay pintores que pintan abstractos porque no saben dibujar un gato. Yo de verdad le pediría a cada pintor que quiere practicar el abstracto que dibuje antes un gato, que constatemos que se parece de verdad a un gato, y después que pinte lo que quiera.

De igual manera un alumno que se me acerca en la universidad y me dice que quiere escribir un cuento surrealista fantástico. Yo le digo muy bien, pero antes quiero que me describas a dos ancianos bajando la escalera y que yo los vea descendiendo, que sean escaleras angostas y que yo los vea. Después escribe lo que quieras.

Hay escritores hebreos que escriben hoy en un idioma minimalista y ahorrativo cosas muy fuertes, como Etgar Keret, que ha escrito algunas cosas que me parecen muy notables. Pero eso no significa que para ser escritor hay que escribir precisamente de esa manera. Yo hablo en primera persona del singular y no quiero darle a nadie guía e instrucciones.

Yo gozo ejecutando los instrumentos de toda la orquesta y tengo la suerte de haber estudiado mucho hebreo en el colegio religioso de Jerusalén, en el seno de la familia Klausner, estudié mucho el idioma hebreo y lo amo entrañablemente. A veces quiero tocar un instrumento arcaico, sacar de la vitrina un viejo clavicordio y tocar en él algunos acordes, y ello no me impide hacer después una variación de jazz en la trompeta. Y después veré si puedo combinar a ambos.

MW: ¿Sería correcto, en su opinión, decir que la literatura hebrea refleja la realidad israelí más que cualquier otra expresión?

MW: A mí no me gusta la palabra "refleja" en relación con cualquier literatura.

MW: Trataré de mejorar la puntería: ¿puede ser que la literatura hebrea revela aspectos ocultos de la sociedad, de la realidad?

AO: Toda buena literatura conduce al lector a tejidos profundos e íntimos a los cuales el turista jamás habrá de llegar. Yo no estuve nunca en Colombia, pero si adquiriese un billete y viajase, y si tuviese el suficiente dinero y tiempo y me quedase allí un mes y medio, iría a los museos y visitaría los restos arqueológicos y me sentaría también en los cafés. Pero nunca llegaría a ingresar en sus alcobas. Para hacerlo necesito a García Márquez, porque él me llevará a los lugares a los cuales ningún guía de turismo podría llevarme.
Esto es cierto para todas las literaturas de valor: nos conduce a los tejidos más íntimos, incluidos los sueños y las pesadillas, y los secretos de los cuales no se habla. Los diarios no hablan de eso no porque haya censura, sino porque no saben excavar a lo profundo; en los reportajes no se habla de eso porque no queda bien hablar de eso en público. En las ficciones, en cambio, se revelan todos los secretos: estás en la cocina, y en la historia familiar, y en los temores más íntimos del particular y del grupo.

MW: ¿Los mellizos?

AO: Sí, los mellizos. ¿Qué es lo que sé yo de Rusia? Todo lo que sé viene de la literatura rusa. ¿Qué sé de Italia? Estuve allí, recorrí, visité lugares, pero lo que de verdad sé de Italia y de los italiano, si me despierta usted en medio de la noche, proviene de la literatura.
Se trata de una verdad universal, y comprende también a los árabes. Yo leo la mayor cantidad posible de literatura árabe, traducida porque lamentablemente no sé árabe, porque tengo mucho interés en saber no qué es lo que dicen sino qué es lo que no dicen.

MW: ¿A qué literatura árabe está haciendo referencia?

Todo lo que puedo conseguir, desde Husein Fauzi y hasta Ali Salem. Toda la gran literatura egipcia, o en la literatura palestina, desde Mahmud Darwish hasta Rasan Kalafani, todo lo que puedo conseguir o que llega a mis manos, lo leo.

MW: Lo he oído decir que se está escribiendo hoy en día una literatura israelí grande e importante. Y leí también su ensayo, en el cual afirma que la gran literatura hebrea se escribió a comienzos del siglo XX, cuando Iosef Jaim Brenner hacía él mismo la tipografía de la revista Hameorer y la enviaba a los suscriptores por correo...

AO: La literatura hebrea que se escribe hoy en día, tiene un público lector relativamente enorme en el mundo, que no guarda ninguna proporción con el tamaño del país o el número de sus habitantes. Si usted entra a una librería en algún lugar neutral, digamos Noruega, o Suecia, encontrará más novelas traducidas del hebreo que del francés.

Es sorprendente: encontrará a Kaniuk, a Apelfeld, a Yehoshúa, a Grossman, a Tzeruiá Shalev, a Meir Shalev, en poesía encontrará a Yehuda Amijai, encontrará a Etgar Keretz, a Jaim Beer, y estoy enumerando a los que me llegan ahora a la memoria; la verdad es que encontrará aún más. De la literatura francesa encontrará menos, y no porque los judíos sean los que compran, en Noruega no hay una comunidad tan grande. Tampoco porque tengan un especial amor por Israel, o se interesen por el Medio Oriente, en cuyo caso debería haber mucha literatura iraquí en las vitrinas y no la hay.

Hay algo en la literatura israelí actual, un determinado appeal que no me resulta claro ni a mí mismo y me siento incapaz de explicarlo, que atrae a muchos lectores. Si los países recibiesen un lugar permanente en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas de acuerdo al volumen de sus obras traducidas, es probable que Israel fuese uno de ellos. La gente no lo sabe, pero nuestra situación en el terreno de la literatura es mejor que en el de baloncesto y mejor que en Eurovisión.

Sin embargo, ello no me hace cambiar mi idea de que la más grande literatura hebrea moderna y sus más grandes obras, se escribieron a comienzos del siglo XX. La generación de Agnón y Berdichevski, de Gnessin y Brenner y Bialik.

MW: Lo que me lleva a una pregunta dolorosa e inevitable: ¿qué futuro tenemos si uno entra a una librería cualquiera, grande o chica, y no hay libros de Gnessin ni de Brenner y muchas veces ni de Amos Oz si no se trata de su última novela? ¿Qué futuro construimos si borramos el pasado?

AO: No construimos ningún futuro. Usted tiene que hacer lo que yo hago. Entre a la librería y efectivamente, a veces es difícil encontrar hasta poemas de Bialik, el poeta nacional, y si usted lo pide y no lo tienen, diga en voz clara y alta: "Yo a esta librería no entro más" y dígales el motivo.

MW: ¡Pero no es culpa del librero! ¿Quién imprime a Gnessin hoy en día?

AO: Si en veinte librerías dijeran que entró una persona -y no tienen que saber que se trata de la misma persona- y dijo que no volvería a entrar porque quería Gnessin y no hay, van a editar a Gnessin.

MW: Yo busqué durante un año y medio hasta que conseguí las obras de Aarón David Gordon...

AO: Vea, no sé lo que se puede hacer, no tengo una solución; creo que es una gran desgracia, porque forma parte de una desgracia aún mayor. Todo el disco duro de la memoria colectiva se está borrando. Ya no hablo de que los niños hoy en día no saben distinguir entre Ben Gurión y Moisés, sino de que se borra todo el interés y toda la curiosidad con respecto al pasado, y aquí eso es más grave que en otros lugares, aunque se trata de un fenómeno que existe en todo el mundo...

MW: No, eso no es cierto, yo entré a librerías en París y en Madrid...

AO: Yo le diré cuál es la diferencia. En Francia hay sesenta millones de personas. Alcanza con que haya entre ellos cien mil que muestren interés, o cincuenta mil, para mantener un libro en vida. Los que leemos hebreo somos apenas tres millones y medio y eso es una exageración. Si entra ellos hay dos mil interesados, no alcanza. Y por eso aquí es más grave.

Pero quiero decir algo sobre el fenómeno de borrar la memoria colectiva y es algo político, no sólo literario.

Uno de los aspectos más temibles de la globalización es la infantilización de todo el género humano. Un gigantesco aparato de propaganda que hubiese despertado la envidia de Goebbels o de Zhdánov nos lava el cerebro desde el momento en que abrimos los ojos a la mañana y hasta después que nos dormimos olvidando apagar el televisor: compre esto y aquello y será feliz".


Durante tres mil años la humanidad discutió para tratar de definir qué es la felicidad, y ahora lo sabemos: la felicidad es comprar. Durante cinco mil años la humanidad quiso saber dónde está el paraíso y ahora lo sabe: en el gran centro de compras. Nos tratan como a niños porque los niños son los mejores consumidores y es más fácil seducirlos.

¿Y qué dice toda esa maquinaria, todo ese aparato? Que nos desprendamos de todo lo que tenemos y compremos todo nuevo, porque lo viejo es malo y lo nuevo es bueno. Que botemos a la basura los muebles, los libros, que botemos el pasado, que botemos a nuestras parejas, y que traigamos todo nuevo, porque nuevo es bueno y viejo es malo; no estás actualizado. Lo que tienes está anticuado hoy hay algo mejor.

Todo eso crea una enorme presión psicológica, que se manifiesta también en la cuestión de Gnessin. La gente dice para qué tengo que leer a Gnessin si ahora la editorial de Yediot Ajaronot sacó una novela de una muchacha de la cual todos hablan.

Eso es borrar el pasado, ése es, precisamente, el disco duro que se está borrando. Yo escribí "Una Historia de Amor y Oscuridad" , entre otras cosas, como diskette de respaldo. No puedo incluir en él todo el disco, pero un diskette pequeño, para mi familia, puedo.

MW: Como todo escritor prolífico, algunos de sus libros son puntales de su obra,
y su última novela que ha mencionado, es sin duda uno de ellos. Seguramente lo intuía al escribirla...

AO: Está equivocado. Tenía enormes dudas y no sabía si mi editor estaría dispuesto a publicarlo, porque lo consideraba esotérico. Suponía que se trataba de un libro que le podía interesar a gente que era de la misma aldea o de la misma cosecha.

Y la verdad es que el editor no se regocijó cuando recibió el libro; me lo contaron después. Decían los allegados: " ¿Quién le dirá a Amos que debe acortar? ¿Quién le dirá que queríamos una novela y no algo...?"

MW: ¿Qué quiere decir que querían una novela? Esto es una novela...

AO: Ya lo sé, pero ellos no lo veían en ese momento.

MW: Entre paréntesis, hay algunos pasajes que no tengo duda de que son ficción.

AO: Si ya hablamos de eso, déjeme que le diga algunas cosas sobre este libro. "Una Historia de Amor y Oscuridad" tiene una estructura de novela, no es lineal, su composición es propia de la novela. Yo trabajé como un paleontólogo que tiene un pequeño huesito y a partir de él tiene que reconstruir todo el dinosaurio. Yo no tenía protocolos; sí quería saber qué es lo que sucedió hace 120 años en Rovno entre mi tatarabuelo y mi tatarabuela...

MW: ¿Investigó usted sobre Rovno?

AO: Un poco, y tengo también a la tía Sonia que cuenta un poco, pero sobre qué sucedió en la cama hace 120 años no me contaron y ya no viven, y si vivieran y les preguntara es probable que hubiera recibido un sonoro cachetazo.

Por lo tanto, me dirigí a mis propios genes y les pedí que me contaran lo que esos antepasados hicieron en su alcoba y mis genes me contaron porque son los genes de ellos y por lo tanto saben.

Pero sepa usted que toda esa división entre ficción y no ficción no me interesa mucho. Todo lo que sabemos sobre otra persona, lo que sabe usted de mí y yo de usted o incluso de personas más cercanas, es apenas un quince o veinte por ciento de hechos reales; el resto son ficciones, fantasías, suposiciones, anhelos, también temores. El límite entre lo fantasioso y lo real es muy delgado. En hebreo no hay una palabra para designar ese género que en otras lenguas se denomina ficción. La palabra que se inventó para ello es de verdad artificial. Mis libros aparecen por lo general en lo que en hebreo se llama narrativa" y me gusta mucho más. No quiero escribir ficción, suena como si fuese una mentira

MW: No, usted lo sabe mejor que yo; es al revés. Lo que se denomina ficción es muchas veces la verdad última.

AO: Es verdad. En ``Una Historia de Amor y Oscuridad" hablo de mi abuela. En su certificado de defunción se establece que la causa de su muerte fue un ataque cardíaco. No lo discuto. Pero si escribiese que murió de limpieza, también tendría razón, y también si dijese que murió de su fascinación por el Levante, y también si determinase que murió del miedo que tenía a su fascinación por el Levante. Y si escribiese que murió de la ira contra sí misma por temer a su fascinación por el Levante, también sería cierto.

¿Dónde están los límites? ¿Cuál es la verdad? Todo, incluido lo que estaba escrito en el certificado de defunción.

MW: Usted es quizás el escritor más sionista de su generación. El sionismo supuso como hipótesis básica de su concepción que somos un mismo pueblo. ¿Es así?

AO: Mire, no sólo un pueblo, sino un mismo sionismo. Yo ya escribí en algún lado que sionismo no es un nombre de pila sino un apellido y a pesar de que lo escribí hace muchos años, todavía estoy de acuerdo conmigo mismo. Porque el kahanista más racista del mundo es sionista, y el marxista que pretende crear aquí su paraíso socialista es sionista. De manera que sionista solo, a secas, no es necesariamente algo bueno. Cuando alguien me dice que es sionista yo le pregunto cuál es su nombre de pila, no sólo su apellido. Porque en esta familia hay algunos parientes a los cuales no soporto ni ellos a mí.

Básicamente, el supuesto era que es bueno que los judíos estén en un mismo lugar, por lo menos aquellos que no podían estar en cualquier otro lugar.

MW: ¿Pero constituimos un único pueblo?

AO: No lo sé, es una pregunta abierta. Creo que lo que hace a un grupo de gente ser un pueblo es algo en la cabeza. No son los genes ni la raza ni la historia ni la religión ni el idioma, sólo su conciencia. Cuando un grupo de gente decide que es un pueblo -como en la poesía de Amir Guilboa a la cual Shlomo Artzi le puso música: de repente se levanta una persona a la mañana y siente que es un pueblo y comienza a andar- ya no se puede discutir. Nadie desde afuera le puede decir a ese grupo humano que no es un pueblo. Eso es lo que muchos de nosotros quieren decirles a los palestinos: no fueron un pueblo hace cien años, y entonces no lo son tampoco ahora. Y es lo que muchos nos quieren decir a nosotros: que no somos un pueblo sino una religión, a la cual le alcanza con una sinagoga, no necesita un Estado. Pero nadie puede definir desde afuera qué sí y qué no es un pueblo.

Hay aquí un grupo de gente de varios millones que se ve a sí mismo como pueblo. ¿Qué clase de pueblo? Es probable que no encuentre a dos personas que coincidan, pero tampoco es importante. Yo no tengo ningún problema con el interrogante de si somos o no un pueblo cuando hay varios millones de personas que por propia elección se inscriben en sus libretas de identidad como judíos, y no por mandato sinagogal sino por elección.

MW: ¿Cree usted que el idioma, la literatura, la cultura, todo eso de lo que estuvimos hablando antes, constituye el logro más importante del sionismo?

AO: Sí; rotundamente, sí. El idioma hebreo es el logro único más grande de todos, más que la creación del Estado, más que le desecación de los pantanos y más que la convocación de las diásporas. Es algo que no ha sucedido jamás en ningún lugar en la historia. Y no me tire de la lengua porque de este tema puedo hablar dos noches y tres días seguidos.

Cuando se llega al idioma hebreo soy un chovinista, creo que es el instrumento musical más hermoso del mundo, por motivos que no podría enumerar en el marco de un reportaje corto.

MW: Quizás sería suficiente decir que se trata del idioma más antiguo y a la vez más nuevo del mundo...

AO: No es sólo eso. El hebreo tiene una flexibilidad y posibilidades de renovación y regeneración que no tienen parangón. Es un idioma que se encuentra ahora en una situación similar al inglés de la época de Isabel, como en la época de Shakespeare. Es capaz de asimilar mucho de otros idiomas y lo hace, como lo hacía en la época de la Mishná y el Talmud con el griego.

Pero vea, aquí está usted hablando con un violinista sobre las bondades del violín, y yo no puedo ser objetivo.

MW: Enunciaré ahora un juicio, y quisiera que lo apruebe o lo rebata: hay dos posibilidades, que sigamos viviendo sin paz pero unidos, o que lleguemos a la paz, pero al precio de una guerra civil.

AO: No, unidos no estaremos ni siquiera dentro de varias generaciones, con o sin la paz.

MW: ¿Por qué?

AO: Porque los códigos y claves culturales del pueblo de Israel están en discusión y no es una casualidad que no tenemos un Papa: nunca estuvimos unidos y quizás es bueno que sea así. Para mí, es una atmósfera muy buena, no creo que sea una situación pasajera o una crisis, es una situación permanente muy sana. Un clima propicio para la cultura es aquel que presenta un drama vivo, en el cual todos les gritan a todos y hay una lucha permanente incluso por los recuerdos: el recuerdo asquenazí, el oriental, el sefardí, el femenino, el religioso, el de la izquierda, el de la derecha, el de los palestinos. No tengo problema con eso. Que no olviden. Pero si los recuerdos se confrontan y uno le grita al otro mentiroso", no tengo problema.

Hay quienes dicen que no está bien, porque fueron educados en un concepto vetusto según el cual la cultura es un objeto lustrado que debe conservarse detrás de las vitrinas en los museos, a donde se lleva a los niños para que a su vez le saquen brillo a los vidrios y traigan después a sus propios hijos. Es un concepto equivocado.

El drama vivo es gritos, es disputa y mientras no sea violento físicamente, mientras no entren a jugar armas de verdad, está bien. De manera que unidos no estaremos. Si habrá o no paz, no lo sé, y le podría haber dado respuestas más tajantes veinte años atrás. Si me hubiese preguntado entonces, le hubiera dicho que si Israel se retira de los territorios ocupados, renuncia a la mitad de Jerusalén y acepta un Estado palestino, habrá paz.

MW: ¿Y hoy?

AO: Hoy le diré que le conviene a Israel salir de los territorios y de la mitad de Jerusalén porque será más fuerte y no más débil. Pero ya no diré que de esa manera habrá paz, porque aprendí el dicho árabe que dice que no se puede aplaudir con una sola mano.

Hay algo muy paternalista y arrogante en la actitud de algunos de mis amigos de la izquierda, cuando dicen que si nosotros somos correctos hay paz y si no hay paz es porque no somos correctos. Aquí hay dos o más relojes. Tanto entre nosotros como en el terreno del Islam hay varios relojes. De manera que no puedo decir que haciendo lo que propongo habrá paz, pero puedo decir que estoy íntimamente convencido que de esa manera Israel será más fuerte, más sano y más apto para defenderse.

MW: ¿Y también más justo?

Yo creo que también más justo. Gracias por la corrección, debería haber empezado por ahí.

MW: ¿Cuánto tiempo podemos seguir educando a atenienses para que vivan en Esparta?

AO: Yo veo la pregunta de otra manera. Tenemos que desarrollar una actitud propia de un modesto médico rural. Hay muchos enfermos en el distrito, quizás sea una epidemia. No preguntes ¿qué va a pasar?, pregunta ¿qué puedo hacer? No preguntes cuánto tiempo durará, pregunta qué puedo hacer. Un grupo humano tiene que ser capaz de continuar, aun en condiciones de desgracia persistente, y preguntarse cuál es la actitud más moral o menos moral. No se trata de cuánto tiempo.

MW: Pero tiene que haber un poco de piedad, de misericordia para con esos chicos a quienes educamos de acuerdo a reglas humanistas y a los dieciocho años los llevamos a enfrentarse a situaciones imposibles, contrarias a todo lo inculcado, y no en forma episódica sino durante tres años en forma casi cotidiana. ¿Esa situación puede durar?

AO: Yo no acepto eso, que se ha hecho muy popular, de llamar a los soldados chicos. No son chicos, son adultos. Tienen que adoptar decisiones morales incluso en una situación inmoral, y eso es difícil para una persona de dieciocho años como lo es para el que tiene cincuenta. No me resulta a mí más fácil que a él.

Pero la realidad de la vida de los seres humanos, frente a una enfermedad, a la muerte, a la desgracia, a la pobreza, a la injusticia social, es una realidad que pone a prueba en forma constante la lucha entre nuestro egoísmo, nuestra impermeabilidad, nuestro deseo de no saber y no oír, y nuestra sensibilidad moral.

No vaya usted a pensar que si hubiera paz esa guerra interna concluiría, porque esa es la condición humana. En la guerra, en la ocupación, en el puesto de control, esto es muy drástico. Cuando un muchacho enfrenta el dilema de dejar pasar a esas dos mujeres, con el riesgo de que alguna de ellas esté escondiendo una carga explosiva entre sus cosas, o no dejarlas, con el riesgo de que una de ellas no pueda retener y se orine por su culpa, está frente a un dilema difícil.

Por supuesto que si anulamos la ocupación la situación será más fácil, pero aún habrán dilemas morales. Sin la ocupación, la gente pasará al lado de pobres, y de desocupados, y de desgraciados, y de enfermos, y de ancianos desvalidos y se preguntarán o no se preguntarán qué tiene que ver conmigo. Los puestos de control permanecerán aunque sean removidos, y sus dilemas, quizás menos drásticos, persistirán. No hay que pensar que todo el problema moral es sólo la ocupación. El problema moral es la condición humana.

Muchos de los lectores de este reportaje provienen de América Latina, o viven allí y deben saber perfectamente de qué hablo. Yo estuve apenas unos días en Sao Paulo y en Buenos Aires y vi con mis propios ojos ese abismo insuperable entre la riqueza y la pobreza. No son puestos de control, pero ¿acaso no hay allí humillación y desprecio por el ser humano? ¿No hay indiferencia e insensibilidad? Claro que hay, a pesar de que no hay guerra ni ocupación.

No debemos pensar, como está un poco de moda hacerlo, que si no habrá ocupación no habrá problemas. Aunque es verdad, es mejor que no haya ocupación, es un problema menos.

MW: Usted dijo reiteradamente que podría ser profesor de fanatismos. Uno de esos fanatismos, sin duda, es el sionismo mesiánico, un nacionalismo impregnado de fe religiosa. Frente a él está lo que se denomina el "sionismo cuerdo". ¿Tiene éste alguna posibilidad de vencer frente al fanatismo mesiánico?

AO: Todos los fanatismos son mesiánicos, no sólo los religiosos. También los radicales en el extremo más izquierdista del mapa, que dice tenemos una fórmula, si la emplean todo estará bien y el mundo será un paraíso", son también mesiánicos.

MW: Bueno, pero son apenas un puñado...

AO: Vea, el fanatismo nacionalista religioso en Israel hace hoy mucho más ruido que el que hacía veinte años atrás y su postura se ha debilitado mucho desde entonces. Hace más ruido, entre otras cosas, porque está debilitado y quiere asustar a los demás.

Hoy, la mayoría decisiva de los israelíes judíos sabe que no nos quedaremos en los territorios. No están contentos por eso, no salen a bailar a las calles, pero lo saben. La mayoría ya sabe que no podemos hacer todo lo que quisiéramos.

Mi tía Sonia, que ya tiene noventa años, no sale de la casa. Pero hace unos días me dijo: "¿Ahora Sharón habla de un Estado palestino? ¿Ahora habla de la injusticia de la ocupación y de hacer renuncias dolorosas? Si hubiese hablado de esa manera en la época de Golda en Mapai, ella lo hubiese expulsado del partido diciéndole que vaya con Lova Eliav"´´. Después pensó un momento y agregó, que ``si Golda ahora resucitara ningún partido la aceptaría, quizás sólo en Unidad Nacional".

¿Qué es lo que descubrió mi tía Sonia? Que las grandes plataformas se desplazaron y por eso los mesiánicos hacen mucho más ruido. Veinte años atrás no tenían que hacer ruido, hacían hechos consumados, manejaban el país y eran sus dueños. Y ahora ya no lo son y por eso amenazan y atemorizan, en parte con chantaje emocional y en parte advirtiendo que si no hacemos lo que ellos quieren será una desgracia, habrá un cisma, habrá guerra civil.

No habrá aquí ninguna guerra civil. Para que la haya se requiere que la mitad del pueblo se levante en armas contra la otra mitad, o un cuarenta por ciento contra el sesenta. Un treinta por ciento también podría alcanzar. Pero no hay. Se trata apenas de algunas centenares de personas dispuestas a empuñar armas.

Es un problema policial muy serio, de proporciones similares al de la secta del Reverendo Johnnes o un poco más. Eso no es una guerra civil. No hay que generar semejante inflación en el término.
Veo sí peligro de violencia, y puede haber, ojala que no, derramamiento de sangre. Es un problema policial bastante complejo, sobre todo si los violentos estarán rodeados por muchos manifestantes, que dificultarán la evacuación. Pero una guerra civil es otra cosa totalmente distinta; no que algunos chicos obturan una carretera, sino que van a dinamitar cuarteles militares, colegios y hospitales. Yo no veo eso. Por el contrario, creo que si llegaran, ojalá que no, a matar a un soldado, se les termina ahí mismo toda la acción. De manera que estoy preocupado, pero no histérico.

Esa es también la razón por la cual guardo silencio y no hago el juego de enfrentarlos y discutir. Cuanto más intentan hacer ruido y atemorizar a todos, nosotros tenemos que quedarnos tranquilos.
No somos nosotros los que tienen que despejarlos de las carreteras obturadas, que lo hagan los automovilistas encolerizados y eso al final es lo que va a suceder.

MW: Una última pregunta para finalizar esta larga charla: ¿cuál es, a su criterio, ese destino común tan famoso del pueblo judío? ¿Qué tenemos en común con el judaísmo de la diáspora?

Es sólo una elección. No hay comunidad de destino mística o metafísica o genética. Comunidad de destino hay entre personas que la sienten o que la eligen. No todos los judíos la sienten, no todos los judíos de aquí y no todos los de allí. Esa elección todavía existe entre muchos judíos, pero a la pregunta de si existirá siempre respondo que no tengo una póliza de seguro. Pongo el énfasis en la palabra elección". Comunión o sociedad entre personas es una elección: en los negocios, en la familia entre marido y mujer. Parte de los judíos lo son porque los obligaron a serlo, no los dejaron elegir. Los que tuvieron la posibilidad y eligieron ser judíos, son más honorables para mí que los demás. En realidad, todo judío puede abrir la puerta y salir del judaísmo.

De hecho, desde la destrucción del Segundo Templo es lo que hicieron decenas de millones de judíos sin hacer ruido. Los que quedaron lo hicieron por elección y no siempre por elección de la sinagoga, durante los últimos doscientos años la elección no se reduce a la sinagoga.

El judío elige, entonces, pero no sólo ser o no ser judío, sino en qué medida serlo. A fuego alto, a fuego bajo, sólo dos veces al año en la noche del séder de Pesaj y en Rosh Hashaná o Iom Kipur, o en cada shabat, o todos los días. Ser judío a través del idioma o a través de la tradición religiosa, o de la solidaridad: todo es una cuestión de libre elección.

Yo puedo sólo seducir, no puedo obligar. Es una cuestión erótica. Si lo que hacemos aquí resulta suficientemente atractivo, es de suponer que haya quienes quieran ingresar e incorporarse. Si lo que hacemos resulta feo y repelente, la gente dirá "No, gracias; no queremos esa sociedad".


 

[1] El único israelí que obtuvo el premio Nobel de literatura.

[2] El gran poeta de la generación posterior a Bialik.

[3] Su primer e inolvidable libro, un conjunto de cuentos.

[4] Se refiere a la generación literaria inmediatamente anterior a la suya, que desarrolló una literatura realista que exaltaba el heroísmo nacional.

[5] Yizhar Smilanski, el más notable de los escritores israelíes en el período de la transición de antes y después de la creación del Estado, maestro de la literatura de introspección, el que más influencia tuvo en la generación de Oz.

[6] Términos aceptados en la jerga literaria para definir el lenguaje austero o cotidiano y el barroco o festivo, respectivamente.

[7] Hace referencia a uno de los sueños enigmáticos de Hana Gonén, la heroína de Mi Mijael. Esos mellizos son árabes y ejercen sobre ella atracción y temor al mismo tiempo.

 

ISSN 0327-7763  |  2010 Araucaria. Revista Iberoamericana de Filosofía, Política y Humanidades  |  Contactar