Araucaria. Revista Iberoamericana de Filosofía, Política y Humanidades | Sección digital
Sección digital Otras reseñas Abril de 2008
Eduardo Bello, La aventura de la razón: el pensamiento ilustrado. Madrid
Akal, 1997, 144 pp.[*]
Antonio Rivera García
En contra de las tesis postmodernas, el autor de este libro no sólo defiende el interés y vigencia del pensamiento ilustrado en el ámbito de la historiografía, donde resulta abrumador el número de investigadores centrados en el Siglo de las Luces, sino también en el campo filosófico, sobre todo en la discusión jurídico-política y moral. Eduardo Bello comparte la opinión de Habermas de retomar, completar y revisar el proyecto de modernidad formulado durante el período ilustrado, pues sigue siendo válida la pretensión de transformar racionalmente las condiciones de existencia a través del desarrollo autónomo de las ciencias objetivantes, de la moral, del derecho y del arte. Pero el mismo Foucault, en sus seminarios sobre el texto de Kant Was ist Aufklärung?, confirmaba la actualidad de la Ilustración cuando remontaba hasta dicha época el origen de la "interrogación filosófica que problematiza a la vez la relación con el presente, el modo de ser histórico y la constitución de sí mismo como sujeto autónomo". Kant, en el escrito analizado por el genealogista, acertó a definir la Aufklärung como un proceso de autodesarrollo o autonomía personal. A juicio de Bello, el papel preponderante que aquí juega la libertad explica las aporías de la modernidad (Adorno y Horkheimer), por cuanto, la autodeterminación ética no es un don o una herencia natural del hombre, sino el fruto de un trabajo o de un esfuerzo individual que, en situaciones de extrema dificultad, puede convertirse en una carga (Cassirer). En esta situación se produce a menudo una retirada libre de la libertad: muchos hombres prefieren permanecer en su autoculpable minoría de edad o someterse a un Gran Inquisidor antes que afrontar el dilema de la responsabilidad y las dificultades planteadas por una resolución personal y libre.
Para el autor de La aventura de la razón, la Enciclopédie es la más ejemplar expresión de la lucha por la libertad intelectual y moral entablada durante el Siècle des Lumières. La empresa de Diderot y D'Alembert se caracteriza por ser simultáneamente un diccionario razonado y una enciclopedia que abarca el conjunto de los saberes conocidos. Bello resume en cierta forma la esencia de las Luces a través de cuatro conceptos que ocupan un lugar destacado en el dictionnaire raisonné: Philosophe, Raison, Critique y Homme. El protagonista de este Siglo, el philosophe, es tanto un hombre movido por la razón como un sujeto experimentado y capaz de actuar en la sociedad con el propósito de transformarla. Esta reconciliación entre teoría y praxis vuelve a poner de moda la figura platónica del rey-filósofo, el cual se mueve en un mundo donde la fe en la revelación sagrada y en el valor de la tradición pasa a un segundo plano. Ahora, la legitimidad de los gobiernos se funda en el consenso de los ciudadanos y en el contenido racional y justo de las normas. La inscripción del último tomo de láminas de la Enciclopédie, el triunfo de la Verdad revelada por la razón, refleja nítidamente la confianza en una Raison que, aun limitada -como señalan D'Alembert y Kant, hace posible la novedad y el progreso. Mas esta facultad ha de ser en primer lugar crítica, esto es, ha de separarse estrictamente de la fe religiosa. De ahí que sea preciso seguir el ejemplo de Descartes, Spinoza o Pierre Bayle y sacudirse el yugo de la escolástica, de la opinión y de la autoridad. Por este motivo, el centro de las ciencias ya no es Dios, sino ese hombre racional que, reinsertado en el orden de la naturaleza y a salvo de la coacción del pecado original, asume libremente su destino y se convierte en fin último de su obra.
La segunda parte de este libro analiza brevemente los principios políticos y morales que la Ilustración nos ha legado en su acepción más depurada. Según Bello, las obras de Locke, Montesquieu, Rousseau y Kant contienen las bases de la democracia moderna: el principio de la legitimidad contractual del poder político, la soberanía popular, la primacía del legislativo, la división de poderes y el proyecto de una constitución en la cual libertad y legalidad se hallen perfectamente articuladas. No obstante, La aventura de la razón plantea también el problema de la democracia ideal o directa y de la efectiva separación de los poderes públicos. Podemos leer así en sus páginas la crítica de los franceses Eisenmann y Althusser a Montesquieu por conservar la anacrónica función constitucional de los cuerpos intermedios o nobleza. En el fondo, estos autores, como también Jellinek y Carl Schmitt, al admitir la división de competencias y no la separación de poderes, asumen el testamento del despotismo revolucionario, la moderna teología política, y no la herencia del Estado constitucional y federal basado en la censura pública o en la necesidad de limitar la arbitrariedad del poder supremo. Por eso acierta Bello cuando subraya la función censora (le pouvoir arrête le pouvoir) de la separación de poderes, si bien Maquiavelo, Althusius o Spinoza ya habían advertido que una gran potestad no puede mantenerse dentro de sus límites sin una cierta coerción o moderación confiada a otros. En cuanto a la meta de una democracia verdadera, perfecta o directa, el propio Rousseau sostiene su imposibilidad. La antropología del ginebrino no permite hacer realidad el ideal de una comunidad donde todos los ciudadanos puedan ser magistrados y desaparezca la escisión entre el ejecutivo y el legislativo, entre el poder y el querer. El autor del Contrat Social parece abogar de este modo por una democracia representativa o por una representación constitucional, muy distinta de la representación existencial hobbesiana que confunde soberanía y gobierno.
Además, el libro hace un breve recorrido por la filosofía moral del pensamiento ilustrado. Especial interés adquieren las reflexiones en torno al problema de la justicia y de la paz internacional. El profesor Bello comienza criticando la famosa distinción entre libertad de los antiguos (positiva) y libertad de los modernos (negativa) o el presunto conflicto entre libertad e igualdad (Hume versus Babeuf, libertarismo de Nozick versus igualitarismo de Nielsen). Por contra, defiende el plan rawlsiano de reconstruir la teoría contractualista de Locke, Rousseau y Kant a fin de que el acuerdo sobre los principios de libertad e igualdad supere el conflicto entre los objetivos sociales (justicia) e individuales (felicidad). Por esta razón, la justicia como equidad (Justice as Fairness) descansa en el derecho a igual consideración y respeto en el diseño de las instituciones públicas. Finalmente, esta obra sobre el pensamiento ilustrado tampoco olvida la gran lección política de Rousseau y Kant: el proyecto de paz perpetua sólo será viable cuando se ponga término a la dinámica de la ratio status absolutista, es decir, cuando se instaure un nuevo marco internacional donde concurran Estados provistos de una constitución republicana. De ahí la pertinente crítica de Rousseau a los proyectos absolutistas del abate de Saint-Pierre y de Enrique IV fundados, en un caso, en la identidad cristiana de Europa, y, en el otro, en la necesidad de una última guerra que prepare la paz inmortal. A diferencia de Thomas Paine, el autor del Contrat Social pensaba que el monarca francés, tras haber puesto fin a las guerras civiles entre católicos y hugonotes con su política de neutralidad religiosa, intentaba consagrar a Francia como primera potencia continental. Sin embargo, escaso eco tendrán las palabras de Rousseau, pues Napoleón, dos siglos más tarde y después de superar otra guerra civil, pretenderá llevar hasta sus últimas consecuencias el sueño interrumpido del Borbón. Por tanto, la Unión Europea debería inspirarse -como concluye Eduardo Bello- en el opúsculo kantiano Zum ewigen Frieden antes que en la mítica Liga de naciones diseñada por Enrique IV.
[*] Reseña publicada en Daimon, n.º 16, 1998, pp. 211-213.