Sección digital Otras reseñas Abril de 2008

La política de la comunidad invisible [*]
Alfonso Galindo Hervás, La soberanía. De la teología política al comunitarismo impolítico

Res publica, Murcia, 2003, 268 págs, 18 €

Antonio Rivera García

 

Nos encontramos ante el primer examen riguroso que se ha hecho en nuestro país del comunitarismo impolítico. Esta empresa exigía comenzar con el análisis de la teología política schmittiana, ya que los impolíticos se dirigen principalmente contra esta forma radical y decisionista de pensar el poder. Pero mientras la teología política se deja comprender como ideal-tipo, no sucede así con el comunitarismo impolítico. Precisamente esta filosofía se caracteriza por su resistencia a las formas cerradas, definidas, completas o totales. Éste es el leit-motiv impolítico: el rechazo de la inmanencia a la que conduce el pensamiento de Schmitt, y que se refleja en voluntad de completud, de acabamiento, cierre u obra. Aun así, aun teniendo en cuenta la enorme dificultad para aprehender la “comunidad” de los impolíticos, lo que tienen en común Maurice Blanchot, Giorgio Agamben y Jean-Luc Nancy, el autor de este libro ha sabido ver las afinidades de unos textos complejos y difíciles.

La secuencia de La soberanía no puede ser más acertada. Antes de hablarnos del comunitarismo impolítico, Galindo ha preparado perfectamente el terreno: primero, con la exposición de la teología política desde los textos de Carl Schmitt; y, después, con la crítica, formulada sobre todo por Benjamin, Derrida y Agamben, de la soberanía, indefectiblemente unida al estado de excepción y a la violencia fundadora. Sin duda, el problema de la fundación y del poder constituyente supone uno de los puntos esenciales de la crítica impolítica, como reflejan los textos de Jean-Luc Nancy sobre el mito.

La comunidad de los impolíticos va a ser una comunidad sin soberanía, pero también sin representación. La ausencia de representación implica que nos encontramos ante una comunidad invisible, además de inconfesable (Blanchot), inobrable (Nancy), y no presente o por venir (Agamben). La invisibilidad es un rasgo subrayado a lo largo del libro, y común al mesianismo y a las utopías que, frente al mito tan denostado por Nancy, son pobres en imágenes, en historias. La prohibición de lo icónico, el rechazo del mito, la supresión de la historia son rasgos que comparte el comunitarismo impolítico con el mesianismo. Scholen decía a este respecto que sólo en el mundo mesiánico “surgirá un ser no susceptible ya de ser reproducido”. Y Blanchot, nos ha recordado atinadamente el autor de La soberanía, sostenía que la comunidad impolítica, inconfesable, es “una especie de mesianismo que no anuncia nada más que su autonomía y su desobra”.

Alfonso Galindo no se equivoca al decir qué es lo mejor del pensamiento impolítico: su crítica a la teología política, al decisionismo, la resistencia contra el peligro de la política de la inmanencia y de la homogeneidad totalitaria, que el autor ha visto encarnada en la obra del jurista Carl Schmitt. Desde este punto de vista, sí resulta cierto que este pensamiento, aun más allá del poder y de la soberanía, tiene una gran relevancia política y debería convertirse en un tema central, casi en un reto, para la filosofía práctica. Pero tampoco ignora Galindo que el comunitarismo impolítico no se ha tomado en serio la oposición a la teología política que se produce desde el pensamiento republicano y democrático; lo ha despreciado con la arrogancia del filósofo que ignora que la política tiene sobre todo que ver con la retórica, con los medios que asumen como principal objetivo alcanzar el acuerdo, el consenso, y no la verdad. La radicalidad impolítica, que apenas se deja entrever en la fiesta contestataria, sin proyecto, sin utilidad, de mayo del 68, o en la resistencia que unos cuantos hombres, sin el menor cálculo de éxito, opusieron en Tiananmen al Behemoth totalitario, se halla lejos de los prosaicos medios del republicanismo. Más allá de lo puramente potencial que se sustrae al poder de la ley, y que ha de permanecer siempre invisible, la dos únicas maneras –nos dice Alfonso Galindo en la última página de su libro– de hacer frente o de resistir a esa omnipotencia agazapada detrás de la teología política son tan viejas y conocidas como la tradición republicana: la división de poderes, presente en la constitución mixta, en el parlamentarismo o en las formas colegiales de decisión, y el constitucionalismo, esto es, la fidelidad a los contratos o a la ley constitucional. Pero, desde luego, este discurso nos devuelve al centro de la política.



 

[*] Esta reseña ha sido publicada en Archipiélago, n.º 64.

 

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