Sección digital Otras reseñas Abril de 2008

Largo Caballero, reforma y revolución en el socialismo español [*]
A propósito de Juan Francisco Fuentes, Largo Caballero. El Lenin español

Síntesis, Madrid, 2005, 415 pp.

Antonio Rivera García

 

Largo Caballero, el Lenin español de Juan Francisco Fuentes es una biografía rigurosa del gran líder del PSOE, pero también un apasionante libro que se lee como una novela, donde no faltan momentos cómicos, casi esperpénticos, como los que se suceden en la conspiración que dará paso a la Segunda República; ni tampoco momentos dramáticos o trágicos, como la parte dedicada a la guerra civil y al penoso exilio de Largo Caballero durante la Segunda Guerra Mundial, y que termina con su internamiento en el campo de concentración alemán de Oranienburg. La vida de Largo Caballero permite, además, repasar los acontecimientos históricos más importantes que tienen lugar en España desde la Primera República hasta la Segunda. De ahí el interés adicional de esta biografía sobre Caballero.

Tras la lectura del libro, resulta inevitable preguntarse qué significa el caballerismo. Y es que Fuentes ha demostrado que Largo Caballero es mucho más que el Lenin español. En realidad, el giro bolchevique dura pocos años, aunque quizá sean los más decisivos. El resto de su vida, antes del 33 y después de la guerra civil, ya en el exilio, Largo Caballero se caracteriza por ser un ascético defensor del socialismo reformista, enemigo del uso de la violencia y, a pesar del papel fundamental que desempeñó en 1917, poco favorable a hacer uso del gran mito obrero del siglo XX, la huelga general.

Desde luego, el misterio, el enigma Largo Caballero, si se puede hablar en estos términos, consiste en explicar el tránsito desde el marxismo evolutivo, que adoptó incluso durante la dictadura de Primo de Rivera y el primer bienio de la Segunda República, al marxismo revolucionario, bolchevique, del 33, y que quizá alcanza su cénit con la revolución de octubre del 34. Este decisivo periodo bolchevique hace más compleja la caracterización del caballerismo: lo mismo puede significar, y es verdad que casi siempre fue así, la defensa del marxismo evolutivo y una estricta –“calvinista” llega a escribir Fuentes– moral socialista centrada en la educación del obrero que la apuesta por el socialismo insurreccional; lo mismo puede significar la defensa de la unidad con los comunistas, como sostiene en el cinema Europa el 26 de junio del 36, que el obsesivo anticomunismo demostrado tras su experiencia como presidente de gobierno en los tormentosos meses de la guerra civil, durante los cuales tuvo que soportar las injerencias soviéticas. En cualquier caso, sí parece estar claro que el caballerismo era un socialismo unido a la UGT, a las luchas sindicales de los obreros, que veía con desconfianza a los intelectuales del partido. Un cierto temor o desprecio por el “intelectualismo” del partido sí se puede percibir a lo largo de toda la vida de Largo Caballero.

En las páginas siguientes me limitaré a exponer cinco cuestiones especialmente relevantes que este libro desarrolla. En primer lugar, la colaboración del partido socialista, y, en concreto, de Largo Caballero con la dictadura de Primo de Rivera. Ciertamente, después del fin de esta dictadura, Araquistain, el gran colaborador del Lenin español, escribirá desde la revista Leviatán que el gobierno de Primo ya fue un régimen fascista. Sin embargo, la colaboración de Caballero con el gobierno de la dictadura llegó hasta el punto de aceptar el cargo de consejero de Estado. Así se explica que en el año 1927 el líder de la UGT defendiera en la conferencia de la OIT, celebrada en Ginebra, “el régimen corporativo vigente en España”. Decía entonces que se trataba de un sistema político muy distinto del establecido en la Italia fascista: en nuestro país los trabajadores seguían disfrutando de libertad para elegir a sus representantes, mientras que en la Italia de Mussolini los antiguos sindicatos obreros se hallaban al servicio del nuevo régimen fascista. En esas mismas intervenciones de Caballero –señala Fuentes– “apenas se desliza alguna crítica sobre el comportamiento del gobierno español. Si hay algún incumplimiento, lo atribuye más bien a los empresarios” (p. 146). La defensa del corporativismo demuestra que en estos años no estaba lejos Largo Caballero de Besteiro, si bien ya en 1931, en los debates constituyentes, el secretario general de la UGT tacha de “deseo reaccionario” al bicameralismo propuesto por Besteiro, esto es, a la cámara orgánica o al senado corporativo y sindical que debía representar los intereses sociales y profesionales. [1] Una vez más, Besteiro demostraba aquí la inspiración krausista de su socialismo. Algo parecido ya había sucedido durante el sexenio democrático del siglo anterior. Entonces el krausista Salmerón redactó un curioso proyecto de constitución federal que, en realidad, sustituía la cámara privilegiada de pasadas constituciones por una cámara orgánica. Cámara que los líderes del republicanismo benévolo, los Castelar y Pi y Margall, rechazaron inmediatamente.

En segundo lugar, el libro nos invita a pensar la problemática alianza del socialismo con el republicanismo. Uno de los leit-motiv de esta primera parte del siglo XX son las alianzas republicano-socialistas. La historia demuestra que eran unas débiles alianzas porque, en el fondo, los socialistas desconfiaban de la democracia parlamentaria como medio imprescindible para conseguir sus fines. El accidentalismo del partido socialista es suficientemente conocido para que nos detengamos en este punto. Por otra parte, el giro bolchevique no se puede comprender sin la decepción que ocasiona entre los caballeristas la experiencia de gobierno republicano-socialista durante el primer bienio de la Segunda República. Araquistáin refleja la opinión de Largo Caballero cuando escribe que el error de participar en el gobierno con los republicanos fue necesario, pues sin él “seguiríamos viviendo todavía en plenas ilusiones republicano-democráticas”. La lección extraída no puede ser más clara: el proletariado sólo puede realizar la revolución socialista “por su propia y exclusiva fuerza, sin colaboración con nadie”, y ello, únicamente “después de llegar al poder por la violencia”. [2] En los años “bolcheviques”, ya todo gobierno, todo Estado, incluido el republicano-democrático, era, para los caballeristas, una dictadura de la clase dominante. Por eso, Largo Caballero expresaba en su famoso discurso de julio, pronunciado en el cine Pardiñas y al que Fuentes no podía dejar de prestar especial relevancia, que “entre la dictadura burguesa o el fascismo, nosotros preferimos la dictadura socialista”. No había, por tanto, alternativa a la dictadura de uno u otro signo.

 En tercer lugar, el libro profundiza en las causas que se encuentran detrás del giro bolchevique. Ya hemos apuntado una de ellas: para Caballero, la experiencia de gobierno con los republicanos sirvió para demostrar la ineficacia de la reforma gradual, probó que “la obra socialista –comenta Caballero en uno de sus discursos de julio del 33– dentro de una democracia burguesa es imposible” (p. 226). Fuentes apunta otras dos causas, sin prestar mayor importancia a la peregrina hipótesis de Alcalá Zamora, según la cual los problemas de salud de Largo Caballero se encuentran en la raíz de una profunda alteración de la personalidad del líder obrero que explicaría su súbita radicalización. Indica Fuentes que el enorme crecimiento de la militancia de la UGT al comienzo de la Segunda República influye en el tránsito desde un sindicalismo societario, basado en la negociación y la reforma, a un sindicalismo revolucionario de masas (pp. 213-4). Asimismo, el autor de este libro nos dice que Largo Caballero estaba convencido de que “en España había un grave peligro de involución fascista” (p. 228), y de que el socialismo español debía evitar el error cometido por la socialdemocracia alemana y austriaca: confiar en el poder del parlamentarismo democrático para detener al fascismo. [3] Y, de nuevo, tiene razón Fuentes cuando señala que en este temor de Largo influye bastante Ariquistáin, el más importante de los caballeristas, su gran hombre de confianza y embajador de España en Alemania durante los años en que cae la república de Weimar. Indudablemente, para el caballerismo la guerra civil contra el fascismo ya había comenzado en 1933; lucha que sólo podía acabar con una dictadura, de derechas o del proletariado. Así de contundente se expresaba Araquistain desde las páginas del Leviatán: “La guerra civil en que vivimos no se resuelve con componendas parlamentarias. El dilema histórico es fascismo o socialismo, y sólo lo decidirá la violencia”. Aunque no parecía estar muy acertado cuando añadía: “El fascismo, que ya lo tuvimos con el general Primo de Rivera [...] está en su fase descendente. Carece de masas y de caudillos viriles”. [4]

En cuarto lugar me gustaría insistir en la imagen de Largo Caballero, el líder obrero, como enemigo de los intelectuales del partido. La tradicional desconfianza del caballerismo hacia los grandes jefes intelectuales del partido, los Prieto, Fernando de los Ríos o Besteiro, se acrecienta en los años bolcheviques. Hasta el punto de que el principal órgano de expresión del caballerismo, la revista Leviatán, llegaba a decir que el marxismo español, a diferencia del ruso, poco o nada debía a los “intelectuales indígenas”. Por el contrario, fue desarrollado por obreros como José Mesa, el traductor del Manifiesto comunista, o Pablo Iglesias. Se trataba, por tanto, de vacunar al partido socialista contra esa “especie de fetichismo” que había experimentado “ante el hombre que llegaba con un diploma”. [5]  

En cierto modo, también el partido socialista de la segunda república vivía en su interior una guerra civil, en la que cada familia trataba de demostrar que ella encarnaba los valores genuinos del fundador del partido. En este momento los caballeristas se empeñaban, por un lado, en acabar con el mito de Pablo Iglesias como “un reformista vulgar”, y, por otro, en demostrar que Largo Caballero era el verdadero continuador del “abuelo”, el único capaz de levantar la bandera del marxismo verdadero. Desde las publicaciones caballeristas como Leviatán y Claridad se decía que, frente a un intelectual como Jaime Vera que se contentaba con la lucha pacífica entre intereses y doctrinas, Pablo Iglesias sí había combatido las dos tendencias antimarxistas del movimiento obrero español: la reformista, “la tendencia a convertirse en una organización de tipo reformista para la lucha exclusiva por mejoras inmediatas”; y la republicanizante, la tendencia a rebajarse “al papel de escudero de los partidos republicanos”. [6]

Los caballeristas solían hablar en aquellos años bolcheviques de la existencia de tres generaciones en el partido socialista: [7] la primera o de los fundadores, la intermedia y la de los jóvenes socialistas que veían en Largo Caballero “un maestro de acción indiscutible”, es decir, veían en él al líder obrero que tenía la misión de devolver al partido socialista a la buena línea marxista inaugurada por Pablo Iglesias. Desde la posición caballerista, los jóvenes del socialismo español habían bebido en las fuentes de Lenin y de la revolución rusa, y por eso se hallaban más cerca de la primera generación, la que se había inspirado directamente en Marx y Engels. En cambio, la generación intermedia, la de los socialistas maduros, y en realidad, la de los intelectuales Besteiro, Prieto o Fernando de los Ríos, tenía el inconveniente de haberse formado en la época de estabilización del capitalismo y de las ilusiones liberales y democráticas.

Mucho se ha hablado del casi legendario enfrentamiento entre Prieto y Largo Caballero, pero no menos importante fue el desencuentro –al que dedica un lugar destacado este libro, entre Caballero y Besteiro. La censura y ridiculización de este último por Araquistáin en el artículo “El profesor Besteiro o el marxismo en la Academia”, escrito en mayo del 35, tras el ingreso de Besteiro en la burguesa academia de ciencias morales y políticas, refleja el grado de desunión que había en el PSOE. Para los caballeristas era peor Besteiro, que sin ser marxista proclamaba serlo ante la academia, que Fernando de los Ríos, quien por lo menos tenía la decencia de manifestar que no compartía todos los fundamentos y conclusiones del marxismo. [8] Y es que, para los caballeristas, el socialismo de Besteiro, basado en la teoría de la impregnación, en que “las tendencias opuestas al progreso del socialismo” se iban “impregnando de la misma doctrina” que combatían, no era marxista sino fabiano. [9] Según Araquistáin, el marxismo de Besteiro, el gran admirador de Roosevelt, era un marxismo contra Marx y Engels, un reformismo socialista que se limitaba a seguir “al máximo falsificador del marxismo”, al alemán Kautsky, al responsable de rebajar el sentido revolucionario de las obras de los fundadores del marxismo, y de minusvalorar el papel esencial de la lucha violenta entre las clases y de la dictadura del proletariado. [10] En los años bolcheviques, el socialismo unido a Caballero pensaba que sin una violenta guerra civil resultaba inalcanzable el objetivo de la supresión de la propiedad privada y de la sociedad sin clases. Esto explica, como ha puesto de relieve Juan Francisco Fuentes, la irresponsabilidad de los caballeristas, que en uno de los editoriales del periódico Claridad, titulado “Venga un poco de caos”, se quejaban porque en España ha habido y había muy poca guerra civil (p. 273).

En otro terrible, pero fascinante artículo contra Besteiro, “Un marxismo contra Marx”, Araquistáin explicaba la diferencia entre el socialismo reformista y el caballerista, el revolucionario o bolchevique, con dos mitos, con las metáforas políticas del Leviatán y el caballo de Troya. Decía el principal hombre de Caballero que los marxistas auténticos luchan por establecer la dictadura del proletariado, cuya primera tarea debe consistir en crear el Leviatán socialista, el Estado absoluto que, tras suprimir los derechos individuales que, como el de propiedad privada, son el origen de todas las injusticias, se convertirá en un Estado sin clases; y, entonces, como buen monstruo que es, se hará inútil y acabará devorándose a sí mismo. Y, en cambio, los socialistas reformistas o los marxistas evolucionistas pretenden crear un caballo de Troya, cuya apariencia sea conforme con la legalidad troyana, la burguesa, pero en cuyo interior está oculto el marxismo. Por supuesto, Araquistáin sostenía que este caballo iba vacío o sólo llevaba troyanos disfrazados.

Y en quinto lugar quisiera aludir brevemente al problema, al cual presta atención Juan Francisco Fuentes en las últimas páginas de su libro, de si la postura del último Largo Caballero supone una anticipación del espíritu de la transición española. Lo cierto es que el líder obrero, tras la segunda guerra mundial, se convierte en el gran defensor de la reconciliación entre las diversas fuerzas antifranquistas. Quizá este hecho, como apunta Fuentes, explique su acercamiento a los comunistas, aproximación que tiene lugar aun en contra de caballeristas tan relevantes como Araquistáin y Rodolfo Llopis. Pero no sólo se aproxima a los comunistas al final de su vida, por aquellos años Largo Caballero ni siquiera se mostraba hostil al pacto con una monarquía que fuera capaz de respetar la libertad de la clase obrera. Pero sobre el caballerismo después de Caballero tenemos otro magnífico libro de Fuentes, Luis Araquistáin y el socialismo español en el exilio (1939-1959), cuya lectura resulta imprescindible para conocer el contexto y el pensamiento de las grandes figuras de la Segunda República.



 

[*] Esta reseña ha sido publicada en Res publica, revista de filosofía política, n.º 16, 2006, pp. 238-244.

[1] Besteiro, como el Araquistáin anterior al Leviatán, el del El ocaso de un régimen, apostaba por una segunda cámara que, al lado de la basada en el sufragio universal, tuviera un carácter corporativo. En la cámara corporativa sólo debían tener acceso los organismos que reflejaran “la organización del trabajo nacional sin distinción, naturalmente, entre el trabajo manual y el de la inteligencia” (cit. en E. Lamo y M. Contreras, Política y filosofía en Julián Besteiro, Sistema, Madrid, 1990, p. 396). Besteiro sostenía que esa segunda cámara, al estar representadas las regiones, los elementos productores y las clases obreras, sería una mezcla de representación territorial y de intereses. Afirmaba a este respecto que era “una cámara donde están representados los sindicatos obreros y patronales; donde se lleva la lucha de clases y la representación de la inteligencia” (ibid., p. 397). La segunda cámara “permitía recoger el elemento orgánico de la vida nacional eliminado por el radicalismo de la exclusiva representación individualista” (ibid., p. 388).

[2] L. Araquistáin, “Los socialistas en el primer bienio”, en Leviatán, tomo III, núms. 12-19, mayo-diciembre 1935, p. 345.

[3] La revista Leviatán –comenta Fuentes– “se estrenó con una dura crítica [...] contra la socialdemocracia alemana y austriaca”. “La tragedia de los partidos socialistas –escribía entonces Araquistáin– de esos países es que habían abandonado la teoría revolucionaria de Marx y Engels”. Y añadía: “se hunden la democracia parlamentaria y el liberalismo. La guerra civil, siempre latente en la Historia, está ahora de hecho en todas las calles del mundo [...] Marx tenía razón: la sociedad capitalista va al cataclismo.” (Cit. en p. 245).

[4] L. Araquistáin, “Paralelo histórico entre la revolución rusa y la española”, en Leviatán, tomo IV, núms. 20-26, enero-julio 1936, p. 161.

[5] Ibidem, pp. 153-4.

[6] Ibidem, p. 156.

[7] “Los socialistas en el primer bienio”, cit., p. 346.

[8] “Hay partidos –advierte Araquistáin, como el laborista inglés, que se envanecen de haber ignorado por completo a Marx. Y hay socialistas de alto rango intelectual, como Henri de Man, Fernando de los Ríos y muchos otros, que, conociendo a fondo el marxismo, no comparten todos sus fundamentos y conclusiones. Esta franqueza les honra [...]. Lo intolerable es que quieran pasar por marxistas los que “por desconocimiento o por dudosa buena fe no lo son, como Besteiro.” (“Un marxismo contra Marx”, tomo III, cit., p. 84).

[9] L. Araquistáin, “El profesor Besteiro o el marxismo en la Academia”, tomo III, cit., p. 5.

[10] “Un marxismo contra Marx”, tomo III, cit., pp. 72 ss.

 

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