Araucaria. Revista Iberoamericana de Filosofía, Política y Humanidades | Sección digital
Sección digital Otras reseñas Julio de 2008
Emanuele Coccia, La trasparenza delle immagini. Averroè e l'averroismo.
Bruno Mondadori Editore, Milano, 2005, 240 pp.
Rodrigo Karmy Bolton | Doctor © en Filosofía | Universidad de Chile
Con una introducción de Giorgio Agamben, el presente libro de Emanuele Coccia sitúa el problema de la tradición filosófica, a partir de dos cuestiones decisivas: en primer lugar, la consideración del “comentario” como una práctica textual del todo diferente a la “exégesis” y, en segundo lugar, cómo esta noción del comentario lleva consigo la idea de un pensamiento que existe en la forma de una potencia (según advierte el propio Averroes en su Gran Comentario de la noética de Aristóteles o bien en su “Exposición de la República de Platón”) y que el propio Averroes le da el nombre de “intelecto material”.
En general, la tradición filosófica occidental ha designado a Averroes, filósofo árabe-cordobés del siglo XII, el papel de “comentador”. Las referencias de Tomás de Aquino al respecto, resultarían aquí, del todo ilustrativas. Sin embargo, la pregunta que plantea Coccia es ¿en qué reside la importancia del comentario? ¿Por qué la tradición occidental ha subrogado al comentario al estatuto de una escritura secundaria? En principio, es importante señalar en qué consiste la escritura del comentario. La primera cuestión es que el comentario es una escritura en la cual la voz del comentarista se confunde, pues, con la voz de quien es comentado. Esta situación supone, en segundo lugar, que la escritura del comentario no es otra que la experiencia de una contracción de la lengua y, por ende, una contracción del tiempo donde el pasado y el presente se vuelven absolutamente indistinguibles: “Y a la indistinción del tiempo –plantea- se acompaña de una irrecognoscibilidad de las voces” [1] . Por ello, plantea Coccia al modo de una analogía, el comentario es a la lengua lo que el juicio final a un hombre: una suspensión radical del tiempo que muestra no lo comunicable de la lengua, sino el ser su propia comunicabilidad.
Ahí que, la escritura del comentario sea del todo diversa a la de la exégesis. Porque si esta última ciñe su interpretación al modelo heredado por la tradición, el comentario, en cambio identifica a la idea con la propia exposición del texto: “Si cada exégesis deja que el texto se individualice en un significante, el comentario es el movimiento por el cual la ideas coincide con la propia exposición y con el propio uso.” [2] Esto significa, pues, que el comentario, lejos de constituir una escritura secundaria es, precisamente, la escritura que mejor expresa el propio movimiento del pensamiento. Así, pues, el comentario tal como se presenta en Averroes, parece restituir al lenguaje –o lo que es igual, al pensamiento- a su inmanencia, esto es, al punto en que éste se constituye no en un “medio para un fin”, sino mas bien, en un “medio puro” o, como decía Benjamin, en una “lengua pura” (una lengua que comunica su pura comunicabilidad).
Ahí que, el propio Averroes, en su “Gran Comentario” del Libro III del De Anima haya identificado al intelecto con la “transparencia” (el diaphanós) que, según la teoría de los colores de Aristóteles, constituía el término medio entre la sensibilidad y la luz. Esto significa, pues, que para Averroes el “intelecto” existe en su forma potencial como una sustancia común al género humano. Por ello es que el comentario, en la medida que expresa de modo fiel el movimiento del pensamiento, restituye a la lengua o al pensamiento a su uso. Pero ¿qué significa que el pensamiento exista en al forma de una potencia?
Que el pensamiento tenga la forma de una potencia significa, ante todo, que, según Coccia, Averroes no hace otra cosa que una fina “fenomenología de la pasión” en la medida en que el pensamiento no es otra cosa que una pura capacidad de recepción. No una “capacidad de ser” del pensamiento, sino un “ser como capacidad”, en suma, el pensamiento no sería otra cosa que una “pasión absoluta”: “Esto porque una potencia no se define a través de una simple sustracción de la forma (privación): ésta es, sobre todo cuanto es capaz de recibir y por tanto de devenir una forma.” [3] Así, pues, una potencia –y el pensamiento como potencia- no se define en función de una “privación”, de una “carencia” o de una “falta de” (todas tributarias de la concepción tradicional de la potencia como subrogada al acto) sino como una capacidad de recibir y, por lo tanto, de devenir cualquier forma. Y en ello, plantea Coccia, reside la paradoja del pensamiento: se puede recibir sólo lo que no se es. Pero en ello consiste toda pasión, a saber, en aquella potencia primera capaz de darse cualquier forma y, sin embargo, no agotarse en ninguna de las formas que recibe. En esa medida Coccia plantea: “El intelecto material –el “intelecto en potencia” en Averroes- es el sujeto y el principio de una receptividad absoluta, de un modo absoluto de receptividad.” [4]
Desde el célebre libro de Renan “Averroes y el averroísmo”, se han escrito innumerables textos que hacen referencia al filósofo cordobés. Sin embargo, lo decisivo del libro de Coccia es que, por vez primera, se advierten las implicancias del “comentario” y de la consideración del pensamiento como “pasión absoluta” en referencia a lo que llamamos la “tradición filosófica”. A esta luz, el libro de Coccia no es un libro de “filosofía árabe” –como si pudiera haber una filosofía que tuviera una “nación” o “cultura” específica- tampoco es sólo una vía posible de los estudios sobre “Oriente”, sino mas bien, la interrogación radical de una “tradición filosófica” a la luz de uno de los filósofos más decisivos para la filosofía árabe-islámica y para el Renacimiento europeo. Una interrogación que, tocando la propia consistencia del pensamiento, Averroes legó a nuestro tiempo.
Junio, 2008.
[1] Emanuele Coccia La Transparenta del imaggini. Averroê e l´averroismo op cit. P. 6.
[2] Idem, p. 9.
[3] Idem p. 84.
[4] Idem p. 87.