Araucaria. Revista Iberoamericana de Filosofía, Política y Humanidades | Sección digital
Sección digital Otras reseñas Julio de 2008
Alain Brossat, La democracia inmunitaria
Traducción M.E. Tijoux, Editorial Palinodia, Santiago de Chile, 2008. pp. 110.
Rodrigo Karmy Bolton | Doctor © en Filosofía | Universidad de Chile
Si las últimas décadas se han caracterizado por una proliferación de las críticas a la lógica que Hannah Arendt llamó “totalitaria”, ha sido igualmente escasa en una deconstrucción radical de la “democracia”. Es posible que el triunfalismo finisecular de la democracia neoliberal a escala planetaria haya contribuido en gran medida a dicha escasez. Sin embargo, las investigaciones situadas en el horizonte de la biopolítica (sean las de Giorgio Agamben, Roberto Esposito o Toni Negri) no sólo han dado nuevos bríos a este concepto acuñado, como se sabe, por Michel Foucault, sino que han contribuido, de modo decisivo, a interrogar a la mentada “democracia”. Esto es, precisamente, lo que se propone el filósofo francés Alain Brossat en su libro “La democracia inmunitaria” recientemente publicado en español por editorial Palinodia.
Tomando el concepto de “inmunidad” propuesto por Roberto Esposito, Brossat caracteriza la estructura misma de la democracia: “(…) la democracia, entendida como régimen de la política, pero, más ampliamente, como régimen general de la vida de los hombres, es fundamentalmente un sistema de inmunidad. Las personas, los cuerpos, las opiniones, ven como se establecen las condiciones de existencia y acceden a un estatus que los asegura y los garantiza –al menos en principio.” [1] Que Brossat proponga su tesis en los primeros párrafos del libro, muestra hasta que punto es éste un libro que combina la rigurosidad del análisis de los diversos dispositivos biopolíticos, con la creatividad conceptual que toda filosofía supone: Brossat no sólo trabaja desde el paradigma “inmunitario” propuesto por Esposito, sino también, le superpone a éste, los destinos de la medicina moderna tal como ésta se ha desarrollado a partir del siglo XIX con la “anestesia”. Hasta el punto que si todo sistema inmunitario protege a una comunidad de un “exterior”, la democracia trabajaría, a su vez, desde el paradigma de la anestesia: impidiendo todo dolor al “cuerpo” clausurado sobre sí mismo. De esta forma, la democracia cuya apología finisecular repite incansablemente que ésta constituiría el régimen político que, a diferencia de la dictadura, la monarquía o el totalitarismo, respeta la singularidad del otro otorgándole garantías para su libertad, se vuelca sobre su contrario: la democracia inmunitaria es, precisamente, aquello que nos distancia del “otro” porque nos inmuniza de él, privándonos, pues, de su experiencia. Ahí que la democracia inmunitaria no sólo abogue una y otra vez por la “no-violencia” –deslegitimando a ésta como acción política- sino que defienda, ante todo, al “consenso”: se trata de “evitar” el dolor a toda costa. Según Brossat, en ello residiría la aporía misma de la democracia: a mayor protección del “otro” menos experiencia hacemos de él, esto es, menos hacemos la experiencia de la comunidad. A esta luz, Brossat advierte sobre el carácter “bífido” de nuestro mundo “democrático”: “Sin embargo, de lo que nosotros debemos dar cuenta, en un mundo en que ya no es el del pasado totalitario, sino de un equívoco presente democrático post-totalitario, es de ese movimiento mucho más global de una historia bífida en donde se anuda el doble lazo entre la inmunización creciente de unos y la exposición galopante de otros.” [2] Es decir, la democracia inmunitaria divide la vida social en un “doble lazo”: por un lado aquellos que yacen inmunizados frente a cualquier “dolor” y, por otro, aquellos que se presentan totalmente expuestos a él. Inmunización y exposición constituirían, entonces, los dos polos de esta democracia que Brossat llama “democracia-médico-pastoral” [3] . El anestesiamiento que provee, en este punto, la inmunización va de la mano con la radicalización de la exposición de los “muchos”: a mayor exterminio y desastre inminente del mundo, mayor la insensibilidad. Así, se vuelve posible que el homo democraticus contemple el desastre pero nunca sea interpelado por él. Se ha transformado así, en un espectador del mundo cuya únicas experiencias pasan, en el fondo, por una anulación total de la experiencia.
El libro de Brossat tiene el mérito de hacer posible una deconstrucción radical de la democracia. Una deconstrucción del todo necesaria cuando la propia “democracia” no sólo se nos aparece como algo que debe imponerse a escala planetaria, sino como algo que debe “defenderse” (es decir, inmunizarse) hasta el punto paradójico de su propia negación. Desde un horizonte biopolítico, Brossat ha comenzado a deshilvanar las aporías de la democracia, pero no necesariamente, de toda democracia. Porque Brossat deja entrever una pregunta: si hemos de dejar esta democracia inmunitaria ¿qué significaría, pues, una “democracia comunitaria”?
[1] Alain Brossat La democracia inmunitaria op. cit. P. 8.
[2] Idem p. 32.
[3] Idem p. 89.