Araucaria. Revista Iberoamericana de Filosofía, Política y Humanidades | Sección digital
Sección digital Otras reseñas Septiembre de 2008
Elías Pino Iturrieta, Nada sino un hombre. Los orígenes del personalismo en Venezuela, Caracas, Editorial Alfa, 2007, 350 p.[*]
Frédérique Langue
Esta nueva entrega del reconocido especialista en historia de las ideas se abre con un singular epígrafe del letrado Francisco Javier Yanes, abogado, escritor, historiador, firmante del Acta de Independencia de Venezuela, quien se desempeñó en varias oportunidades como diputado y ocupó no pocos cargos políticos y judiciales en la Venezuela republicana. Curiosamente, al leer esta líneas escritas en 1835, después del alzamiento contra el presidente José María Vargas, primer presidente civil de Venezuela acerca del porqué de las revoluciones criollas y del afán de reformar que no llevan sino a la búsqueda de un hombre providencial, uno no piensa sino en una realidad aparentemente bien distinta: la de la Venezuela de hoy, de sus fenómenos recurrentes, de los ecos que ciertos episodios del pasado despiertan en la memoria histórica, de la imperiosa necesidad para el historiador de ubicarse en el tiempo largo y de alejarse de la espuma interpretativa o de las manipulaciones partidistas que se fundan en el desconocimiento de la historia más que en ideologías caídas en desuso, tales como las promueven especialistas improvisados o muchos medios de comunicación.
2De la confesión de intenciones que abre el libro, resalta la primera frase: el personalismo es un fenómeno constante en la historia de Venezuela desde la época de la Independencia y el vacío institucional dejado por la Corona española, propicio a la adquisición de las lanzas estigmatizada por el mismo Bolívar. Más todavía: es una recurrencia de los negocios públicos, un resorte insoslayable del ejercicio del poder y de la percepción de la ciudadanía en el transcurrir del tiempo. Este ensayo sin embargo no quiere ser sino une aproximación a unos sucesos claves aunque repetidos en la historia nacional, desde la perspectiva de un observador civil, y en la línea de aquel testigo de la primera revolución militar de la historia criolla. Se contempla el rescate del Estado de derecho, la alternabilidad en el poder, o la defensa de los principios republicanos y la constitucionalidad ante el incipiente culto a los héroes y a los hombres de guerra ungidos de salvadores, sendas necesidades que recordó el liberal Antonio Leocadio Guzmán, uno de los fundadores de la República, al referirse precisamente a la gestión personalista del presidente José Antonio Páez.
3El autor no escatima definiciones, desde el Diccionario de la Lengua Española (adhesión a una persona o a las tendencias que ella representa, especialmente en política) hasta los modelos ideológicos que se impusieron a fines del siglo XX. Si bien no se trata de un fenómeno exclusivamente venezolano, y es bastante frecuente el uso de expresiones afines tales como cesarismo, pretorianismo, caudillismo, bonapartismo, fascismo y hasta militarismo (en la medida en que el personalismo es en parte corolario de la guerra), esta investigación lleva a evidenciar singularidades dentro de los paradigmas identificados y de los arquetipos imprescindibles. De ahí el hecho de que una aproximación a la voluntad de poder personal no pueda pasar por alto el contexto: en muchos aspectos el personalismo hispanoamericano se diferencia del europeo o del asiático. El propósito del autor consiste sin embargo en delinear un breve itinerario de esa forma de ejercer el poder y de sus avatares en la historia nacional, para luego explorar los motivos de su abundancia y de su aceptación, de acuerdo (y quizás sea éste un dato a la vez apreciable en cuanto punto de partida de una relativización del fenómeno), con la subjetividad del autor (diríamos incluso sensibilidad).
4Este itinerario arranca insistiendo en rasgos específicos de la sociedad colonial criolla como lo fueron los llamados padres de familia (aristocracia de los blancos criollos), clasificación social debidamente señalada en las Constituciones sinodales de 1687, escasamente cuestionada en las siguientes décadas, para seguir con las proclamas de democracia e igualdad social que asomaron en la lucha por la Independencia. Ahora bien, en este escenario bélico, al igual que en la Conquista de América, imperan intereses personales, inmunidades y preeminencias del estamento primacial que se van a profundizar con los próceres y otros fundadores de la República (tema del control del poder político) en perjuicio de las instituciones recién creadas y de la ciudadanía republicana. Esta situación perdura hasta el desmoronamiento de 1812 y la imposición del liderazgo de José Tomás Boves. El caudillo, convertido en ídolo de la gente de color según el regente Heredia, estrena entonces un largo período de hombres de armas si no de presa, mientras el Libertador se atiene para su plan de gobierno a los consejos de su amigo Francisco Javier Ustáriz y a los sacrificios que el republicanismo debe momentáneamente hacer en beneficio del bien supremo de la libertad: el ejercicio del gobierno personal se convierte en corolario de la guerra. Nos insistiremos mayormente en los capítulos Libertador y señor absoluto, El patriarca de Jamaica, La revelación de las masas que retoman en gran parte la argumentación esgrimida por el autor en su Nueva lectura de la Carta de Jamaica (Caracas, Monte Avila, 1999), siendo el alegato bolivariano una defensa de los criollos mantuanos y otro capítulo de incomprensión de los negocios públicos antes de la experiencia haitiana y de la formulación de un proyecto emancipador (véase el tema de la esclavitud a partir de 1816) y republicano, que, sin embargo, corre parejas con la reivindicación del Poder Moral. En cuanto al General José Antonio Páez, El Centauro, su encumbramiento tanto político como social, no resulta tan insólito en la medida en que se va estableciendo una manera de influir en el pueblo debido a la consagración de una persona sin blasones ni formación intelectual, capaz de determinar la marcha de los acontecimientos sin que pesen en el fortalecimiento del liderazgo las conminaciones institucionales.
5E. Pino examina por lo tanto las representaciones susceptibles de permanecer en el tiempo y de orientar la evolución del Estado nacional en todo caso en los inicios el período republicano a favor de criaturas de la guerra (caso de Santiago Mariño y José Tadeo Monagas). Se adentra en especial en las páginas del Correo del Orinoco (fundado por Bolívar en 1818 para contrarrestar la ofensiva realista y difundir el mensaje revolucionario) donde se describe al Libertador como un ente superior de quien depende la bienandanza de América. Dicho de otra manera, el personalismo no es sino un resultado apenas limitado de una Independencia que da pie a formas de autoritarismo en una República en armas (véase el Manifiesto de Cartagena y sobretodo la Proclama de Guerra a Muerte antes de la reafirmación republicana del Congreso de Angostura) e incluso al culto bolivariano sin consideramos la crítica despiadada que de Bolívar y del ejercicio tiránico del poder hizo el liberal godo Tomás Lander. Bien se sabe además que Bolívar termina por desconocer las instituciones de Colombia y que llegó a proponer la presidencia vitalicia. De tal forma que la nación que se establece en 1830 responde en primer lugar a un compromiso entre un proyecto liberal de sociedad restablecido por un grupo de individuos relativamente ajenos al proceso y el personalismo encarnado en Páez.
[*] Reseña originariamente publicada en la revista Nuevo Mundo / Mundos Nuevos.