Araucaria. Revista Iberoamericana de Filosofía, Política y Humanidades | Sección digital
Sección digital Otras reseñas Septiembre de 2008
Jesús Gómez Serrano (con la colaboración de Francisco Javier Delgado Aguilar), Un mayorazgo sin fundación. La familia Rincón Gallardo y su latifundio de Ciénega de Mata, 1593-1740[*]
Aguascalientes, Instituto Cultural de Aguascalientes/Consejo de la Crónica de Aguascalientes/ Universidad Autónoma de Aguascalientes, 2006, 268 p.
Frédérique Langue
Entre las deudas intelectuales que conlleva cualquier estudio relacionado con el problema de la tierra en el México colonial, está sin lugar a dudas la obra pionera de François Chevalier, debidamente recordada en las primeras páginas de este libro. El hecho es que un detalle contribuye de entrada en unir ambas investigaciones y ambos estudios: un acervo fundamental para el estudio de las haciendas de Nueva Galicia, de las grandes familias, de sus linajes y de sus redes de familiares y allegados, tal como lo es el archivo colonial de la familia, que se trasladó en esa oportunidad de la ciudad de México a la de Aguascalientes. Este libro se señala por lo tanto por su alto grado de compromiso eurístico y memorial. Al resaltar la importancia que tuvo durante la época colonial y durante buena parte del siglo XIX el latifundio de la familia Rincón Gallardo, Jesús Gómez Serrano hace hincapié en el papel modélico que llegaron a desempeñar los grandes hacendados de Ciénega de Mata en cuanto a concentración de la tierra se refiere. La Ciénega de Mata se distingue en efecto de otros latifundios por la visión a largo plazo de sus dueños, y las consiguientes diversificaciones de las inversiones en el tiempo largo desde principios del siglo XVII hasta fines del XIX , tal como lo pusieron de relieve varios autores (i.e. Beatriz Rojas) en varios estudios de historia regional. Este proceso no deja de recordar las estrategias desarrolladas en la misma región por otras élites novohispanas, especialmente los grandes mineros-hacendados zacatecanos, empresarios antes de tiempo, cuya permanencia en la cúspide del poder económico y del prestigio social pese a la sucesión de las generaciones se debe precisamente a la sabia preservación de sus intereses mediante la diversificación de los mismos, junto a unos muy selectivos enlaces matrimoniales.
Lo cierto es que hasta la fecha, carecíamos sin embargo de un estudio más preciso acerca de los mecanismos que propiciaron la formación de uno de los latifundios más representativos de Nueva España, y, por lo tanto, de las actuaciones de las redes familiares conformadas con este fin, siendo una de las claves la formación del mayorazgo, pasado por alto por la mayoría de los aficionados al tema de las élites en provecho casi exclusivo de las haciendas contempladas en los patrimonios familiares. El presente trabajo examina el proceso inicial de conformación de esta élite terrateniente en el siglo XVII (partiendo del fundador del linaje, el hombre rico y poderoso Pedro Mateos de Ortega, y de las bases económicas de la fortuna familiar, especialmente sus adquisiciones de tierras agrícolas y ganaderas mediante las conocidas mercedes y composiciones de tierras (aprovechando la composición general de 1645 y luego de 1697) en un contexto que se puede calificar para aquel entonces de frontera, momento idóneo para adquirir méritos militares al frente de ejércitos particulares e ingresar más adelante en las órdenes militares u nobiliarias si retomamos la caractérización de G. Lohman Villena) y luego su consolidación en las primeras décadas del siglo XVIII, más precisamente hasta el año 1740, fecha en que el Consejo de Indias reconoce la existencia del mayorazgo, cuyo titular fue Francisco Javier Rincón Gallardo. El aspecto productivo junto a las relaciones de las haciendas con el mercado, las fuentes de capital (crédito eclesiástico mediante censos, capellanías y obras pías) también son parte del análisis propuesto aquí. Otro aspecto no menos fundamental lo constituyen las relaciones sociales (familiares, matrimoniales, clientelares) que conforman redes de parentesco muy eficientes a la hora de ocupar cargos públicos. Otra derivación nos lleva al tema del prestigio y del honor que se derivan de su posición social, tanto en lo económico como en lo social, o sea la búsqueda de honores y privilegios.
Lo más interesante y significativo de la argumentación recogida en este libro no es tanto la ilustración que de determinadas estrategias para medrar y luego para permanecer en la cúspide del poder económico, social y político idearon estas élites, sendos procesos ahora bien conocidos de los aficionados al tema de las élites coloniales, tampoco lo es la discusión acerca de la productividad o autosuficiencia (debidamente comprobada en este caso) de este conjunto territorial, ni siquiera el tema bien conocido también de las deudas originadas por numerosos censos y gravámenes, sino el hilo conductor de esta demostración: el mayorazgo, víctima de una suerte de leyenda negra entre los historiadores, escasamente mencionado por los interesados pero debidamente recordado en sus últimas voluntades en cuanto supremo mecanismo de transmisión de un patrimonio linajero dentro de una misma familia, como se evidencia en el testamento otorgado en 1657. De hecho, el mayorazgo de los Rincón Gallardo, por más que se trate de un vínculo no formalmente establecido, producto de la costumbre (tan fundamental en las Indias y pasada por alto por muchos estudios), fue uno de los pocos que llegaron hasta la época de la Independencia. No fue sino hasta 1734 que se le reconoció a la Ciénega de Mata su carácter de mayorazgo de pleno derecho, y que se zanjaron para siempre los conflictos y pretensiones familiares desatados anteriormente por la sucesión al mayorazgo informal, a sus haciendas y al estatuto social que de estas posesiones se derivaron. De tal forma que esta fundación fue la piedra angular del patrimonio familiar, la garantía del estatuto social alcanzado por los Rincón Gallardo, convertidos de hecho y hasta bien entrado el siglo XIX en una de las familias más ricas de México. En este sentido coincidimos plenamente con la conclusión acerca del cuestionamiento de la tesis según la cual la fundación de mayorazgos respondía sólo a unas ambiciones aristocráticas y carecía de función propiamente económica. Fue en realidad uno de los mecanismos más simbólicos pero también más eficientes de asentamiento de una aristocracia tanto de origen peninsular como criollo, por más que éste llegó a predominar en las fundaciones otorgadas en el siglo XVIII. Queda por esperar que otros estudiosos se adentren en el camino abierto por este trabajo, dicho de otra manera, el rescate de la historia a veces muy local de estos mayorazgos, pero también con vistas a una imprescindible síntesis acerca del significado y papel de estas fundaciones. Otro tanto podría decirse del papel de la costumbre en la conformación de las élites económicas y sociales novohispanas. No son ésos los menores retos que les están esperando a los historiadores mexicanistas.
[*] Reseña originariamente publicada en la revista Nuevo Mundo / Mundos Nuevos.