Araucaria. Revista Iberoamericana de Filosofía, Política y Humanidades | Sección digital
Sección digital Otras reseñas Septiembre de 2008
Lara Mancuso, Cofradías mineras: religiosidad popular en México y Brasil, siglo XVIII, México, El Colegio de México, 2007, 249 p. [*]
Frédérique Langue
Las cofradías y las formas de devoción colectivas han sido objetos de numerosos trabajos y coloquios. El caso novohispano no se diferencia para nada de esta señalada tendencia historiográfica dentro del americanismo. Sin embargo, y salvo unas cuantas síntesis sobre el particular, pocos autores se han adentrado en comparaciones, y menos todavía tratándose de regiones mineras de mayor importancia en ambos conjuntos político-jurisdiccionales de América (América española y Brasil). Por más que los marcos administrativos así como la naturaleza, los ritmos, los actores, las condiciones y el volumen de la producción y de los intercambios fundados en la explotación de minerales (de plata en el caso zacatecano, de oro en Ouro Prieto) cambien sustancialmente de un espacio a otro, L. Mancuso se afanó en subrayar los rasgos comunes de la religiosidad minera en el universo católico iberoamericano en un momento de auge de la producción minera, el siglo XVIII.
Con sobrada razón se acerca a estos verdaderos puentes entre la vida terrenal y el más allá que constituyen las cofradías y hermandades. Calendario y celebraciones litúrgicas, objetos suntuarios tales como aparecen en los inventarios y edificios de culto corren pareja con el análisis de la selección de los cofrades. Al poner de relieve la dinámica de las instituciones religiosas y la extrema capacidad de adaptación de las mismas, subraya sin embargo las modalidades distintas de los procesos de colonización, evangelización y occidentalización de ambas regiones. En este sentido, el modelo teórico elegido, el del antropólogo I. Moreno para las hermandades andaluzas, no carece de interés, al poner de relieve la diversidad de las prácticas devotas y caritativas de sus miembros y por lo tanto la anhelada salvación de éstos, que descansa ocasionalmente en el hecho de pertenecer no sólo a una sino a varias de estas instituciones. Las cofradías reproducen, articulan la estratificación social como bien se comprobó por medio de numerosos estudios regionales, incluso en el caso zacatecano, pese a la dificultad que hay a la hora de localizar la documentación idónea o mejor dicho de tener acceso a ella.
Ahora bien, distamos de coincidir plenamente con la definición previa, según la cual se trataba de sociedades basadas en la esclavitud y en jerarquías estamentales. En las zonas mineras del norte de Nueva España, tan armoniosamente mestizas como lo subrayó W. Jiménez Moreno, la esclavitud y de forma más general, el trabajo coactivo nunca alcanzó el grado de importancia que se le confirió en otras zonas mineras del sur del continente. En este sentido, la frontera cobra un sentido totalmente distinto y más todavía en el siglo XVIII. Está debidamente comprobado además que el costo de un esclavo y su escasa resistencia hacía que no eran rentables para los dueños de minas o de haciendas de beneficio zacatecanas del siglo XVIII. De ahí el predominio de los mestizos entre los trabajadores de minas y haciendas de beneficio, mientras los esclavos zacatecanos no eran sino una señal de riqueza en las aristocráticas mansiones del centro de la ciudad o en las haciendas de campo. Y a diferencia de lo que se evidenció para Minas Gerais y especialmente para Ouro Preto, la historia social de Zacatecas nunca se confundió con la historia de sus cofradías, por varias razones : el nivel de riqueza de los grandes productores de plata, tan presentes (o más, incluso) en la capital virreinal como en la misma Zacatecas (de ahí un mayor protagonismo de las élites secundarias en las actividades efectivas de las cofradías), y la multiplicidad de las inversiones realizadas por éstos, tanto de orden social (incluyendo en esta caracterización y de parte de los grandes mineros titulados o en vía de serlo, la membresía de las órdenes militares cuyo fundamento religioso bien se conoce) como político-financiero, a favor de la Corona de España, amén de la extrema variabilidad poblacional y las migraciones internas que traen consigo las bonanzas mineras (el número de habitantes de la ciudad y de sus contornos podía duplicar, afectando de esta manera el reclutamiento y la presencia de los gremios en las calles de la ciudad). De ahí quizás la prudente orientación privilegiada sin embargo en este libro, la de la religiosidad popular y del seguro social que conlleva en la práctica el hecho de ser cofrade, una manera de subsanar lagunas acerca de la vida cotidiana de la gente de minas, de su imaginario y de su entorno inmediato cuando, de hecho, escasean testimonios escritos de estas vivencias populares.
Quizás los contrastes encontrados entre ambas ciudades mineras enriquecieron el análisis de cada caso específico (estatuto diferencial de los terciarios, relación entre cofradía y espacio urbano, el papel de la esclavitud, muy distinto según el caso considerado). Dadas las múltiples categorías de análisis que asoman en este libro, queda sin embargo una pregunta realmente insoslayable cuando se busca comparar: ¿en qué consistió la americanización de las prácticas señaladas en ambos casos (y no sólo la transferencia de instituciones y creencias hacia América), en qué medida influyeron en la aprensión del fenómeno religioso y de las creencias afines desde la Península? Semejante complemento no hubiera carecido de interés en esta arriesgada síntesis comparada entre estas dos áreas, que termina reconociendo las disimilitudes de las problemáticas desarrolladas por las historiografías mexicanas y brasileñas, y sobretodo, la dificultad que hay en establecer un balance entre los detalles de cada caso y la pertinencia de las generalizaciones que presupone semejante reto, que no siempre tienen que ver con los documentos accesibles sino con un marco conceptual sumamente difícil de establecer.
[*] Reseña originariamente publicada en la revista Nuevo Mundo / Mundos Nuevos.