Sección digital Otras reseñas Octubre de 2009

Norberto Bobbio: Un intelectual comprometido con su tiempo

Norberto Bobbio: Ensayos sobre el fascismo, Prometeo, Buenos Aires, 2006 (176 pp.)

Matías Ilivitzky [*]

 

Afirmar que los cientistas políticos deben estar atentos a los acontecimientos políticos de su alrededor es, aparentemente, sostener un axioma que es cercano al pleonasmo. En esta compilación de ensayos del brillante pensador turinés se refleja precisamente la tarea que debe encarar un intelectual que pretenda lograr la relevancia necesaria para modificar en cierto grado a la opinión pública. Norberto Bobbio comenzó su formación politológica durante los años del régimen de Benito Mussolini, y este breve compendio de algunos de sus escritos demuestra que, más allá de los vastos intereses que lo dominasen a lo largo de su vasta trayectoria académica y pública, todos tienen un factor común: devolverle a la actividad política y, por qué no, también a la politológica, una existencia que pareció acabar al efectuarse la marcha sobre Roma.

Con una esclarecedora nota introductoria de Luis Rossi, quien también lleva a cabo una correcta traducción, los ocho ensayos aquí reunidos, elaborados entre las décadas de 1960 y 1980, demuestran el apasionamiento y la dedicación que el filósofo político italiano poseía por una de las más arduas tareas que tuvo que acometer: desmitificar al fascismo en la posguerra, sin demonizarlo ni negar o disminuir su impacto, para que pudiese ser analizado en función de lo que efectivamente realizó.

Sin embargo, es verdad que esta tarea dista mucho de representar un punto de vista objetivo o impersonal. Como buen analista de lo social Bobbio asume que es imposible no representar un punto de vista específico a la hora de escribir, y ante la disyuntiva de tratar de disimular sus propios pareceres para poder ejercer una influencia solapada o de indicárselos al lector, opta por esta última alternativa. De esta forma puede establecerse un diálogo con el pensador a partir de sus opiniones manifiestamente contrarias al Duce.

En “El régimen fascista”, Bobbio se detiene a observar como la Italia monárquica, parlamentaria y democrática que había obtenido este tipo de organización desde su unificación sufrió con Mussolini una mutación radical que la condujo a un gobierno opuesto al parlamento liberal y a la misma democracia. De esta forma, utilizando oposiciones binarias propuestas por el mismo Mussolini, se presenta al movimiento como una ideología de la negación, que para Bobbio es un retroceso respecto a los avances que el país había registrado en las décadas previas a su acceso al poder. El fascismo es entonces una contrarrevolución que como resultado práctico solo tendrá el negar a los italianos las conquistas políticas de la organización nacional.

El proceso de fascistización del Estado debía completar la metamorfosis hacia lo que el dirigente de los grupos de camisas pardas calificará como Estado totalitario - apropiándose así de un término que se utilizaba para criticarlo - una entidad que domina todos los aspectos de la vida en común. Ello implicará, como se explora en el artículo “Giovanni Gentile”, una desvirtuación del ideal del Estado ético hegeliano en pos de una acentuación de la faceta represiva de lo estatal. En su afán por la anulación y por la totalización se cercenarán los derechos civiles (como los de asociación sindical y de libertad de prensa) y los políticos, a través de una reforma electoral que favorecía desproporcionadamente a la agrupación partidaria que más votos obtuviera, lo que beneficiaba exclusivamente al Partido Nacional Fascista y lo que significó una “destrucción legal del sistema parlamentario” (p.46).

 

El politólogo turinés sostiene que el fascismo no poseía un programa de administración pública, sino que simplemente deseaba el poder por el poder mismo. Califica sus movimientos como accionar sin pensamiento, y define a la violencia como su ideología, influenciada por el irracionalismo, el futurismo y los escritos de exponentes de la derecha francesa radicalizada como Maurras y Barrés. Esta última se mantenía cohesionada solo en base a su odio al régimen democrático y a uno de sus adalides máximos, Jean Jacques Rousseau, incluso en un grado superior al que poseían por Karl Marx.

Bobbio emprenderá en “La ideología del fascismo” una apasionada defensa del teórico ginebrino, apartando cualquier sospecha de antidemocratismo que pudiera extraerse de su obra para orientar las acusaciones en dirección a, principalmente, Friedrich Nietzsche. Será éste, junto con Spengler, quien influencie mayoritariamente a los pensadores irracionalistas y vitalistas, mientras que la crítica historicista al proyecto de la Ilustración se basará en una interpretación conservadora del idealismo de Hegel. Será el pensamiento nietzscheano también el que más se oponga al apotegma del acontecimiento democrático par excellence, la Revolución Francesa, debido a que el mismo permite a las multitudes la participación política.

Las teorías aristocratizantes como las de Michels, Pareto o Mosca se basaban precisamente en una crítica a la masividad democrática y a la pérdida de las virtudes que consideraban necesarias para el ejercicio de la actividad pública. El mismo precepto se evidencia en los postulados del racismo, que pretendía circunscribir los derechos políticos y civiles para una minoría de elegidos. En definitiva, en el fascismo confluyen “todas las tendencias antidemocráticas del inicio del siglo XX” (p.73), lo cual ubica a esta ideología como la negación absoluta del liberalismo (más allá de que algunos de sus adalides quisieran ubicarla como tercera vía de índole corporativista entre el capitalismo y el socialismo) y solo por este factor como encarnación del totalitarismo (a pesar de que existan grandes diferencias con las dos experiencias paradigmáticas de este concepto, los regímenes nazi y soviético).

Para tratar de contestar una pregunta de infinitas respuestas como ¿qué fue el fascismo?, en “Fascismo y antifascismo” Bobbio encuentra dos visiones predominantes. La de la derecha conservadora, que creyó que Mussolini era extraño a la actividad política cotidiana de la Italia de los años ’20 y pensaron que era un mal necesario y pasajero, que sería fácilmente dominable debido a su inexperiencia, hasta que posteriormente el mismo desarrollo de los acontecimientos se encargó de demostrarles lo contrario; y la de la izquierda secular, moderada y democrática, que vio en el nuevo movimiento “la síntesis de todas las características negativas del pueblo italiano” (p.76).

La opinión del propio autor es que hubo dos ramas de la experiencia fascista, una conservadora protagonizada por partidarios experimentados de la derecha, cuyo mayor exponente fue Gentile, que predominaría en la primera década en donde se construirían y solidificarían las bases y fundamentos del Estado corporativo, y otra extremista y nacionalista que señalaría el rumbo bélico y agresivo de los últimos años, conformada por una nueva generación de jóvenes formados en el régimen, cuya mayor evidencia de predominio es la alianza con Hitler, y que obtendría como resultado el fin de la supremacía política de Mussolini. Nuevamente, lo único que pudo haber mantenido unidas estas tendencias es el odio a la democracia, y es por ello que Bobbio encuentra que no una sino dos ideologías son las que sostuvieron al Duce.

En “La caída del fascismo” se nos revela el rostro más comprometido del intelectual italiano, tanto al relatar la alegría que embebía a la mayoría de sus compatriotas con la remoción de Mussolini como al debatir contra las teorías, como la del historiador Renzo De Felice, que postulaban que durante un período se evidenció un consenso de la sociedad italiana en sostener y apoyar al gobierno de los camisas pardas. A su parecer es imposible tanto un consenso unánime, porque ello evidencia coerción, como que se manifieste un genuino apoyo cuando su alternativa, el disenso y la oposición, estaba prohibida.

Finalmente, en “Cultura y fascismo”, “¿Existió una cultura fascista?” y “La filosofía italiana durante el fascismo”, Bobbio sostiene que no existió, a pesar de los intentos de los jerarcas del régimen, una cultura propiamente fascista. Su mayor manifestación, la Enciclopedia Italiana, cuya confección estuviese dirigida por Gentile, albergaba producciones de autores ajenos o directamente opuestos al fascismo. Por ende se evidenció una coexistencia, por cierto incómoda, entre los allegados a la actividad cultural, que más allá de esporádicas loas procedimentales hacia el líder indiscutido, podían gozar de cierta libertad, y las principales figuras intelectuales del fascismo, quienes solo pudieron remitirse a valores estereotipados como el heroísmo y el vitalismo para tratar de caracterizar culturalmente a un movimiento que no era promotor de una actividad cultural propiamente independiente.

Una de las principales consecuencias de la caída del fascismo será entonces el haber legado no un acervo cultural que permita comprender mejor la índole del movimiento sino por el contrario la carencia de una “seria cultura de derecha” (p.159), que debido al estigma impuesto entre los años 1922 y 1943, no podrá defender abiertamente sus posicionamientos públicos en la renacida democracia de la primera República Italiana debido a la probabilidad de despertar reminiscencias y conexiones con el extremismo reaccionario del Duce.

A modo de balance final puede sostenerse que el sentido último de los escritos de Bobbio es una defensa fundamentada del sistema democrático. Si bien éste pueda tener falencias, no es útil a su parecer intentar derogarlo por completo sino que, como sostiene en el conmovedor final de “Fascismo y antifascismo”, deben efectuarse reformas que, a pesar de que requieran tiempo y paciencia, son la única manera de efectuar cambios en “el régimen de los pueblos civiles” (p.87). De lo contrario, según el autor no debería sorprendernos que, como en el caso de los comienzos de la V República Francesa, en plena democracia se continúe aclamando a un general (De Gaulle) y denominándolo liberador y salvador de la patria. Estas afirmaciones develan que, en un clima de época caracterizado por la recurso asiduo a la violencia tanto desde el Estado como desde la sociedad civil, para uno de los pensadores más incisivos de la Italia de posguerra la democracia era y seguiría siendo la única alternativa para poder disfrutar de una vida pacífica y organizada.

 


[*] UBA-CONICET  ilivitzky@gmail.com

 

 

ISSN 0327-7763  |  2010 Araucaria. Revista Iberoamericana de Filosofía, Política y Humanidades  |  Contactar