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¿Decadencia o esplendor? El siglo XVIII borbónico en Arequipa
Comentarios al texto de Kendall W. Brown. Borbones y aguardiente. La reforma imperial en el sur peruano: Arequipa en vísperas de la independencia. Lima: IEP-BCRP, 2008, 322 pp.
Daniel Morán [*]
Los estudios sobre historia económica del Perú borbónico se han realizado, mayormente, tomando como punto de análisis la visión centralista limeña. Pocas han sido las aportaciones regionales al respecto, por ello, es gratificante y saludable para la historiografía y la historia regional peruana, la publicación del libro del historiador norteamericano Kendall W. Brown, Borbones y aguardiente. El texto es la traducción al castellano de su investigación publicada originalmente en inglés en 1986 y representa el segundo número de la novedosa Colección Historia Económica auspiciada por el Instituto de Estudios Peruanos y el Banco Central de Reserva del Perú.
La investigación de Brown es una de las mejores monografías regionales de la historia económica peruana del siglo XVIII. Los argumentos centrales de Borbones y aguardiente, en nuestra opinión, tratan de resolver o al menos presentar una explicación coherente y documentada de las siguientes interrogantes: ¿Cuáles eran los objetivos principales de los reformadores borbónicos con respecto a sus posesiones regionales en América?, ¿cuál era la situación económica-política de Arequipa a principios del XVIII? Las reformas aplicadas en Arequipa ¿qué consecuencias ocasionaron en la agricultura y la minería colonial? Por otro lado, ¿la expansión económica comercial de Arequipa con el mercado del Alto Perú que ventajas y contradicciones supuso en la economía regional y en la política reformista de los borbones?, igualmente, ¿cómo se puede explicar en estos años de transformaciones la movilidad social de la sociedad arequipeña? En todo esto ¿cuál fue y sería el papel de la iglesia con el Estado borbónico a partir de la implementación de las reformas imperiales? Estas reformas que modificaron la economía y la política colonial ¿qué características particulares presentó en Arequipa? Finalmente, Brown llega a desarrollar y medir, parcialmente, la influencia y las consecuencias de la reforma fiscal y la implementación de nuevos impuestos en el espacio regional arequipeño. Estas reflexiones le sirven para explicar, provocativamente, como Arequipa desafió a las reformas borbónicas a través de la rebelión de los pasquines de 1780.
Sobre estas interrogantes, desarrollamos nuestros comentarios al libro de Kendall W. Brown. En el siglo XVIII, España desarrolló una economía imperial que buscó fortalecer su poder militar y político. Así, Carlos III se propuso con las reformas borbónicas reafirmar su autoridad sobre los territorios semi-independientes como Arequipa que la dinastía de los Habsburgo había tolerado. Arequipa era una región integrada económicamente al imperio, pero que había devenido en territorio casi-liberado del dominio efectivo de las autoridades de Lima y, claramente, alejada de la sede real. En ese sentido, el autor señala que España durante el gobierno de los Habsburgo tuvo que concentrarse en establecer un dominio centralizado en Lima, Huancavelica y Potosí debido a la precariedad de los fondos para poder ejercerlo en todo el ámbito colonial. Esas ciudades fueron elegidas como centros de poder por su disposición a un control económico-político y gracias a la explotación minera y los fuertes ingresos del tributo indígena. En cambio, la situación de Arequipa, del Río de la Plata, Chile y Paraguay, fue diferente. Estás regiones no tuvieron un control efectivo de parte del poder real, porque no representaron territorios que brindaran fuertes ingresos económicos a España. Por ello, se constituyeron en regiones autónomas a los intereses locales. Por lo tanto, con el advenimiento de los borbones al poder se impuso un fuerte control de esas regiones que ocasionó que los intereses regionales chocaran con la política imperial. Aun así las reformas borbónicas convirtieron a Arequipa en una región económica y fiscalmente productiva en el sistema colonial. Es decir, la ciudad blanca pasó de ser en los siglos XVI-XVII una región económicamente periférica del control real a un área de gran importancia económica en el siglo XVIII.
Esa importancia radicó en varios factores. En primer lugar, Arequipa estimuló un crecimiento de la población no indígena a su vez que aumentó la coacción y presión fiscal sobre las clases populares. Esto se observa en las diversas formas que se buscó para disponer de mano de obra (la encomienda, la mita, el tributo y los repartimientos). Todo esto nos hace concluir que los indígenas conformaban las clases más bajas y explotadas de la sociedad colonial. La situación de las castas no era para nada alentadora. En segundo lugar, los borbones crearon una burocracia política y fiscal más efectiva y contaron con el apoyo de la iglesia para reforzar la autoridad real. A pesar que en Arequipa “los intereses locales primaban sobre las prioridades reales”, los borbones consiguieron alterar paulatinamente “la relación básica entre la metrópoli y el sur del Perú.”
Así, Arequipa en el siglo XVIII tuvo como actividades económicas importantes a la agricultura, la minería y las manufacturas. Lo esencial en la actividad agrícola arequipeña fue la producción de la viticultura. De la vid se sacaba el vino y el aguardiente que eran los principales productos comerciales. El vino se convirtió en la base de la economía arequipeña. Sin embargo, la crisis del siglo XVII ocasionó el descenso de la producción de vinos de Arequipa por la competencia de Ica y Pisco que conquistaron el mercado de la costa norte y el Alto Perú. Pero a partir de 1700-1775, se produce una recuperación del vino que en realidad fue el resultado de la introducción de un nuevo producto como el aguardiente, además de la expansión minera y el crecimiento demográfico. Esta producción de vino y aguardiente no sufrió la falta de mano de obra. También se aprovechó el vino sobrante que era convertido en aguardiente. A partir de 1775, la agricultura finalizó su ciclo de expansión y las políticas borbónicas presionaron cada vez más a la agricultura de Arequipa con una serie de impuestos.
En forma simultánea, la preocupación de los borbones estuvo en estimular la minería peruana de plata: “Arequipa dependía del flujo de plata del Alto Perú, que hacía posible el comercio del vino y del aguardiente, permitía al pueblo importar mercancías de Europa y pagaba a la burocracia imperial.” Por ello, la prosperidad del sur peruano dependía de la explotación minera. Para esto la corona redujo los impuestos sobre la plata del 20% al 11%, y monopolizó el acceso del mercurio. Era Potosí el centro minero más importantes del Alto Perú que no solamente permitía la explotación de plata, sino que estimulaba fuertemente el comercio de vino y aguardiente. En palabras del autor: “Sin la plata, Arequipa habría sido una sociedad agraria simple.”
España durante los Habsburgo no tenía un dominio efectivo de las regiones periféricas como Arequipa, la propia elite regional y local a través del comercio logró integrarse al interior de las colonias y al mismo imperio español. Entonces, es evidente que la economía de Arequipa estaba supeditada al mercado altoperuano (Potosí y La Paz), por el comercio del vino y el aguardiente. Este último “era el único fruto que introduce dinero en esta provincia.” En cálculo promedio se puede expresar que en 1791 el sur del Perú exportó a Potosí por un valor de 393,521 pesos de los cuales el 85% estaba conformado por productos vitivinícolas. De todo ello, Moquegua fue el proveedor más importante con 262,900 pesos equivalentes a un 67% del total; y en el cual el aguardiente generó 252,330 y el vino solamente 10,152 pesos. Se concluye que el vino y el aguardiente dominaban con claridad el comercio con Potosí y que junto a La Paz eran importantes centros de distribución para el altiplano.
Si bien este mercado era importante, las colonias americanas se veían afectadas porque España no podía satisfacer sus demandas de mercancías. Por ello, el sur del Perú se vio comprometido en el contrabando con franceses, británicos y norteamericanos, para satisfacer precisamente esas necesidades, pues en términos legales Arequipa dependía de Lima para importar mercaderías de Europa. En ese sentido, el comercio libre de 1778 ocasionó cambios importantes en el comercio colonial. Esta medida significó para Arequipa cierta independencia con respecto a Lima, podía recibir mercaderías directamente del Río de la Plata a mejores precios y en menor tiempo. Además, la presencia elevada de españoles y criollos en Arequipa hacía que existiese una mayor demanda de productos europeos.
Si bien el comercio de importación era importante en Arequipa, el comercio en bienes producidos localmente lo superó de forma notable. En otras palabras, Arequipa consumía en mayor cantidad productos locales como el azúcar, vino, aguardiente, aceite de oliva y el algodón.
Al presentar esta caracterización de la economía arequipeña, el autor señala que no se puede aceptar la idea que consideraba a Arequipa como una región aparentemente periférica y marginal de la economía española. La existencia de lazos comerciales con Lima y el Alto Perú la integraban en la economía imperial. Así, en el siglo XVIII Arequipa pasa por dos tendencias comerciales. La primera que duró hasta 1770 puede considerarse como altamente favorable. En cambio la tendencia que empieza en 1770 se torna preocupante debido al estancamiento del vino y el aguardiente, y los impuestos que se establecieron. Por lo tanto, en 1770, cuando empiezan el período intensivo de las reformas borbónicas, Arequipa se encuentra frente a una transición comercial en cierta forma diferente y poco alentadora.
Esta base económica arequipeña en el siglo borbónico afectó nítidamente el aspecto social de su sociedad. En Arequipa existió una gran fluidez de la jerarquía social impulsada por la expansión comercial y el establecimiento del comercio libre. La idea fundamental de todos estos cambios sociales se resumen así: La estructura socioeconómica de la ciudad de Arequipa en 1790 demuestra que los españoles, como en el caso de los Goyeneche, prosperaron durante los años de la reforma imperial debido a la expansión del comercio y los favores que la metrópoli les concedió priorizando su presencia en los cargos burocráticos del virreinato. Todo esto afectó la economía de los criollos y su acceso al poder político. Además, Arequipa no era una región de grandes haciendas, por el contrario, estaba habitada por un número de pequeños y medianos propietarios. Incluso, era la región que poseía menos indígenas del virreinato.
Estas características de la región, incentivaba que españoles vinieran de la metrópoli a buscar fortuna en Arequipa. Algunos lo hacían a través de nombramientos burocráticos, otros por comisiones militares y en una mayor cantidad como gorreros, es decir, traídos por la recomendación de parientes que se habían establecido antes en la región y participaban activamente en la expansión comercial. Así, estos españoles, muchos de ellos convertidos en mercaderes, acumulaban suficientes ganancias que a la larga les servía para comprar prestigio, poder y moverse a posiciones de mayor estatus social y político que los criollos.
Por otro lado, en la investigación de Kendall W. Brown es importante el análisis del papel que tuvo la iglesia en el orden colonial. España desde el momento de la invasión se aseguró el control absoluto sobre la iglesia americana. La autoridad real propugnó que el clero americano no solamente buscara celebrar los ritos religiosos y que los indígenas se convirtieran al catolicismo, sino que también “debían predicar la sumisión ante las autoridades reales” y servir eficientemente “a los objetivos políticos de la corona.” En cierta forma lo que se denominó como Real Patronato ayudó a fortalecer los vínculos entre la Iglesia y el Estado. Pero la sumisión de la iglesia al poder real no vino gratis, a cambio, el monarca aseguró a la iglesia el monopolio religioso de las colonias.
Este monopolio religioso de la iglesia se tradujo en una enorme capacidad de poder económico y social. Era claramente una institución muy rica y sus miembros ejercían una gran influencia en la sociedad colonial. Todo esto resultaba importante si se tenía en cuenta que era la iglesia la que ayudaba al Estado a mantener en armonía social a los diversos grupos populares. Como señaló Pablo Macera: “una historia económica de la iglesia equivaldría a una historia económica del período colonial.” La iglesia arequipeña poseía haciendas, viñedos y tierras agrícolas, invertía en minas y las explotaba, organizaba extensas redes comerciales y vendía sus propias mercancías. Explotaba a sus parroquianos, fundamentalmente, indígenas como mano de obra y se convirtió en el principal prestamista del virreinato con altas tasas de interés. Además, la iglesia recibía ingresos de los diezmos, el dinero del tributo y las mercedes reales especiales, pero todo ello no satisfacía los apetitos económicos del clero. Por ello, la iglesia no se dedicó solamente a predicar la palabra de Dios, sino que diversificó su poder al ámbito económico y social. Por ejemplo, el convento de Santa Catalina era probablemente la institución financiera más importante de la diócesis, que recibía fuertes ingresos económicos, mayormente, por los censos de los viñedos. En cambio, la compañía de Jesús prefería comprar propiedades y explotarlas de forma directa. Estas instituciones poseían un poder económico envidiable.
En este contexto, los reformadores borbónicos buscaron supervisar a la iglesia más atentamente. La idea era impedir que esta funcionara como “un Estado dentro del Estado” y volviera otra vez al dominio real. Para ello, los borbones dieron a la caja real el control directo sobre la recaudación y distribución del diezmo y los jesuitas fueron expulsados de América por desafiar las órdenes reales y sus propiedades confiscadas por la corona generando para España una nueva fuente de ingreso. El establecimiento de las intendencias generó también una reducción del privilegio religioso al permitir al intendente la fiscalización de los asuntos eclesiásticos a nivel regional. Entonces, las reformas borbónicas de la iglesia resultaron exitosas porque permitieron que el poder religioso se convirtiera en un elemento clave de apoyo político al imperio.
Lo neurálgico de las reformas borbónicas se concentró en los cambios políticos y económicos. Se llevó a cabo la reforma de la burocracia imperial que permitió elevar los ingresos económicos para financiar las reformas militares y sobrellevar los peligros externos. De igual manera, la corona buscó estimular la economía colonial con el propósito de fomentar una mayor producción de plata y de otros productos de exportación, además de hacer que el mercado americano demandara mercancías españolas.
La corona desarrolló la profunda centralización política de Arequipa. La creación del virreinato del Río de la Plata, el paulatino desplazamiento de los criollos de los cargos públicos, la implementación de las intendencias y la creación de la audiencia del Cuzco, permitió que los peninsulares llegados a Arequipa tuvieran la oportunidad de apoderarse del comercio de mercancías europeas y fueran tentados a ocupar los cargos públicos que antes estaban en manos de los criollos. Arequipa a pesar de solicitar formar parte de la nueva audiencia del Cuzco fueron mantenidos en el área de influencia y control de Lima. Por todo esto, los borbones para preservar su imperio tuvieron necesariamente que reestructurar la relación imperial, para conseguir que sus colonias le proporcionaran más recursos para su propia defensa. Todo ello conllevó a reorganizar el sistema fiscal y los niveles de tributación. Porque era obvio que sin ingresos económicos suficientes no se podía llevar adelante ninguna reforma en América ni mucho menos defender el imperio español ante las amenazas externas. Por ello, los borbones centralizaron y agrandaron la burocracia fiscal con la intención de obtener una recolección eficiente de los impuestos generados en sus colonias. El sistema de las intendencias en ese sentido jugó un rol fundamental, pues permitió un control particular de las regiones coloniales. Así, la corona implementó una nueva base de ingresos con el establecimiento de varios impuestos. En 1752 se estableció el monopolio real sobre la producción del tabaco, por ejemplo, en 1750 el monopolio del tabaco producía entre 17,000 y 18,000 pesos al año, en cambio, en 1780 las ganancias anuales netas para Arequipa subieron a más de 70,000 pesos. En 1777 se estableció el impuesto al aguardiente con una tasa de 12.5%, este producto antes de esa fecha había escapado al sistema de impuestos, por ello generó en Arequipa y el sur peruano una oposición en su aplicación. A parte del tabaco y el aguardiente, la presión fiscal se desarrolló en la recaudación de tributos, la corona mandó a realizar una nueva matricula de los indios tributarios para recibir toda la contribución en forma efectiva. En 1778 se recaudó 20,000 pesos para pasar en 1800 a casi 100,000. Asimismo, al establecerse la aduana en Arequipa, se incrementó la tasa de la alcabala de un 4% a 6%. En definitiva, los nuevos impuestos sentaron las bases para un gran crecimiento fiscal. Pero ese crecimiento no hubiera sido real si no hubiese existido una reorganización de la burocracia fiscal, se dotó así de suficiente personal a las cajas reales y a las aduanas.
Sin embargo, visto en todo el proceso del siglo XVIII el autor concluye que: “los nuevos impuestos estimularon la producción, pero la naturaleza del mercado era tal que incrementó las cantidades de vino y de aguardiente y produjo precios inferiores en vez de ganancias superiores.” En otras palabras, las reformas fiscales de los borbones ayudaron y entorpecieron a la vez la economía arequipeña. Y no solamente eso sino que generaron las condiciones para la rebelión de los pasquines de 1780. Esta rebelión fue una reacción conservadora contra la creciente presión fiscal de los reformadores borbónicos. En Arequipa esta coacción encargada a Pando se basó en el establecimiento de la aduana, el cobro efectivo de la alcabala, del impuesto al aguardiente y la supuesta inclusión en calidad de tributarios de las castas. A esto se sumó la excesiva imposición de los repartos a los indios que realizaba el odiado corregidor Sematnat. Por esta presión fiscal el comportamiento de rechazo hacia dichas reformas fue casi general. Los arequipeños encontraron en los pasquines una forma de materializar su descontento que al final llevó a un grado de violencia incontenible para la propia clase criolla. Sin embargo, la rebelión fue literalmente aplastada por la milicia colonial.
Solamente unos meses después la sublevación de Túpac Amaru II distrajo las miradas sobre Arequipa, el gobierno colonial limeño juntó todas sus fuerzas para derrotar a los insurrectos del Cuzco. Esta nueva situación dio la oportunidad a Arequipa de demostrar su fidelidad a la corona española después de los negativos sucesos de la rebelión de los pasquines. Así, las clases superiores arequipeñas apoyaron a España decididamente, pues vieron la peligrosidad india y la posible pérdida de sus privilegios. Además, la rebelión de Túpac Amaru afectó el comercio con el Cuzco y el mercado del altiplano interrumpiéndose la venta de vino y aguardiente, base fundamental de la economía de Arequipa.
Todas estas reflexiones que Kendall W. Brown desarrolla en Borbones y aguardiente, me permiten señalar algunas apreciaciones particulares. Los reformadores borbónicos al implantar en las colonias sus reformas no tomaron en cuenta la situación regional del sur peruano, al igual que en la actualidad, la historiografía especializada no se ha preocupado en analizar las variantes de las economías regionales, centrando únicamente sus estudios en el centro del poder colonial. En gran medida durante los Habsburgo y principalmente en el siglo XVIII borbónico, Arequipa creó, ante la despreocupación imperial, su propia base económica con el mercado del Alto Perú, gracias al comercio del vino y el aguardiente. Si bien esa producción y comercio supuso un crecimiento sostenido de la economía arequipeña entre 1700 y 1775, esa misma dependencia de su economía y, fundamentalmente, la fuerte presión fiscal impuesta por la corona, fueron las causas de su declive en la última parte del siglo XVIII. Porque los arequipeños se acostumbraron únicamente a llevar vino y aguardiente al Alto Perú y regresar con plata para comprar mercancías europeas en Lima. No acompañaron a esa actividad económica una diversificación intensiva de las demás actividades productivas. Incluso, a los mismos borbones no les interesó impulsar la industria ni mucho menos el sector agrícola, porque en su perspectiva las colonias eran vistas como reservorios de oro y plata y mercados para la venta de sus productos traídos del exterior.
Sin embargo, esta economía arequipeña endeble, coyuntural y dependiente, permite demostrar que las regiones, en divergencia con el poder central, poseen variantes económicas capaces de permitir una prosperidad momentánea pero eficiente. Entonces, ya no es posible generalizar y afirmar que todo el virreinato peruano estuvo en el siglo XVIII en decadencia. La experiencia de Arequipa ejemplifica didácticamente esta problemática y nos induce a seguir bregando por la investigación de historias regionales para una mejor comprensión del siglo borbónico en América. Finalmente, un solo reproche constructivo al texto estaría en haber detenido su análisis en las postrimerías de ese siglo, pudiendo haber ofrecido, quizás, una explicación del proceso independentista en Arequipa, aprovechando como base la dinámica económica desarrollada a lo largo de toda la investigación. No obstante, la presentación y comprensión de la economía arequipeña del XVIII nos abre luces y caminos para explicar el complicado proceso de la independencia en el sur andino, el Perú y América Latina.
[*] aedo27@hotmail.com | Universidad Nacional Mayor de San Marcos (Lima, Perú). Universidad Nacional de San Martín-IDAES (Buenos Aires, Argentina).