Sección digital Otras reseñas mayo de 2009

John Rawls: Maestro y amigo [*]

Samuel Freeman

 

El filósofo John Rawls falleció en 2002, a los 81 años de edad, y es bien sabido que ejerció una enorme influencia sobre las discusiones académicas en los terrenos de la justicia social, política y económica. Su libro de 1971, A Theory of Justice, es ampliamente reconocido como el trabajo más significativo en la filosofía política desde la publicación, en 1869, de On Liberty, de John Stuart Mill. Por esto, no es sorprendente que incluso en el corto tiempo desde el fallecimiento de Rawls, hayamos visto numerosos tributos enfocados en sus formidables contribuciones intelectuales. Pero quisiera agregar aquí algunas reflexiones personales.

El interés de Rawls durante toda su vida en la justicia, creció a partir de sus tempranas preocupaciones por algunas cuestiones religiosas básicas sobre la existencia del mal en el mundo y si la existencia humana es, no obstante, rescatable de ser vivida. Tal preocupación se originó durante la Segunda Guerra Mundial mientras Rawls era, primero, estudiante en la Universidad de Princeton y, luego, soldado en el Pacífico sur, y lo condujo a inquirir si una sociedad justa es realísticamente posible. El trabajo de su vida fue dirigido hacia intentar descubrir lo que la justicia requiere de nosotros y, luego, a mostrar que podemos realizarla efectivamente a partir de nuestras capacidades humanas.

Rawls nació en Baltimore (Maryland) dentro de una familia acomodada. Su padre era un abogado prominente y su madre una activista en la política local. Yo fui uno de sus estudiantes de Doctorado al inicio de los años 80, pero estuve inspirado por él incluso desde antes de conocernos. Mientras leía A Theory of Justice, ya como abogado, tomé la decisión de dejar el derecho para graduarme en filosofía. Por aquel entonces nunca soñé que tendría la inmensa fortuna de estudiar directamente con Rawls, así como de editar algunos de sus trabajos, y mucho menos, de convertirme en su amigo. 

Aunque no puedo estar seguro, pienso que Jack fue caluroso conmigo porque, como su padre, yo era de Carolina del Norte; él se sentía cómodo con la relajada conducta sureña y disfruta mis simpáticas bromas. Por ejemplo, recuerdo que al final del milenio la Librería Moderna [Modern Library] clasificó las 100 mejores obras de literatura no novelesca en inglés durante todo el Siglo XX. A Theory of Justice ocupó el lugar 28, un puesto significativamente alto para un libro de filosofía, pero todavía superado por el trabajo pionero en lógica de Bertrand Russell y Alfred North Whitehead, Principia Mathematica, que ocupó el lugar 23. Le dije en tono bromista: “Jack, ¡debiste haber trabajado más duro!”, y él se rió a carcajadas.

Jack fue un hombre apacible, modesto y amable que no buscó la fama ni disfrutó la popularidad. Era una persona reservada que se dedicó a investigar y enseñar, aunque también se relajaba a menudo con su familia y sus amigos. Declinaba la mayoría de solicitudes para entrevistarlo y decidió no tomar un papel activo en la vida pública. En parte porque se sentía incómodo hablando ante extraños y grupos numerosos, y tartamudeaba a menudo en esos escenarios. Pero también porque creía que los filósofos son casi siempre mal entendidos cuando se dirigen al público y que, mientras la filosofía política tiene una influencia considerable sobre la vida de las personas, sus efectos son indirectos y se requieren muchos años para que puedan volverse parte de la conciencia moral de la sociedad.

En 1999 Jack aceptó la Medalla Nacional de las Humanidades del Presidente Clinton y también el premio Rolf Schock en Lógica y Filosofía de la Universidad de Oxford. Antes de estos reconocimientos, él habitualmente declinaba honores porque los grandes premios y galardones lo hacían sentir incómodo. Sabiendo esto, Mardy, su esposa por 53 años, nos contó en una ocasión que cuando a Jack le ofrecieron el Premio de Kyoto, que incluía US$ 500.000, ella lo declinó en su nombre sin haberle consultado. Cuando lo hizo, Jack dijo que podría aceptarlo dependiendo de las condiciones. Sin embargo, cuando supo que éstas incluían no sólo que debía dictar tres conferencias públicas, sino que también debía almorzar y comer con el Emperador de Japón, Jack reafirmó la declinación inicial. Su hija Liz dijo que él estaría dispuesto a hacer muchas cosas, pero no compartir una comida con el Emperador. (De hecho, Jack denunció frecuentemente la práctica de la realeza y los corruptores efectos de esa clase de privilegios).

Eso explica el aprecio que sentía por Abraham Lincoln. Jack admiraba a Lincoln porque lo veía como el Presidente que más valoraba la igualdad moral de los seres humanos y porque fue, como pocos, un hombre de Estado no comprometido con el mal. A menudo, Jack citaba la sentencia de Lincoln: “Si la esclavitud no está mal, entonces nada está mal”, como el mejor ejemplo de una convicción moral en la que debe creer cualquier persona con un sentido de justicia. 

El giro derechista de la política norteamericana molestaba a Jack, e inclusive llegó a afirmar del Congreso bajo la administración de Newt Gingrich que “estaban destruyendo nuestra democracia”. Se horrorizaba por la práctica constante de permitir cabildeos de los negociantes y comerciantes en las reuniones de los comités para influir indebidamente en las propuestas legislativas. Lo censuraba y condenaba al igual que a nuestro sistema de financiación corporativa de las campañas políticas, por cuanto sostenía que estaban “vendiendo la confianza pública”. Juzgó la administración y el Congreso de ese entonces con los mismos altos estándares.

Jack fue también un profesor concienzudo. Sus clases eran cuidadosamente preparadas y siempre puestas por escrito; las revisaba continuamente después de leer las obras eruditas más recientes y de replantear sus tesis iniciales. Les facilitaba a sus estudiantes los apuntes preliminares de sus clases, reconociendo que algunas veces tartamudeaba, por lo que no estaba seguro de haber podido ser entendido correctamente. Una mejor razón, seguramente, es que sus clases eran muy intensas y difíciles de digerir cuando uno las escuchaba una vez (e incluso dos o tres). Dos de tres tomos de esas notas de sus clases están disponibles ahora. Jack se opuso inicialmente a su publicación, pero algunos antiguos estudiantes, como Barbara Herman, apelaron a su sentido de equidad diciéndole que, mientras sus propios estudiantes continuaron beneficiándose de forma profesional de sus enseñanzas, otros no podrían hacerlo. También se resistió a publicar su colección de escritos breves [Collected papers], y dijo que los había concebido sólo como oportunidades de experimentar ideas, las cuales serían posteriormente revisadas o rechazadas en un libro [1] . Cuando le dijeron que estudiantes y personas ya graduadas pasaban horas buscando e indagando por sus numerosos escritos breves, accedió a que fueran editados en un tomo [2] .

A diferencia de la mayoría de filósofos angloamericanos de su tiempo, quienes enfatizaron sus estudios en el análisis del lenguaje, la lógica y los conceptos, el trabajo de Jack era sistemático y dirigido por una visión estructurada y más de conjunto. La mayor parte de éste eran diálogos con las grandes figuras de la filosofía moral y política moderna, como los principales autores de la tradición contractualista (Thomas Hobbes, John Locke y Jean Jacques Rousseau), los utilitaristas (David Hume, John Stuart Mill y Henry Sidgwick) y los idealistas alemanes (Immanuel Kant, Georg W. F. Hegel y Karl Marx). No sólo en su estructura, de hecho, sino también en su prosa, A Theory of Justice se lee como la obra de un filósofo del siglo XIX. (Como su colega y amigo cercano Burton Dreben dijo una vez: “se lee como si fuera traducida del alemán”).

En todas sus obras, Jack era muy generoso citando otros autores, incluso cuando lo que decían poco tenía que ver con sus planteamientos. Sólo en muy raras ocasiones respondió a sus críticos (al más significativo fue al jurista inglés Herbert L.A. Hart, sobre la primacía de la libertad) [3] , y sólo entonces fue cuando sintió que las críticas que recibía eran serias y constructivas. Más a menudo él pensaba que sus críticos (quienes conformaban toda una legión) lo entendían mal. Mientras que se consideraba él mismo y a sus textos poco importante, Jack era también parco a la hora de elogiar. Pienso que probablemente creyó que Hume dijo al criticar el contrato social de Locke (aunque no sucede en este caso particular): siempre hay pocas cosas nuevas en la filosofía, y lo que es nuevo casi siempre es equivocado. No resultaba fácil entregarle el trabajo de uno a Jack para que lo revisara.

Sin embargo, Jack siempre les proporcionaba mucho apoyo a los estudiantes. Él me enseñó, así como a sus otros estudiantes, a mirar más allá de los intrincados y agudos argumentos de los filósofos para descubrir si están presentando algo realmente importante. Al mismo tiempo nos animó a que intentáramos encontrar lo mejor en los planteamientos con los que discrepamos, y también a responder adecuadamente a ellos. A menudo nos decía que asumiéramos que los filósofos que leemos “son al menos tan listos como son ustedes, y que si pensamos en alguna objeción, ellos probablemente ya la han pensado también”.

Físicamente, era un hombre alto y larguirucho, con unos penetrantes ojos azules. Participó en varios deportes en Princeton y fue un excelente marinero. Hizo ejercicio hasta bien entrado en sus 70 años (ciclismo, trote y excursiones a campo traviesa) y realizó caminatas diarias hasta unos pocos días antes de su muerte. Fue una leyenda popular en el béisbol (y lo encontramos también en algunos obituarios), pero por el contrario, nunca lo jugó profesionalmente. Tal rumor fue difundido por uno de los administradores de la casa Leverett de Harvard después de que Jack había bateado un alto número de home runs en un juego de béisbol con pelota blanda [softball]. Los estudiantes derrotados se angustiaron al haber sido humillados por un viejo profesor, y el administrador los tranquilizó con el cuento de que Jack había sido jugador sustituto [“ringer”] para los Yankees.

Disfrutaba mucho las galletas de harina de avena servidas con té. Poco tiempo antes de su fallecimiento, pasé parte de una tarde con él cuando Mardy salio a jugar tenis. Ella le dejó una galleta grande que creía era todo lo que Jack debía tener para esa tarde. Cuando me levanté de la silla para irme, me pidió que mirara en los gabinetes de la cocina por si veía una bolsa con galletas. Sintiéndome un poco culpable, lo hice y le dejé la bolsa. La tarde siguiente, después de que yo había comido algunas galletas que Mardy nos había dejado, ella me preguntó si quería más. Yo le dije que, aunque eran deliciosas, prefería no comer más. Entonces él la llamó y le dijo con determinación, “¡Mardy!, Sam quiere otra galleta, y yo creo que me comeré otra también”. Así era la vena traviesa que tenía Jack.

A mediados de octubre conduje hacia su casa en Lexington (Massachussets), llevando conmigo el libro recién publicado The Cambridge Companion to Rawls [4] , sólo la segunda vez que un volumen de esa serie mundialmente bien conocida ha sido dedicado a un filósofo vivo (el otro es el volumen sobre Jürgen Habermas). Varios estudiantes y amigos de Jack contribuyeron con artículos [5] . En la portada aparece un retrato suyo pintado por su esposa, el cual inicialmente se opuso con vigor en que apareciera allí aduciendo que no entendía por qué a las personas les debía importar su apariencia. Sólo cuando le dije que todos y cada uno de los volúmenes publicados en la serie tenían los retratos de a quienes se dedicaba, dejó de protestar. Él apreció el tributo que se le rendía en ese libro diciéndome “¡Luce genial, Sam!”  

Esa fue la última vez que yo lo vería. Su esposa me llamó por teléfono el domingo 24 de noviembre para decirme que Jack había muerto tranquilamente en su hogar de un ataque cardíaco a las 9:30 de la mañana. Conservó su gracia e inteligencia hasta el último momento.

Jack será profundamente extrañado.

 


[*] El texto fue originalmente publicado en The Chronicle of Higher Education. The Chronicle Review. Volume 49, Issue 16, dic. 13 de 2002. Las notas al pie de páginas son del traductor, Leonardo García Jaramillo, Universidad EAFIT, Medellín-Colombia.

[1] Como de igual manera lo recuerda Thomas Pogge en su biografía de Rawls: “Prestaba gran atención a la elección de los términos y de las frases, así como a la exposición clara de sus pensamientos, de tal modo que producía a lo largo de varios meses, incluso años, versiones completamente reelaboradas, antes de que permitiera que un texto se publicara. El mismo cuidado era evidente también en sus conferencias, que siempre estaban organizadas espléndidamente y, además, tan ricas y densas que uno no las podía asimilar completamente, ni siquiera con la mayor atención posible”. Thomas Pogge, “A Brief Sketch of Rawls’s Life”, en: Henry S. Richardson - Paul J. Weithman (eds.) The Philosophy of Rawls. New York: Garland Press, 1999. Vers. revisada y ampliada en, John Rawls. His Life and Theory of Justice. Oxford       , cap. 1. La versión castellana de tal versión actualizada se publica también en ese libro. 

[2] John Rawls. Collected Papers. Samuel Freeman (ed.) Cambridge, Mass.: Harvard University Press, 1999. Este libro incluye 26 artículos de Rawls y una de las pocas entrevistas que concedió. Ver: https://www.hup.harvard.edu/contents/RAWCOL_toc.html

[3] Sobre la crítica de Hart a la fundamentación de Rawls de la primacía de la libertad, ver su “Rawls on Liberty and its Priority”, en: University of Chicago Law Review No. 40, 1973. Publicado de nuevo en: Norman Daniels (ed.) Reading Rawls. Oxford: Basil Blackwell, 1975. 

[4] Samuel Freeman (ed.) The Cambridge Companion to Rawls. Cambridge University Press, 2003.

[5] Joshua Cohen (“For a Democratic Society”), Thomas Scanlon (“Rawls on Justification”), Amy Gutman (“Rawls on the Relationship between Liberalism and Democracy”), Philippe van Parijs (“Difference Principles”), Norman Daniels (“Democratic Equality: Rawls’s Complex Egalitarianism”), Burton Dreben (“On Rawls and Political Liberalism”), Onora O’ Nelly (“Constructivism in Rawls and Kant”), Charles Larmore (“Public Reason”), Frank I. Michelman (“Rawls on Constitutionalism and Constitutional Law”), Samuel Scheffler (“Rawls and Utilitarianism”), Stephen Mulhall – Adam Swift (“Rawls and Communitarianism”) y Martha C. Nussbaum (“Rawls and Feminism”).

 

 

ISSN 0327-7763  |  2010 Araucaria. Revista Iberoamericana de Filosofía, Política y Humanidades  |  Contactar