Araucaria. Revista Iberoamericana de Filosofía, Política y Humanidades | Sección digital
Sección digital Otras reseñas junio de 2009
Ciencia y Ficción en los orígenes de la Era Moderna
Spiller, Elizabeth. Science, Reading, and Renaissance Literature. The art of Making Knowledge, 1580-1670. Cambridge: Cambridge University Press, 2004.
Jorge Majfud
Elizabeth Spiller nos presenta un libro estructurado dentro de los cánones académicos y dentro de las conocidas perspectivas filosóficas de principios de siglo XXI. En este sentido, el resultado es impecable. Si bien tal vez no podemos identificar ideas nuevas o revolucionarias, al cerrar su libro podemos tener una idea clara y más amplia de un debate posmoderno sobre ciencia y ficción. Su principal instrumento dialéctico será la exposición minuciosa y documentada de ejemplos y anécdotas históricas, la combinación de pensadores clásicos, archiconocidos por la historia de la filosofía con aquellos otros menos conocidos, que serán, precisamente, quienes aporten esa idea de “descubrimiento”, como lo es el caso de la pensadora holandesa Elizabeth Cavendish. Spiller analiza el pensamiento de Cavendish desde una perspectiva postestructuralista y dentro de un contexto intelectual feminista (aunque no explícito) que busca revindicar no sólo una forma de lectura, de entender el mundo, sino también constituye una reivindicación de género.
Los ejemplos principales analizados en Science, Reading, and Renaissance Literature provienen de la temprana ciencia moderna: disciplinas experimentales y meditaciones sobre filosofía natural, anatomía, embriología astronomía, óptica y análisis microscópico. Al mismo tiempo, se concentra en aquellos géneros que definen la ficción imaginativa de la temprana modernidad: poesía narrativa, prosa y utopía, tanto como la teoría poética de estos géneros. Lo que la autora pretende demostrar es que la ciencia de la temprana edad moderna fue practicada como una forma de arte y que la imaginación literaria proveyó una forma de producir conocimiento. Para ello se detendrá en el análisis de cinco libros: On the magnet de William Gilbert, Starry Messenger de Galileo Galiley, Disputation Touching the Generetion of Animals de Wiliam Harvey, Leviatán de Thomas Hobbes y Micrographia de Robert Hooke. Al mismo tiempo que realiza un análisis (inter)textual —aclaremos: de textos escritos— analiza la importancia epistemológica de los nuevos instrumentos de conocimiento que marcaron el inicio de la época moderna: el compás, el telescopio, el microscopio y la imprenta. De aquí deberá pasar a la problemática de “descubrimiento” contra “invención” de conocimiento, de ciencia contra ficción, una separación lograda, precisamente, en este momento histórico y que en los últimos años se ha problematizado a través de un ejercicio deconstructivista que ejercita la misma autora de este libro. La investigación científica, así, en lugar de ser una búsqueda sobre un referente independiente del intelecto humano y de sus instrumentos, se convierte en el ejercicio que hace un juez al investigar la verdad de los hechos creados.
Uno de los puntos principales de Elizabeth Spiller se centra en el valor de la experimentación y su posible validez en crear conocimiento o, aún más, en crear verdad. “Experimentation depends on creating artificial situations for the purpose of discovering universal scientific laws” (7). Estas “situaciones artificiales” son estudiadas, principalmente, analizando la recurrencia de los modelos de “mundos pequeños”, es decir, representaciones de lo que se entendía en el siglo XVI era el objeto estudiado —el Universo. La idea de la creación de “pequeños mundos” como modelos representativos del mundo a gran escala es una forma de ficción y de creación de conocimiento (16). Sin embargo, para la época, la creación de una pequeña esfera magnética para representar el mundo es vista como una experiencia con el “mundo real” —como creación de una “masculine active intelligence”—, mientras que la creación poética es vista como una forma de “escapar del mundo”. (17). Según Spiller, esos “pequeños mundos” incluyen experimentos científicos, modelos a escala, construcciones filosóficas y ficción literaria (26). Pero éstos crean, a su vez, conocimiento “as a result of certain formal qualities that they possess” (27). “Each of these small worlds assumes that an artificial construct can be used to discover truths and test propositions about the larger world itself” (29). Sin embargo, estos “pequeños mundos” no son una muestra del mundo real sino fenómenos que nunca se producirán sin la intervención humana (31).
En la capacidad de persuasión del científico —a través de su narración textual— estará la diferencia entre “lo real” y “lo ficticio”. Pero como esta es una relación entre el científico y unos determinados lectores, los instrumentos narrativos y las formas históricas de éstos serán fundamentales: “The practice of science cannot be separated from the textual forms and formats in which it appears” (14).
In idiosyncratically transforming the methods of experimental observation into a form of self-examination in the Discourse on Method, Descartes owes a debt to Montagne’s Essays. At the same time, Descartes also provides a template for the discourse of self-examination that lather comes to characterize the novel (15).
Por un lado, los experimentos en worldmaking parece haber llevado a los filósofos a un énfasis creciente de la evidencia, de los hechos, del conocimiento sobre el “mundo real”. Artist and writers interested in worldmaking, by contrast, seems to use such artificial worlds as a way of renouncing claims of referentiality” (29). En la posición epistemológica opuesta, Spiller encuentra el argumento de Philip Sidney [1] , según el cual la poesía es el primer medio de conocimiento, ya que surge del hecho de que la poesía es un acto, no un objeto, una práctica y un ejercicio antes que un artifact (36). El poeta nunca miente porque nada afirma (38). La poesía es una forma de hacer y no de conocer. Todo lo que, según la autora, se corresponde con un contexto histórico de la Inglaterra de los Tudor. Al mismo tiempo —al igual que en la concepción “científica” de los “pequeños mundos” y los modelos de “lo real”—, Inglaterra es una creación de la poesía (40). Así como William Gilbert hizo una simplificación con su modelo de esferas magnéticas representando un planeta ideal y minúsculo, para producir conocimiento (47), también hizo Tomás Moro en su Utopía, inventando un modelo de Inglaterra, tal como entendía que fue y como debiera ser (58).
Pero, ¿qué diferencia a la ciencia de la ficción, a la verdad de la mentira en el siglo XVI? Probablemente el acto de “observar”. Recordemos la importancia que adquiere la invención de la perspectiva en el Renacimiento como un acto (paradójico) de “objetividad” (paradójico, ya que se hace desde un punto de vista particular [2] ). Por lo cual, “discovering knowledge depends on seeing something” (21). Y en esta idea serán de crucial importancia inventos como el telescopio de Galileo Galileo, o el microscopio de Robert Hooke. Y, también, la imprenta y otros medios de reproducción: “The affinity between acts of reading and those of observation is a consequence of their shared reliance upon what might be called arts of reproduction” (21).
Por otro lado, ¿a qué nos referimos cuando hablamos de “observación”? Spiller nos dice que los diferentes tipos de observaciones generaron diferentes tipos de lecturas y viceversa. El Starry Messenger de Galileo generó no sólo una forma de observar, derivada del telescopio, sino también una nueva forma de lectura que acompañó “la nueva ciencia de la observación” [3] Esta nueva narrativa procuraba que los lectores captaran los nuevos descubrimientos sin los instrumentos que sirvieron para ello.
En el segundo Capítulo Elizabeth Spiller se detiene en lo que ella llama “el nacimiento de la escritura en Edmund Spencer y Wiliam Harvey” Aquí la autora reincide en su metodología: otra vez toma en consideración a un poeta y a un científico que están buscando redefinir sus disciplinas. Olvidando toda la cultura árabe y española que se había encargado de copiar mucho antes lo que el resto de Europa inventaría mucho después, Spiller considera que Harvey es el descubridor de la circulación de la sangre (59). Harvey y Spencer buscaron el origen de las ideas para practicar un método de creación de conocimiento. Sin embargo, ambos hicieron uso de los instrumentos de las disciplinas del otro. “How people know things is of course the obsession of Harvey” (60). Tanto para Harvey como para Spencer, la creación de conocimiento es, al mismo tiempo, un hecho biológico y un acto estético. De la misma forma, las diferencias sexuales proceden de una diferencia biológica y de la generación de una idea o conocimiento de esas diferencias. La idea central de ambos es que el conocimiento es algo que puede ser creado (65). “If The Faerie Queene [de Spenser] is the Renaissance text that most fully articulates a theory of making, it does so by presenting the creation of its own readers as a central subject of a text” (72). Si bien Spencer, como muchos renacentistas, no consideraban las ideas como innatas o inmanentes, su razonamiento tiende a ser platónico. Cuando Harvey reemplaza las descripciones sobre las diferencias sexuales por las narrativas de diferenciación sexual, entiende que “this choice is much representational as it is anatomical (93), lo cual es un claro precedente de teorías posmodernas.
En el tercer capítulo, Spiller analiza la diferencia entre “observación” y “lectura”. Esta diferencia, fundamental en la epistemología moderna, habría surgido, se entiende, en tiempos de Galileo; el descubrimiento del telescopio representó un factor significativo en dicho cambio. La autora narra el preciso momento cuando Galileo presentó su nuevo instrumento en abril de 1611, en las afueras de Roma. En esa oportunidad, Julius Caesar Lagalla reaccionó contra la demostración de Galileo: para Lagalla el telescopio no podía mostrar correctamente los objetos en la Luna. Sin embargo, se entusiasmó con el hecho de que valiéndose de la novedad técnica podía leer las letras de la galería, levantada por Sixtus en Lateran... Más radical, Giulio Libri se rehusó a mirar por el telescopio. Lagalla no estaba usando el nuevo instrumento como instrumento de observación sino como instrumento de lectura. Pero Galileo pretendía lo contrario: hacer de sus lectores, observadores (101).
Sin embargo, la posibilidad de leer a distancia le dio al telescopio un poder místico (102). En su contra, surgió una crítica que, a la larga, podemos entender, resultó de extrema importancia para la epistemología: se objetaba que el telescopio distorsionaba las imágenes (de la Luna). De esta observación a la consideración de los ojos como “instrumentos” en sí, capaces de distorsionar “lo real”, había un solo paso —y con ello, por qué no, una vuelta a Platón.
What Galileo and Kepler recognized was that all acts of seeing —whether through a telescope, in a pinhole camera, or simply with our own ayes— involve artifice, mediation, and some kind of distortion. In this philosophical context, what is true of optical perception is by extension also true of cognitive apprehension (103).
Aunque muy próximos, ni Galileo, ni Kepler y ni Margaret Cavendish asumieron (directamente) que todo acto de observación es un acto de lectura. Por el contrario, trataron de adaptar uno al otro. “Making theirs texts work like telescopes, Galileo and Kepler adapt[ed] the visual technology of the telescope into a model of reading” (104). Según Richard Rorty, este momento histórico se basó en la comprensión de metáforas visuales, lo opuesto a los principios de Platón que consideraba absurdo basar el conocimiento en apariencias. “Unlike [Thomas] Moore who makes us consider the writing of Utopia as a way of doing, Kepler’s Dream gives us a way of reading as knowing” (120). De esta manera, se operó un cambio filosófico de “vita contemplativa” a “vita activa” (126).
Kepler reconoce que los instrumentos ópticos distorsionan la visión, pero también lo hacen los propios ojos. Sin embargo, Spiller entiende que “Kepler’s Dream projects a world in which knowledge is based on direct observation in a way that is not physically possible on earth” (133).
En el cuarto y último capítulo Spiller analiza las teorías sobre la lectura en Thomas Hobbes, Robert Hooke y Nargaret Cavendish. Para ello, se concentra otra vez en los libros que fueron escritos basados en los descubrimientos ópticos y, sobre todo, en el componente estético de estos instrumentos. Luego, el componente social de las ciencias se hace presente: un gran número de lectores pueden transformar lo que es “probable” en una “verdad” aceptada (139).
A su vez, en este componente social tampoco podría estar ausente uno de los tópicos más recurrentes de la crítica y del mercado académico posmoderno: el problema de género. “As Cavendish herself recognized, Hobbes’ ‘universal’ laws spoke about and to men” (147). Lo novedoso, sin embargo, estaría en el modelo de lectura propuesto por Elizabeth Cavendish:
By equating perception with imagination, Cavendish’s theory of pattering makes it possible more fully to pursue a call to “read thy self” because her theory implicitly internalizes reading. When reading comes from within rather than from without, it represents not the opinions of others but what Cavendish sees as the true knowledge internal to the self (150).
En Observations Upon Experimental Philosophy, Cavendish analiza la forma en que la filosofía experimental le permite ser una lectora pero no participar en el proceso de creación del conocimiento (151). La lectura como un acto de conocimiento que se organiza en la mente del lector más que como un acto de percepción (163). A pesar de que la Spiller reconoce una concepción materialista en la filosofía de Cavendish, nos dice que para esta pensadora “experimental philosophy and observational astronomy depend on art and are thus no more a “true story” than Lucian’s fiction [True Story]” (167). Por otro lado, Cavendish reconoce dos grupos epistemológicos diferentes o, en palabras de Siller, “two kinds of texts, philosohy and fiction” (176). Mientras Sydney y Spenser pensaban que la lectura producía conocimiento, Cavendish entendió que las nuevas tecnologías y las prácticas científicas transformaron la forma de lectura, una forma de hacer en una forma de ver. Como resultado, los lectores se volvieron pasivos en lugar de activos en la producción de conocimiento (23).
Finalmente, encontramos una interpretación que pretende estar en consonancia con las últimas concepciones de la epistemología y la crítica literaria posmoderna: Cavendish se aleja de un “mechanistic model of perception and, with it, of reading” De esa forma, ella crea un “place for powerful reader. Cavendish’s reader does not simply have access to the truth but rather has multiple accesses to it (176).
Los lectores que se acerquen a Science, Reading, and Renaissance Literature. The art of Making Knowledge, 1580-1670, encontrarán un ejercicio intelectual que es común en nuestra época y, aún más, en el ámbito académico internacional: la relectura y reescritura del pasado a través de los paradigmas del presente: la muerte del autor, el cuestionamiento a las verdades científicas, el acto de lectura en sustitución de la observación “objetiva” y la deconstrucción de un universo hecho por hombres —rescatado aquí por un antiguo personaje de innegable lucidez y con un renovado halo heroico en una siempre subyacente lucha de géneros: la duquesa Elizabeth Cavendish. Todo, sin duda, escrito con una claridad y fluidez que hacen de esta larga lectura un ejercicio placentero.
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Bibliografía:
Spiller, Elizabeth. Science, Reading, and Renaissance Literature. The art of Making Knowledge, 1580-1670. Cambridge: Cambridge University Press, 2004.
Braider, Christopher. Barroque self-Invention and Historical Truth. Burlington, Vermont: Ashgate Publishing Limited, 2004.
[1] Philip Sydney, The Defence of Posey (1595).
[2] Ver el reciente libro de Christopher Braider, Barroque self-Invention and Historical Truth. Burlington, Vermont: Ashgate Publishing Limited, 2004.
[3] En el original, “the new science of seeing”