Sección digital Otras reseñas Agosto de 2009

Jean-Claude Milner: Las inclinaciones criminales de la Europa democrática

Manantial, Buenos Aires, 2007 (160 pp.)

Matías Esteban Ilivitzky [*]

 

Un título tan impactante como “Las inclinaciones criminales de la Europa democrática” induce al instante al lector que casualmente se topa con el trabajo de Jean-Claude Milner a comenzar a hojearlo. La obra de este intelectual francés, quien ha publicado trabajos mayormente referidos al ámbito de la psicología [1] , fue publicada originalmente en 2003 en base a un seminario dictado en el Instituto de estudios levinasianos de Jerusalém, denominado “Las trampas del todo”. Sin embargo, mientras que podría pensarse que la temática del texto aborda cuestiones de reciente relevancia como el rol que los países europeos tomaron en la crisis de los Balcanes a lo largo de toda la década de los noventa, o su indiferencia frente a los genocidios ocurridos en Rwanda o Darfur, en realidad el mismo se ocupa de la especial relación que posee el “viejo” continente frente al Estado de Israel.

Este último se crea  como consecuencia de la Segunda Guerra Mundial, especialmente debido a la Shoá, y si bien al comienzo su génesis fue auspiciada por quienes derrotaron al nazismo como un gesto de reparación hacia el pueblo judío por haber llegado demasiado tarde para rescatarlo del horror de los campos de concentración y exterminio, a juicio del autor esta actitud ha variado radicalmente. Éste evalúa que el mito de la derrota absoluta del fascismo, que había unificado las posturas públicas de los países del continente en torno a un firme rechazo a las vías antidemocráticas, manifestando así un compromiso incólume con el pluralismo, ha sido desplazado por otro producto de la mitología: la fantasía de una Europa unida y sin fronteras. Éste ideal se ve sustentado a la vez tanto por tendencias internas, como los liderazgos nacionales, como por cambios del entorno exterior como el fin de la Guerra Fría.

Esta drástica renovación de su identidad implica una recomposición de su postura respecto a diversas cuestiones, entre ellas la de Oriente Medio. En los últimos tiempos, a juicio del autor, la UE ha cesado de apoyar a los gobiernos israelíes frente a las iniciativas de sus vecinos tendientes a arrojarlo al Mediterráneo (como se afirma literalmente en muchas de estas naciones), para condenar su accionar bélico en general, y en particular sus acciones de retaliación sobre la población palestina. Al parecer del estudioso lacaniano los países europeos se encuentran bajo una creciente presión demográfica proveniente de la población musulmana que no cesa de incrementar su número por su elevada tasa de natalidad y por el incesante aporte migratorio proveniente de Asia y África.

Es precisamente por ello que, para evitar violentos estallidos sociales tales como los ocurridos en los pasados años en los suburbios de París o, peor aún, para impedir el resurgimiento del terrorismo integrista que azotara a Madrid en 2004 y a Londres en 2005, los dirigentes de la Unión Europea (porque a fin de cuentas la weltpolitik de esa masa continental se dirime dentro de las decisiones tomadas por el bloque político y económico con sede administrativa en Bruselas) se empeñan en ganarse el favor de los profesantes del Islam, y no dudan en negar su apoyo a Israel a cambio de mayor seguridad y paz social. Es este tipo de chantaje el que Milner denuncia intempestivamente en este escrito, con una argumentación que se encuentra bien sustentada en un plano, pero que al parecer ignora otro de vital relevancia al abocarse a esta cuestión.

El “problema judío” o la “cuestión judía”, tal como fuese señalado en diversos estudios [2] , fue un elemento clave en la constitución de los Estados nacionales en el transcurso de los siglos XVIII, XIX y XX, y parece ser que el mismo no ha sido dejado de lado a comienzos del XXI. Debido a que los procesos de nation-building y de state-building exigían, en consonancia con el cuarto atributo de la estatidad de Oszlak [3] , incorporar o diseñar algún tipo de identidad colectiva, se interpretó que la misma debía ser, en la gran mayoría de los casos, completamente homogénea [4] . Este proceso, que el sociólogo Pierre Bourdieu denomina constitución de un capital informacional de Estado [5] , cobró efecto en Europa bajo la exclusión de todo aquel grupo o conjunto de habitantes que no se amoldase o encajara con el criterio central de homogeneización de las diversas unidades políticas de aquella masa continental.

La religión judía, incluso en la larga diáspora que protagonizara su comunidad de profesantes hasta el año 1948, porta como precepto la no asimilación, al igual que la gran mayoría de los cultos monoteístas, ya que de no contar con esta salvaguardia cualquier credo vería reducirse el número de sus adherentes en forma creciente. Esta situación fue evidenciada siempre con mayor dramatismo en el caso de la fe de Moisés, ya que sus creyentes frecuentemente se encontraron en minoría en relación con la cristiandad o el mundo islámico, las principales congregaciones religiosas de Occidente en cuanto a cantidad de miembros se refiere (considerando a ambos con sus múltiples variantes y corrientes). Por todo ello nunca pudo integrarse plenamente en los modelos de constitución e integración social de corte nacional integrista del continente, ajenos al más pluralista diseño inglés.

En este sentido deben leerse episodios como el affaire Dreyfus en Francia, los pogroms en la Rusia zarista contra los pueblos o shtetls de la judeidad, o la creación de barrios especiales dentro de las ciudades italianas, alemanas y demás, destinados específicamente a los judíos: los ghettos. Todos son síntomas de esta imposibilidad de fusión plena del aglomerado societal, y por ende, de la no materialidad fáctica de la transparencia plena entre los hombres en base a un significante común compartido, de ahí la “imposibilidad del todo” que Lacan oportunamente señalara. Puede afirmarse que esta ambición, que incluso posee resonancias de corte totalitario, no ha cesado de estar vigente en ciertas voces que claman, hasta la fecha, la expulsión de aquellos que se han convertido en los nuevos indeseables europeos. Y aquí reside la principal omisión de Milner, consistente en ignorar que las extremas dificultades y torpezas con las que los seguidores de los preceptos de Mahoma tardan en ser admitidos en el viejo continente como habitantes de pleno derecho no fuerzan a los gobernantes a querer condescenderse con éstos (haciendo gestos como los que repugnan al autor), sino todo lo contrario.

La “anciana” Europa se encuentra aterrorizada al caer en la cuenta que posee un especial integrante nuevo, uno del cual cultural (por el predominio del cristianismo) e históricamente (por la Reconquista española, las Cruzadas y la acción de contención de ciertas entidades políticas como los imperios austríaco y ruso en su frente sudoriental) se proclamó herméticamente separada. Hechos como los disturbios generados hace tres años por células de islamistas que pretendían agredir a un dibujante de historietas que ridiculizó, desde su perspectiva, al profeta del Corán en un diario de Dinamarca revelan una aguda contraposición entre valores ligados con la obediencia hacia los dictámenes religiosos y aquellos vinculados con los beneficios intrínsecos de la democracia liberal, como la libertad de prensa y pensamiento [6] .

De esta forma, se produce una reedición involuntaria de los debates acaecidos con el comienzo del proceso de secularización en la modernidad, en donde se desplazó un centro teológico de interpretación de la existencia por uno antropocéntrico. A partir del mismo, las esferas de competencia de la religión y de los asuntos públicos fueron definitivamente escindidas, en base a un arduo trabajo que comprensiblemente pocos estén deseosos de recrear en la actualidad. De la compleja, lenta y muchas veces infructuosa empresa de combinar ambos términos de esta dicotomía dan cuenta numerosos intelectuales del planeta, que intentan efectivizar, luego de los brutales atentados del 11 de Septiembre de 2001, un modo de convivencia más armónico en el cual todos los habitantes (o al menos los de Occidente) se encuentren en pie de igualdad [7] . Obviamente está de más aclarar que un mínimo porcentaje del tipo de tribulaciones a las que anteriormente se hacía referencia se dedica al problema del terrorismo, que corresponde a grupos minúsculos, aislados y radicalizados. Por ejemplo la abrumadora mayoría de los ciudadanos musulmanes de Europa (por no decir la totalidad) desea convivir en paz con sus pares de otras confesiones y creencias (ateísmo incluido), deseo que por otra parte es recíproco. El inconveniente estriba en que sus configuraciones identitarias presentan matrices y aristas a menudo contrapuestas en tópicos de extrema delicadeza, y son esas precisamente las asperezas a limar para posibilitar un contacto asiduo y una convivencia exitosa.

La principal carencia de Las inclinaciones criminales de la Europa democrática es que quien la redacta no puede encuadrar su enfoque para incorporar esta situación a su postura. Esto por supuesto no descarta el aporte crítico hacia un doble discurso existente en Londres, París, Berlín y demás capitales en las que mientras se proclaman valores universales del derecho internacional como contraposición a cierto unilateralismo en el ejercicio de la política exterior estadounidense (vigente por sobre todo en la administración Bush), se practica una realpolitik solapada en materia de beneficios cívicos, sociales o comerciales que dista de equipararse con la invocación a la justicia manifestada vox populi como una bandera inalienable del territorio ubicado al oeste de los Urales.

En conclusión, este libro es una poderosa advertencia contra los estándares móviles en la diplomacia y contra el riesgo que conlleva una falta de planificación en cuestiones de geopolítica o demografía, la que puede traer consecuencias no deseadas por quienes la practican. Pero estas páginas también dan cuenta de un testimonio que, debido a la imposibilidad de vislumbrar a un determinado grupo social desde una perspectiva no atemorizada o resentida, refleja que el Estado liberal de derecho tiene mucho camino por delante para conciliar antiguos diferendos presentes en las sociedades multiculturales de hoy en día que atentan, desde su propio hinterland, contra su misma supervivencia.



[*] CONICET, Universidad de Buenos Aires. Correo electrónico: ilivitzky@gmail.com

[1] Véase a tal efecto J.C. MILNER, Los nombres indistintos, Buenos Aires, Manantial, 1983 y J.C. MILNER, La obra Clara, Buenos Aires, Manantial,1996, en donde explora la teoría de Jacques Lacan.

[2] Entre los muchos autores que pueden ser citados como referencia, se encuentran K. MARX, Sobre la cuestión judía, Buenos Aires, Prometeo, 2004; J. P. SARTRE, Reflexiones sobre la cuestión judía, Buenos Aires, Sudamericana, 2004 y H. ARENDT, Los orígenes del totalitarismo, Madrid, Alianza, 2003.

[3] Véase a tal efecto O. OSZLAK, La formación del Estado Argentino, Buenos Aires, Editorial de Belgrano, 1982.

[4] Incluso naciones cuya conformación demográfica se basa en un gran pluralismo étnico intentan plasmar este tipo de realización. A tal efecto, se idean expresiones como melting pot en el caso de los Estados Unidos de América, o “crisol de razas” en lo concerniente a la República Argentina, que indican que el objetivo final es disminuir las diferencias en base a su masiva interpenetración para dar como resultado una configuración identitaria única, correspondiente a la visión que ese estado particular tenga de sí. Al respecto, es interesante constatar la evolución de este último estado, ya que en su novedosa estrategia de diseño de una marca país se enfatiza la diversidad de sus ciudadanos y su coexistencia pacífica, véase el sitio oficial www.argentina.ar .

[5] P. BOURDIEU, “Espíritus de Estado”, en Revista Sociedad,  Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires, Nº 8, abril, pp.5-30.

[6] Paralelamente, el éxito que gran parte de la centroderecha ha obtenido en los últimos años en las urnas se explica parcialmente como reacción frente al incesante caudal migratorio tanto musulmán como asiático y latinoamericano que arriba a las costas y tierras europeas.

[7] Pueden citarse entre muchos ejemplos de esta tendencia a G. BORRADORI, La filosofía en una época de terror. Diálogos con Jurgen Habermas y Jacques Derrida, Buenos Aires, Aguilar, 2003; M. CHÉRIF, El Islam y Occidente. Encuentro con Jacques Derrida, Buenos Aires, Nueva Visión, 2007; U. ECO [et.al.], Islam y Occidente. Reflexiones para la convivencia, Buenos Aires, Sudamericana, 2005; AA.VV., El mundo después del 11 de Septiembre de 2001, Barcelona, Península, 2002.

 

 

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