Sección digital Otras reseñas Septiembre de 2009

Reflexiones en torno a la autoridad, sus alcances y límites

Kojève, Alexandre, La noción de Autoridad. Buenos Aires: Nueva Visión, 2005.

Matías Esteban Ilivitzky [*]

 

En medio de la vorágine de la Segunda Guerra Mundial, en un pueblo del mediterráneo francés el emigrado filósofo ruso Alexandre Kojève encontró la quietud necesaria para delinear los esbozos de esta obra que, editada recientemente a pesar de que éste se encuentra fallecido hace décadas, promueve un esfuerzo por intentar asir una noción esquiva, polémica y controvertida: la autoridad. La antecede un completo estudio introductorio efectuado por François Terre, en el cual se nos explica más exhaustivamente lo que quien fuese originariamente Alexander Kojevnikov entendía con relación al término.

Si bien su reputación mundial se debe a los cursos que impartiese en la década del ’30 en Paris, en los cuales comentó detalladamente la Fenomenología del Espíritu a un público entre quienes se contaba a Jacques Lacan, Raymond Aron, Maurice Merleau-Ponty y Georges Bataille, en La noción de autoridad existen numerosas observaciones y puntos de contacto con su escrito de mayor trascendencia, La dialéctica del amo y del esclavo en Hegel. En principio podría señalarse a tal efecto la índole socio-filosófica con la que aborda la cuestión, reflejada en una división precisa del estudio en dos partes, dedicadas a tres tipos de análisis y a tres tipos de deducciones o aplicaciones prácticas de aquellos. Puede adicionarse a la vez la disposición por explicar los hechos al modo fenomenológico, que consiste según Terre en presuponer una causa fáctica para indicar así su consecuencia, sin por ello incidir en ningún tipo de demostración que intente explicar dicha relación. El discípulo de Alexandre Koyré sostiene, en una visión que evoca vagamente al falsacionismo popperiano, que las teorías que no poseen ningún tipo de experiencia para verificarlas son falsas. Además, en las observaciones preliminares que el propio autor inserta al comienzo del libro, se destacan reminiscencias con otros documentos relevantes de la época, como El concepto de lo político de Carl Schmitt, cuando se hace especial hincapié en que la estructura del Estado no puede comprenderse si previamente no se indaga en profundidad sobre lo que efectivamente es la naturaleza autoritativa.

Al abordar la cuestión de la autoridad propiamente dicha, y nuevamente de acuerdo a una conveniente observación del prologuista, Kojève encuentra a la misma como no condicionada: o es espontánea y proveniente del sujeto que desea ejercer libremente su poder e influencia, adoptando una postura activa e intervencionista ante los acontecimientos, o no existe. Esta actitud se opone punto por punto a la pasividad que debe demostrar la oposición (cuya existencia es necesaria para quien desea investirse como una figura de autoridad), que renuncia voluntariamente a enfrentarse o a resistir a quien desee dirigirla. Aquí es donde las resonancias con el amo y el esclavo se hacen más patentes, visibles en esta dicotomía entre dominante y dominado.

Al mismo tiempo esta definición vincular se relaciona con la acepción weberiana del poder político legitimo, que también hace énfasis en el papel autónomo por el cual se acepta el dominio. De esta forma toda autoridad deberá ser reconocida, ya que en caso contrario la misma se encuentra negada y por consiguiente amenazada por el riesgo de una potencial destrucción.

Sin embargo el filósofo sostiene que quien actúa con autoridad no experimenta una reacción y por ende no cambia al efectuar la acción, y argumenta que quien no modifica su persona al actuar es más poderoso que quien se ve forzado a hacerlo debido a que acata los comandos de quien dirige. Esta aseveración de su estudio es discutible, ya que define al vínculo como una ligazón entre agente y paciente. Toda interacción societal – al decir de la teoría sociológica clásica -  altera necesariamente parte de la constitución ontológica de los interactuantes, debido a que es imposible pensar a los mismos como compartimientos estancos que pueden, obrando en forma deliberada, aislarse de las consecuencias de su accionar y las repercusiones que el mismo pueda tener con sus semejantes.

Ello no implica, a diferencia de lo sustentado en La noción de autoridad, debilidad o fortaleza alguna para quienes participen en ese vínculo puntual, sino una mera repercusión (que puede incluso denominarse como lógica) de los fenómenos de reciprocidad colectiva.

A partir de esta autoridad “irrestricta” que no posee resistencia Kojève fundamenta al Derecho, definiéndolo como el permiso a hacer u obtener algo sin encontrar una reacción adversa a esta intención, a pesar de que esta última pueda ser posible. En esta línea interpretativa, que puede ser encuadrada en parte en el realismo político, los lineamientos de iure se subordinan a los sucesos de facto, ya que el autor le adjudica automáticamente un carácter legal y legítimo a toda instancia autoritativa debido a que es aceptada por quienes la acatan sin rebelarse a sus dictámenes (no obstante lo cual la diferencia de la mera fuerza o violencia). Desde una óptica hobbesiano-schmittiana lo antedicho podría designarse auctoritas (que conlleva implicado potestas) facit legem.

Kojève encuentra cuatro tipos irreductibles de autoridad humana: la del padre, la del amo, la del jefe y la del juez. Cada una de ellas administra por su parte diferentes necesidades y ambiciones del hombre relacionadas con el riesgo, la equidad o la previsión. Al igual que los tipos ideales de Weber no se encuentran en estado puro en la práctica, sino que se manifiestan adoptando combinaciones diversas. Extrapoladas al conglomerado estatal, la división de los poderes políticos motiva al autor a proclamar que es deseable una unificación de las instancias autoritarias para evitar así el debilitamiento institucional que aqueja, por ejemplo, a las democracias contemporáneas.

Por el contrario, si se ubica a este argumento en el seno de la conflagración más cruda del siglo XX, parecería avalar sin lugar a dudas al régimen de Vichy, títere del dominio nazi sobre la Francia ocupada, lo que explicaría la polémica e inexplicable inclusión en este libro, en su apéndice, de un “Análisis sobre la autoridad del Mariscal”, que aborda la figura de quien, como héroe nacional de la Primera Guerra Mundial, colaboraría con Hitler en la Segunda: Philippe Pétain.

Al abordar cuestiones de política cotidiana e internacional, Kojève recae en errores que no posee su elevada elaboración conceptual, como cuando manifiesta que en 1940 se da una génesis espontánea de la autoridad política total del mariscal, omitiendo el hecho de la blitzkrieg alemana que permitió su surgimiento y de la connivencia política de la cúpula del nazismo que garantizó su poderío. O cuando estima que solo a partir de esta figura (ya que a su juicio la autoridad debe “encarnarse” en una persona) podrá alcanzarse una “Revolución Nacional” difusamente explicada, que permitirá reconstruir la sociedad gala.

En conclusión, aunque se intente en este trabajo entregar una visión particular y sustentada de la autoridad, dicha ambición se ve profundamente socavada por su compromiso militante y servil con la reacción conservadora de la peor tradición política franco-alemana (aunque su autor posteriormente participase activamente de proyectos democráticos, como la integración económica europea). Nos vemos tentados a afirmar que, si ese es el mejor ejemplo de la materialización del concepto que aborda La noción de autoridad, es muy probable que el mismo no tenga, afortunadamente, demasiada utilidad en el mundo de hoy.



[*] CONICET, Universidad de Buenos Aires. Correo electrónico: ilivitzky@gmail.com

 

 

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