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Pita González, Alexandra, La Unión Latino Americana y el Boletín Renovación. Redes intelectuales y revistas culturales en la década de 1920

México: El Colegio de México/Universidad de Colima, 2009; 386 pp. ISBN 978-607-462-013-9

Pablo Ezequiel Balán | Universidad de San Andrés

 

El pensamiento latinoamericanista reconoce una trayectoria histórica fluctuante. Surge  -como ha señalado Julio Ramos [1] - en respuesta al nuevo ordenamiento hemisférico derivado de la coyuntura del ’98 y la construcción del Canal de Panamá; declina ante las preocupaciones nacionalistas que dominan el ambiente espiritual de los centenarios, resurge en la década del ’20, y se mantiene como bajo continuo durante la larga galería de interrupciones democráticas, para reaparecer, finalmente, bajo el influjo de la Revolución Cubana -en su impostación más trágica- hacia la década del ’60. No obstante este sinuoso derrotero, el discurso latinoamericanista delata -como ha mostrado Oscar Terán [2] - un esquema más o menos invariable, consistente en un doble movimiento compuesto, de una parte, por la protesta ante el expansionismo norteamericano y, de otra, por la contrapropuesta de la unidad latinoamericana.

La Primera Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la Revolución Mexicana y sus repercusiones internacionales abonaron el terreno para el resurgimiento del pensamiento latinoamericanista en el segundo de estos momentos históricos. Recusando el pensamiento de corte positivista de la generación del novecientos, la autodenominada “nueva generación”, vinculada al idealismo y embanderada con el ideario de la Reforma Universitaria, procuró situarse a la vanguardia política e intelectual del proyecto latinoamericanista. Lejos de cualquier carácter ocasional, las intervenciones discursivas que lo componían se articularon en torno a un amplio espectro de empresas colectivas: revistas culturales e instituciones oficiaron como los soportes materiales del latinoamericanismo de los años ’20. Efímeras en su mayoría, estas publicaciones poblaron el frondoso clima intelectual de la década con agudas polémicas acerca de la identidad, la unidad y el destino del subcontinente.

En la presente recensión me propongo examinar un trabajo -que constituye la ampliación de la tesis doctoral de la autora- que aboca al análisis minucioso de una de estas empresas culturales: el Boletín Renovación y la institución que lo adoptaría como órgano oficial, la Unión Latino Americana (ULA). Alexandra Pita González se propone indagar en la trayectoria, pleno de vicisitudes, de una institución que reunió a “aquellos intelectuales que se identificaban como la ‘nueva generación’ y la ‘izquierda renovadora’, con el fin de distinguirse de los grupos políticos e intelectuales constituidos” y cuya intención era “legitimar a un grupo nuevo dentro del campo intelectual mediante el desarrollo de un proyecto cultural institucionalizado” (p. 24).

La exposición sigue, en líneas generales, un orden cronológico. Se inicia con un análisis  del célebre discurso titulado “Por la Unión Latinoamericana” de José Ingenieros, pronunciado en 1922 con ocasión de la visita de José Vasconcelos. Considerado como el “origen simbólico” de la Unión, en él quedan esbozados con claridad los rasgos de latinoamericanismo, antiimperialismo y elitismo intelectualista que habrían se signar el discurso de la ULA y del grupo Renovación. Imbuido de la tendencia ingenieriana -denunciada por Oscar Terán [3] - a analizar la realidad a partir de parámetros moralistas, el discurso prendía interpelar a las juventudes idealistas que “a través del monopolio de la moral, debían  realizar cambios significativos en la humanidad” (p. 49). Ingenieros se posicionaba así en la figura del “maestro” de una “nueva generación” que debía convertirse en una aristocracia del espíritu, puesto que “la juventud que no está con las izquierdas es una simple vejez que se anticipa a las canas” [4]

El capítulo II analiza las características de Renovación: tanto las características gráficas y editoriales del boletín -creado en 1923- cuanto la composición del elenco humano del grupo. Publicación de intelectuales para intelectuales, su objeto era dotar de argumentos teóricos a aquellos jóvenes idealistas que buscaban sostener y expandir el ideario reformista. Queda, además, configurada la “estructura” de la red intelectual: un núcleo editor -Ingenieros, Gabriel Moreau, Aníbal Ponce-, una numerosa periferia de colaboradores -tanto nacionales como extranjeros-, y un conjunto de referentes, personajes de la “vieja generación”, de los que el grupo pretendía sentirse heredero legítimo mediante la postulación de una genealogía intelectual -Ingenieros, Anatole France, Alberdi, Víctor Hugo, Nietzsche, Dostoievski, Cervantes (!). Parafraseando a Borges, no sería inexacto afirmar que el latinoamericanismo crea a sus precursores. La red se sustentaba, pues, en una geografía real y en una geografía imaginaria, desfase que, si bien le daba cierta proyección, mal ocultaba las pretensiones dirigistas de los intelectuales de Buenos Aires. Si el boletín tuvo cierta repercusión internacional, ésta fue, en cambio, escasa en los grandes medios gráficos nacionales; no obstante, haciendo de la necesidad virtud, “Renovación se honraba  de ser el medio de expresión de aquellos universitarios reformistas que no tenían cabida en los medios periodísticos de la ‘prensa grande’ ” (p. 95).

El tercer capítulo examina la institucionalización del grupo con la fundación de la ULA (1925), atendiendo tanto a su organización interna cuanto a sus estrategias para ampliar su proyección en la opinión pública: actos públicos, misiones de confraternidad, e intervenciones en el propio boletín. No obstante, las insuficiencias de una institución acaso excesivamente dependiente de un “patrón egocéntrico” (p. 26) se pondrían de manifiesto en 1925 con la muerte de Ingenieros, cuyas repercusiones se analizan en el capítulo IV. Verdadera divisoria de aguas en la historia de la ULA, esta desaparición física abre un período de intentos rivales por la apropiación simbólica de la figura del “maestro”, comandados por quienes buscaban erigirse en sus legítimos herederos. Según se persiguiera el elogio o el vituperio, ello suponía operaciones de “memoria selectiva” no exentas de artificialidad, puesto que la trayectoria intelectual del “maestro”, como ha mostrado Oscar Terán [5] , sufrió diversos desplazamientos -de los cuales la inflexión latinoamericanista es apenas la última- que impiden reducirla a una imagen monolítica.

En la segunda parte del libro el lector asiste al progresivo ocaso de la ULA. El quinto capítulo examina el surgimiento de la Alianza Continental (1927), de la mano de Arturo Orzábal Quintana, como desprendimiento desde el interior de la ULA. La separación obedecía a motivos diversos: las diferencias de Orzábal Quintana con Alfredo Palacios (ahora al frente de la Unión) y el silencio de la ULA ante cuestiones tales como la intervención norteamericana en Nicaragua y la nacionalización del petróleo. El posicionamiento ante asuntos públicos como estrategia política, así como el acercamiento a sectores del radicalismo, permitió a la Alianza Continental adquirir una mayor visibilidad en la opinión pública argentina. El capítulo VI se detiene en el vínculo entre la ULA y la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA), que tuvo por objeto “cooptar el liderazgo del pensamiento antiimperialista latinoamericano” (p. 211) en un espacio político considerablemente más competitivo. En esta relación oficiaron de nexo exilados peruanos como Víctor Raúl Haya de la Torre y Manuel Seoane –quien terminaría ocupando el cargo de secretario de la ULA. Sin embargo, esta alianza se fundaba en una división del trabajo: si la ULA desempeñaba labores “teóricas”, el APRA enfatizaba la urgencia de la acción política. Finalmente, el séptimo capítulo examina el repliegue del accionar de la ULA a su geografía real: más precisamente, a un pequeño espacio de la capital porteña ante las disputas entre reformismo y contrarreformismo en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires en torno al aniversario de la Reforma. Sin grandes sobresaltos, la ULA se extinguió tras el regreso de los exilados peruanos a su país tras el fin de la dictadura de Leguía, la ruptura de algunas de sus figuras con el radicalismo y el golpe militar de 1930, con el consecuente encarcelamiento de algunos de sus miembros.

En las conclusiones la autora esboza algunas reflexiones sobre las directrices teóricas y los límites de la experiencia de Renovación. Juvenilismo, latinoamericanismo y antiimperialismo conforman la matriz ideológica que subtiende un proyecto cultural institucionalizado que, aunque de existencia efímera, generará “una serie de imágenes e ideas sobre América Latina que los intelectuales vinculados con estos proyectos supieron crear” (p.283). Dos contradicciones jalonan el proyecto de la ULA. En primer término, la voluntad de construir una unidad latinoamericana cuando, en los hechos, la Argentina aspiraba a ocupar un lugar privilegiado en la red. Como expresara Orzábal Quintana en una conferencia radiofónica, “a la república Argentina le incumbe la misión histórica de señalar la ruta y encabezar sin desfallecimiento la cruzada” (p. 196). Desajuste, entonces, entre geografía real y geografía imaginaria, que mal servía a los propósitos de asegurar una unión genuina.

En segundo lugar, la pretensión de los miembros de la ULA de constituirse como protagonistas de una “segunda independencia” del subcontintente, herederos de las figuras míticas de la gesta independentista -hombres, en lo fundamental, de acción- vis à vis el casi sistemático abstencionismo político que los caracterizó, no sólo los situaba en una contradicción discursiva, sino que trazaba los límites de una posición política no partidaria. Este “asco a la política”, que llevó a Julio V. González a querer fundar “un partido ideal”, a la manera de la república platónica, registra importantes paralelos con el análisis de Jean Guitton en L’ impur (1991), donde se examina la pretensión de todo “partido de los puros” de “preservar una esencia que corre el riesgo de contaminarse por la mezcla de elementos impuros”. [6] Así, no parece descaminado el juicio -citado por Pita González- del dirigente comunista Paulino González Alberdi, quien criticó a la entidad unionista por cultivar un “antiimperialismo literario que rehúsa pasar de las declaraciones y mensajes a la acción de masas” (p. 255). Como concluye la autora, “se trataba más bien de una estrategia retórica que de un plan político” (p. 278).

Siete anexos detallados -que suman casi un centenar de páginas- completan el relato ofrecido en el texto. En su conjunto, la obra expresa el resultado de una investigación exhaustiva, anclada en el diestro manejo de una amplia base documental, las peripecias de cuya obtención y reconstrucción quedan consignadas en la introducción del libro. Viene a salvar, además, una brecha existente en la historiografía, puesto que no existen trabajos anteriores dedicados a la ULA y a Renovación. El resultado es un trabajo de carácter casi prosopográfico del grupo humano vinculado a esta empresa intelectual.

La principal apuesta teórica del trabajo consiste en la utilización del concepto de red. A contramano de los esquemas estructuralistas y del individualismo metodológico de marras, el concepto de redes intelectuales, sea que se las entienda como un “sistema de conexiones entre individuos o entidades sociales interdependientes” o como “configuraciones transfronterizas de apoyo que sirven para explicar las relaciones horizontales y verticales (...) entre pares políticos e intelectuales y organizaciones” (p. 25), permitiría explicar la circulación de la información, la duración de las relaciones entre los actores y la propia forma de la red [7] . A pesar de estas precisiones, en el libro el concepto de red permanece, en buena medida, infrateorizado e infrautilizado. Amén de señalar que obedece a una estructura de núcleo y periferia, que se organiza según un “patrón egocéntrico” y que constituye una “comunidad imaginada”, el texto rara vez se refiere a la red como objeto de estudio. La larga lista de apéndices se centra en relaciones de carácter cualitativo y su centenar de páginas mal contribuye a la formación de una imagen clara de la forma y de la evolución de la red en cuestión. Por lo demás, el carácter excesivamente descriptivo del texto y la remisión exclusiva a conceptualizaciones ajenas -a lo que se suma una prosa por momentos anodina- pueden frustrar las expectativas de lectores afectos los análisis de corte teórico.

 No obstante estas deficiencias, la atención a las revistas culturales y a las redes que las sustentan contribuye a recordar que los movimientos de ideas no pueden ser estudiados sin referencia a los soportes materiales y sociales que habilitan su producción y circulación. Este libro invita a los lectores interesados en la historia intelectual y cultural a internarse en el examen de este singular grupo humano, cuyos miembros “entendían que el latinoamericanismo era en la práctica un acercamiento entre intelectuales a partir del intercambio de uno de los más importantes capitales simbólicos (...): la palabra escrita” (p. 250).



[1] Ramos, Julio, “Hemispheric Domains: 1898 and the Origins of Latin Americanism”. Journal of Latin American Cultural Studies, Vol. 10, No. 3, 2001

[2] Terán, Oscar, “El primer antimperialismo latinoamericano”. En  Oscar Téran, En busca de la ideología argentina. Buenos Aires, Catálogos, 1986.

[3] Terán, Oscar, José Ingenieros: pensar la nación. Buenos Aires, Alianza, 1986

[4] Ingenieros, José, “La Revolución universitaria se extiende ya por toda la América Latina”. En Terán, op. cit., p. 267

[5] Terán, Oscar, op. cit., pp. 8-9

[6] Citado en Floria, Carlos, Pasiones nacionalistas, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 1998, p. 41

[7] Cf. Pita González, Alexandra, “Las revistas culturales como fuente de estudio de redes intelectuales”. Las revistas culturales como fuente de estudio de redes intelectuales

 

 

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