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De súbditos a ciudadanos: honor, género y política en Arequipa, 1780-1854, de Sarah Chambers [1]
Daniel Morán [2] | Universidad Nacional Mayor de San Marcos (Perú); Universidad Nacional de San Martín-IDAES (Argentina)
Uno de los temas de gran trascendencia para la historiografía peruana – que sin embargo no ha recibido la atención debida – es el estudio del período de tránsito de la época colonial a la republicana. Los trabajos al respecto son escasos. Más aún si buscamos una investigación a partir de las regiones y no necesariamente del centro administrativo y político limeño. En alguna oportunidad, afirmamos la necesidad de realizar indagaciones históricas sobre la Independencia con una clara tendencia regional, para luego conectarlo a lo nacional e hispanoamericano. Incluso, al igual que otros investigadores, indicamos lo provechoso que sería analizar las relaciones entre los distintos actores sociales que participan en aquel proceso. Así, el texto que pasamos a comentar se inscribe en aquella tendencia.
Sarah Chambers – historiadora norteamericana dedicada a la historia social y cultural, y análisis de género sobre América Latina de los siglos XVIII y XIX – ofrece en su libro “iluminar los procesos graduales y conflictivos mediante los cuales los peruanos se transformaron así mismo de súbditos coloniales a ciudadanos republicanos“. Puntualmente, el caso específico de la región arequipeña. La autora sostiene que tanto la elite como las clases populares jugaron un papel crucial en la conformación de la cultura política de la naciente República. Además, contra lo que corrientemente se creía, Chambers muestra como las clases populares no fueron actores pasivos sino protagonistas de los acontecimientos en los cuales se encontraron inmersos. En consecuencia, el presente libro que consta de siete capítulos, es un gran aporte historiográfico a la temática que venimos señalando.
En el capítulo primero, “De la ciudad leal al pueblo caudillo”, se expone en forma sucinta y general la historia política de Arequipa en el arco temporal de 1780 – 1854. Es precisamente al examinar todo el período, que se hace explícito transformaciones significativas en la cultura política de la región. La Independencia se convierte así en un hito importante en donde los arequipeños, luego de jurar fielmente su lealtad al rey, pasarán en la nueva República, a la lucha activa por conseguir políticas más favorables de parte del Estado. En esta etapa el accionar político de los caudillos fue esencial. Porque no estuvieron solos en el espacio inestable en los cuales les toco actuar. Buscaron y consiguieron movilizar a los distintos grupos sociales logrando así una notable cohesión de las clases arequipeñas, una amplia base que podía poner en serios aprietos al gobierno central. Chambers considera que solo esa relación entre los actores sociales y el análisis de la cultura y la sociedad popular nos puede brindar indicios reveladores para poder explicar el papel político de Arequipa en la vida nacional.
El segundo capítulo, “Clase y casta: las ambigüedades de la identidad”, explora la formación de una identidad común que subyacía a las alianzas entre clases y a las multiétnicas. Se pone énfasis en las implicancias que aquella identidad tuvo en la movilización política. A pesar que en Arequipa no existió una sociedad igualitaria sino jerarquizada, las divisiones de clase eran menos evidentes debido a la identidad ambivalente de sus habitantes. Allí “ni la riqueza de la elite ni la pobreza de las clases bajas eran tan extremas”. Existía una solidaridad regional arraigada en las relaciones sociales locales. Las personas con diversos grados de estatus social y económico se confundían en el quehacer cotidiano, socializaban y se conocían en la intimidad misma con sus vecinos. Ese contacto frecuente permitió la creación de una identidad cohesionada aunque ambigua, la cual mostraría su efectividad en las constantes rebeliones armadas que se suscitaron en el temprano siglo XIX peruano.
El siguiente capítulo, “Familias, amistades y festividades: los vínculos de la comunidad y la cultura”, analiza la tensión entre el conflicto y la cohesión dentro de la cultura popular. A través de las redes sociales que se tejían en la familia, el barrio y la comunidad local, los arequipeños lograron construir una cultura regional compartida. Sin embargo, esta no estuvo libre de las tensiones subyacentes. Así, el chisme, las habladurías, los problemas conyugales y personales, las celebraciones de las festividades cívicas y religiosas, si bien expresaban una violencia y conflictividad elevada, no ponía en peligro la cohesión social. Por el contrario, permitía la supervivencia forjando una identidad común. Por ejemplo, el rol de las chicherías en donde se podía reunir a personas de diversas clases sociales, que luego marcharían a las escaramuzas y enfrentamientos de los partidos en coyunturas políticas determinadas. Para Chambers a partir de allí se puede hablar de un “proceso gradual de politización entre las clases populares”, su inclusión a la vida política del país.
El cuarto capítulo, “De la iglesia a los tribunales: el intento de control social”, examina los diversos mecanismos cambiantes que utilizaron las autoridades coloniales como republicanas para conseguir la paz social evitando así un posible desborde popular. En los tiempos finales del virreinato el ente regulador en dicha labor fue la Iglesia, quien en manos de un ardiente reformador el obispo Pedro José Chaves de la Rosa, inició una campaña con el fin de cambiar el comportamiento de los pobladores arequipeños. No obstante, sus intenciones chocaron rápidamente, pues, “lo que era ignorancia y superstición para el obispo era tradicional para la mayoría de los plebeyos”. Además, las autoridades civiles no creían que algunos excesos podían poner en peligro el orden público. De allí que hicieran caso omiso a los reclamos del eclesiástico. En cambio, después de la Independencia, la inestabilidad política así como los temores por el alza de la criminalidad, convenció a los funcionarios republicanos de dar mayor importancia al establecimiento de un mayor control de la población ampliando el sistema de justicia criminal y el cuerpo policial. Entonces, las autoridades republicanas en Arequipa se volvieron más represivas que sus predecesoras coloniales.
El capítulo quinto, “Del estatus a la virtud: la transformación del código de honor”, ofrece una explicación del cambio sufrido por los ideales hegemónicos del honor en el tránsito de Colonia a República. Con el creciente control social de parte del Estado sobre las diversas clases sociales, estos últimos se pusieron a buscar “nuevos valores e ideas que los ayudasen a dar sentido a su mundo cambiante”. Se necesitaba, en aquellos tiempos inestables, un mito social que pudiera unir a los miembros de la sociedad local. El honor era el ideal dominante que cumplía con esa función. Sin embargo, su significado y valor se transformó durante el período estudiado. Durante la época colonial, el honor estaba asociado al estatus, la riqueza, una buena cuna y sangre pura, características compartidas entre los integrantes de la elite. A ello se agregaba el reconocimiento de esas cualidades ante la opinión pública. Por su parte, los plebeyos, reclamaban su propia versión del honor basado en la conducta y aceptaban que el honor era proporcional. Así, “el código de honor colonial ofrecía un lugar (si bien desigual) a un gran segmento de la población, así como lineamientos para una coexistencia relativamente pacífica”. Esa estabilidad se rompería con la Independencia. En las primeras décadas de la República, los arequipeños reinterpretaron el valor del honor. Ya no era el estatus lo fundamental sino el mérito con sus talentos y virtudes. El honor dejó de ser un derecho de nacimiento y debía de ganárselo. Por lo tanto, un nuevo sentido del honor nacional surgió, en donde “la honra ya no era hereditaria y jerárquica, sino algo accesible a todos los ciudadanos según sus méritos”. Las autoridades civiles entendieron esos cambios y procuraron amalgamar “la nueva retórica igualitaria con la necesidad del control social”.
El sexto capítulo, “Los límites de la ciudadanía: el género y la moralidad republicana”, muestra las restricciones y lo complejo que significó en la práctica los postulados ciudadanos del republicanismo. Como se mencionara, los arequipeños luego de la Independencia transformaron el valor del honor “desplazando el énfasis del estatus hacia el concepto más igualitario de la virtud”. El nuevo ciudadano era reconocido por su conducta, responsabilidad y su intensa laboriosidad en el trabajo. Sin embargo, los más trabajadores no necesariamente podían ser ciudadanos. La exclusión se daba en aquellas personas que eran dependientes. Así, los desempleados, los esclavos, los sirvientes indígenas y sobre todo las mujeres no calificaban y, por lo tanto, se les negó la ciudadanía. Entonces, se siguió manteniendo a pesar de todo los límites de la igualdad y el derecho de ser ciudadanos libres a cierto sector de la población. Los mismos funcionarios y jueces aceptaron esta norma en bien del orden público y la paz social.
En el último capítulo, "Nuestra opinión como ciudadanos libres: cultura política y liberalismo", Sarah Chambers sintetiza y hace confluir el análisis de la cultura popular y la ciudadanía republicana con la praxis política de los arequipeños durante los turbulentos años de las rebeliones y los caudillos. En aquellos momentos de crisis política, estos hombres lograron movilizar las redes sociales y consiguieron - a través de promesas de reformas políticas y legales - el apoyo y el respaldo popular. Paulatinamente, las clases sociales de Arequipa se fueron politizando, en especial las clases populares. Las relaciones entre los distintos grupos y actores sociales era cada vez más fuerte. En las elecciones presidenciales, revueltas, motines y lucha por el poder, se hacía explícita la conciencia política que iban ganando los nuevos ciudadanos. Su participación activa en los acontecimientos llegaría a ser trascendental. Incluso, a partir de la segunda mitad del siglo XIX, una nueva generación de liberales tomaría el poder, comenzando así una influencia considerable en la vida política nacional. Todo ello ocasionó la idealización de la Ciudad Blanca, una imagen mítica de Arequipa que aún ahora prevalece entre sus habitantes. No obstante, Chambers afirma que si comparamos a Arequipa con otras ciudades latinoamericanas, podemos advertir que ella "podría no ser tan singular como parece", con lo cual el mito representaría más los deseos de los Arequipeños que la realidad misma.
Finalmente, una de las tesis interesantes que deja el texto de Chambers es la participación activa en el terreno político de las clases populares luego de la independencia. Este sector social representó una fuerza considerable y decisiva en los eventos ocurridos en el período. Debemos entender, como lo señala la autora, que una explicación más exacta y coherente y que refleje mejor la realidad que se analiza, es posible si comenzamos a indagar la cultura popular; el espacio público y privado "más allá de la angosta esfera de la política formal". Es decir, en casas, tabernas y calles, en los tribunales en donde se desarrolló la historia del temprano Perú republicano. Además, debemos recuperar nuevas fuentes y realizar un examen exhaustivo de la documentación existente, con el objetivo de reconstruir nuestra historia, y ceder la palabra, por así decirlo, a los protagonistas muchas veces excluidos y silenciados, pero que representan el corazón mismo del devenir histórico de la sociedad peruana.
[1] Sarah C. Chambers. De súbditos a ciudadanos: honor, género y política en Arequipa, 1780-1854. Lima: Red para el Desarrollo de las Ciencias Sociales en el Perú. 2003, 318 p. Reseña originalmente publicada en Praxis en la Historia. Lima. 2004. nº 3. p. 244-248.
[2] [aedo27@hotmail.com] Licenciado en Historia por la Universidad Nacional Marcos de San Marcos (Perú, 2008), candidato a Magister en Historia por el IDAES de la Universidad Nacional de San Martín (Argentina) y Becario Roberto Carri (2009-2010). Actualmente, se encuentra por empezar el doctorado en Historia en Argentina gracias a una beca doctoral del CONICET. Es director de Illapa. Revista Latinoamericana de Ciencias Sociales y del Boletín Digital El Investigador Latinoamericano.