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Los colores de las independencias iberoamericanas. Liberalismo, etnia y raza, de Manuel Chust e Ivana Frasquet (eds.) [1]

 

Daniel Morán [2] | Universidad Nacional Mayor de San Marcos (Perú); Universidad  Nacional de San Martín-IDAES (Argentina)

Los procesos de las independencias en Iberoamérica a puertas de las celebraciones de sus bicentenarios han cobrado una expectativa académica muy importante. Así, podemos percibir una diversidad de líneas de investigación que buscan repensar estos procesos acaecidos hace dos siglos en una perspectiva contemporánea que no marque una ruptura o vacío en el conocimiento de la historia de esos procesos  independentistas  y la historia actual y su relación con las distintas naciones que hoy conforman los Estados Iberoamericanos. En ese sentido, Manuel Chust e Ivana Frasquet han editado un conjunto de estudios realmente sugerentes relacionados al liberalismo, la  etnia y la raza en los procesos de independencia.

De todos estos trabajos se desprende una atenta preocupación de los autores por reflexionar sobre el papel y las representaciones de las clases populares en aquella coyuntura de las revoluciones hispánicas. Esta tendencia historiográfica ha venido creciendo en los distintos países iberoamericanos en donde el desempeño de los sectores populares es visto ahora desde una óptica que evidencia una activa participación política de estos sujetos históricos en los espacios y etapas en donde desenvolvieron su existencia como actores sociales. No obstante, si bien el libro editado por Chust y Frasquet busca desarrollar esta línea de investigación no ha podido escapar de algunas barreras difícil de soslayar referidas especialmente a la utilización de determinadas fuentes que ofrecen más que el desempeño de las propias clases populares, la imagen que de éstas tuvieron los grupos de poder. Aún así la introducción y los ocho trabajos que componen el libro nos permiten percibir la fuerte tendencia de la historiografía reciente por examinar el comportamiento y la actuación política de las clases subalternas relacionadas al papel desempeñado por las elites en el proceso de las independencias en Iberoamérica.

Precisamente, los tres primeros textos de Los colores de las independencias iberoamericanas inciden en advertir la fuerte relación entre los intereses de las elites políticas y los problemas de los sectores populares específicamente en Cuba. El tema de la esclavitud, el monopolio de ésta arrogada por la elite y su importancia en la isla en la coyuntura de las guerras de independencia ha sido señalado en varias oportunidades. Desde esa perspectiva, Michael Zeuske ha resaltado el papel particular de la elite habanera en el período de 1808 y 1812. La elite de Cuba no tuvo en sus planes la formación de ninguna junta de gobierno (salvo el intento fracasado de Arango), por el contrario, apoyó las disposiciones emanadas de la metrópoli siempre y cuando permitiera a la elite local la suficiente autonomía para mantener y desarrollar sus actividades económicas y mercantiles, básicamente con la economía del boom del azúcar y de los esclavos. En estas actividades era fundamental la mano de obra esclava por ello la insistencia de las elites criollas cubanas por mantener la esclavitud y sostener un racismo que justificase esa situación de inferioridad de las castas. Incluso, el proyecto reformista de Arango estuvo teñido de la exclusión social de los negros de toda  igualdad política. Se pedía la integración económica pero se negaba la integración cultural y social. Entonces, los intentos autonomistas de las elites criollas de Cuba en el período de la crisis hispana buscaron evitar “los autonomismos desde abajo, desde las castas o de los pardos” y,  a su vez, lograr que esos sectores populares excluidos aceptasen apoyar la causa criolla sin sostener proyectos de soberanía y libertades populares. Es decir, se intentaba crear una ciudadanía pasiva y activa que favoreciera a los grupos de poder y el mantenimiento de la autoridad política.

Por su parte, Juan Amores en el segundo trabajo del libro busca probar que la lealtad cubana a España no estuvo circunscrita al miedo al negro sino al poder de los privilegios, la concesión de honores y sobre todo a los beneficios fiscales y comerciales que la corona otorgó a Cuba en toda su historia. Esta idea corrobora la opinión de   Michael Zeuske de que las elites cubanas, incluso ante una revolución de esclavos en la isla adherente, resolvieron desarrollar más esclavitud en la propia isla, cuestionando con ello la tesis clásica del temor a los esclavos como un argumento de la fidelidad cubana a la metrópoli. En forma puntual, las apreciaciones de Juan Amores se basan en un análisis de proceso de la realidad cubana que permite advertir, más que un intento individual y providencial de reformismo encabezado por Francisco Arango y Parreño,  todo un programa político y económico del liberalismo ilustrado en Cuba entre 1790 y 1820. Con aquel argumento se corrige la exageración de la historiografía cubana de ver en este personaje al promotor y causante directo del desarrollo económico de Cuba. En realidad, aquellas concesiones a la isla respondían a un proceso de largo plazo en la política española. No obstante, la importancia de la propuesta de Arango radica más en el plano político que económico, porque, por primera vez, un criollo realizaba una evaluación del colonialismo en forma crítica y planteaba además con crudeza y realismo el problema de la esclavitud.

En el tercer estudio, Juan José Sánchez Baena nos ofrece un recuento detallado de la prensa cubana y su relación con la libertad de ideas entre 1810 y 1823. Resulta central el análisis de estos periódicos pues en ellos participan muchos de los personajes generadores de opinión e inmersos en la política como fue el caso del mismo Arango. Sánchez Baena subraya dos etapas en el desarrollo de la prensa cubana: El primer período de la libertad de imprenta (1810-1814) y el segundo período constitucional (1820-1823). En el primero, la prensa hace eco de las voces de denuncia por los abusos de la administración colonial y celebra la ansiada libertad de publicar las ideas políticas en Cuba. Ante esta libertad de la prensa se percibe la tendencia de los diversos grupos sociales por expresar sus opiniones y la inconformidad con la política española, los debates para generar las reformas que necesitaba la isla y los propios problemas acaecidos en la metrópoli. En la segunda etapa, la restauración de la Constitución de 1812 y la vuelta a los debates de la libertad de prensa ocasionaron la proliferación de múltiples periódicos muchos de ellos de vida efímera que se insertaron en la arena de la lucha ideológica y política del trienio liberal. El análisis sistemático de estas publicaciones podría arrojar argumentos sugerentes para la comprensión del pensamiento de las elites criollas cubanas y la imagen que éstas tuvieron de los problemas de las clases populares, especialmente en relación a la esclavitud. Entonces, la investigación de Sánchez Baena más que un trabajo acabado representa un aporte inicial para replantear la importancia de la prensa cubana en la coyuntura de crisis hispana.

El cuarto estudio del libro se inserta en forma directa en los debates sobre la esclavitud, la ciudadanía y la ideología proesclavista desarrollados tanto en las cortes de Lisboa y la asamblea constituyente de Río de Janeiro entre 1821 y 1824. Marcia Berbel y Rafael Marquese destacan el argumento de que en las cortes de Lisboa los criterios no racionales definieron la concepción liberal de la ciudadanía. Así, el portugués/ciudadano connotaba características incluyentes que buscó soldar las fisuras de la identidad que venía siendo cuestionada en aquellos años de las guerras de la independencia. Por lo  tanto, la identidad debía asegurarse por el derecho a la ciudadanía, la igualdad de los habitantes de ambos hemisferios y, por ende, la admisión de una “posible igualdad de portugueses de muchos colores.”  Por su parte, en la  asamblea de Río de Janeiro si bien se mantuvo esa inclusión esta vez de los brasileños a la ciudadanía se realizó una distinción entre los originarios de África y los de Brasil. Esta distinción al advertir la  diferencia en ser extranjero y no tanto por ser negro o no, permitió que se mantuviera aún la esclavitud y la continuidad del tráfico negrero transatlántico hacia Brasil. En ese sentido, como señalan los autores, “el comercio de carne humana serviría, entre otras cosas, para producir más libertad. Y, también, más desigualdad.”

Las dos siguientes investigaciones están centradas en Nueva España y en la participación de los sectores indígenas en las guerras de independencia y en la formación de los nuevos Estados nacionales. Eric Van Young después de indagar por décadas la realidad mexicana se interesa por determinar el significado que tuvo el movimiento independentista para la gente común en el campo y si esta expresó de alguna manera un tipo de sentimiento nacionalista que podría configurar la vida política del siglo XIX mexicano. En forma específica, en este trabajo Van Young prueba que “la cultura política y la práctica política cotidiana en la mayoría de las miles de comunidades indígenas de Nueva España demostraron una notable continuidad […] entre el último período colonial y el final de la década de la insurgencia.” Sin embargo, esta comprobación no señala que la continuidad tenga que ver exclusivamente con el papel pasivo de las clases populares. El propio autor advierte que la historiografía reciente ha revalorado mejor el comportamiento político de los sectores subalternos en las guerras de independencia siendo en la actualidad insostenible una posición de indiferencia de estos grupos populares antes los acontecimientos políticos de los años de la revolución. Lo que el estudio de Van Young muestra claramente es que la apertura que representó las Cortes de Cádiz y la Constitución de 1812 no fue la de una comunidad imaginada en donde los sectores populares pudieran encontrar el camino para su integración política, sino “un medio para llevar a cabo la defensa de sus comunidades”, por ello, las sublevaciones fueron de carácter localizadas, de corta duración pero potencialmente violentas, pues estaban defendiendo su localismo obstinado antes que la emergencia de una visión más amplia o algún tipo de proyecto nacional incipiente.

El trabajo de Izaskun Álvarez sobre la región del Yucatán deja también muy en claro las relaciones conflictivas existentes entre los grupos populares indígenas y los sectores criollos. Resulta oportuno entender la participación de población india en un marco más amplio que incluya los años de la independencia hasta la finalización de la guerra de castas. En ese proceso queda latente la diversidad de intereses y opiniones entre los pueblos y las pretensiones de las autoridades criollas por diseñar “un Yucatán independiente, sin contar con la población indígena, a la que intentaron anular, vender y exterminar por todos los medios.” En otras palabras, corroboramos al argumento central de los criollos de “hacer patria sin indios”, a pesar de que estos sectores populares representaban el elemento diferencial de la sociedad mexicana.

Oscar Almario se ha preocupado en desarrollar precisamente la búsqueda de una nueva identidad que los criollos neogranadinos intentaron conseguir a partir de las luchas por la independencia. A su vez el autor señala “las distintas representaciones acerca de las llamadas castas y el reto de su inclusión en el proyecto nacional” y de cómo las elites criollas pretendían construir la nación negando lo indio, lo negro y lo mestizo. Almario muestra cómo la cuestión de las castas y el problema indígena estuvo en la agenda de las discusiones de las Cortes de Cádiz, porque el debate siempre giró en la inclusión política de estos sectores populares tan importantes en la configuración social y política de las naciones iberoamericanas. Era evidente la idea de Restrepo de que “la esclavitud debe destruirse, sin destruir al propietario” y que “no conceder la libertad es una barbarie; darla de repente es una precipitación”, incluso, las palabras de Bolívar de que únicamente las leyes y la educación podían permitir que las desigualdades adherentes a la naturaleza de los hombres se convirtieran en igualdades propiamente políticas y sociales. En esencia, las elites criollas volvían a excluir a través de diversas estrategias retóricas y discursivas a los grupos populares de la arena política nacional.

Finalmente, Nuria Sala I Vila cierra el libro editado por Chust y Frasquet reflexionando sobre la región como un espacio de representación política en el Perú decimonónico. La autora señala que no solamente la ciudadanía había sido uno de los ejes que permitió la construcción del proyecto liberal en América Latina, sino que  fueron los espacios políticos desde donde se pudo materializar aquel objetivo. En los estudios de casos Sala I Vila ha podido manejar la hipótesis de que la región se  convirtió en el siglo XIX en un espacio de poder político. Así, los diversos proyectos liberales de representación política tuvieron relacionados tanto a la ciudadanía como a las organizaciones políticas administrativas que formaron parte del nuevo Estado nacional desde los años de las guerras de independencia. A partir de esas vinculaciones se podría entender las repercusiones de los poderes locales y regionales en la configuración social de los sectores populares y en la esfera política del Perú del XIX.

Indudablemente Los colores de las independencias iberoamericanas editado por Chust y Frasquet muestra una multiplicidad de posibilidades para abordar el estudio de las clases populares en Iberoamérica. Aprehender en su esencia “los colores” y los intereses de los diversos grupos sociales, relacionar sus motivaciones con sus horizontes de desarrollo, situar su papel social y político en el proceso revolucionario y advertir las diferentes propuestas y alternativas políticas que tuvieron en la convulsionada coyuntura de las guerras de independencia. Entonces, en la actualidad es una verdad irrefutable que las celebraciones de los bicentenarios representan más que una estupenda oportunidad para repensar la historia de estas clases subalternas y sus íntimas implicancias políticas en la configuración de las sociedades iberoamericanas.      



 

[1] Manuel Chust e Ivana Frasquet (eds.). Los colores de las independencias iberoamericanas. Liberalismo, etnia y raza. Madrid: CSIC, 2009, 291p. Reseña originalmente publicada en Boletín del Instituto Francés de Estudios Andinos. Lima. 2010. nº 39 (2). p. 454-458. 

[2] [aedo27@hotmail.com] Licenciado en Historia por la Universidad Nacional Marcos de San Marcos (Perú, 2008), candidato a Magister en Historia por el IDAES de la Universidad Nacional de San Martín (Argentina) y Becario Roberto Carri (2009-2010). Actualmente, se encuentra por empezar el doctorado en Historia en Argentina gracias a una beca doctoral del CONICET. Es director de Illapa. Revista Latinoamericana de Ciencias Sociales y del Boletín Digital El Investigador Latinoamericano.

 

 

 

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