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Fragmentos del libro de Jorge Giraldo Ramírez, Guerra civil posmoderna

Logos Siglo del Hombre, Universidad de Antioquia y Universidad EAFIT

 

Contenido

 

Invitación al lector,
por José Luis Villacañas Berlanga, Universidad de Murcia

Introducción

PARTE I
LOS RÍOS OSCUROS

Capítulo 1
Brumas. El concepto de guerra civil

1.1. La palabra para la guerra
1.2. Las palabras que ocultan la guerra civil
1.3. Guerra civil posmoderna

Capítulo 2
Superficies La guerra posmoderna

2.1. La declinación de la estatalidad
2.2. La ineficacia de las distinciones modernas
2.3. La insuficiencia de Clausewitz
2.4. La problemática realidad del derecho
2.5. El realismo de espaldas a la realidad
 
Capítulo 3
Exterioridades. La guerra partisana

3.1. La guerra partisana como forma de guerra
3.2. Irregularidad y distinción respecto del criminal
3.3. Compromiso político y distinción respecto del soldado regular
3.4. El carácter telúrico.
3.5. La movilidad y el peligro de la desincardinación
 
Capítulo 4
Efluentes. Guerra razonable y guerra de aniquilamiento

4.1. De la guerra militar a la guerra política
4.2. De la enemistad a la guerra
4.3. De la guerra razonable a la guerra de aniquilamiento
4.4. Exclusión como premisa del aniquilamiento
 
PARTE II
LOS CAMINOS SIN ALEGRÍA

 
Capítulo 5
Bifurcaciones. Guerra justa: dualismo radical y adversarios no combatientes

5.1. ¿Por qué partir de una teoría de la guerra justa?
5.2. Rawls, la validación
5.3. Walzer, la renovación
5.4. Dos correcciones iniciales para una teoría de la guerra civil justa
 
Capítulo 6
Encrucijadas. Combatientes: reconocimiento y responsabilidad

6.1. Evolución de la figura del combatiente
6.2. Las figuras del combatiente en la guerra posmoderna
6.3. Las dificultades del nuevo “derecho de la fuerza”
6.4. Pautas para el trato a los combatientes
 
Capítulo 7
Puntos de fuga. Adiós a las grandes palabras

7.1. Derrota: adiós a la victoria
7.2. Intervención: la reinvención de la soberanía política.
7.3. Secesión: adiós a la unidad política
7.4. Modus vivendi: adiós a la paz como acontecimiento
 
Capítulo 8
Callejones. No hay derecho a la revolución

8.1. El bifrontismo de la revolución
8.2. Marx: la idea moderna de revolución
8.3. Kant: su postura paradójica ante la revolución
8.4. Kant versus Marx: un balance contemporáneo
 
A modo de epílogo
 
Bibliografía

 

Invitación al lector

 

Carl Schmitt ha tenido una larga influencia en tierras americanas. Baste recordar el amplio libro de J. E. Dotti sobre su presencia en Argentina. Sin embargo, la mayoría de las veces, el efecto Schmitt ha sido directo y por ello no ha tenido una gran relevancia teórica. Esta misma valoración se podría mantener, incluso, respecto de la presencia más bien vergonzante de Schmitt en el pensamiento populista actual, como se percibe al leer las obras de E. Laclau. Es tan directa e inmediata, tan obvia, que puede ser ocultada sin mermar la eficacia del planteamiento general. En toda esta gama de influencias, el Schmitt que ha tenido eficacia es el que encara procesos políticos constituyentes a partir de la activación de lo político como posición existencial que implica la diferencia amigo-enemigo. Podemos decir que se reconoce en Schmitt al pensador que establece la norma del fondo oscuro y no normativo de la política. Dado que no siempre es fácil reconocer grandes decisiones existenciales en el esquema de los conflictos políticos actuales, ni poderosos choques de formas de vida capaces de evocar las grandes tragedias del primer tercio del siglo xx ―en las que el jurista intervino―, la invocación de Schmitt asegura la dignidad política de caudillismos menores y cubre la arbitrariedad y discrecionalidad de un poder que no tiende a verse, como es lógico desde el punto de vista republicano, como servidor de un pueblo en el largo plazo, sino que aspira, en una improbabilidad desesperadamente sentida, a ser reconocido como soberano y señor.

Tal actitud parece propia de sociedades que tienen dificultades para identificar un poder constituyente verdadero. Tengo para mí que esta dificultad es propia de las sociedades hispanas, a un lado y al otro del Atlántico, y que viene rodando desde las decepciones republicanas de S. Bolívar y desde las frustraciones de los padres constituyentes de Cádiz. En realidad, son historias bastante simétricas, porque nuestras sociedades se habían ido constituyendo a la vez en eso que se llama imperio colonial español, cuya característica única reside en que avanza de forma isomórfica en la configuración tanto de la metrópolis como de la colonia, colonizando la metrópolis y metropolizando la colonia. En el laberinto de estas sociedades, Schmitt, el Schmitt más conocido, es tan seductor como estéril.

Muy otra es la relevancia del trabajo de Jorge Giraldo, en cuya defensa pública como tesis doctoral, tuve el honor participar invitado por el Dr. Francisco Cortés, del Instituto de Filosofía de la Universidad de Antioquia. Como puede suponer el lector, tal relevancia tiene que ver con el uso argumental de Schmitt en el contexto colombiano, tan aparentemente diferente de otros. Aquí, en Colombia, la interpretación tradicional y soberanista de Schmitt, el cantor del estado de excepción, no tiene necesidad de ser invocada porque, desde cierto punto de vista, constituye la práctica de un poder muy bien instalado en el aparato de Estado, que encuentra su mejor coartada para crecer en una violencia guerrillera que a su vez halla todavía su último refugio teórico para no desaparecer en la misma actitud política del gobierno. Tenemos así una típica diferencia amigo-enemigo que, como es natural, nunca resuelve los problemas constituyentes. En España se sabe con creces de lo que hablo. Es lógico por eso que el Schmitt que inspira a Giraldo sea otro. En esencia, se trata del Schmitt que tiene que ver con la concepción neutralizada de la guerra. Giraldo, por lo tanto, se basa en el Schmitt del derecho internacional, en el Schmitt del ius publicum europaeum clásico, para extraer de él enseñanzas referidas a los procesos de formación de poder constituyente.

Ésta es la originalidad de este trabajo, escrito en un castellano firme, poderoso, terso, que refleja de forma admirable la propia personalidad de su autor. Giraldo ha conquistado de Schmitt esa compresión de la retórica política, el hablar con franqueza y claridad acerca de las cosas que los demás andan trasteando o sugiriendo. No es oracular el castellano de Giraldo, sino eficaz. Y por eso su tesis es transparente, por mucho que resulte paradójica. Nuestro autor ha escrito un libro en el que cree a la vez en Schmitt y en Kant. Esto puede chocar a muchos, y de cierto modo tuve la ocasión de escenificar ese choque en el acto de la defensa de la tesis. Pero el argumento de Giraldo debe ser considerado. Si aceptamos la base normativa de Kant, si aceptamos su idea de poder constituyente como aquel que se deja inspirar por un contrato ideal, y si vivimos en una situación de hecho atravesada por la violencia, y por una que no puede caracterizarse meramente como terrorismo, ni su agente como meramente partisano, sino como una violencia que también aspira a dar su versión de poder constituyente ―y lo hace no sólo en su dimensión política, sino en su intervención territorial, económica, cultural, militar, etcétera―, entonces la pregunta teórica pertinente es esta: ¿el poder vigente debe considerarse como soberano en el sentido schmittiano, como legítimo en el sentido kantiano, y declarar un estado de excepción que lleve a una guerra hasta la muerte de los que resisten a su poder, o por el contrario debe considerarse provisional en su legitimidad y que la situación implica y concierne al contrato originario por venir? Giraldo, usando argumentos kantianos, considera que un contrato kantiano es aquel que es valorado por las partes como si implicara el rechazo del derecho de revolución. Giraldo concede esta tesis de Kant como adecuada y apropiada. Pero en lugar de usarla para asegurar que la violencia organizada en cuerpos militares ingentes insurreccionales es ilegítima e ilegal, considera que este juicio sería política estéril y contraproducente desde un punto de vista kantiano.

Tengo la sospecha de que las sociedades hispánicas, en la medida en que éste sea un concepto operativo ―que no lo sé―, tienen un déficit intelectual y moral que consiste en no lograr nunca ese momento de evidencia política existencial que implica considerar un pacto de estatuto como digno de ser aceptado de forma unánime, señalando como irrefutablemente ilegítimo el derecho a la revolución. Esto implica que el destino nos ha deparado vivir en sociedades que han usado de forma endémica la violencia como arma política. El problema de Giraldo es el de Bolívar: ¿cómo estas sociedades pueden devenir sociedades republicanas y kantianas?

Sin duda, la pregunta ofrece muchos flancos, y desde luego implica considerar a Kant como algo más que el teórico que rechaza el derecho de revolución. El problema implica acordarnos del problema de la justicia, que es parte del contrato constituyente kantiano. Con ello, ya vemos que la índole del asunto es grave y compleja, pues afecta a consensos acerca de lo justo, simultáneos con los consensos acerca de lo legítimo. Pero en todo caso, colocados ante la situación de violencia, la pregunta es: ¿cómo llegamos antes a un estatuto kantiano, mediante el estado de excepción schmittiano, que produce una soberanía constituyente sobre la exclusión, neutralización o eliminación del enemigo interior, o bien mediante la aplicación al que ejerce la violencia organizada y casi-estatalizada del estatuto de combatiente? ¿Cómo se sirve antes a la paz? ¿Acaso no llegaríamos a ser más pronto y más profundamente kantianos si somos transitoriamente schmittianos, y concedemos al que desafía al Estado el estatuto de combatiente reconocido que tiene que formar parte del futuro contrato ideal?

Ser schmittianos para ser kantianos. Ser schmittianos aplicando categorías de derecho público originariamente pensadas para las relaciones internacionales, para así avanzar en la configuración de un genuino Estado de derecho en política interior. Aplicar categorías schmittianas de política exterior para llegar a ser kantianos en política interior. Éste es el reto teórico de este libro, que no puedo desplegar, sino meramente apuntar, cumpliendo con este género que es la invitación al lector. Como tal, este libro no puede ser leído al margen de situaciones concretas. Su relevancia reside en que esas situaciones concretas no son circunstanciales, sino estructurales. Eso hace de este libro un genuino esfuerzo de pensar la política, de usar la filosofía política no tanto en exégesis académicas, eruditas o meramente teóricas, sino en un esfuerzo de poner la teoría al servicio de los problemas angustiosos del presente. También en esta dimensión el libro de Giraldo es a la vez kantiano y schmittiano. El primero definió la consigna perenne de la Ilustración como un reto que tiene que ver con pensar el presente. El segundo recordó las acusaciones evangélicas, que consideran un hipócrita a quien mira el cielo y la tierra y rechaza hablar de su propio tiempo. Creo que el lector ilustrado de Giraldo, inspirado en este ethos del filosofar, no quedará decepcionado tras leer el presente libro.

José Luis Villacañas Berlanga, Universidad de Murcia

 

Introducción

 

Me paseo por esta carretera,
con un martillo y una lámpara incandescente;
con una mano he construido,

y con la otra he incendiado.
Sobre este camino,

lleno de sombras y dudas,
quiero asumir mi carga, y resolverla
con Lía.

Bruce Springsteen, Leah

 

Hay pocas dudas acerca de la pertinencia de los estudios sobre la guerra, especialmente desde que los europeos despertaron del sueño autocomplaciente de la paz de cartón piedra que recibieron como regalo en 1945. La literatura histórica, sociológica, política y la narrativa han vuelto al tema con un fervor que se había tornado extraño. La filosofía política no ha sido esquiva a esta atracción, aunque la renovada hegemonía de cierto liberalismo filosófico parece haber expulsado a la guerra de su catálogo, en contra de su ilustre pasado. Pero si ponemos nuestra mirada sobre la guerra civil, el saldo cambia. De hecho, con excepción de los historiadores, el término ha caído en desuso.

Este estudio se propone recuperar la categoría guerra civil como una de las más clásicas y antiguas del pensamiento occidental, discutir los términos en que su actualización sería posible y confrontar los elementos de una teoría así renovada con el pensamiento político y moral sobre las guerras contemporáneas. Mi programa intenta conjugar dos propósitos diferentes pero complementarios: el primero se encamina a caracterizar la naturaleza y el alcance de los cambios que se han producido en la guerra, específicamente en aquellas guerras distintas a las estatales; el segundo propósito se orienta a reflexionar sobre los términos que deben orientar el comportamiento de los agentes políticos, colectivos e individuales en este tipo de confrontaciones bélicas. Este proyecto está inspirado en la idea que el maestro Norberto Bobbio tenía de la filosofía política, una idea jánica que atendía con tanto esmero la investigación sobre los fenómenos como la preocupación por establecer guías prescriptivas para la acción humana.

El programa mental que surgió de mis fatigas coincide parcialmente con los planes, expresos o tácitos, que ilustres pensadores desarrollaron en el pasado. El profesor alemán, en Tubinga, Roman Schnur (1927-1996) había elaborado una minuta para una teoría de la guerra civil en tiempos en que el asunto parecía esotérico. Su morfología se desplegaba en un tríptico que debería ocuparse de los orígenes de las guerras civiles, las regularidades de su dinámica y las pautas de comportamiento que deberían primar durante su ocurrencia. En la denominación de Pier Paolo Portinaro, la demanda se sintetiza en etiología, fenomenología y etología de las guerras civiles.

Cuando surgió este planteamiento, la tarea había comenzado. Nadie antes, ni con mayor fuerza y poder creativo que Carl Schmitt, había emprendido la discusión sobre las implicaciones de la declinación del Estado moderno, la conflictividad de la política interna y la eventualidad de la guerra civil. Como una fenomenología siempre está incurriendo en la posibilidad de perderse en los anecdotarios, las matematizaciones y la sociología de lo particular, Schmitt resultó una guía magnífica para atravesar esta ciénaga de los muertos. Ello no quiere decir que yo lo haya conseguido, ni mucho menos, pero recibí alguna luz y cierta confianza. Despreocupado de cualquier afán interpretativo y pensando en las angustias morales de un ciudadano situado en la entraña de la mayor máquina bélica de la historia, Michael Walzer se enfocó desde 1977 en los dilemas y obligaciones a que se enfrentan todos aquellos que dirigen guerras o las combaten. Su tarea implicaba hacer abstracción de los prejuicios jurídicos y políticos que condenaban la guerra no estatal y someter a su mirada las intervenciones militares, la guerra de guerrillas y el terrorismo. Walzer levantó el manto de olvido que la modernidad había tendido sobre la admirable obra de Francisco de Vitoria, y haciéndolo me desveló los caminos que llevan a la tradición. De cierto modo Walzer comienza donde Schmitt termina, y ayuda a desbloquear la encrucijada de la que éste no acierta a salir.

El resultado de esta mixtura es un trabajo que discurre en dos partes de cuatro capítulos cada una. La primera atiende la necesidad de una fenomenología al tratar de identificar las transformaciones de la guerra y las grandes líneas que dibujan los contornos de lo que llamaré guerra civil posmoderna. Algunos de estos trazos invaden la segunda parte cuando me ocupo de los combatientes y los no combatientes, así como de las revoluciones. En esta primera mitad me vi obligado a encarar una discusión sobre los términos políticos, dada la oscuridad y la proscripción en que ha sido sumido el concepto de guerra civil. Después de considerar el fin de la era moderna, de su teorización clausewitziana y de sus convenciones jurídicas y realistas, me ocupo de la preocupación vital e intelectual de Schmitt por el desbordamiento de la guerra. Por supuesto, Clausewitz y sus críticos, el historiador del siglo xx Eric Hobsbawm y el pensador italiano Bobbio han cumplido un papel decisivo en la organización de mis ideas.

La segunda parte se ocupa de unas reflexiones morales sobre la guerra civil que buscan terrenos para que la distinción entre combatientes y no combatientes pueda seguir siendo plausible. Argumentadas en la primera parte las debilidades del derecho internacional y del realismo político, asumo que el campo más productivo para la disquisición es la familia de las teorías de la guerra justa. La más grata sorpresa fue la fertilidad que las ideas de John Rawls me ofrecieron, en particular su intuición de que las entidades combatientes deben considerar seriamente los términos aceptables de una derrota. Esta idea le dio forma a cuatro capítulos que invitan al arrostramiento de la guerra sin el orgullo implacable de la virtud ni la desesperación depredadora de la altivez. Las tesis de Allen Buchanan, Karl-Otto Apel y John Gray me ayudaron a ubicar algunos tópicos fecundos para mis cavilaciones. Immanuel Kant y Karl Marx resultaron imprescindibles ante la insistencia de Bobbio, Schnur, Schmitt y Walzer, de que la revolución era el ropaje moderno de las guerras civiles de siempre. La producción filosófica de Isaiah Berlin tiene más importancia en mi análisis de lo que aparenta: su realismo, su concepción trágica de la política, su valoración del sentido de comunidad y su ardorosa defensa del pluralismo informan mi actual concepción del mundo político.

Me ocupo de un gran tema, y ello obliga a hacer elecciones y abandonar cuestiones que pueden ser tanto o más relevantes que las tratadas. Las guerras posmodernas en las que intervienen organizaciones internacionales o coaliciones de Estados, las especificidades que se derivan de las configuraciones que adoptan los amigos y los enemigos en las guerras partisanas, el ius post bellum que ha centrado la atención de muchos pensadores contemporáneos, entre otros tópicos, han sido dejados de lado. Por la misma razón, por tratarse de un problema, no me concentro en dar cuenta de los autores relevantes en sí mismos sino de las tesis o aspectos que me interesan y que no tienen que ser congruentes con el conjunto de sus obras y puntos de vista. Siguiendo la enseñanza de Rawls, creo que una concepción política, incluso en el campo de la teoría, puede hacer compatibles campos más o menos extensos, más o menos importantes, de diversos enfoques filosóficos y tradiciones de pensamiento. Mi objetivo no es proponer una teoría, ni siquiera nuevos conceptos, sino organizar algunas ideas de una manera sugestiva para continuar la investigación con todos aquellos que sospechen que detrás de la violenta insociabilidad del mundo contemporáneo hay algo más que desquiciados y criminales.

Tras bambalinas se esboza un cambio de época desde la modernidad política hacia un más allá que apenas estamos identificando con nuevas teorías y léxicos, que evoca la maravillosa imagen de Tocqueville en los acantilados de 1848, cuando describía el cambio histórico con la sensación de un hombre que camina en las tinieblas. Mis principales referencias históricas caen en el periodo posterior a la Segunda Guerra Mundial, siempre retrocediendo hasta donde resultara necesario, y todas esas vueltas suelen llevar a Versalles. Me he apoyado en sistematizaciones ambiciosas de historiadores, sociólogos y politólogos para sugerir algunas de las regularidades que exigía Schnur.

El uso indiscriminado de la primera persona, singular o plural, en estas páginas es una declaración de modestia y honestidad. De modestia, porque si el sujeto es un comienzo, el pronombre personal es la declaración de ese comienzo particular, distinguiendo las sabias enseñanzas de la tradición de mis precarias intuiciones. De honestidad, porque no hay observadores imparciales y, menos aún, un yo inocente.

 

* * *

 

En el periodo de mis estudios doctorales recibí múltiples contribuciones de todo tipo, que no puedo retribuir sino con afecto. Profundos investigadores del tema mantuvieron diálogos desinteresados conmigo acerca de mis preocupaciones: Iván Orozco Abad, de la Universidad de los Andes; Günter Maschke, editor de la obra de Schmitt en Alemania; Stephen Launay, de la Université de Marne la Vallée; Kjell-Ake Nordquist, de la Uppsala Universitet.

Algunos de mis amigos y colegas abandonaron sus cosas más importantes para regalarme algunas horas de lectura y sugerencias: Manuel Alonso de la Universidad de Antioquia, el escritor político León Valencia Agudelo y los colegas de la Universidad Eafit Liliana María López, Julder Gómez Posada y Saúl Echavarría. Con la Sociedad de Estudios Políticos de la Región de Murcia, dirigida por el doctor Jerónimo Molina, efectuamos un fructífero intercambio sobre el pensamiento de Carl Schmitt. En la Universidad Nacional de Colombia, Jorge Iván González me invitó a una fructífera discusión de mi trabajo preparatorio sobre Rawls. El Instituto de Estudios Políticos de la Universidad de Antioquia me abrió un espacio para discutir mi trabajo sobre Bobbio y compartir mis ideas con los estudiantes de maestría. El Department of Peace and Conflict Research de Uppsala Universitet me acogió en una pasantía apoyada por la Universidad de Antioquia y la Universidad Eafit. La Universidad Eafit me dispensó el apoyo necesario para cumplir con mis obligaciones.

El Instituto de Filosofía de la Universidad de Antioquia y su director, Carlos Vásquez Tamayo, me brindaron un apoyo enorme e imprescindible para mi tarea. Algunos de mis estudiantes de la Universidad Eafit y de la Universidad de Antioquia se involucraron en tareas muy particulares; en especial, quiero hacer expreso mi reconocimiento a Felipe Piedrahita. La enorme confianza, la generosidad y la contribución teórica durante una década del doctor Francisco Cortés Rodas explican buena parte de este resultado, que sin él no habría sido posible.

Aunque he tratado de estar en el mundo, el alto precio de mis largos momentos de enajenamiento lo han pagado mis hijos, mi esposa y mis padres, y ellos me han retribuido con amor y comprensión.

 

 

 

ISSN 0327-7763  |  2011 Araucaria. Revista Iberoamericana de Filosofía, Política y Humanidades  |  Contactar