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Carl Schmitt, La tiranía de los valores

Carl Schmitt, La tiranía de los valores. Edición de Montserrat Herrero, traducción de Anima Schmitt, Comares, Granada, 2010, 82 págs. ISBN: 978-84-9836-710-2.

Carl Schmitt, La tiranía de los valores. Prólogo de Jorge E. Dotti, traducción de Sebastián Abad, Hydra, Buenos Aires, 2010, 163 págs. ISBN: 978-987-24866-0-0.

Víctor Páramo Valero | Universidad de Valencia

El lector que se acerca a las obras más políticas de Carl Schmitt busca en ellas un razonamiento que contradiga lo que en principio parecía colmado de sentido en los discursos que han mantenido una controversia directa con su pensamiento. Así sucede con la segunda parte de Politische Theologie (1970). Es sugerente que en la reciente edición de La tiranía de los valores (Die Tyrannei der Werte) llevada a cabo por la editorial Comares se haya incluido el epílogo a aquel volumen. La tiranía de los valores contiene ese espíritu tan nocivo, aunque en esta ocasión la motivación era bien distinta. Publicada en 1960 en una edición privada (Privatdruck) y traducida al castellano en 1961 por Anima Schmitt para la Revista de Estudios Políticos (nº 115), este ensayo –compuesto originalmente para su exposición oral en un seminario celebrado en 1959– contiene una férrea crítica a la filosofía del valor que había tratado de definir la dimensión objetiva de los valores sin contar con la genealogía nietzscheana.

Schmitt no se refiere a Nietzsche más que a través de los escritos de Heidegger. Sin embargo, es la filosofía destruens nietzscheana la que configura la referencia que el jurista alemán toma en la crítica de la confusión entre la dimensión objetiva de los valores, su apropiación por parte de discursos científicos que creen estar exentos de estimaciones, y su innegable e insustituible origen subjetivo que configura la realidad que son tanto en su más elevado como en su más ínfimo grado.

El extenso prólogo de Jorge E. Dotti a la edición de Hydra (que, como él mismo indica, habría de leerse como un epílogo), trata de comparar algunos pasos esenciales que Schmitt da con los de Hobbes o Marx. En un intento similar de ofrecer al lector una comprensión del escrito de Schmitt, en la edición de Comares M. Herrero ha decidido incluir un escrito de 1961 (titulado “El contraste entre comunidad y sociedad como ejemplo de una distinción dualista”) en que Schmitt trata cuestiones que no dejan de estar ligadas a La tiranía de los valores.

El giño del jurista alemán a Ortega en la primera traducción española, recogida en la edición de Comares, parecía contener un gesto un tanto fortuito, añadido para la ocasión, aunque en la versión de 1967 mantiene la alusión al filósofo español y su fervor por la ética material de los valores de Scheler; este es el texto en que está basado la traducción de S. Abad para la editorial Hydra. Tal versión incluye una Introducción del propio Schmitt a La tiranía de los valores, que redactaría años después de la Privatdruck. Hay ligeras modificaciones entre la edición que Schmitt preparó para la traducción española y la que se publicaría originalmente en 1960 con una disgregación distinta de la que presenta en aquélla. Estos cambios, según apunta S. Abad, si bien se deben al contexto de la recepción de su ensayo, no afectan en lo esencial a lo que concede Schmitt en ese escrito.

Habiendo comprendido el marco en que se fragua la obra y el modo en que se ha realizado su recepción en España (también, más tarde, en Argentina), parece conveniente dar de frente con el discurso schmittiano Era de esperar que el recorrido que traza en el ensayo comenzase haciendo alusión a Scheler, Hartmann, Weber u Ortega en la cuestión de la estimación de los valores, como una corriente filosófica que emana de la fenomenología y preocupada por dar respuesta a la metafísica resultante del descubrimiento del carácter subjetivo de los valores y de que valen siempre en función de quien los estima.

Con este propósito, Schmitt recurre al diagnóstico heideggeriano mediante el cual se pone de manifiesto la expresión nietzscheana de esa situación que aquéllos tratarán de organizar, tomando a penas en cuenta una de las más importantes consecuencias de la genealogía de los valores: “el valor y todo lo que tiene que ver con él se convierten en el sustituto positivista de lo metafísico” (p. 128, Hydra, citando a Heidegger, Holzwege). La extensa exposición de la elaboración orteguiana de la filosofía de Scheler sobre los valores con que se abre el ensayo de la edición española no aparece en la edición original alemana. La incidencia de Schmitt en la filosofía del valor sigue una dirección, por así decirlo, opuesta a la que sirve de guía a Ortega. Al final del epílogo citado a la segunda parte de Teología Política Schmitt nos interpela: “¿a cuál de las tres libertades, la libertad científica de los valores, la libertad técnico-industrial de producción o la libertad de valoración del libre consumo humano, le es inmanente la mayor agresividad?” (p. 82, Comares).

La tiranía de los valores, aunque comienza aludiendo al contexto fenomenológico en que se ha desenvuelto la reflexión sobre el valor y la valía, no es sino una respuesta que incide en la agresividad de las tres formas de libertad formuladas en aquella pregunta. El hacer valer, el imponer los valores es, así visto, el objetivo del análisis schmittiano. El “concepto de la agresividad” no puede quedar libre de valores, en tanto que tampoco puede hacerlo la “libertad científica” y su “punto de vista” (del cual habla Schmitt al hacer alusión a Scheler y el “punto de ataque”, p. 132, Hydra). El contraataque de Schmitt a la objetividad y neutralidad valorativa que la ciencia y la técnica pretenden hacer valer muestra que esto último es ya una forma de agresividad en el concepto de valor.

La agresividad que involucra la relación entre los opuestos valor/sin valor (o, en su radicalización, valor supremo/sin valor absoluto) es incluyo mayor que la más característica de la filosofía del derecho de Schmitt (amicus/inimucus, que procede, como es sabido, del De cive hobbesiano). La “voluntad de destrucción” de aquélla representa una antítesis insuperable (p. 48, Comares). La significación que cobran sus dos componentes al aplicarlos a la praxis jurídica, como sucede en la fórmula “Estado de Derecho contra Estado de sin-Derecho”, las convierte en “negaciones absolutas” (p. 49, Comares). El contraste entre ambas se activa cuando a pesar de haber asumido que los valores son subjetivos e inservibles para un intercambio efectivo del contenido que en ellos queda comprendido, la filosofía de los valores intenta condenar el sin valor desde un valor considerado supremo. Al destruir una “vida sin valor vital” se presupone ya que sobre ese “sin valor” puede realizarse una valoración; no una valoración, por así decirlo, positiva, sino una valoración que esconde una “agresividad que no deja de ser virulenta” (p. 43, Comares).

Los valores, si lo son, esconden una atribución omnímoda que alguien les da. Ello implica que, si bien “siempre son valores para alguien”, contienen lo que Schmitt llama el “«reverso fatal»: también valen siempre contra alguien”. Aunque haya estimaciones que sustraigan, por ejemplo, del Estado o de la propia vida el valor que otros le atribuyen, esa sustracción no está libre de una valoración de lo que el Estado o la vida contienen; aunque se las valore por contraste, la oposición a ellas revela ese “reverso fatal de los valores” (fatale Kehrseite der Werte, expresión que Schmitt toma de la traducción alemana de Américo Castro: “…aun los imperios y religiones más suaves se basan en injusticias, que son el reverso fatal de los valores que personifican”). La aserción “vida sin valor vital” y la destrucción que se ha realizado al hacerla servir a modo de justificación no están libres de una estimación, aunque se realice con un movimiento negativo. La “tiranía de los valores” (expresión que, por otra parte, Schmitt toma de Hartmann, el maestro de la “teoría objetiva de los valores”) consiste precisamente en lo que ha conducido a esa dialéctica del valor.

El desglose de la “tiranía de los valores” debe comenzar por asentar la idea de que un valor lo es en función de lo que supone para algo o alguien; esto es, en función de la atribución que realiza nuestra “facultad de estimar” (por utilizar la expresión de Ortega) a algo o a alguien y, por ello, siempre valen respecto a algo o alguien. El problema germinal con que comienza a tener lugar la lógica del valor es el “punto de ataque”, la facultad de juzgar particular y “el punto de vista, el punto de mira” con el que se está en relación a las cosas y personas, que permite la “revalorización de los valores” (esto es, que los valores cambien “tan pronto como cambian los planos en que se despliega su actividad” –p. 134, Hydra).

Weber había descrito la lucha terrible que existe entre esas estimaciones que la ciencia objetiva (autovalorándose a sí misma) establece en la lucha eterna entre valores: la “guerra de todos contra todos” (p. 39, Comares). El politeísmo axiológico que se distingue en la célebre “Wissenschaft als Beruf” de Weber y la “pesadilla” que supondrían, había tratado de ser superado por Hartmann y Scheler con la radicación material de las decisiones subjetivas, una radicación que, sin embargo, establecía ese inherente cambio que se halla en los valores en tanto que siempre valen actualizadamente, porque “lo específico del valor estriba en que solamente vale y no es” (p. 40, Comares).

El problema, de nuevo, de esta alterabilidad e inestabilidad que hace que los valores valgan es que –y aquí incide el ensayo de Schmitt–, a diferencia de las virtudes, las normas o las órdenes, los valores “se establecen e imponen” (mientras que aquéllas tienen que ser cumplidas, ser encarnadas), porque “quien dice valor quiere hacer e imponer”. Al salvar los valores debemos salvar su carácter inestable y, con ello, debemos evitar que se desvanezcan; para conseguirlo, es inevitable hacerlos valer, lo cual significa imponerlos frente a otros. Es el reverso fatal de los valores; su tiranía.

Al afirmar la validez que contienen los valores, quien así los defiende tiene que hacerlos vencer. ¿El paso a doctrinas objetivas de valores salvó el abismo que separa la cientificidad libre de valores y la libertad de decisión del hombre? La respuesta de Schmitt es negativa, y de este modo no hace sino dejar atrás a Scheler y Hartmann y, con ellos, al propio Ortega. Y lo hace sustentándose en la evidencia empírica de que aquella “doctrina objetiva de valores” no consigue superar el diagnóstico weberiano ya referido. La crítica de Schmitt a aquellos autores, siempre certera, se basa en que no consiguieron más que introducir un “nuevo momento de agresividad en la lucha de las valorizaciones, sin aumentar lo más mínimo la evidencia objetiva para los que piensan de manera distinta” (p. 44, Comares).

Siempre dejándonos en duda ante su diagnóstico del nihilismo –en una defensa que no está de manera evidente cerca de la afirmación cristiana sobre la restitución del mundo y que, en apariencia, nos permitiría situarlo en la línea del profetismo nietzscheano–, Schmitt no determina si el decisionismo y voluntarismo político está en condiciones de poder afrontar los designios que el “autoaniquilamiento” (al que se refiere M. Herrero en su escrito introductorio) de la tiranía de los valores tiene preparado para aquello que no forma parte de su valoración positiva; lo que queda al otro lado, la negatividad de lo que se desvaloriza (en tanto que cuando se radicaliza es el gran opuesto a los “valores supremos”), se conceptualiza como “enemigo”. Todo se ha valorizado (re-valorizado), incluso lo que antes no constituía un valor. Aun siendo, como indicaba Scheler, un valor positivo “la negación de un valor negativo” (p. 45, Comares), el diagnóstico de Schmitt evidencia que la fenomenología del valor no ha podido superar la tiranía, la enemistad, la dimensión subjetiva. Todo ello confirma, incluso en la Ética de Hartmann, “la imagen que ya habíamos trazado de una realización del valor por medio de la destrucción del valor” (p. 141, Hydra).

Al término de La tiranía de los valores Schmitt acaba definiendo los valores –recapitulando algunos epítetos esenciales del ensayo– del siguiente modo: “se trata de sistemas de relaciones que se componen de puntos de vista, puntos visuales y puntos de mira” (p. 47, Comares). La ambivalencia es la tiranía, el “reverso fatal” de los valores al que hemos aludido, sólo puesto de manifiesto una vez que es posible mostrar el desvirtuado y trágico intento de objetivar los valores. Schmitt acude a algunas magnas autoridades intelectuales que dictaron los principios del Derecho en el régimen nazi haciéndolos pasar por el resultado de la más ardua valoración que, como no, contribuiría a limitar lo que entraba dentro de lo valioso y lo que no. De esta manera Schmitt trata de dar cuenta de las consecuencias de ese intento objetivista que había tratado de superar, olvidándola, la “lógica específica de los valores”. Su “reverso fatal”, que había sido velado a Hartmann, Scheler y Ortega en su intento de superar el nihilismo (recordemos la célebre aserción de Heidegger: “La frase de «Dios ha muerto» significa: el mundo suprasensible carece de fuerza operante”), muestra que, si bien el entusiasmo de aquéllos podría gozar de alguna justificación, no es ya algo que con lo que quepa simpatizar, precisamente por la peligrosidad que preparaba.

La superación del nihilismo, de la que Weber había creído hallar un atisbo en el afán objetivista de la ciencia, no pudo llevarse a cabo con el “objetivismo” del valor, debido a que no se supo contar lo suficiente con su tiranía. El objetivo de Schmitt en La tiranía de los valores consistió en llamar la atención sobre la necesidad de contar con esa agresividad virulenta de los valores: siempre valen contra alguien; activan la lucha y amparan la enemistad.

 

 

ISSN 0327-7763  |  2012 Araucaria. Revista Iberoamericana de Filosofía, Política y Humanidades  |  Contactar