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Maurice Agulhon, El círculo burgués. La sociabilidad en Francia, 1810-1848
Bs. As., Siglo XXI, 2009 (207 pp.)
María Paula Luciani | IDAES - Universidad Nacional de San Martín/ANPCyT (Argentina) [*]
La tardía traducción castellana de El círculo burgués, cuya publicación original data de 1977, representa una buena ocasión para situar la obra de Maurice Agulhon, historiador francés asociado al reencuentro de la historia social y política vía el concepto de “sociabilidad”, tan bien recibido por la tercera generación annaliste.
Pilar González Bernaldo, historiadora argentina formada en París y discípula de Agulhon, ha tomado en sus manos el cuidado de la edición castellana de este libro, al que acompaña de una presentación que orienta al lector sobre los aportes de este historiador. Al remarcar allí su relativa falta de difusión y aplicación en la historia latinoamericana, González Bernaldo parece justificar lo imprescindible de esa presentación, que redacta como hoja de ruta para que los potenciales destinatarios puedan poner El círculo burgués en correlación con la trayectoria académica y política de su autor.
Agulhon lidia, de manera un tanto incómoda y reticente, con el peso de dos rótulos: el de “inventor de la sociabilidad” y el de “historiador de la República”. Si es cierto que todos somos lo que creemos ser pero además lo que el resto piensa de nosotros, esas etiquetas tienen cierto asidero: los receptores de toda producción intelectual tienden a generar análisis globales y posteriores síntesis de la misma. Pero es preciso decir que Agulhon ha intentado despegarse de estos “eslóganes” historiográficos, resistiéndose a seguir un trabajo circunscripto a un programa cerrado y permanente y demostrando su gusto por los cambios de itinerario. Sobre todo, ha querido mostrar que lo que pudo haber sido decodificado en términos de un programa deliberado de estudio de la expansión de la República, de sus símbolos y de las transformaciones sociales y políticas que conllevó en Francia, fue en realidad producto de factores inesperados en su carrera académica. Al fin y al cabo, tal como cuenta González Bernaldo, fueron los avatares representados por las necesidades laborales, las relaciones personales e institucionales y la emergencia de nuevos intereses una vez iniciado el proceso de investigación, los que lo condujeron desde el tema de tesis inicialmente acordado con Labrousse hasta las prácticas asociativas y su relación con las mentalidades políticas en el Var.
Hay todavía otra asociación que pesa sobre el autor de este libro: la de la conciliación entre investigación y reflexión política. Su militancia en el Partido Comunista Francés (PCF) durante la posguerra tuvo su peso a la hora de elegir a Labrousse como director de tesis. También los sucesivos temas a los que se acercó, pueden ser leídos en términos de “afinidad electiva” con su posición política, en tanto nunca dejó de ser un hombre de izquierda pese a su posterior alejamiento del comunismo. Como añadidura, su discusión con Furet, colega y ex camarada, en ocasión del Bicentenario de la Revolución Francesa, le reportó una alta exposición pública en la que su afán por los balances globales lo llevó a sentar posición en cuanto a que el legado cultural revolucionario fue más favorable a la libertad que al autoritarismo. Pese a todo esto, Agulhon ha renegado de su catalogación como “historiador comprometido”. En “Una pequeña autobiografía intelectual”, plus que acompaña y cierra la edición de Siglo XXI de El círculo burgués, Agulhon juzga positivamente el papel de los condicionamientos ideológicos porque el ser consciente de ellos puede colaborar en la elección de un tema de investigación así como munir al historiador de una “sensibilidad” especial para comprender cuestiones que para otros pueden resultar tediosas o frustrantes. Pero, aunque no lo enuncia explícitamente, su experiencia en el PCF y su énfasis en la importancia de desarrollar un trabajo documental riguroso –tributario de su formación en la “tradición Langlois-Seignobos”- probablemente expliquen su temor a que el adjetivo “comprometido” derive en el de “militante” o “partidario”, que rechaza de plano.
Deberíamos intuir, entonces, que Agulhon protestaría si nos viera iniciar un comentario bibliográfico enunciando las formas en que ha sido apropiada su obra, pero eso no invalidaría la utilidad de ese procedimiento para poder ubicar a El círculo burgués en ella. En primer lugar, debería señalarse que es el trabajo a través del cual el tópico de la “sociabilidad” abandona lo regional y pasa a ser considerado en un plano nacional. De tal manera, Agulhon, gracias a quien ya se venía instalando el estudio de la “sociabilidad” en el terreno historiográfico, busca reafirmar esta temática al depurar la categoría. Así, aquella noción que lo había inspirado en sus primeros pasos -la de “temperamento regional” en la Provenza, de Benoît-, cobra otra dimensión. En El círculo burgués, realiza ajustes teóricos al usar la “sociabilidad” para interrogar una realidad mayor: la de la civilización burguesa en un marco nacional y durante un período determinado del siglo XIX. Como destaca González Bernaldo, este trabajo representa notables avances en la definición del objeto, fundamentalmente al establecerse una distinción más clara entre la “sociabilidad” como modalidad de interacción social y las “asociaciones”, como estructuras formales de esa “sociabilidad”. Esto, que puede apreciarse en el Prefacio del libro, impulsa al autor a postular la necesidad de hacer pie en la historia de las asociaciones, aceptando que pueden ser tomadas como indicador certero de la “sociabilidad” general de una colectividad humana. Esta propuesta de centrarse en las asociaciones, concebida como instancia de pasaje entre lo que había sido un “ensayo completamente empírico” y lo que se piensa ahora como “proyecto razonado”, se justifica para Agulhon en el riesgo de que la historia de la sociabilidad termine diluyéndose en una variedad de aspectos tan amplios y diversos que impidan obtener observaciones válidas y datos comparables. Para andar sobre un terreno firme, habrá que elegir instituciones y encarar su estudio concreto (p. 38). Argumentando que puede darse cuenta de la “sociabilidad” en el tiempo y en el espacio, el Prefacio es también un llamado a la cooperación de la historia y la sociología en su estudio.
Resulta interesante que la hipótesis y meta del libro se adelanten desde el primer momento. “Pensamos, y demostraremos, que el círculo fue la forma típica de la sociabilidad burguesa en Francia durante la primera mitad del siglo XIX” (p. 47). Todo el estudio está vertebrado en torno a esa asociación, versión francesa del “club inglés”, en que los hombres se nucleaban para compartir una actividad no lucrativa y frecuentemente, el ocio: leer, conversar, fumar, beber, jugar. Agulhon reconoce que el término “círculo” se ha aplicado para designar a asociaciones de grupos eruditos o especializados en determinada actividad, pero busca probar que esa utilización es producto de la historia y especialización de una institución que inicialmente fue más imprecisa en sus fines y por tanto más flexible y de funciones múltiples.
El libro está organizado en nueve capítulos, divididos en dos partes. En la primera, el autor se embarca en la definición de ciertos puntos de partida conceptuales y en la reconstrucción de la historia de los “círculos” en Francia entre 1810 y 1848. Respecto de la primera cuestión, es importante destacar cómo Agulhon define a la burguesía a partir de lo que ese sector social piensa de sí mismo, al verse como una clase media, distinta de la aristocracia y del “pueblo”, inculto y vinculado al trabajo manual. La justificación del período a trabajar, por su parte, es sencilla: en 1810, por primera vez, el Código Penal napoleónico, da su estatuto a la asociación y se inician las primeras encuestas para recopilar datos sobre las existentes. Esto no quiere decir que Agulhon considere que los “círculos” y las asociaciones que podrían ser sus antecedentes, daten de estos momentos. Incluso estipula que podrían rastrearse con anterioridad a la Revolución Francesa, pero el reconocimiento por parte de un Estado que da rienda suelta a su vocación vigilante permite contar con fuentes oficiales más sólidas. En el otro extremo del corte temporal, conviene detenerse en 1848 por las implicancias que pudo haber tenido el sufragio universal para la vida de las asociaciones.
Son varias las conclusiones emanadas de este primer bloque. Por empezar, se arguye una tensión entre gobiernos no liberales –en este caso: fin del Imperio Napoleónico, Restauración y Monarquía de Julio- y el “círculo”, manifiesta en la desconfianza oficial respecto de espacios que son “cerrados” y que, al trascender la sociabilidad intrafamiliar y privada, son difíciles de asir y supervisar. Luego, se muestra cómo curiosamente la expansión del “círculo” en París es más tardía respecto de lo sucedido en el interior de Francia. Según cree el autor, esto puede deberse a que los sectores superiores, aristocráticos y de la alta burguesía, continuaron, al menos hasta alrededor de 1830, seducidos por las formas de sociabilidad aristocráticas, que Agulhon identifica con el “salón”. Esta es la institución con la que el “círculo” mantiene una relación de oposición más nítida. Así, el “salón” es concebido como una forma de sociabilidad tradicional, familiar, con interacción de varones y mujeres y donde prevalecen las relaciones jerárquicas, ya que el vínculo anfitrión-invitados tiene ciertas implicancias de superioridad económica. El “círculo” se conceptúa, por el contrario, como una innovación en la sociabilidad, exclusivamente masculina, donde prevalecen las relaciones voluntarias e igualitarias, no porque todos fueran socioeconómicamente iguales sino porque abonan una cuota para sostener conjuntamente ese ámbito compartido. Otra explicación posible para el retraso en la expansión del “círculo” en la Ciudad Luz, podría tener que ver con la mayor oferta de espacios agradables que brindaban confort a precios accesibles para la burguesía incipiente. De este modo, lugares como los “cafés” podían ofrecer ámbitos propicios para la reunión de habitués. Para Agulhon, los “cafés” son la antesala “informal” de lo que luego sería el “círculo”, que sí contaría con estatutos propios y autorización para funcionar. Así, se dibuja un continuum de “sociabilidad burguesa” que traza una línea del “café” al “círculo”, de lo “informal” a lo “formal”. Lo cierto es que hasta fines de los años ’20 del siglo XIX, en París predominan los espacios “informales” de “sociabilidad”, ya fuera el del “café” o el del “salón”. Sobre esas mismas estructuras se daría la expansión del liberalismo, dado que resultan aptas para albergar la diversificación de posiciones en el espectro político, al menos inicialmente. Paradójicamente, sería la influencia de los emigrados que habían estado en Inglaterra la que instalaría la moda de los “clubs” ingleses en Francia, emulando una forma de sociabilidad más moderna que Agulhon considera establecida sobre principios más progresistas.
En el interior sorprende la temprana difusión del “círculo”, aunque no fuera un fenómeno homogéneo. Aquí, el autor complementa el análisis de fuentes literarias con el de expedientes administrativos del Primer Imperio y la Restauración. Conjeturando que los “cafés” locales podían ser entornos más precarios y que los notables de provincia debían ser más conservadores y replegados sobre sí mismos, poco proclives a funcionar como núcleos para el reclutamiento del “salón”, se obtienen dos motivos que bien podrían haber hecho que los burgueses locales tuvieran una necesidad más clara que cubrir con la fundación de un espacio propio como el “círculo”. También hay que tener en cuenta que éste tendió a estar más difundido en ciudades de comercio, como Nantes o Burdeos, abiertas al contacto con otras costumbres europeas y donde los negocios ofrecieron un acicate más para las reuniones masculinas. En este sentido, es interesante la forma de trabajo de Agulhon en base a la formulación de hipótesis plausibles. “Lo verosímil” debe ser enunciado, pero debe matizarse y diferenciarse respecto de “lo verdadero”, que es sólo aquello respaldado por las fuentes.
El último capítulo de la primera parte es una constatación de la efectiva expansión de los “círculos” en la capital y en el interior del país, a partir de 1830. Llama la atención la maestría de Agulhon en la interrogación de las fuentes de distintos observadores de época. Mientras que podría dudar de la expansión de su institución si se guiara por las descripciones de algunos cronistas, encuentra otros, como Yriarte, que la relevan. O más aún, detecta que empiezan a circular parodias y burlas respecto del “círculo”, lo cual puede ser tomado como indicio de su relativa afirmación en la vida social. Todo ello, contrastado además con las listas que el Ministerio del Interior comienza a hacer para registrar las “asociaciones de más de veinte personas” en la década de 1840. El autor nos va llevando por el laberinto de las fuentes, sacando conclusiones cuando le es posible; haciendo inferencias cuando no puede estar seguro; deteniéndose cuando el hueco en los documentos es demasiado grande como para arriesgar una interpretación. Pero, ¿qué subyace a la extensión del “círculo” post 1830? Tal vez la mayor efervescencia política acarreada por la Revolución de 1830; la anglomanía; la afirmación de una burguesía rentista e intelectual más inclinada a la discusión de la prensa periódica y vinculada al florecimiento del comercio, mientras que en la aristocracia se aprecia el decaimiento de algunas fortunas familiares. Otro factor destacado a tener en cuenta es el crecimiento de la función pública. Los nuevos magistrados designados en las ciudades del interior eran advenedizos en las redes sociales locales y buscarían construir las suyas, a partir de los “círculos”.
La segunda parte del libro está abocada a realizar un análisis del “círculo” en relación con distintos aspectos: los sentidos epocales del vocablo; las implicancias modernas de sus usos sociales; su relación con otro tipo de asociaciones y finalmente, su imbricación con las actividades políticas y culturales y la circulación de ideas políticas más novedosas.
Comenzando por un rastreo lexicográfico del término “círculo”, el autor concluye que su sentido moderno tarda mucho más en instalarse en el vocabulario oficial y de diccionario, de lo que toma la expansión concreta de esa forma de asociación.
Luego, Agulhon considera útil dedicar un capítulo a definir en qué sentido se puede hablar del binomio “café-círculo” como portador de la modernización de la sociabilidad, a pesar de ser el primero un espacio comercial, público y abierto, y el segundo, uno no lucrativo, privado y cerrado. Se recapitula, en limpio, el modelo que está construyendo en el libro: la oposición de los tipos de sociabilidades connotados por esos espacios en relación con el “salón”, haciendo hincapié en la innovación igualitaria y masculina representada por los primeros. Los hombres que se reúnen en el café o en la sala exclusiva del “círculo” pueden compartir o no ciertas ideas, o no tener exactamente la misma posición pero de seguro los reúne su deseo de confort material. Sin mujeres de por medio, la política, los deportes, los negocios podían instalarse como temas de conversación, lo cual llevó a algunos observadores a denostar el cambio en los modales y el menor refinamiento de la formación cultural que implicaban el “café” y el “círculo”. Así, el auge de estas instituciones está hablando de muchos planos de la vida al mismo tiempo: “…reflejo modesto de una gran revolución social, el auge del círculo, que se hace más o menos a expensas de la vida, bastante antitética, del salón, está vinculado a muchos otros cambios de las costumbres. Se trata de una discreta revolución de las mentalidades y de la vida cotidiana” (p. 106).
El capítulo 7 explora las confusiones iniciales entre el “círculo” y las “sociedades” especializadas, desde las eruditas hasta las comerciales, proponiendo la existencia de líneas de continuidad y/o simbiosis entre uno y otro tipo de asociaciones. Si bien el primero quedaría desde la segunda mitad del siglo XIX, vinculado a una función de ocio y divertimento, Agulhon hipotetiza que inicialmente pudo aparecer como un “modelo bastante general de vida colectiva” (p. 118) que reuniendo en sí rasgos claves de la civilización burguesa como la comodidad, el laicismo, la masculinidad, la igualdad, se mostraba adecuado para cumplir distintos tipos de fines colectivos.
Los últimos dos capítulos son, a nuestro juicio, los más interesantes. En el capítulo 8, el historiador se lanza a detectar la relación del “círculo” con la política. La cuestión es problemática porque tras la Revolución Francesa, los poderes públicos temen en tal medida el resurgimiento de las “sociedades populares” jacobinas que no claudican en su intención de controlar las actividades políticas de cualquier grupo. En este sentido, se despliega la paradoja que señala Agulhon sobre los regímenes del siglo XIX, que permitían la libertad de opinión pero no la libertad para articularla en grupos organizados con acción colectiva. A raíz de eso, en estas páginas se abre una veta muy rica: ¿Dónde está la política antes de los partidos políticos que reunían a individuos y en marcos que en lo formal prohibían su despliegue colectivo? En palabras del autor: “…inevitablemente veremos a la política utilizar las estructuras tomadas de la sociabilidad y a la sociabilidad, a la inversa, siempre proclive a colorearse de política”. (p. 123) Si la política está en los “círculos”, es porque evidentemente no puede estar en otro lado. Un grupo político todavía no puede ser más que una cédula de sociabilidad en que se ha manifestado cierta comunidad de opiniones. La política organizada, a su vez, todavía consiste en un vínculo tenue entre varios “círculos”, “sociedades”, “reuniones”. La ley no permite la agrupación política masiva de hombres. Con lo cual, el autor concluye que “… la política de masas consiste solamente en establecer un grado de relación entre sociedades de base preexistentes y de naturaleza consuetudinaria. Un partido ‘avantt la lettre’ no reúne hombres sino círculos…” (p. 128). Inversamente, un medio más o menos homogéneo de reclutamiento como cabe esperar fueran los “círculos”, podía en momentos críticos, deslizarse a la afirmación de su carácter político.
El análisis del “círculo” y la política y los ejemplos concretos que encuentra para viabilizarlo, lo llevan a suponer una relación entre la nueva sociabilidad y el fortalecimiento del liberalismo. No encuentra evidencias de que la oposición legitimista y clerical a la Monarquía de Julio, se nucleara en “círculos”. Agulhon despliega aquí, una mirada tocquevilleana que intenta observar los cambios sociales y los cambios políticos como caras de la misma moneda. Sabe que no hay manera de medir a ciencia cierta cuán importantes fueron los “círculos” en la expansión del liberalismo, razón por la cual sentencia: “… deberemos conformarnos con suponer una relación posible entre la democracia estructural que constituye la nueva sociabilidad y la democracia política que constituye la izquierda (liberal, luego republicana), que terminará agrupando luego a la mayoría de la ‘clase media’” (p. 132).
El capítulo final parte de la intención de aclarar una confusión habitual, basada en el uso del adjetivo “literario” como acompañante de la designación de distintas asociaciones durante el siglo XIX. El autor se propone despejarla para llegar a definir las implicancias culturales del “círculo”. “Literario”, a fines de siglo XVIII y comienzos del siguiente, alude a una vinculación con el mundo de las letras. Pero los “círculos” o “sociedades” que se llamaban a sí mismos “literarios/as” no reunían a hombres necesariamente interesados en ese ámbito. La explicación que encuentra Agulhon es que la formación cultural de aquellos que saben leer entre la franja poblacional más desahogada económicamente, tiene un carácter más integral a comienzos de siglo de lo que sería más tarde. Así, en ese momento, no hay tanta distancia entre quienes pueden reunirse a leer el periódico y quienes gustan de enriquecerse con distinto tipo de lecturas más elevadas y profundas. El problema que entra de plano aquí es el rol de la prensa, que por un lado difunde más velozmente todo un haz progresista de ideas, a la vez que hace posible la reiteración y resonancia de las mismas, sin que los individuos se vean necesitados de profundizar su formación e información para formar opinión sobre ciertos asuntos. A medida que se acentúa esta evolución, el “círculo” queda más desprestigiado, por un lado, por quedar más apegado a su función de ocio y por otro, por estar vinculado con un nivel cultural menos refinado. Agulhon completa así el modelo que está construyendo: no sólo cabe pensar que las formas de sociabilidad remiten a niveles sociales sino también a niveles culturales.
De toda esta investigación histórica, Agulhon parece extraer una conclusión cautelosa pero constatable: “…el período en que se cuestiona la vida mundana de forma aristocrática, o en todo caso se la desafía en su monopolio, es también el período en que la sociabilidad igualitaria del círculo aparece y se instala.” (p. 148) Hay una relación lógica entre ambos fenómenos, que considera haber demostrado. Esa sociabilidad del “círculo” es la representante típica de un conjunto de nuevos valores dominantes: los de la Francia burguesa. También es el vehículo inicial del liberalismo, aunque con su misma generalización y con la victoria ulterior de esa doctrina, perderá paulatinamente ese contenido ideológico. Pero remontando la colaboración entre la historia y la sociología, Agulhon aspira a extraer lecciones teóricas más fructíferas y de aplicabilidad extendida. Se trataría de ver qué sucede entre los sectores populares, cuando se intenta pensar las transformaciones en la “sociabilidad” a la luz del modelo de oposición “café-círculo” vs. “salón”. ¿Podría hablarse de un modelo general de sociabilidad antigua intrafamiliar en competencia con una nueva sociabilidad abierta, colectiva, voluntaria y masculina como patrón que roza a todos los sectores sociales? A él le gustaría pensar que es posible. Al respecto, deberíamos decir que la construcción de modelos contrapuestos para bucear en una sociedad que está adentrándose en la modernidad, es el aspecto más atractivo pero también el más rígido del trabajo. Por momentos, Agulhon se vuelve demasiado esquemático en el manejo de las dicotomías: Paris vs. el interior; sociabilidad abierta vs. sociabilidad cerrada; sociabilidad masculina vs. sociabilidad mixta; horizontalidad e igualdad vs. verticalidad y jerarquía; cultura libresca vs. cultura de segundo orden ligada a la prensa, por mencionar sólo algunas. La atracción por el modelo bien podría remitirse al contexto de producción del libro, cuando también estaba en discusión la positividad/negatividad del legado de la modernidad, tan en boga a raíz de las formulaciones de Michel Foucault con las que Agulhon discrepa por constituir balances sesgados y parciales. Las investigaciones históricas posteriores sobre objetos más acotados, por su parte, han puesto en evidencia la ambigüedad y los vaivenes existentes en el pasaje de las sociedades tradicionales a las modernas, términos hoy un tanto en desuso, o al menos tan matizados que ya no explican todo mediante su sola enunciación.
El lector que se acerque a El círculo burgués por disfrute, se llevará un buen panorama de las maneras en que las elites continuaron organizándose y nucléandose en la Francia postrevolucionaria, procesando los ecos de la Marsellesa en un período de marchas y contramarchas en los regímenes políticos. Aquellos dedicados a las ciencias sociales, probablemente sentirán el poder de seducción del modelo de Agulhon. Los que estamos vinculados con el mundo de la historia, en cambio, tendremos una lección heurística y hermenéutica sobre cómo se hace una historia no institucionalista de las instituciones, con fuentes oficiales, con fuentes literarias, todas ellas ensambladas e interrogadas de manera inédita e inteligente, renunciando a la manipulación, pero dando por bueno el criterio de la plausibilidad.