Los pasos perdidos de Alejo Carpentier

Animación a la lectura

En el CRAI contamos con una amplia colección de literatura que queremos compartir contigo. Para difundir nuestra colección, abrimos en nuestro Blog, una nueva sección, Animación a la Lectura, que nos llevará a conocer nuestro fondo cultural y qué opinan nuestros lectores sobre la lectura de algunos de nuestros libros.

En esta ocasión, te invitamos a conocer la obra de Alejo Fernández, Los pasos perdidos.

Los pasos perdidos, publicada en 1953,responde a la perfección al estilo indiscutiblemente personal de su autor, el cubano Alejo Carpentier. El barroquismo como actitud consciente, como propuesta literaria, es el santo y seña de la obra de este escritor, que considera que dicho barroquismo es el lenguaje natural del mundo del que procede. Su obra enraíza así con el espíritu de aquel territorio, en realidad tan desconocido, de Nuestra América. Este estilo, tan desarrollado en arquitectura, escultura, pintura y por supuesto, en la literatura del pasado, rebrota con inusitada energía en la realidad latinoamericana del siglo XX, en cuyas letras se encarna bajo las formas de lo real maravilloso, realismo mágico y algunas otras manifestaciones más personales del denominado “Boom latinoamericano”. Carpentier considera que la realidad de aquellas tierras y de los pueblos que las habitan, responde y aun supera, los presupuestos esenciales del surrealismo que él había descubierto y cultivado en Francia. Y todo ello de manera natural, no impostada u adoptada, como en ocasiones parece adivinar el autor cubano en los representantes de la vanguardia francesa. Esa mezcla — su origen latinoamericano y su fascinación por el surrealismo revelado en Europa — se personalizó, se hizo autónoma hasta adquirir su propio sello, y toma forma en el estilo exuberante, excesivo y hasta sofocante del autor. Dicho estilo se corresponde con la exuberancia, el exceso y el sofoco de aquella naturaleza que, en la mente de muchos precursores, adoptó los límites bucólicos del Paraíso. Nuestra América es gigante, te aplasta, te ahoga en su inmensidad. Así sucede con la prosa profusa de Alejo Carpentier. Pero esa abundancia de palabras no es un vómito, ni un desbordamiento, ni un simple ejercicio de estilo. Toda la prosa de Carpentier, y desde luego la de Los pasos perdidos, es un torrente perfectamente encauzado, medido con precisión matemática, como en otras novelas suyas, un verdadero concierto musical, que alterna desde la sonata al concerto grosso. Por eso es siempre apreciable en la obra de este autor la convivencia de su obsesión por la pulcritud con ese otro aspecto exacerbado e insaciable, infinito, de una escritura copiosa que se complace en el uso de palabras cuyo significado hoy nos resulta desconocido, o bien provienen de un ámbito geográfico que, lamentablemente, nos resulta muy ajeno. En todo caso, esas palabras siempre son el término oportuno, siempre componen la expresión precisa, siempre suenan y contribuyen a que se siga generando la melodía.

La historia de Los pasos perdidos es simple pero poderosa. El protagonista es un hombre dedicado a la investigación musical, que vive una vida urbana y anodina con su esposa y con una amante, una existencia cargada de escepticismo y desgana. El Curador, un superior suyo, le ofrece la posibilidad de hacer un viaje al interior del país, que se transformará en un viaje iniciático al origen del mundo, remontando un río hasta llegar a la selva primigenia — tan cerca y tan lejos —, para recuperar unos instrumentos primitivos que estarán en el comienzo de la expresión musical, en estadios anteriores en los que la repetición e imitación de sonidos de la Naturaleza, constituyeron el nacimiento de la música. Ese viaje lo modificará todo, trastocará su vida y su visión de la realidad ya que, en este periplo geográfico y personal, el protagonista se va desprendiendo de todo lo accesorio (incluida la amante, con la que había iniciado el viaje), para ir sumergiéndose paulatinamente en espacios habitados por lo inmutable — la violencia de una tormenta, el rigor de la naturaleza, el calor nuevo de una mujer especial y que pertenece a aquel mundo… —. Y siempre el telón de fondo de la selva, el río (el Orinoco a su paso por Venezuela, si bien esto no se menciona en la novela, donde los lugares son ficticios), los tepuyes (mesetas de paredes muy verticales, cuya existencia yo he descubierto gracias a esta obra) que permiten imaginar algo de la inmensidad y la grandeza de aquellos horizontes, su eternidad. En efecto, como muchos críticos apuntaron ya, la selva, el río, las montañas…, se convierten en personajes tan compactos y trabajados como el Adelantado, fray Pedro, Marcos, el Curador, la esposa, la amante o la propia Rosario, la mujer que concita en el protagonista un amor tan genuino y original como su propia transformación.

En definitiva, me ha parecido una obra excelente, deslumbrante y genial que, por supuesto, me aboca a seguir leyendo o releyendo otras obras de Carpentier. Y claro, El siglo de las luces es una buena candidata.”

Agradecemos la colaboración de este lector que nos permite conocer su punto de vista y su visión de esta obra.

Esperamos que hayamos podido despertar el interés por la lectura de este título. Consulta en Fama, su disponibilidad.

Imagen de cabecera: Diseño de un cartel conmemorativo a cargo de la ilustradora y autora de cómics gallega Xulia Vicente. Fuente: https://www.culturaydeporte.gob.es/cultura/areas/bibliotecas/mc/dia-bibl…

Autor: Mercedes Díaz Zaldúa.

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