“El Gran Gatsby”
La efímera luz del sueño americano.
El personaje de Gatsby, rico, ambicioso, determinado, bien pudiera ser la personificación del sueño americano. La historia de un hombre hecho a sí mismo, aunque con un trasfondo de identidad ficticia (se cambia de nombre para ascender en la sociedad) y envuelto en cierto misterio sobre su trayectoria existencial y las características de su desconcertante y atractiva personalidad. Rumores, trazos, pinceladas sueltas dibujan su pasado en la elucubración colectiva, de personas que a veces aparentan lo que no son para pertenecer a la élite privilegiada.
Gatsby ha vuelto de Europa de combatir en la primera guerra mundial. Son los años de la Belle Époque americana, los veinte, los inmediatamente anteriores a la Gran Depresión. Para un segmento de la sociedad, años de jazz, lujo y alcohol, fiestas, y una sexualidad desfajada, liberada, que irrumpía con fuerza sobre las imposiciones morales que van perdiendo fuerza.
Pero, además de retratar el espíritu de su generación, de aquella Jazz Age, cuyo propósito y objetivo vital era la ambición, el dinero y la lujuria, como expresión de triunfo y como una promesa de felicidad que como un espejismo se reflejaba en el horizonte más próximo y evanescente. Además, y paralelamente, Scott Fitzgerald traza la historia de una obsesión, la de recuperar un amor de hace años y por el cual parte del modus vivendi del personaje principal, Jay Gatsby, es un entramado deliberado para conseguirlo. Gatsby, que sigue enamorado de una mujer con la que estuvo antes de la guerra y que ahora pertenece a una sociedad donde la frivolidad lo inunda todo, y el tiempo se derrocha en vasos de whisky y fox-trot bailado elegantemente, hace todo lo posible por acercarse a ella y a su mundo, instalándose a sus orillas, al otro lado de la bahía de Long Island.
La historia se desarrolla hace exactamente un siglo, en 1922, época en la que, a la vez que la moralidad de desinfla y relaja, el extraperlo y la Bolsa suben como la espuma. Narrada por un espectador activo en los hechos, Nick Carraway, narrador omnisciente que describe los hechos sin juzgar a sus actores, los protagonistas, Gatsby y Daisy, y a los secundarios, el donjuanesco marido de esta última, Tom Buchanan y a todos aquellos que componen el deslumbrante mundo de los adinerados que asisten a las suntuosas e interminables fiestas que organiza Gatsby, como el prototipo de el gran anfitrión solitario. Y aquellos otros personajes que pertenecen a las clases menos favorecidas y que habitan lo que el narrador denomina “el valle de las cenizas” y que también son imprescindibles para la historia que se cuenta.
De manera ágil, sin florituras lingüísticas, aunque con un lenguaje culto, Scott Fitzgerald construye sólidamente esta trama que ejemplifica una sociedad cuya prioridad es la búsqueda constante del placer, del placer más inmediato y material. Una sociedad de la que él mismo participó. Trama en la que abundan los diálogos y las precisas descripciones de los personajes, y en la que varios hilos argumentativos urden una historia en la que el tiempo se desliza fugazmente entre la nostalgia de un amor del pasado idealizado, y unos sueños desvanecidos en un presente enfermo de vacuidad.
Considerada una de las grandes obras de literatura americana del siglo XX, sin embargo, la primera edición en 1925, no constituyó un éxito de ventas y cosechó críticas dispares. Su autor murió antes de ser revalorada tras la Segunda guerra mundial, pasando a formar parte de planes de estudio de la escuela secundaria y ser representada en teatro y en el cine. Destaca la versión cinematográfica de 1974, dirigida por Jack Clayton, y protagonizada en sus papeles principales por Robert Redford y Mía Farrow, y con guion de Francis Ford Coppola.
Francis Scott Fitzgerald, (Minesota,1986- California,1940) está considerado uno de los grandes narradores americanos del siglo XX. Miembro de la Generación Perdida de los años veinte. Dejó la Universidad para alistarse al ejército, pues, por su dedicación a la escritura tenía abandonado el curso. Solo su primera novela se vendió lo suficiente como para poder llevar la lujosa vida, que por unos años disfrutó. Después vendrían las enfermedades de su esposa y la suya propia, las cuales mermarían con creces su desahogo económico. Por ello eligió como solución dedicarse a los guiones de películas de Hollywood, firmando un lucrativo acuerdo con la Metro-Goldwyn-Mayer, profesión de la que no estaba demasiado orgulloso, incluso se burló de sí mismo llamándose “escritorzuelo de Hollywood”. Paralelamente continuó su trabajo de novelista para escribir su quinta y última novela: “El Último Magnate”, publicada póstumamente.
El alcoholismo y la cardiopatía que padeció durante años acabaron con su vida el 21 de diciembre de 1940. En su lápida, resalta un epitafio con una frase mítica de la novela de “El Gran Gatsby”.
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Autor: Chema Gil Santiago