Cine con Ciencia: 1ª Muestra de la Filmoteca del CRAI Antonio de Ulloa

¡Deténgase, Dave! ¡Tengo miedo, Dave! Le suplica el superordenador de a bordo, Hall 9000, al comandante de la nave Discovery one David Bowman, cuando éste lo va desconectando al haber descubierto que la Inteligencia artificial se había hecho con el control de la misión con destino a Júpiter y, por ende, del devenir de los astronautas. “2001 una odisea del espacio”, fue de las primeras películas que, estando encuadrada en la ciencia ficción, género que hasta ese momento prácticamente se abastecía de platillos volantes y marcianos, introdujo el rigor científico para estructurar su argumento y colmar de detalles de veracidad una obra, que allá por el año de su estreno en 1968, de alguna manera animó a que muchos jóvenes se introdujeran en el mundo de la ciencia, como futuros físicos, ingenieros o informáticos.

La ciencia está presente en el cine desde los comienzos de éste. El hecho mismo de la invención del cinematógrafo se debió a ciertos avances científicos en la Óptica, así como el perfeccionamiento posterior de la tecnología, que pasó del cine mudo en blanco y negro grabado en celuloide, a la experiencia casi real que ofrece actualmente un film digital en 3D. La relación cine-ciencia se convirtió en una simbiosis que ha enriquecido a ambos desde que el ilusionista y cineasta francés Georges Méliès, inspirado en Julio Verne, creara su “Viaje a la Luna” en 1902. Considerada la primera película de ciencia ficción, icono imprescindible de la historia del cine es su fotograma en el que un cohete impacta en un ojo del satélite.

La ciencia se ha servido del cine para, de alguna manera, inspirarse en sus futuristas visiones de la realidad y también para divulgar los progresos que va consiguiendo, sobre todo a través del género histórico-biográfico, como en la película “Ágora” (2009) del español Amenábar, en la que se retrata la labor de Hipatia de Alejandría, una mujer astrónoma y filósofa del Egipto romano del siglo IV a.c. que contribuyó notablemente al entendimiento del cosmos con su perfeccionamiento del astrolabio, y con sus tratados sobre matemáticas y astronomía, y que murió a manos del fanatismo religioso cristiano. O en la estupenda “Gorilas en la niebla” (1988) en la que otra mujer, Dian Fossey, en otro campo científico como es la Etología, y desde un planteamiento vital conservacionista, estudió en su medio natural el comportamiento y la estructura social del gorila de montaña. Al igual que Hipatia 2300 años antes, Fossey se ve impelida a luchar también contra las autoridades, en este caso gubernamentales, para intentar preservar la colonia de gorilas expuesta a furtivos que comercializan con su caza.  

Otras ocasiones, es la propia ciencia la que marca la pauta cogiendo el guión del film por el mango, como en la magnífica “Interestellar” (2014), en la que el premio Nobel de física Kip Thorne trabajó como productor ejecutivo y consultor científico, asesorando y supervisando la formación de la historia y el guión, con lo que la ficción se envuelve en un halo de gran verosimilitud. El cine, por tanto, no deja de ser para la ciencia una herramienta con la que ésta adapta su mensaje para llegar al público en general.

Temas como la ingeniería genética, con los dilemas éticos que plantea, como qué deriva tendría la sociedad si se llegase a establecer una supremacía racial entre los seres humanos, distinguiendo entre los privilegiados que han sido manipulados genéticamente, y cuyas condiciones físicas rozan la perfección, y aquellos a los que se les discrimina porque ha sido su propia naturaleza la que los ha diseñado, con sus taras y sus enfermedades incluidas. Este es el argumento principal de la película “Gattaca” (1997), en la que se refleja además la lucha y la intriga que uno de los “no favorecidos” desarrolla para conseguir su sueño; viajar al espacio.

O la actualísima cuestión de la pandemia, producida por un virus de laboratorio o por gérmenes provenientes del espacio exterior llegados a lomos de un satélite estrellado, y la consiguiente búsqueda desesperada de soluciones por parte de la Ciencia, en unos casos con un final más acorde a los deseos humanos y en otros, no. “La amenaza de Adrómeda”(1971) o “12 monos”(1995) narran de manera brillante, con estéticas diferentes, ambos peligros para la supervivencia de la Humanidad.

Cada vez más el cine se apoya en el asesoramiento científico para construir sus narraciones, para tender posibilidades de ser a la vida, para que ésta se manifieste en los contextos más extraños y en las formas más dispares, pero partiendo de los conocimientos científicos que actualmente estructuran nuestra visión de la realidad.

¡Tengo miedo, Dave! ¡Mi cabeza se va! ¡Me doy cuenta! Suena la voz cada vez más apagada del ordenador. ¡Daisy, Daisy! Canturrea Hall 9000, que al ser desconectado agoniza su conciencia cantando una canción popular americana; “Daisy Bell”, en un intento de pedir clemencia a su “asesino”. Tal es el grado de humanidad que alcanzan sus algoritmos. No deja de ser también de actualidad la pregunta que en los sesenta del pasado siglo planteaban Kubrick y Clarke en su “2001, una odisea del espacio”; ¿Dónde está el límite de lo humano? Desde aquellos primeros simios que luchaban entre clanes por la escasa agua de que disponían, hasta ese viajero de las estrellas que se desplaza a la velocidad de luz, hay una inteligencia superior que los guía en forma de monolito, induciéndole al progreso y la evolución a través del conocimiento científico.         

Esta muestra que exponemos en el hall del CRAI estará disponible hasta el 9 de febrero. En cada uno de los carteles hay un código QR que informa de la ubicación del ejemplar y de su disponibilidad para el préstamo.

Autor: Chema Gil Santiago.      

 

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