Las matemáticas son una ciencia muy viva, y la sangre que la anima son los problemas cuya solución todavía desconocemos. Esa terra incognita tiene muy diversa geografía: algunas de sus regiones se localizan muy al interior de las propias matemáticas, en sus territorios más puros, pero también hace frontera con otras ciencias, o con la tecnología –internet, por ejemplo, es hoy una importante fuente de problemas para las matemáticas–. A los descubrimientos recientes en matemáticas dedicaremos esta sección, y también a explorar la terra incognita de los problemas todavía pendientes de resolver.

Parafraseando a Terencio se podría afirmar: «Las matemáticas son obra humana, y nada de lo humano les es ajeno». El propósito de estos divertimentos con delantal no puede ser más humano: procurar unos momentos de esparcimiento y entretenimiento a aquellos aficionados a resolver acertijos y retos de índole más o menos matemática. Pero no sólo eso. Fieles a la cita de Terencio, cada problema irá enriquecido con un delantal que, por un lado, lo incardine en la sociedad -bien la de ahora, bien la de otro momento histórico-, y, por otro, sirva para generar reflexión, discusión también, sobre determinados aspectos de la sociedad misma. O sea, estos divertimentos serán mucho más que matemáticos. Porque, puestos a parafrasear: «El cerebro sólo es el segundo órgano favorito de los matemáticos».

La humanidad lleva bregando con las matemáticas decenas de miles de años, y no exageramos. Lo que, casi con seguridad, las convierte en la ciencia más antigua. En ese tiempo han ocurrido sucesos sorprendentes, hechos espeluznantes, aventuras espectaculares, o anécdotas de lo más cómico. Hacernos eco de las mejores de esas historias –las del siglo XX incluidas–, será el propósito de esta sección.

Conozco a alguien que afirmó que la vida sin las matemáticas sería como la de los monos de 2001, una odisea del espacio, antes de que se les apareciera el monolito –aquí vale tanto la novela de Clarke como la película de Kubrick–. El propósito de esta sección será mostrar que esa frase no es exagerada y, quizá incluso, se queda corta. Pretendemos también reclamar para las matemáticas parte del reconocimiento y la fama que a menudo se atribuye en exclusiva a la física, la química, la biología, la astronomía, la tecnología o la medicina, por descubrimientos y avances que, en no pocos casos, deben tanto a la primera de las ciencias –las matemáticas– como a las que vinieron después. Ya sé que esto suena a obsesión, al «¡Quiero que te vengas a vivir conmigo, que mueras conmigo, que lo hagas todo conmigo!» que le dijo Humbert Humbert a Lolita –por citar de otra película de Kubrick, o de la novela de Nabokov–. ¡Qué le vamos a hacer! En cualquier caso no somos los únicos obsesionados, pues ya el príncipe de los ingenios hizo decir a su Don Quijote que incluso los caballeros andantes: «han de saber matemáticas, porque a cada paso se le ofrecerá tener necesidad dellas».

Las primeras palabras que Adolf Hurwitz dirigió a la audiencia en el primer Congreso Internacional de Matemáticos (Zurich, 1897) fueron: «Es verdad que la mayor parte de las grandes ideas matemáticas son hijas del silencio y el trabajo solitario. Ninguna ciencia, con la posible excepción de la filosofía, ha generado personajes tan eremíticos y aislados como las matemáticas. Y, aun así, en el corazón de un matemático siempre anida la necesidad de comunicar y colaborar con sus colegas. Y cada uno de nosotros sabe por experiencia propia cuán estimulante es el intercambio de ideas con los otros». Y eso es lo que pretendemos hacer desde esta sección: colaborar e intercambiar ideas con los muchos y buenos blogs de matemáticas, y ciencia en general, que como estrellas brillan en el universo virtual.

Las alegrías son un palo flamenco con la luz de Cádiz. Camarón cantaba unas que afirman con la contundencia de un teorema: Confianza en el hombre / nunca la tengas.

La letra de esas alegrías es medio surrealista y tiene resonancias como de haiku: Con la luz del cigarro, / yo vi el molino. / Se me apagó el cigarro. Perdí el camino.

Casi tan surrealista como esa copla es lo que proponemos en esta sección: usando como navaja las matemáticas, abriremos en canal la realidad, ya sea la social, la política, la cultural, la científica o la otra… y miraremos a ver qué hay dentro.

Yo pegué un tiro al aire, cantaba Camarón, cayó en la arena. Confianza en el hombre no hay quien la tenga.

Todo blog que se precie dedica algún espacio bien visible a colocar citas de personajes más o menos célebres. Nosotros no podíamos ser menos. Pero como a los matemáticos nos gusta jugar y somos retorcidos –casi todos–, incorporaremos aquí píldoras de todo tipo: serán las unas venenosas y amargas, dulces otras, costará tragar más de una y otras irán gaznate abajo como si fueran pizcas de pura ambrosía. Las habrá que apenas serán más que un placebo y otras que, esperamos, procurarán alivio y mejoría.

Bienvenidos al Blog del IMUS

Una vez describí las matemáticas como el guiso que se obtiene al poner juntos los siguientes ingredientes: indagar y descubrir secretos y demostrar la validez de lo descubierto; sazonando, de vez en cuando, con un poquito de pimienta infinita o de canela en rama computacional. Ese esquema sugiere un desgarro, que no es raro en las matemáticas y del que a menudo surge una creación: es el desgarro entre las ataduras lógicas que rigen cuando se demuestra, y la pura emoción —a veces irracional— que guía al matemático cuando indaga o descubre. Eso hace de las matemáticas una ciencia creativa, un arte con aplicaciones, afectada por la dicotomía clásica entre Apolo y Dionisos, que Bertrand Russell describió así de bien: «Muchas cosas admirables de las obras humanas llevan en sí un elemento de embriaguez —mental, no alcohólica—, donde la prudencia es barrida por la pasión. Sin el elemento dionisíaco, la vida carecería de interés; con él, es peligrosa».

Ese enfoque enriquecedor será el que apliquemos en este blog, pues estamos convencidos de que las matemáticas son a menudo tan cosa del corazón como de la cabeza.

Antonio J. Durán.

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