Hambre y números

«El hambre» de Martín Caparrós (Anagrama, 2015) es un libro ciertamente inquietante, incluso desagradable. Especialmente si además de buena persona –en el sentido machadiano– eres matemático. Y lo es porque lo que cuenta de los hambrientos tiene toda la pinta de ser cierto, y lo que afirma de los números, de la manipulación con los números, también.

El libro de Caparrós no trata de la versión más brutal –¡y mediática!– del hambre: la hambruna; o, puesto en el «burocratés» usado por la FAO: «malnutrición coyuntural aguda». El libro de Caparrós trata sobre «malnutrición estructural», por seguir con el burocratés. El hambre, tal y como la describe Caparrós, «No es el drama, la catástrofe, la irrupción espectacular del desastre sino la normalidad insidiosa de vidas en que no comer lo necesario es lo más habitual». La hambruna es excepcional, y cada año puede afectar a unos 50 millones de personas. El hambre, la malnutrición estructural, afecta cada año a cuarenta veces más personas: 2.000 millones. La hambruna mata, en proporción, más que el hambre, pero al ser cuarenta veces más los afectados por hambre crónica, esta causa, en términos absolutos, muchísimos más muertos y enfermos. Quizá por eso Caparrós dedica este libro a analizar el hambre y no la hambruna en nuestro mundo.

En el párrafo anterior acaban de aparecer los números. Aparentemente una herramienta aséptica que usamos para contar hambrientos. «En la sociedad del espectáculo, la malnutrición no tiene cómo ponerse en escena –escribe Caparrós–. Solo los números. Pero los números no tienen el sex-reppeal de una foto de un chico raquítico».

El libro de Caparrós está plagado de números… y de avisos de la manipulación que con ellos se puede realizar. «Los números son la coartada de un relativismo pobre. Si les pasa a muchísimos es muy malo, si a muchos es más o menos malo, si a pocos no es tan malo. Si este libro fuera valiente –si yo fuera valiente– no incluiría ningún número», afirma Caparrós; y antes: «Me refugio, canalla, en la cuevita de la cantidad». Y en otra ocasión: «Los números dan una apariencia de solidez a cualquier iniciativa, a cualquier política, a cualquier negocio, a cualquier protesta». Y también: «Los números son el idioma en que creemos que nos entendemos –pretendemos que nos entendemos, tratamos de entendernos–. Los números son la forma contemporánea de aprehender el mundo: aproximada, inexacta, soberbia».

En cierta ocasión un periodista me preguntó: «¿Si las matemáticas son ciencia, por qué hay tantos números en las supersticiones y las cábalas?» «Por la misma razón que los osos polares son blancos –contesté entonces–. Augures y cabalistas pretenden camuflar sus bobadas tras la fama de infalibles que tienen los números. Por eso también las bocas de los políticos segregan a veces números sin parar». Porque, añado ahora, no hay mejor manipulación que la basada en algo con tanta fama de infalible como los números. Es por eso que Caparrós, escribiendo sobre los hambrientos del mundo, tiene una y otra vez que avisar sobre los números, sobre la manipulación que con ellos se puede perpetrar: «Pero los números suelen ser, también, lo sabemos, el refugio de ciertos canallas».

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