Escribió Dante en su Divina Comedia que, nada más entrar al Infierno, en el primero de sus círculos, se situan los que teniendo méritos para haberse salvado, no les bastaron por no haber sido bautizados. Entre ellos encontramos a poetas, filósofos y pensadores: Homero, Aristóteles, Platón, Séneca o Averroes. Y, también, a insignes matemáticos como el geómetra Euclides o el astrónomo Ptolomeo. Como se ve, aunque el Infierno tiene mala fama –no digo yo que sea malo, sino que tiene mala fama–, la compañía es decididamente buena. Lo cual no deja de ser un consuelo para quienes estamos condenados a ir allí a parar porque convenimos con el refrán que afirma: «Probablemente Dios no existe. Deja de preocuparte y disfruta de la vida».
Si se quiere mayor consuelo, téngase en cuenta que en el segundo círculo del Infierno están –siempre según Dante–, los lujuriosos. Nos encontramos allí con Dido, Aquiles, Cleopatra, Paris y Helena, o Francesca de Rímini y Paolo Malatesta (reproducidos en el cuadro de Ary Scheffer), que tampoco parece mala compañía.
Los tres lugares, Infierno, Purgatorio y Paraíso, que componen el paisaje de la Divina Comedia fueron recreados como alegoría de la estructura del universo imperante a principios del siglo XIV. Esa estructura fue imaginada por Aristóteles y otros sabios griegos, modificada ligeramente por los astrónomos del Islam, y finalmente cristianizada por los escolásticos. Todo lo cual lo explicó el mismo Dante en una obra en prosa, titulada Convivio (Banquete), donde revelaba parte de la simbología escondida en la Divina Comedia. Así, por simetría con las nueve esferas celestes, los nueve círculos del Infierno penetraban hacia el interior de la Tierra, aumentando progresivamente la degeneración, los pecados y la maldad de los allí condenados, hasta llegar a la morada del diablo y sus acólitos situada precisamente en el mismo centro de la Tierra. Era lo más lejos que se podía estar del Empíreo, esto es, del trono donde se sienta Dios mientras los justos gozan mirándolo, que los escolásticos situaron justo arriba de la novena esfera celeste.
Con la revolución científica iniciada por Copérnico y rematada por Newton, la Tierra dejó su quietud en el centro del universo y pasó a ser un planeta más girando un tanto estúpidamente alrededor del Sol, mientras que la novena esfera desaparecía, dispersándose las estrellas por los insondables abismos siderales que el espacio absoluto de Newton habilitó para ellas. Como consecuencia, tanto el Empíreo como el infierno se quedaron sin los lugares de privilegio que la vieja cosmología aristotélico-escolástica les había asignado.
Algunas afirmaciones de Newton sobre la intervención periódica de Dios para garantizar la estabilidad tanto del sistema solar como del universo, promovieron en Inglaterra lo que luego se dio en llamar «astroteología», que, entre otras cosas, pretendía localizar en el nuevo universo la ubicación tanto del trono de Dios como del Infierno.
Con diferencia, la propuesta más imaginativa sobre dónde ubicar el Infierno se debe a un allegado de Newton, William Whiston (foto). Cuando Newton se incorporó al Tesoro inglés, William Whiston estuvo sustituyéndolo durante unos años en la cátedra lucasiana en Cambridge, hasta que en 1703 pasó a ser catedrático titular por la renuncia de Newton. Mientras lo estuvo sustituyendo, Newton le pagaba 20 libras de las 120 que él recibía; y no es que Newton anduviese mal de dinero: el año que cedió la cátedra a Whiston, Newton ganó 3.500 libras como Director del Tesoro inglés. Se da la circunstancia de que William Whiston fue finalmente expulsado de la cátedra lucasiana en 1710 por su confeso arrianismo: un arrianismo que probablemente le contagió Newton; Newton no sólo no movió un dedo por evitar su expulsión, sino que cuando, en 1716, Whiston fue propuesto como miembro de la Royal Society, amenazó con dimitir de su cargo de presidente si la propuesta se aprobaba. En fin, las cosas de Newton.
Según Whiston, el infierno podría estar ubicado en la superficie de un cometa de órbita extremadamente elíptica y extensa: de esta forma, los que tenemos allí un lugar reservado, tendríamos garantizado un doble y atroz sufrimiento: en el afelio, cuando el cometa surque las inescrutables regiones alejadas del Sol, padeceremos un frío insoportable, mientras que en el perihelio nos asaremos de calor cuando el cometa alcance su mayor cercanía al astro rey.
Poco consuelo cabe ante esta perspectiva, salvo elucubrar con los fantásticos saraos que poetas, matemáticos, filósofos, lujuriosos, músicos de jazz y bodegueros de Jerez –no me los imagino yo en el cielo– podremos allí montar.
EXTRAORDINARTIO ARTICULO Y NO TANTO , EN MI APRECIACION POR EL CONTENIDO CIENTIFICO, SINO POR EL EXQUISITO Y PROFANO LENGUAJE UTILIZADO…QUE MAS APROPIADO NO PUDO SERGRACIAS
Fe de erratas : Mi nombre es Marcelo… no Maecelo