La burocracia es como el colesterol, la hay buena y mala. La buena es una bendición, pero la mala atasca arterias, atora corazones y acaba matando. Aunque Albert Einstein tiene fama de haber construido excelentes teorías científicas, lo que realmente hacía bien eran los sarcasmos, con los que alcanzó niveles de calidad prodigiosos –a la altura de nuestro Quevedo, o del doctor House–. Cuando estuvo de catedrático en Praga, le dedicó a la burocracia universitaria una frase espléndida que casi vale tanto como sus teorías de la relatividad:
No paras de rellenar papeles incluso por la basura más insignificante; es como una interminable diarrea de tinta.
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