Este año se han cumplido trescientos de la muerte de Leibniz. Por esa razón, el IMUS, en colaboración con la Facultad de Matemáticas, le ha dedicado este curso el «Año de …» –un ciclo de conferencias que se dedica cada año a un gran matemático, de los que han dejado huella en la historia, aprovechando alguna efemérides relacionada–. Pero no queríamos dejar ocasión de dedicarle en este blog al menos una píldora. Será necesariamente amable, dado que Leibniz fue esencialmente un ser humano bueno –en el sentido machadiano–, ingenuo bastante veces, y raramente perdió la compostura, aunque alguna vez lo hizo –por ejemplo: durante la fea, larga y hasta cierto punto asquerosa disputa que mantuvo con Newton por la prioridad en el descubrimiento del cálculo infinitesimal–. Con su proverbial clarividencia, Leibniz supo iluminar la relación de la música con los números –descubierta muchos siglos antes por los pitagóricos– en esta célebre cita:
La música es un ejercicio aritmético inconsciente en el que la mente no sabe que calcula.
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