En los últimos meses no han parado de sucederse conflictos en España sobre los límites de la libertad de expresión. En abril de 2016, dos titiriteros fueron directamente encarcelados varios días acusados de enaltecimiento del terrorismo, porque en uno de sus espectáculos aparecía un personaje enarbolando una pancarta que decía «Gora Alka-Eta». Fueron después juzgados y absueltos. Sonados han sido también los juicios de Guillermo Zapata, concejal del Ayuntamiento de Madrid, y del músico César Strawberry. Ambos fueron juzgados por enaltecimiento del terrorismo a cuenta de los tuits que habían publicado en las redes sociales conteniendo chistes y otras ocurrencias sobre atentados terroristas o víctimas del terrorismo. Fueron absueltos por la Audiencia Nacional, aunque la semana pasada el Tribunal Supremo corrigió la sentencia absolutoria de Strawberry y lo condenó a un año de prisión.
Para mí estos conflictos tienen un cierto sabor a déjà vu. Lo sorprendente es que me recuerdan a uno de los incidentes más amargos de la vida de Johannes Kepler, el matemático, astrónomo y astrólogo que a principios del siglo XVII, en plena revolución científica, descubrió las leyes del movimiento planetario. En realidad, la revolución científica, que transformó la forma en que nos explicamos el movimiento de las estrellas y los planetas, contiene ejemplos magníficos de atentados contra la más elemental libertad de expresión. ¿Qué otra cosa fue, si no, el juicio y condena que sufrió Galileo a manos de la Iglesia católica por defender la teoría de Copérnico de que la Tierra gira alrededor del Sol?
Pero aquí me interesa tratar el asunto de Kepler, porque se parece, como una gota de agua se parece a otra, a lo ocurrido con los titiriteros.
El conflicto tuvo que ver con una novela titulada Somnium, que Kepler acabó de escribir en 1608 –aunque fue publicada póstumamente en 1634–. En ella, su protagonista alcanza la Luna gracias a un conjuro mágico de su madre y cuenta cómo se veían desde allí los movimientos de la Tierra. Tanto Carl Sagan como Isaac Asimov coincidieron en afirmar que la novela de Kepler fue la primera obra de ciencia ficción de la historia.
El caso fue que esa novela le costó un serio disgusto a Kepler y, sobre todo, a su madre, Catalina Kepler. Sobre ella recaían acusaciones de brujería y fue, de hecho, recluida en 1615 en una cárcel secular protestante de Württemberg. La novela de Kepler tenía algunos elementos autobiográficos, de manera que la parte del argumento donde se da cuenta del conjuro de la madre del protagonista se usó como pieza de acusación en el proceso por brujería que sufrió la madre de Kepler. El mismo Kepler se empleó a fondo en la defensa de su por entonces septuagenaria madre, y seis años después logró desmontar la acusación; pero para entonces Catalina Kepler estaba quebrada por la edad, el año largo que estuvo prisionera y la tortura psicológica sufrida –donde le hicieron descripciones vívidas de los tormentos a que sería sometida si no confesaba–, y murió a los pocos meses.
La época actual tiene poco que ver con el siglo XVII, una de las épocas de máximo rigor de la caza de brujas en la Europa Central, cuando decenas, si no cientos, de miles de mujeres inocentes fueron apaleadas, torturadas o quemadas en una orgía de sangre y sufrimiento causada por un devastador cóctel de intransigencia religiosa, misoginia y superstición.
Y aunque los titiriteros no sufrieron tortura física durante los días en que estuvieron en la cárcel, el hecho de que fueran arrestados por razones semejantes por las que se arrestó a la madre de Kepler, junto con los juicios contra Zapata y Strawberry –y la condena de este último–, justifican el cierto desasosiego que parte de la ciudadanía sentimos por el quebranto que la salud de la libertad de expresión parece estar sufriendo últimamente en nuestro país.
Este post participa en la Edición 7.X del Carnaval de Matemáticas cuyo anfitrión es el Blog del IMUS
Referencias
A.J. Durán, El universo sobre nosotros, Crítica, Barcelona, 2015.
C. Sagan, Cosmos, Planeta, Barcelona, 1992.
Muy buena entrada
Por cierto, lo de Kepler como autor de la primera novela de ciencia ficción (o «viajes espaciales») será con permiso de Luciano de Samósata.
Un saludo
Württemberg no es ninguna ciudad, sino el territorio, por aquel entonces, en donde ocurrió todo. A Katharina Kepler la encarcelaron en Leonberg, en esa zona, pero en 1620, y la ciudad de Lutero es Wittenberg, bastante lejos del resto.
En cualquier caso lo actual es lamentablemente cierto…
Corregido. Gracias Alberto.