En la próxima entrega de Divertimentos volvemos al libro One hundred problems in elementary Mathematics, del matemático polaco Hugo Steinhaus (1887-1972). Así que hoy dedicaremos esta entrada a continuar con las historias del Café Escocés (la primera historia la publicamos en la entrada Steinhaus y Banach).
Las matemáticas requieren para su florecimiento de una apropiada atmósfera que favorezca un contacto estrecho entre colaboradores. Steinhaus, Banach y su gente encontraron esa «apropiada atmósfera» en el ambiente ruidoso, cálido y aromático de los cafés de Lwów, especialmente en la del llamado Café Escocés. Hacia 1930 Lwów debía de tener unos 200.000 habitantes y, según algunos cronistas locales, era una ciudad bonita como Praga. El Café Escocés era un local decorado al estilo vienés, con pequeños veladores de mármol blanco, un material excelente que nuestros matemáticos no pudieron resistirse a adornar cada tarde con una buena dosis de fórmulas y ecuaciones; escritas, eso sí, a lápiz.
Las tertulias matemáticas trascurrieron a lo largo de la década de los 30 del siglo XX y hasta la ocupación nazi de la ciudad a mediados de 1941. De lo sucedido en estas tertulias tenemos noticias por Stanislaw Ulam, uno de los matemáticos que participó en ellas. Ulam era judío y emigró a USA en 1936 pues no veía mucho futuro en Polonia para un judío matemático; cuando estalló la segunda guerra mundial, participó en Los Álamos en la fabricación de las primeras bombas atómicas, y posteriormente y de manera destacada en las de hidrógeno.
La atmósfera de los Cafés no suscitó precisamente discusiones relajadas, más bien estas tendían a ser largas, duras y correosas: «Recuerdo una sesión con Mazur y Banach en el Café Escocés –escribió Ulam– que duró diecisiete horas sin interrupción, excepción hecha de las comidas». Las discusiones matemáticas no pasaban desapercibidas para el resto de clientes: «No era raro que tras un periodo de meditación estallaran a la vez varios conatos de conversación –contó Ulam en sus memorias–; alguien entonces garrapateaba unas cuantas notas sobre el mármol de la mesa mientras otro, en cambio, se reía con hilaridad. Luego podía seguir otro largo periodo de silencio en el que bebíamos café y nos observábamos con indolencia unos a otros. Nuestro extraño comportamiento mantenía en permanente estado de perplejidad a los clientes de las mesas cercanas».
Por lo general, se hacía bastante gasto: mucho café, grandes dosis de coñac, cantidades ingentes de cigarrillos, y, aunque la del Café Escocés no era precisamente delicatessen, algo de comida.
En la tertulia participaron también genios matemáticos de otras latitudes: John Von Neumann, por citar sólo un ejemplo. Von Neumann visitó en varias ocasiones Lwów y, naturalmente, participó en las discusiones del Café. Según contó Ulam, en una de esas ocasiones: «Banach y otros matemáticos emborracharon a von Neumann con vodka hasta el extremo de que tuvo que dejar la mesa para visitar los servicios; pero volvió y continuó con la discusión matemática sin haber perdido capacidad para razonar». Como se ve, a veces ocurre que hay que hacer matemáticas estando bebido, aunque no es lo más conveniente ni provechoso. Banach, como von Neumann, tuvo fama de buen bebedor; su hermanastra escribió: «Mi hermano bebía cantidades ingentes de café y alcohol, aunque tenía una increíble capacidad de aguante. Una vez participó en un congreso en Georgia. Allí tienen por tradición brindar durante la comida de celebración por la salud de los participantes: la norma es un brindis por participante, y hay que vaciar de un trago el correspondiente vaso del fuerte vodka georgiano. Banach sobrevivió a todos los participantes locales de la reunión, y se sostuvo sobre sus pies mientras los otros matemáticos desaparecían uno a uno bajo la mesa». Yo no estuve, evidentemente, en esa comida, pero he participado en Moscú en alguna comida parecida, y doy fe de que las cosas acaban sucediendo tal y como la hermanastra de Banach las cuenta en su historia.
Las tertulias matemáticas del Café Escocés acabaron trascendiendo el ámbito local hasta llegar a fecundar una parte no despreciable de las matemáticas hechas en el último cuarto del siglo XX. Y lo hicieron mediante un cuaderno donde los contertulios apuntaban los problemas que discutían: el Cuaderno Escocés. Pero esto lo trataré en la próxima entrada.
Referencias
A.J. Durán, Pasiones, piojos, dioses… y matemáticas, Destino, Barcelona, 2009.
S. Ulam, Adventures of a mathematician, University of California Press, Berkeley, 1991.
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