La obra poética de Emily Dickinson (1830-1886), cercana al millar de poemas, fue descubierta por su hermana Lavinia cuando Emily murió, y la sitúa en el Parnaso estadounidense al lado de Edgar Allan Poe o Walt Whitman. En vida, Emily Dickinson apenas publicó un puñadito de poemas, y de forma anónima, aunque solía incluirlos en la abundante correspondencia que mantuvo con allegados y amigos. A pesar de haber vivido muchas décadas antes del inicio de la revolución cuántica, el primer verso de uno de sus poema bien podría haber sido elegido por Bohr o Heisenberg como lema del mundo cuántico: «Habito la posibilidad» («I dwell in Possibility»). En el poema de Dickinson, «Posibilidad» es una metáfora de la poesía, y no tanto de la potencia u ocasión para existir, o de lo que, en términos de existencia real, signifique la medida de su posibilidad –probabilidad–. Pero no por ello disminuye la sugerencia que en ese verso hay de la revolución que lo cuántico vino a traer a la ciencia –y que tanto disgustó a Albert Einstein, nuestro admirado sarcástico Einstein1, Einstein2–. He aquí el poema completo –en la versión de José Manuel Arango–:
Habito la posibilidad, una casa más bella que la prosa, más numerosa de ventanas y más rica de puertas. De habitaciones como cedros inexpugnables para el ojo y que tiene por techo perdurable el cielo. Con bellos visitantes y esta tarea: extender mis estrechas manos para aferrar el paraíso.
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