En la próxima entrega de Divertimentos volvemos al libro One hundred problems in elementary Mathematics, del matemático polaco Hugo Steinhaus (1887-1972). Así que hoy dedicaremos esta entrada a la última historia del Café Escocés (para las cinco primeras véanse Historias del Café Escocés: 1. Steinhaus y Banach, Historias del Café Escocés: 2. La tertulia matemática, Historias del Café Escocés: 3. El Cuaderno Escocés, Historias del Café Escocés: 4. Los premios del Cuaderno Escocés e Historias del Café Escocés: 5. Tertulia en tiempos de guerra).
En 1909, Charles Nicolle, del Instituto Pasteur de París, descubrió que los piojos trasmiten el agente patógeno del tifus. La alta mortalidad de una de sus variantes, el tabardillo o tifus exantemático, ha sido uno de los azotes de la humanidad, especialmente en tiempos de guerra. Famosas son las hecatombes sufridas por su causa; se cuenta que la gran peste que diezmó la Atenas de Pericles, y acabó con su propia vida, fue de tabardillo, lo mismo que la epidemia que coincidió con la conquista de Granada, o en la retirada de los ejércitos napoleónicos de Rusia, o en las dos guerras mundiales del siglo XX.
Un poco antes de la segunda guerra mundial, Rudolf Weigl (1883-1957) logró desarrollar en su laboratorio de la Universidad de Lwów una vacuna eficaz contra el tifus. El descubrimiento fue de la mayor importancia epidemiológica, y fueron vacunadas varios millones de personas durante la ocupación alemana de Polonia; después también se llegó a usar en China, Etiopía y otros países.
La importancia de la investigación sobre el tifus, que llevaba a cabo Weigl en Lwów, le permitió algunos privilegios durante la guerra. Primero bajo la ocupación soviética al comienzo de la contienda. Nikita Khrushev, a la sazón primer secretario del Partido Comunista de Ucrania y después del Partido Comunista de la Unión Soviética (1953-1964), ofreció a Weigl el título de Académico y la dirección de un Instituto bacteriológico en Moscú para el desarrollo de su vacuna. Weigl tuvo que ser una persona muy persuasiva porque, aún rechazando la oferta, no sólo evitó las previsibles represalias sino que consiguió apoyo soviético para ampliar su Instituto en Lwów y, todavía más, logró que sus empleados quedaran fuera de las deportaciones a Siberia. Algo parecido ocurrió bajo la ocupación alemana. Según contó Waclaw Szybalski, hijo de un estrecho colaborador de Weigl que emigró a los Estados Unidos y acabó siendo oncólogo de la Universidad de Wisconsin: «Los nazis dieron permiso a Weigl para tener una radio […] Esto fue una bendición, puesto que ser descubierto con una radio se penalizaba con la muerte. Weigl tuvo mucho coraje y cooperó con la resistencia polaca durante la ocupación nazi. Varios cargamentos de su vacuna acabaron llegando ilegalmente al gueto de Varsovia –algunos transportados por mi padre y yo– y a otros guetos judíos en grandes ciudades, donde el tifus había alcanzado proporciones de epidemia». Władysław Szpilman, cuya historia de supervivencia en el gueto de Varsovia convirtió Roman Polansky en obra de arte en la película El pianista, contó que el doctor Weigl era en el gueto tan famoso como Hitler, aunque por razones bien distintas.
Como paso previo a la preparación de la vacuna, el profesor Weigl necesitaba criar una ingente cantidad de piojos. Pero los piojos sólo sobreviven si se alimentan con sangre humana.
La invasión alemana de la URSS, cogió a Banach en Kiev; a pesar de las previsibles represalias que le esperaban en Lwów por su relación amistosa con los soviéticos, Banach pudo coger el último tren y regresó a su ciudad: allí estaba su mujer, su hijo, así como su padre y un hermanastro, que se habían refugiado en Lwów antes de que Cracovia, donde vivían, cayera en manos de los ejércitos nazis. Banach fue arrestado por la Gestapo pero puesto en libertad algunas semanas después. Desde el otoño de 1941 y hasta el final de la ocupación alemana en julio de 1944, Banach fue uno de los privilegiados que se prestó a alimentar piojos con su propia sangre en el Instituto bacteriológico de Weigl. Esto le acabó provocando una degradación física considerable. La mujer de un colega lo describe en esos años como «un hombre exhausto, hambriento y sombrío, aunque antes de la guerra había sido de complexión muy robusta».
Como acabo de escribir, conseguir un puesto de amamantador de piojos fue un privilegio: «Durante la ocupación nazi –escribió Szybalski–, estar empleado en el Instituto de Weigl concedía cierto grado de protección contra los arrestos arbitrarios y las deportaciones a los campos de concentración nazis. La Gestapo prefería evitar el trato con personas que podían accidentalmente contagiarles el tifus: era bien sabido que los que trabajábamos en el Instituto podíamos tener piojos infectados. Más aún, los empleados llevábamos una identificación bien visible emitida por la Oficina del Comandante en Jefe del Ejército Alemán. Este “Ausweiss” fue otra de las invenciones de Weigl que nos procuraba seguridad […] De esta forma, Weigl ayudó a muchos de los profesores de la Universidad, sin trabajo entonces, empleándolos como alimentadores de piojos. Tal empleo conllevaba raciones especiales de comida, y disminuyó la posibilidad de un arresto, deportación y/o muerte durante la ocupación nazi».
Entre esos privilegiados se encontraba buena parte de la intelectualidad de Lwów, lo que incluía a los profesores de la Universidad –Banach, Orlicz y otros matemáticos entre ellos–. Los nazis se propusieron reducir Polonia a una nación de esclavos, de manera que prohibieron la enseñanza universitaria en el país, sólo dejaron en servicio algunas instalaciones tecnológicas para uso propio. Las Universidades polacas, sin embargo, lograron cierto grado de funcionamiento clandestino. Los alimentadores de piojos del Instituto del profesor Weigl facilitaron el funcionamiento encubierto de la Universidad de Lwów: «Puesto que la alimentación de los piojos ocupaba a los alimentadores sólo durante una hora al día –contó Szybalski–, […] los alimentadores tenían tiempo de sobra para organizar cursos universitarios clandestinos y realizar otras actividades educativas y patrióticas».
Para la crianza y alimentación de los piojos, Weigl había inventado un ingenioso sistema. Consistía en pequeñas cajas de madera –\(4\times 7\times 1\) cm– selladas con parafina para evitar la fuga de los insectos; una de sus caras, protegida por una puertecita, era de una malla finísima que sólo permitía a los piojos asomar la cabeza para alimentarse. En estas cajas se depositaban entre 400 y 800 larvas, junto con unos hilos de lana para que depositaran los huevos cuando crecieran. Entre 7 y 11 de estas cajas se colocaban, sujetas con una banda elástica y con la puertecita abierta, sobre las piernas de los alimentadores; según Szybalski: «Los hombres se solían colocar las cajitas en sus pantorrillas, aunque las mujeres preferían colocárselas en los muslos, para ocultar después las marcas rojizas bajo la falda. Después de una sesión alimenticia de 30 a 45 minutos, no sólo los intestinos del piojo sino su cuerpo entero parecía un balón, puesto que cada insecto ingiere una cantidad de sangre igual a su peso».
En la presentación de este blog se menciona que en las matemáticas se produce un conflicto permanente entre la prudencia y la pasión; una pasión que es muy similar a la fiebre creadora que se da en los artistas, sean pintores, compositores o poetas. Hay mucha gente que cree que las matemáticas son algo tan frío que no pueden generar ningún tipo de pasión. No es cierto: ¿qué, si no la más arrebatadora de las pasiones, puede hacer olvidar a unas personas que tienen adheridos a su pantorrilla unos pocos de miles de piojos chupándoles la sangre?: «Yo tenía que supervisar una unidad de crianza cuyos alimentadores eran casi todos matemáticos de la célebre Escuela de Lwów, incluyendo al mundialmente famoso profesor Stefan Banach –escribió Szybalski– […] Era intelectualmente muy estimulante, aunque también algo surrealista, escucharlos discutir acerca de las fronteras de las matemáticas, de topología y de teoría de números, mientras estaban alimentando piojos. Más todavía, tenía que ser muy escrupuloso con ellos en el control del tiempo, pues en el fervor de sus discusiones seguían con las cajitas adheridas a las piernas durante más de 45 minutos, sobrealimentando a los piojos. Eso tenía terribles consecuencias, porque nuestros piojos de laboratorio habían perdido su instinto natural de dejar de comer, y continuaban chupándoles la sangre hasta que la ingente cantidad que almacenaban en sus intestinos los hacía reventar».
Referencias
A.J. Durán, Pasiones, piojos, dioses… y matemáticas, Destino, Barcelona, 2009.
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