Pacioli, Durero y la secretísima ciencia del cuerpo humano

Hace unas semanas le dediqué una entrada (Pacioli y Leonardo) a la figura de Luca Pacioli, tomando como excusa el quinto centenario de su muerte. Allí comenté su relación con Leonardo da Vinci. Esta entrada la dedicaré a su más que probable influencia sobre Albert Durero.

Estudios geométricos de Durero sobre las proporciones del cuerpo humano

De todos los artistas del Renacimiento, acaso fuera Durero quien mayor conocimiento matemático tuvo. Ese saber, que abarcaba la fortificación de ciudades y fortalezas, el uso del compás y la escuadra para medir cuerpos sólidos, el estudio de la proporción humana o el diseño geométrico del alfabeto, los puso Durero por escrito al final de su vida en varios textos, que mayormente no vieron la luz de la imprenta hasta después de muerto su autor.

Buena parte de su conocimiento matemático lo adquirió en sus dos visitas a Italia. La primera tuvo lugar en 1494-5. Jacopo de Barbari –al que algunos atribuyen el célebre retrato de Luca Pacioli– le hizo plantearse el problema de la proporción, en especial para alcanzar en la representación del cuerpo humano la belleza del canon clásico, usando la simetría y las relaciones métricas entre las partes del cuerpo. Pero Barbari se negó a darle a conocer las proporciones óptimas para dibujar el cuerpo humano –esto de guardarse las fórmulas era algo hasta cierto punto habitual en la época; piénsese en los algebristas italianos y las fórmulas para resolver las ecuaciones de tercer y cuarto grado–. Durero llegó a la conclusión de que el desnudo clásico dependía de una fórmula secreta –la «secretissima scientia»–, y se propuso descubrirla. Para ello recurrió a Vitruvio –al que leyó en 1500– y a su canon, y estudió la escultura clásica. Trató también de sistematizar la postura y las proporciones mediante construcciones con regla y compás. Se conservan figuras de 1500 y 1504 donde se sirvió de proporciones geométricas para determinar medidas, a la par que posturas y contornos, que construía con arcos trazados a compás. Aunque algo no le llegaba a funcionar, y las figuras parecen violentar la naturaleza, endureciendo con curvas geométricas lo que debían ser ondulaciones orgánicas.

Su segundo viaje a Italia (1505-1506) fue más decisivo. Entre otras ciudades, Durero visitó Bolonia en 1506 y allí fue instruido en la «secretissima scientia» por un maestro de quien no reveló el nombre, aunque muchos han creído reconocer en esa figura anónima al mismísimo Luca Pacioli.

Oleos de Durero de Adán y Eva (1507)
Grabados de Durero de Adan y Eva (1504)

De hasta qué punto la «secretissima scientia», tras la que se esconde la razón áurea –entre otras razones relevantes–, como fórmula ignota para la construcción de un canon perfecto para el cuerpo humano, dejó de ser secreta para Durero, dan cuenta cabal sus magníficos desnudos de Adán y Eva del Prado, y sus bocetos preparatorios. En ellos, Durero mejora las proporciones y añade rectas a los arcos de circunferencia: esto le ayuda a fijar las poses y las proporciones, pero no los contornos, que aparecen ahora más fluidos y suaves. Pasa del canon de ocho cabezas, aprendido de Vitruvio, a uno de nueve, lo que hace que sus figuras sean más esbeltas.

La diferencia entre disponer de ese secreto conocimiento y no tenerlo es la que va ―salvando las dimensiones y los soportes― del aspecto que muestran nuestros primeros padres, ligeramente cabezón Adán y tirando a rechoncha Eva, en los grabados que Durero realizó en 1504 –hoy en la Albertina de Viena– a la gloriosa esbeltez que luce la primera pareja en los óleos que Durero pintó en 1507 –hoy en el Museo del Prado–.

Después de sus viajes a Italia, Durero perseveró en el estudio de la proporción. Para mejorar su conocimiento de las proporciones, Durero hizo numerosos estudios y mediciones de modelos vivos, combinando valores medios de los miembros y partes corporales especialmente bellas para obtener el tipo más perfecto posible. Anotó estos valores con fracciones en los prototipos corporales y los distinguió según la constitución física. Todo ello arrojó como resultado una profusa recogida y elaboración de datos que finalmente fue trasladado al lienzo. Un uso este de las matemáticas que fue única en las ciencias de la naturaleza de su tiempo.

 

 

Referencias:

Durero. Obras maestras de la Albertina. Catálogo de la Exposición. Museo del Prado. 2005.

Antonio J. Durán, Pasiones, piojos, dioses… y matemáticas, Destino, 2009

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