Afirma el catecismo de la Iglesia católica que los que vayan al cielo podrán gozar de todos los bienes sin mezcla de mal alguno. Algo parecido se podría decir de la imagen que las hagiografías decimonónicas debían trasmitir de figuras míticas de la ciencia como Isaac Newton: debían reunir todas las virtudes sin posible defecto alguno. Así, además de genial científico, se nos describe a Newton como alguien espartano en el comer y el beber, casi vegetariano, que llevó una vida sin ostentación ni vanidad.
Lo cual no llega a casar bien con bastantes de los documentos disponibles.
Newton dejó la Universidad de Cambridge en 1696, cuando fue nombrado Director de la Casa de la Moneda inglesa, por recomendación de lord Halifax. Posteriormente, en 1699, ascendió a Intendente, lo que le garantizó unas compensaciones económicas al alcance de muy pocos de los altos funcionarios de la corona. El puesto de Intendente era una sinecura que, además del sueldo de 500 libras anuales, incluía un porcentaje de la moneda acuñada, lo que hizo que Newton, en los veintiocho años que ocupó el puesto ―hasta su muerte en 1727―, ganara cada año un promedio de más de 2.000 libras ―compárese con su sueldo de catedrático en Cambridge: 120 libras anuales―.
Durante ese periodo, no fueron raras las veladas en la casa londinense de Newton, donde ejercía de anfitriona Catherine Barton, una sobrina de Newton que convivía con él. Es célebre la maliciosa interpretación que hizo Voltaire del nombramiento de Newton como Director de la Casa de la Moneda: «Pensaba en mi juventud ―escribió en sus Cartas filosóficas―, que Newton debía su fortuna a sus enormes méritos. Había supuesto que la Corte y la ciudad de Londres le habían nombrado gran maestre del reino por aclamación. Nada de eso. Isaac Newton tenía una encantadora sobrina, Madame Conduitt; ella le gustaba mucho al Canciller de Hacienda, Halifax. El cálculo infinitesimal y la gravitación le habrían servido de poco sin su bonita sobrina». Voltaire, o exageró el chisme o no estuvo bien informado del todo, porque cuando Newton fue nombrado Director de la Casa de la Moneda su sobrina contaba diecisiete años y es posible que lord Halifax nunca la hubiera visto. Nacida en 1679, Catherine Barton era hija de una de las hermanastras de Newton, y se fue a vivir con Newton poco tiempo después de que este se instalara en Londres ―vivió con él durante 20 años, primero de soltera y después cuando se casó con John Conduitt en 1717―.
Aunque no parece que hubiera relación entre la llegada de Newton a la Casa de la Moneda y los vínculos de su sobrina con lord Halifax, sí es verdad que después se hicieron amantes. Cuando Halifax murió en 1714, la sobrina de Newton heredó de él una verdadera fortuna: «En señal ―escribió Halifax en su testamento―, del sincero amor, afecto y estima que durante tanto tiempo he recibido de su persona y como una pequeña recompensa por el placer y la felicidad que de su conversación he recibido». Como maliciosamente señaló Flamsteed, astrónomo real y enemigo de Newton: «Demasiado dinero sólo por la excelencia de su conversación».
La Barton tuvo fama de seductora y sofisticada, no sólo en Inglaterra sino también en Europa, en parte por varios libelos que circularon sobre sus relaciones con Halifax, en parte por lo que de ella contó Voltaire; se decía que Catherine había convertido las veladas en casa de su tío en codiciados acontecimientos sociales por los que pasaron sabios, políticos, poetas, científicos y filósofos de medio mundo, no se sabía si deseando conocer al genio inglés o, más bien, echar unas risas con su deslumbrante sobrina.
Contrasta la fama de estas recepciones con las descripciones que de Newton encontramos en biografías de los siglos XVIII, XIX y primera parte del XX, donde, como escribí antes, se nos describe como alguien espartano en el comer y el beber, casi vegetariano, que llevó una vida sin ostentación ni vanidad.
Pero, el caso es que Newton tuvo carruaje propio y hasta seis criados, y se conservan facturas que dejan entrever banquetes cuasi pantagruélicos ―en una se menciona un ganso, dos pavos, dos conejos y una gallina, todo en la misma semana―. «Tras su muerte ―escribió Westfall en su biografía de Newton―, su testamentaría saldó una deuda de 10 libras, 16 chelines y 4 peniques con un carnicero y dos más, por un total de 2 libras 8 chelines y 9 peniques con un pollero y un pescadero. Como contraste, debía al frutero únicamente 19 chelines y al tendero 2 libras, 8 chelines y 5 peniques. Una factura de 7 libras y 10 chelines más o menos por quince barriles de cerveza vuelve a sugerir una templanza algo menos que heroica».
En el inventario de los bienes de Newton figuran fuentes, bandejas, candelabros y cubertería de plata… Y todavía más, allí consta que Newton tuvo dos orinales, también de plata. Como afirmó Westfall: «Nadie calificaría a esto de utilitarismo espartano».
Referencias
A.J. Durán, Crónicas matemáticas, Crítica, Barcelona, 2018.
R. Westfall, Never at rest, a biography of Isaac Newton, Cambridge University Press, Cambridge, 1980.
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