María Pagés, Neruda y los números

Es de todos sabido que los números son omnipresentes y uno se acaba encontrando con ellos donde menos se lo espera. A mí me pasó eso hace unos días, cuando asistí al espectáculo que la bailaora María Pagés ha preparado para la recién concluida Bienal de Flamenco de Sevilla.

El espectáculo lleva por título Una oda al tiempo, y tiene la sensibilidad, la emoción y la pasión con que esta magnífica artista sevillana impregna sus creaciones. Además, tiene altura intelectual y una carga de inquietud social y política. «Una oda al tiempo», se lee en la presentación del espectáculo, «es una coreografía flamenca sobre la contemporaneidad y sobre el necesario diálogo con la memoria»; y, añado yo, no sólo desde el flamenco, porque María además de bailar al son de soleás de Triana y de la Serneta, seguiriyas de los Puertos, cantes de Trilla, tonás, alboreás, peteneras o alegrías de Córdoba, también danza con los compases de Stravinski, Tchaikovsky, Vivaldi o Händel. El espectáculo «es una alegoría sobre el tiempo que vivimos», sigo citando del texto de su presentación, «con sus posibilidades de felicidad, utopías, terrorismos, ataques a la igualdad, retrocesos de la democracia… Corren por su savia ideas de Platón, Margarite Yourcenar, Jorge Luis Borges, Pablo Neruda…, unidos por una profunda investigación sobre la ontología de la obra de arte».

La cuarta escena del espectáculo, un baile por bulerías titulado Cuéntame el tiempo, se articula en torno a un poema de Neruda, de título Oda a los números. El propio título de la escena ya juega con la doble acepción de «contar»: «numerar o computar las cosas considerándolas como unidades homogéneas», y «referir un suceso, sea verdadero o fabuloso». En el recorrido vital que propone esta creación de María Pagés, esa escena corresponde al paso de la infancia a la primera juventud, y sugiere una escuela algo alborotada donde unos jóvenes estudian matemáticas, los números para ser más precisos. El tratamiento es profundamente respetuoso para con los números, y es reconfortante para un matemático ver cómo el tema de los números se integra a la perfección en una obra compleja, que apela primariamente a las emociones que trasmiten la danza y la música, pero que no renuncia a una trascendencia intelectual en la que la enseñanza de los números se integra a la perfección.

Que yo sepa, Neruda tiene dos poemas magníficos dedicados a los números. Uno es Oda a los números, que sirve a María Pagés para estructurar su escena, y el otro Una mano hizo el número (donde tan inspiradamente supo Neruda establecer la vinculación en origen del número con la mano humana, y sobre el que he escrito en varios de mis libros). Los reproduzco a continuación, y dejo un último consejo: si tienen la oportunidad no dejen de asistir a esa creación prodigiosa que es Una oda al tiempo de María Pagés.

 

 

Oda a los números (Pablo Neruda, en Odas elementales, 1954)

¡Qué sed
de saber cuánto!
¡Qué hambre
de saber
cuántas
estrellas tiene el cielo!

Nos pasamos
la infancia
contando piedras, plantas,
dedos, arenas, dientes,
la juventud contando
pétalos, cabelleras.
Contamos
los colores, los años,
las vidas y los besos,
en el campo
los bueyes, en el mar
las olas. Los navíos
se hicieron cifras que se fecundaban.
Los números parían.
Las ciudades
eran miles, millones,
el trigo centenares
de unidades que adentro
tenían otros números pequeños,
más pequeños que un grano.
El tiempo se hizo número.
La luz fue numerada
y por más que corrió con el sonido
fue su velocidad un 37.
Nos rodearon los números.
Cerrábamos la puerta,
de noche, fatigados,
llegaba un 800,
por debajo,
hasta entrar con nosotros en la cama,
y en el sueño
los 4000 y los 77
picándonos la frente
con sus martillos o sus alicates.
Los 5
agregándose
hasta entrar en el mar o en el delirio,
hasta que el sol saluda con su cero
y nos vamos corriendo
a la oficina,
al taller,
a la fábrica,
a comenzar de nuevo el infinito
número 1 de cada día.

Tuvimos, hombre, tiempo
para que nuestra sed
fuera saciándose,
el ancestral deseo
de enumerar las cosas
y sumarlas,
de reducirlas hasta
hacerlas polvo,
arenales de números.
Fuimos
empapelando el mundo
con números y nombres,
pero
las cosas existían,
se fugaban
del número,
enloquecían en sus cantidades,
se evaporaban
dejando
su olor o su recuerdo
y se quedaban los números vacíos.

Por eso,
para ti
quiero las cosas.
Los números
que se vayan a la cárcel,
que se muevan
en columnas cerradas
procreando
hasta darnos la suma
de la totalidad de infinito.
Para ti sólo quiero
que aquellos
números del camino
te defiendan
y que tú los defiendas.
La cifra semanal de tu salario
se desarrolle hasta cubrir tu pecho.
Y del número 2 en que se enlazan
tu cuerpo y el de la mujer amada
salgan los ojos pares de tus hijos
a contar otra vez
las antiguas estrellas
y las innumerables
espigas
que llenarán la tierra transformada.

 

Una mano hizo el número (Pablo Neruda, en Las manos del día, 1968)

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Una mano hizo el número.
Juntó una piedrecita
con otra, un trueno
con un trueno,
un águila caída
con otra águila,
una flecha con otra
y en la paciencia del granito
una mano
hizo dos incisiones, dos heridas,
dos surcos: nació el
número.

Creció el número dos y luego
el cuatro:
fueron saliendo todos
de una mano:
el cinco, el seis,
el siete,
el ocho, nueve, el cero,
como huevos perpetuos
de un ave
dura
como la piedra,
que puso tantos números
sin gastarse, y adentro
del número otro número
y otro adentro del otro,
prolíferos, fecundos,
amargos antagónicos,
numerando,
creciendo
en las montañas, en los intestinos,
en los jardines, en los subterráneos,
cayendo de los libros,
volando sobre Kansas y Morelia,
cubriéndonos, cegándonos, matándonos
desde las mesas, desde los bolsillos,
los números, los números,
los números.

 

Referencias:

Antonio J. Durán, El ojo de Shiva, el sueño de Mahoma, Simbad… y los números, Destino, Barcelona, 2012.

Antonio J. Durán, Crónicas matemáticas, Crítica, Barcelona, 2018.

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