El confinamiento ha salvado cientos de miles de vidas

Hace ya casi tres meses, pusimos en marcha en este Blog la sección Emergencia COVID-19, para arrojar desde las matemáticas algo de luz y perspectiva sobre la situación provocada por la epidemia del coronavirus. La primera entrada se publicó el 19 de marzo y llevaba por título “Covid-19: confinar cuanto antes ayuda a salvar vidas”, actualizada el 26 marzo.

Ahora, una vez controlado el brote de la epidemia, a punto de abandonar el estado de alarma y teniendo a nuestra disposición datos más completos y fiables, podemos comprobar que las cifras que dimos en la actualización del 26 de marzo fueron razonablemente acertadas: estimamos en entre 18.000 y 25.000 las muertes a fecha 19 de abril en el supuesto de que el pico de la epidemia ocurriera el 31 de marzo. Sabemos hoy que aproximadamente en esa fecha se produjo el pico y que fueron finalmente 20.453 las muertes que constan en los registros a fecha 19 de abril.

De todas formas, y como indicamos entonces, el objetivo no era tanto acertar en la estimación del número de muertes como cuantificar la influencia que adoptar rápidamente medidas enérgicas de confinamiento podría tener en la evolución del número de muertes producidas por la epidemia. Y la conclusión era clara: el número total de muertes se ve enormemente influido por la fecha en la que da comienzo el confinamiento.

Esta conclusión ha quedado confirmada por un estudio del Imperial College aparecido hace unos días, el 8 de junio pasado, en la prestigiosa revista Nature. El estudio se había dado a conocer a finales de marzo, y contenía estimaciones sobre el impacto del coronavirus en 11 países europeos (y al que dedicamos aquí una entrada). La versión aparecida en Nature tiene algunas actualizaciones sobre el estudio inicial, la más llamativa de las cuales es una estimación del número de muertes que se hubieran producido en los distintos países si los gobiernos no hubieran tomado ninguna medida de confinamiento. Para España, ese estudio da unas cifras ciertamente espeluznantes: de ser ciertas las hipótesis de base del estudio, con un 95% de probabilidad habría habido entre 390.000 y 560.000 fallecidos.

Diversas estimaciones sobre la epidemia en España recogidos en el estudio del Imperial College

A pesar de ser tan abultadas, esas cifras son bastante razonables, como el siguiente cálculo estadístico simple muestra. Hoy sabemos que la epidemia avanzó en España con muchísima fuerza (en régimen exponencial) durante las primeras semanas de marzo, hasta el punto de que, a pesar de la severidad del confinamiento, el virus había infectado a unos 2.300.000 españoles a principios de mayo, según el estudio de seroprevalencia ENE-COVID-19 (también comentado en este Blog). Ese número de infectados generó unas 27.000 muertes (contando las producidas hasta el 15 de mayo). Eso da para la epidemia en España una letalidad de 1’17%. Con esas cifras de infectados, no es descabellado pensar que de no haberse tomado ninguna medida de confinamiento el virus habría acabado infectando en pocas semanas a más de los dos tercios de la población, antes de que la epidemia se frenara por la inmunidad de grupo que entonces se habría empezado a adquirir. Eso significa que habría habido más de 30 millones de infectados en España. Si le aplicamos la letalidad del 1’17% (inferior con toda seguridad a la que se hubiera producido tras el colapso absoluto del sistema sanitario) nos daría más de 350.000 muertes; cifra compatible con la que da el estudio del Imperial College.

De todo lo cual cabe deducir que el título de la primera entrada publicada en este Blog sobre la epidemia de coronavirus: “Codid-19: confinar cuanto antes ayuda a salvar vidas”, fue bastante acertado, por más que ahora, con el brote controlado y con mucho más conocimiento, podría afinarse: El confinamiento ha salvado cientos de miles de vidas.

Dos cosas más para acabar.

El confinamiento sirvió porque la gran mayoría de los ciudadanos de este país nos lo tomamos bastante en serio. Naturalmente no todos tuvieron un comportamiento mínimamente responsable, como las diversas fiestas y guateques celebrados por aristócratas, futbolistas y otra fauna de similar ralea, de las que han dado cuenta los medios de comunicación, muestran. Pero la gran mayoría ha mostrado en unas circunstancias muy complicadas una responsabilidad propia de gente madura y cumplidora.

Aunque tampoco conviene olvidar lo despistados que andábamos allá por finales de febrero sobre la gravedad de la epidemia que se nos venía encima. Para fijar ideas, retrocedamos al uno de marzo. Posiblemente ese día empezamos a tomar conciencia de que la epidemia nos iba a causar algún que otro problemilla, aunque no suficiente como para renunciar entonces a asistir en directo a un partido de fútbol o un concierto, a una manifestación en apoyo de reivindicaciones más que justas, o al mitin de nuestro partido político favorito. Ese espíritu del uno de marzo: estoy preocupado pero poco dispuesto a renunciar a algo, parece que vuelve a reverdecer. Estamos preocupados, mucho más que el uno de marzo, a pesar de que seguramente estamos mejor preparados para detectar un rebrote y controlarlo, pero quizá no tanto como para empezar a pensar que no hay por qué renunciar a asistir en directo a un partido de fútbol o un concierto, a una manifestación en apoyo de reivindicaciones más que justas, a mi playa favorita o a la fiesta del pueblo. Y debemos ser cuidadosos, porque este virus sólo necesita de otra dosis del espíritu del uno de marzo para volver a entrar en régimen exponencial.

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