Autocrítica

Después de dedicar treinta entradas de este Blog al asunto del coronavirus, y dado que algunas contenían cierta dosis de crítica a las decisiones tomadas por las administraciones (en todos sus niveles), me ha parecido oportuno hacer también algo de autocrítica. O, por mejor decir, crítica de algunas decisiones que las Universidades han tenido que ir tomando ante la pandemia.

Olvidemos el segundo cuatrimestre del curso pasado (2019/2020), porque como le ocurrió a casi todo el mundo, la virulencia de la primera ola y lo inesperado de un confinamiento casi total forzó un sálvese quien pueda que, a pesar de todo, se acabó resolviendo de manera aceptable, gracias a la existencia previa de plataformas digitales que permitieron asumir de manera razonable la docencia online.

Sin embargo, la decisión de impartir la docencia este curso en régimen de «semipresencialidad», tomada en junio al amparo del Ministerio de Universidades, fue manifiestamente mejorable, como los acontecimientos posteriores han mostrado. Ese nebuloso concepto de semipresencialidad fue luego interpretado por cada Universidad a su manera, que en Andalucía tomó la forma de «sistema híbrido bimodal» (sí, de ese modo tan gongorino se le ha llamado). Este sistema híbrido bimodal consiste en que una parte de los alumnos, que se va turnando cada semana, asiste presencialmente a las clases, mientras el resto sigue esas mismas clases a distancia (online). Fue adoptado por la Universidad de Sevilla y el resto de universidades andaluzas, salvo la Pablo de Olavide, que optó por la enseñanza online (hasta que no hubiera un cambio sustancial en la pandemia).

Desde mi punto de vista la adopción del sistema híbrido bimodal fue un error. Por varias razones. Una de ellas es que reduce poco o muy poco la movilidad y la relación personal entre los universitarios (medidas estas, reducción de la movilidad y las relaciones personales, en las que se basa la prevención de la pandemia hasta la vacunación general de la población). Además, este sistema híbrido bimodal es inestable, porque incluso en junio se sabía que había serios riesgos de ulteriores confinamientos, parciales o generales (como así ha sucedido y parece que seguirá sucediendo en los próximos meses).

En concreto, el sistema híbrido bimodal ha supuesto en Andalucía movilizar entre finales de septiembre y principios de octubre a varios cientos de miles de estudiantes y concentrarlos en las áreas con más densidad de población de cada provincia (casi de la misma forma que en cursos anteriores de normalidad sanitaria). El caso de Granada resultó paradigmático. Tres semanas después de empezar las clases, la Universidad se vio forzada a impartir su docencia online, pero los alumnos ya estaban en la ciudad y, como sabemos, más universitarios de la cuenta socializaron más de lo razonable en bares, residencias, casas particulares y botellonas. Pocas dudas caben de que esas circunstancias no fueron ajenas al durísimo impacto que la segunda ola del coronavirus tuvo en Granada (un tercio de cuyos habitantes son universitarios).

Parecidas circunstancias se dieron en el resto de universidades andaluzas unas semanas después con respecto a Granada, cuando a finales de octubre el Gobierno andaluz tuvo que endurecer las medidas de confinamiento por el avance de la pandemia. Así, las universidades andaluzas se vieron forzadas durante más de dos meses a un sistema de enseñanza online, para el que quizá no se habían preparado todo lo que debieran, fiadas como estaban al sistema bimodal por el que habían apostado.

Tampoco parece la mejor decisión retomar el sistema híbrido bimodal a partir del 10 de enero, como ha hecho la Universidad de Sevilla. Principalmente porque sabemos ya que la tercera ola se nos viene encima: los datos disponibles el 8 de enero (sobre los que la Universidad tomó su decisión de regresar al sistema híbrido bimodal) están seguramente sesgados a la baja por el hecho de que la mitad de los 8 días anteriores fueron fiestas. A lo que también hay que añadir que faltando tan solo tres semanas de clases para el fin del cuatrimestre, habría sido preferible continuar con los hábitos adquiridos por los estudiantes durante las diez semanas anteriores.

Es cierto que las Universidades están obligadas a seguir los dictados de las Consejerías de Salud y del Ministerio de Sanidad. Pero las Universidades tienen margen de maniobra, como lo demuestra el que algunas optaran para este curso por un régimen híbrido bimodal y otras lo hicieran por un más seguro, estable e igualmente eficaz (dadas las circunstancias) sistema a distancia.

Además, en relación con esta pandemia las Universidades no son instituciones cualesquiera: son las responsables de formar a médicos, enfermeros, epidemiólogos y científicos. O sea, buena parte del colectivo que se está enfrentando al coronavirus y empezando a ganarle la partida. Por tanto, se espera que la actitud y decisiones tomadas por las Universidades dentro de sus competencias, muestren un conocimiento, información y fiabilidad superior al de otras instituciones. Aun reconociendo que la evolución de la pandemia obliga a cambios de estrategia, los excesivos vaivenes de las decisiones universitarias hacen echar en falta ese mayor conocimiento, información y fiabilidad en la toma de decisiones que se espera de ellas.

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