Por qué me gustan las matemáticas (por B. Russell)

Bertrand Russell (1870-1972)

Quienes hayan leído a Bertrand Russell conocerán la vena irónica, muy inglesa, que a menudo aparece por sus textos. Una ironía muy variada, que va de lo más frío a lo más ácido (y que en bastantes ocasiones se torna sarcasmo). En Sociedad humana: ética y política, encontramos uno de estos sarcasmos sobre la utilidad de las matemáticas (muy al estilo de G.H. Hardy, con quien coincidió en Cambridge): «Consideremos la enseñanza de las matemáticas. En las universidades, las matemáticas se enseñan principalmente a hombres que van a enseñar matemáticas a hombres que van a enseñar matemáticas a… Es cierto que a veces es posible escapar de ese círculo vicioso. Arquímedes usó las matemáticas para matar romanos, Galileo para mejorar la artillería del Gran Duque de la Toscana, los físicos modernos (más ambiciosos) para exterminar a la raza humana. Por lo general, es por esta razón que el estudio de las matemáticas se recomienda al público en general como digno del apoyo del Estado. Esta actitud utilitaria es, aparentemente, tan frecuente en la Rusia soviética como en cualquier otro lugar. Hace unos veinte años conocí a un profesor ruso de matemáticas que me dijo que una vez se había atrevido a sugerir a su clase que las matemáticas no solo deben ser valoradas por su poder para mejorar las máquinas, pero esta observación, me dijo, fue recibida por toda la clase con compasivo desprecio por ser un residuo persistente de la ideología burguesa».

De joven, Bertrand Russell fue una figura destacada del logicismo, que pretendía reducir las matemáticas a la lógica, y para demostrarlo compuso con su colega Alfred N. Whitehead los monumentales Principia Mathematica; andando el tiempo, Russell acabó reconociendo que los objetivos de tan magna obra distaban de haberse conseguido, y que había amplias parcelas de las matemáticas más allá de la lógica (en cierta forma, todo aquello tocado por la magia del infinito). La píldora que dejo a continuación, escrita en la época en que componía los Principia Mathematica, ofrece una muestra de fría ironía; está contenida en una de las miles de cartas que intercambió con Ottoline Morrell, una de sus amantes de juventud, y Russell explica en ella porque las matemáticas fueron tan de su gusto:

Me gustan las matemáticas porque no son humanas y no tienen nada que ver con este planeta o con el accidental universo; porque, como el Dios de Spinoza, no nos devolverán nuestro amor.

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