No hay nada como descubrir (por M. Twain)

Mark Twain en 1867, cuando inició el viaje que narró después en su libro Guía para viajeros inocentes

Hemos dedicado ya alguna píldora a glosar el cóctel emocional que siente un científico cuando realiza un descubrimiento (el momento eureka). El gran escritor estadounidense Mark Twain también consideraba que hacer un descubrimiento era una de las razones por las que merecía la pena haber vivido. No es casualidad que Twain tuviera también alguna veleidad científica: fue muy amigo de Nikola Tesla, y no era raro ver al escritor por el laboratorio del científico.

En uno de sus libros de viajes, Guía para viajeros inocentes, narró con su inimitable prosa, irónica e irreverente, un crucero por el Mediterráneo que realizó en 1867. En Florencia visitó la primera y segunda tumbas de Galileo: «Habíamos visto el lugar, en algún punto de las afueras, donde esas gentes habían permitido que los huesos de Galileo permaneciesen sin consagrar durante siglos porque su gran descubrimiento, ese de que la tierra daba vueltas, fue considerado una herejía por la Iglesia; y sabemos que mucho después de que el mundo hubiese aceptado su teoría, y hubiera elevado su nombre a los puestos más altos de la lista de los grandes hombres, siguieron dejando que se pudriera allí. Que nosotros hubiésemos vivido para ver sus cenizas sepultadas con honores en la Basílica di Santa Croce, se lo debemos a una sociedad de literati y no a Florencia o a sus gobernantes.»

Pero es el asunto del descubrimiento lo que nos interesa aquí, y sobre eso, al principio del capítulo XXVI escribió:

¿Qué es lo que produce el deleite más noble? ¿Qué experiencia hace que una persona hinche el pecho con más orgullo que con ninguna otra?: ¡El descubrimiento! El saber que estás caminando por donde nadie antes caminó; que estás contemplando lo que ningún ojo humano vio antes; que estás respirando una atmósfera virgen. Dar a luz una idea, descubrir un gran pensamiento, una pepita de oro intelectual, justo bajo el polvo de un campo que muchos cerebros habían arado con anterioridad. Descubrir un nuevo planeta, inventar una nueva clase de bisagra, encontrar la forma para que los relámpagos trasporten tus mensajes. Ser el primero: esa es la idea. Hacer algo, decir algo, ver algo… antes que nadie. Estas son las cosas que confieren un placer en comparación con el que otros placeres son mansos y comunes, otros éxtasis baratos y triviales.

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