Hausdorff y la «muerte libre», y II

Dediqué una entrada anterior a glosar algunos aspectos de la producción intelectual de Felix Hausdorff, tanto la matemática como la literaria. Y acabé justo cuando en 1935 se jubiló de la Universidad de Bonn y, tal y como había augurado unos años antes, las cosas en Alemania empezaban a ser diferentes.

Felix Hausdorff (1868-1942)

Especialmente desde que Hitler, tras alcanzar el poder absoluto en Alemania, hizo aprobar las primeras leyes de exclusión étnica. Concretamente el 7 de abril de 1933 se decretó una Ley de reforma de la administración pública que impedía a los judíos trabajar para la administración del Estado; los que hasta ese momento lo hacían fueron despedidos. Para 1935, casi un tercio de los profesores de matemáticas en las universidades alemanas habían sido expulsados. En Gotinga, por ejemplo, las políticas étnicas del Tercer Reich habían amputado figuras de la talla de Richard Courant, Edmun Landau, Emmy Noether o Hermann Weyl ―la lista no es exhaustiva―. Muchos de ellos pertenecían a la escuela de David Hilbert, que no había permitido que ningún prejuicio, ya fuera nacionalista, racial o sexual, le afectara a la hora de seleccionar alumnos o colaboradores, y que con tanto esfuerzo y empeño había logrado convertir a Gotinga en centro matemático del mundo; en tan sólo unos meses, Gotinga pasó a no ser prácticamente nada. «Cuando yo era joven ―comentó Hilbert que tenía entonces 71 años de edad―, decidí que nunca repetiría lo que había oído decir a tanta gente mayor: “aquellos eran buenos tiempos y no estos de ahora”. Decidí que nunca jamás diría eso cuando fuera viejo. Pero, ahora, no queda otro remedio que decirlo».

La ley del 7 de abril tenía, sin embargo, algunas cláusulas de exención: fueron eximidos aquellos judíos que se hubieran significado como patriotas alemanes ―era el caso, por ejemplo, de los que habían participado como soldados en la primera guerra mundial―, que podían seguir siendo servidores públicos. Ese fue el caso de Hausdorff. Nunca ocultó sus orígenes judíos; y no es que abunden en sus escritos las cuestiones religiosas, que no abundan, y cuando las trató hay muchas más páginas sobre religiones orientales que sobre judaísmo o cristianismo. Su esposa, Charlotte Goldschmidt, con quien se casó en 1899 y de la que tuvo una hija, Lenore, se había convertido al luteranismo en su juventud.

Posiblemente, de haber expulsado la Universidad de Bonn a Hausdorff, las cosas hubieran sido diferentes para él y su mujer. Pero Hausdorff se consideraba un patriota que, en su juventud, justo después de graduarse, había servido varios años como voluntario en la infantería alemana: allí alcanzó el rango de vice-sargento; así que le fue aplicada la exención de la ley del 7 de abril y siguió siendo catedrático en Bonn hasta su jubilación, por razones de edad, en marzo de 1935.

Su calvario no había hecho más que empezar. En abril de 1941, un colega de Hausdorff escribía sobre él y su mujer: «Las cosas les van a los Hausdorff tolerablemente bien, aunque naturalmente no pueden escapar a las vejaciones y la agitación que levantan los continuos legalismos antisemitas. Los gravámenes fiscales y monetarios que les han impuesto son tan altos que no pueden vivir con su sueldo de jubilado y han tenido que echar mano de sus ahorros, que afortunadamente aún conservaban. Han sido además obligados a ceder una parte de su casa y vive ahora allí demasiada gente […] Es ciertamente alentador que todavía algún músico los visite para tocar con Hausdorff: por lo menos eso lleva algo de alegría a su casa».

En octubre de 1941, los Hausdorff fueron obligados a llevar la estrella de David, y hacia finales de año recibieron la noticia de que serían deportados a Colonia: era el paso previo al internamiento en los campos de concentración que Hitler había establecido en Polonia. La amenaza pareció desvanecerse en Año Nuevo, pero sólo para dar paso a una nueva: a mediados de enero se les comunicó que el 29 de ese mes serían internados en un suburbio de Bonn llamado Endenich; era, de nuevo, el paso previo a su internamiento en un campo de exterminio.

Primera página de la carta de despedida de Hausdorff

Se conserva una carta que Hausdorff escribió el domingo 25 de enero de 1942; en ella escribió: «Auch Endenich ist noch vielleicht das Ende nich». La frase es un macabro juego de palabras entre «Endenich», un barrio de Bonn, y «ende» y «nicht» que significan «final» y «no»: «Aunque Endenich quizá todavía no sea el final». Siendo Hausdorff músico aficionado, seguro que sabía que en Endenich hubo un manicomio regentado por un tal doctor Richarz ―quizá ya no existía en 1942―; un lugar tétrico donde el compositor Robert Schumann (1810-1856) pasó encerrado los dos últimos años de su vida. Un mal augurio sin duda.

Así que «Aunque Endenich quizá todavía no sea el final» es un retruécano. Uno de los retruécanos más cargados de cruel ironía que se hayan escrito jamás, porque los Hausdorff habían decidido suicidarse: «Para cuando reciba estas líneas ―se lee en esa carta del 25 de enero―, habremos resuelto nuestro problema; aunque será de la forma en que usted, incansablemente, ha intentado disuadirnos […] Lo que se ha hecho contra los judíos en los últimos meses nos ha sumido en la más absoluta pesadumbre, porque se nos ha colocado ante una coyuntura intolerable […] Déle las gracias de todo corazón al señor Mayer, por todo lo que hizo por nosotros pero también por todo lo que, con seguridad, habría hecho; nos maravillamos muy sinceramente con los logros y éxitos de su organización y, de no habernos acometido esta pesadumbre, nos habríamos acogido a sus cuidados; a ciencia cierta nos habrían procurado un sentimiento de relativa seguridad, aunque desafortunadamente no dejaría de ser relativa ―Hausdorff tenía razón: este señor Mayer, abogado, murió en Auschwitz― […] Si fuera posible, queremos que nuestros cuerpos sean incinerados; le adjunto tres declaraciones con ese propósito. Si no puede ser, que el señor Mayer, o el señor Goldschmidt hagan lo que esté en sus manos (que tenga en cuenta que mi mujer y mi cuñada son luteranas). Cuente usted con que se pagará lo que cueste: mi mujer tiene ya pagados los gastos de su sepelio en una fundación protestante (encontrará los documentos en su dormitorio). Lo que todavía falte por pagar, lo aportará mi hija Nora. Perdónenos por causarle problemas incluso después de muertos. Estoy convencido de que hará lo que pueda, que quizá no sea mucho. ¡Perdone nuestra deserción! Le deseamos a usted y a todos nuestros amigos un futuro mejor».

Hausdorff mostró en esa carta, escrita horas antes de suicidarse, una presencia de ánimo ciertamente sobrecogedora. Hausdorff había escrito sobre el suicidio alguna que otra vez, y acaso esas reflexiones le sirvieran para afrontar el suyo, aunque quién es capaz de decir lo que servirá o no servirá cuando le llegue la hora. Hausdorff había publicado en 1899 un ensayo titulado Muerte y regreso, muy influido por el pensamiento niestzcheano sobre «la muerte libre». En esa carta de despedida que escribió Hausdorff la mañana de su muerte no dejan de resonar con fuerza las consignas de Zaratustra. «¡Muere a tiempo!», parecen gritarnos las frases de Hausdorff, como si nos quisiera enseñar con la dignidad de su conducta que «aquel que se realiza de manera completa muere su muerte victoriosamente». Hausdorff ya no estaba dispuesto a «colgar coronas marchitas en el santuario de la vida», de manera que eligió «la muerte libre, que viene a mí porque yo quiero».

La misma tarde en que escribió esa carta, Hausdorff, su esposa Charlotte y la hermana de esta, Edith, tomaron una sobredosis de veronal. Parece que sus deseos se pudieron cumplir, porque sus restos fueron incinerados y las cenizas depositadas en el cementerio de Poppelsdorf.

Referencias

Czyż, J., Paradoxes of measures and dimensions originating in Felix Hausdorff’s ideas, World Scientific, Londres, 1994.
Durán, Antonio J., Pasiones, piojos, dioses … y matemáticas, Destino, Barcelona, 2009.
Durán, Antonio J., La poesía de los números, RBA, Barcelona, 2010.
Segal, S.L., Mathematicians under the nazis, Princeton University Press, Princeton, 2003.

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