Leyendo hace unas semanas el excelente, aunque no apto para melindrosos ni veganos, Comimos y bebimos de Ignacio Peyró, me encontré con una frase que, con tanto ingenio como ironía, ligaba la geometría griega con el ácido úrico. O más exactamente, la sacrosanta Academia de Platón con el quizá algo vetusto (conceptualmente) y antiquísimo (fundado en 1742) restaurante londinense Wilton’s. Peyró nos dice del Wilton’s: «Ofrece todo lo que le gusta a cierto gremio conservador y gotoso: ostras, caza, comedores tapiados de caoba, puros de antes de Castro y muchachas de después de Gorbachov» –que conste que conozco a más de un atlético progresista al que tampoco disgustaría lo que ofrece el Wilton’s–.
Para acabar de describir el Wilton’s, Peyró acude a la Grecia más clásica:
De igual modo que la Academia de Platón lucía el cartel «no entre aquí quien no sepa geometría», Wilton’s bien podría grabar sobre sus dinteles la leyenda «no entre aquí quien no haya tenido problemas con el ácido úrico».
La Academia de Platón la acabó cerrando Justiniano, allá por el siglo VI d. C., porque se había convertido, según tan cristiano emperador, en uno de los últimos reductos del ya moribundo paganismo griego. En cambio, con el Wilton’s no pudieron ni las bombas nazis: «En 1942 –nos cuenta Peyró–, en pleno Blitz, la dueña de Wilton’s comentó a un cliente que lo dejaba, que estaba harta: acababa de caer un bombazo en la iglesia vecina de St. James. El cliente era el banquero Hambro y le dijo que añadiera el restaurante a la nota. Desde entonces, Wilton’s permanece en manos de esta familia de riquezas infinitas. Es la garantía de que nunca cerrará».
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