Antonio de Castro: semblanza en el centenario de su nacimiento

Este año se cumplen cien del nacimiento de Antonio de Castro Brzezicki (y treinta de su muerte), y dado que este es el Blog del Instituto de Matemáticas que lleva su nombre, parece obligado dedicarle la última entrada de este año a don Antonio, a modo de (modesto) homenaje.

Antonio de Castro se incorporó en 1960 a la Universidad de Sevilla, como catedrático de Matemáticas. El momento histórico fue muy significativo: España, tras un duro plan económico de estabilización, estaba saliendo del aislamiento de la posguerra y se preparaba para el salto industrializador de los planes de desarrollo, la modernización del país se avecinaba. Para las matemáticas en la Universidad de Sevilla, el agente de esta modernización fue Antonio de Castro, quien, a su llegada a Sevilla, presentaba algunas de las características propias de la universidad moderna: una formación orientada a la investigación, el conocimiento de centros de investigación extranjeros y haber publicado en revistas internacionales.

Antonio de Castro nació en Bujalance, Córdoba, en 1922. Vino al mundo con un pan debajo del brazo: su padre, Pedro de Castro Barea, acababa de obtener la cátedra de Mineralogía y Botánica en la Facultad de Ciencias de la Universidad de Sevilla. En su familia se vivió el ambiente institucionista de principios de siglo. Pedro de Castro estuvo en la Residencia de Estudiantes y conoció a Francisco Giner de los Rios. Se formó como geólogo en la Universidad Central, ampliando posteriormente estudios en París y Friburgo. Fue un hombre de talante liberal y abierto, que mantuvo una tertulia en su casa de la calle Canalejas de Sevilla, por donde pasaba, entre otros, Ramón Carande –quien le nombraría Secretario General de la Universidad, al ser nombrado Rector en 1930—. Cuenta su familia que tuvo un vivo interés, más allá de lo profesional, por la fotografía –que heredó su hijo Antonio—, llegando a elaborar sus propias amalgamas. Antonio de Castro heredó de su padre el talante liberal, pero fue una persona reservada y más bien tímida.

La juventud de Antonio de Castro estuvo marcada por un hecho que hizo peligrar la vida profesional –y no sólo la profesional— de su padre, ocurrido al comenzar la Guerra Civil. El 24 de agosto de 1936, el General de la 2ª División decretó el cese de Pedro de Castro como Secretario General de la Universidad. Dos meses más tarde fue destituido como Administrador del Patronato Universitario. Tras un largo procedimiento, en septiembre de 1937 y a propuesta de la Comisión Depuradora del Profesorado Universitario se dispuso su “separación definitiva del servicio y la inhabilitación para cargos directivos y de confianza, debiendo ser dado de baja en el escalafón”. Fue el único catedrático depurado de la Facultad de Ciencias. Un zarpazo tan raudo y certero sobre un profesor universitario que había dedicado su vida a la docencia, a la ciencia que con devoción cultivaba y a la gestión de su institución, resulta altamente sospechoso en sus motivaciones o instigadores. No es por ello de extrañar que cuando, siete años más tarde, consiguió la revisión del expediente de depuración, obtuviera la anulación de la sanción y su sustitución por el traslado a otra universidad, que fue la de Cádiz. En 1946 volvió a la Universidad de Sevilla como catedrático de Biología. Cuando, años más tarde, Antonio de Castro obtuvo la cátedra de Matemáticas en la Universidad de Sevilla, padre e hijo compartieron, para emoción y satisfacción de ambos, asiento en la Junta de la Facultad de Ciencias.

Antonio de Castro en Canterbury

Antonio de Castro se crio en un ambiente familiar muy cosmopolita. Su bisabuelo materno luchó en la defensa de la entonces ciudad polaca de Minsk frente al Imperio Ruso; posteriormente la familia se trasladó a París. Su madre, Antonia Brzezicki, fue profesora de francés en el Instituto Escuela de Sevilla. Éste se había fundado en Sevilla en 1932, contando desde el comienzo con el apoyo del Rector de la Universidad de Sevilla, Estanislao del Campo, y de su Secretario General, Pedro de Castro. La familia Castro Brzezicki tuvo a sus hijos allí estudiando hasta 1936, en que se cierra al comenzar la Guerra Civil. Con estos antecedentes no es de extrañar que Antonio de Castro gustara de los idiomas: dominaba el alemán al haber estudiado, con anterioridad al Instituto Escuela, en el Colegio Alemán; el italiano tras su estancia de investigación en Italia, y manejaba con soltura el inglés, y, sobre todo, el francés, que era el idioma que se hablaba normalmente en su familia; de su desenvoltura con el latín da buena muestra que en sus ratos de ocio tradujese todas las lápidas que había en la antigua sede de la Universidad en la calle Laraña.

Tras estudiar el preparatorio en la Facultad de Ciencias en Sevilla, marchó a Madrid donde estudió Ciencias Exactas y se doctoró, en 1947, bajo la dirección de Sixto Ríos, con la tesis doctoral titulada “Sobre las series de Dirichlet prolongables y no prolongables”. En los cuatro años siguientes desempeñó diversos puestos docentes en la Universidad Central. En esta época, aparte de artículos de carácter expositivo, publicó diez artículos de investigación, principalmente en la Revista Matemática Hispano-Americana, en la Gaceta Matemática y en la Revista de la Academia de Ciencias de Madrid, las revistas españolas que por aquel entonces publicaban artículos de investigación matemática. Los temas que trataba –aparte de los que versaban sobre su tesis doctoral, sobre los que no volvería a trabajar— eran los que siempre centraron la atención de Antonio de Castro: el estudio de ecuaciones diferenciales (e integrales) y sus aplicaciones, especialmente a cuestiones de física-matemática, con especial atención a las funciones especiales. Publicó también dos libros, uno sobre Mecánica no lineal y otro sobre Funciones de Bessel, éste en colaboración con Rey Pastor; ambos fueron objeto de una excelente recensión por la American Mathematical Society (AMS).

Entre 1951 y 1953 unas becas del Ministerio de Asuntos Exteriores y del CSIC le permitieron ampliar estudios en Roma y Florencia. En este periodo escribió sus publicaciones en revistas de investigación italianas: cinco artículos aparecidos, tres de ellos en el Bolletino della Unione Matematica Italiana, y los otros dos en las revistas de las universidades de Parma y Padua; los artículos trataban principalmente sobre ecuaciones diferenciales no lineales. A pesar de lo exiguo de la asignación de la beca, aprovechó para recorrer Europa; podemos imaginar la profunda impresión que ejerció el viaje sobre un joven que salía de la España hundida en la autarquía de la posguerra.

Antonio de Castro impartiendo una lección magistral en el Paraninfo de la Universidad de Sevilla

A la vuelta a España, se incorporó al Instituto de Cálculo. Esta institución se acababa de crear en el CSIC para acoger a Julio Rey Pastor –que no había vuelto de Argentina desde el final de la Guerra Civil—, dentro de la política del Régimen de “recuperación de cerebros”, que auspició, entre otros, Joaquín Ruiz-Giménez desde el Ministerio de Educación Nacional. El modelo del Instituto de Cálculo se basaba en el Istituto Nazionale per le Applicazioni del Calcolo de Roma, que conocía bien Rey Pastor y que Antonio de Castro había visitado durante su estancia en aquella ciudad. La actividad científica del Instituto de Cálculo se centró en un campo novedoso en el país: el estudio y la resolución de problemas de matemática aplicada a partir del trabajo común de un grupo de matemáticos, físicos e ingenieros. El desarrollo del Instituto fue vertiginoso: pronto tuvo dos turnos trabajando ¡a jornada completa!

Pero este éxito no auguraba nada bueno. En el verano de 1959, aprovechando la ausencia de Rey Pastor y mediante una artimaña administrativa, se acabó con el Instituto de Cálculo. El propio Antonio de Castro comentaba, al contar la historia del Instituto, “aún sigo sin conocer las causas precisas de tan absurdo final, pero es evidente que fueron políticas y no científicas”. Y en una conferencia pronunciada en 1988 con motivo del centenario del nacimiento de Rey Pastor añadía: “Resultaba ilógico ya entonces y hoy parece aberrante que se suprimiese el único Instituto de Cálculo existente en el país” –la conferencia, titulada, Historia del Instituto de Cálculo, se puedo leer completa aquí­-.

Ahora, visto desde la distancia que da el tiempo, nos resulta evidente que un organismo que tenía autorización para contratar con entidades privadas al margen del presupuesto oficial –conseguido esto gracias a la buena mano de que gozó Rey Pastor—, que proyectó un tercer turno de trabajo –sin obtener autorización para implantarlo— o que consiguió la donación de un ordenador de última generación a cambio de dos horas diarias de uso para la compañía propietaria –lo que no fue aceptado por el CSIC pues “la condición no era compatible con la dignidad del Consejo”— debía ser «incompatible con la dignidad del Consejo». Esto lo resumía finamente Antonio de Castro explicando que “su exceso de energía ponía de manifiesto la lasitud de otros” –como puede verse los problemas de ayer no son muy distintos de los de hoy —.

Y contra una decisión política como el cierre del Instituto de Cálculo, nada se podía hacer en aquellos tiempos aciagos: “La verdad es que con aquel régimen, tanto en la creación de centros como el nombramiento de cargos, predominaban las razones políticas muy por encima de las científicas; e igualmente con las desapariciones de unos y el cese de los otros. No se admitían (de hecho, no se concebían) protestas contra estas decisiones”. Todo lo cual dice mucho sobre lo que supuso Franco y su régimen para España: destruir casi todo lo que tenía valor.

La actividad investigadora junto a Julio Rey Pastor en el Instituto de Cálculo fue para Antonio de Castro una experiencia intensa que recordó toda su vida.

Tras un breve paso como catedrático por la Universidad de La Laguna, en 1960 obtuvo la cátedra de la Universidad de Sevilla, que estaba vacante por la jubilación de Patricio Peñalver. Antonio de Castro llegaba a una universidad en expansión, en número de estudiantes y, paralelamente, en centros: desde 1911 existía en la Facultad de Ciencias la Sección de Químicas, en 1963 se había creado la de Físicas y en 1965 la de Biológicas. El impulso del nuevo catedrático fue decisivo para que se creará la Sección de Matemáticas en 1967.

Telegrama del Ministerio de Educación Nacional comunicando la creación de la Sección de Matemáticas

Así, en octubre de 1965 Antonio de Castro organizó en Sevilla la VI Reunión Anual de Matemáticos Españoles. Estas reuniones, a las que asistía toda la comunidad matemática nacional, habían comenzado en 1960 en Madrid bajo el impulso de Pedro Abellanas y Sixto Ríos y los auspicios de los dos institutos de matemáticas que habían quedado en el CSIC tras la desaparición del Instituto de Cálculo: el Instituto “Jorge Juan” y el Instituto de Estadística. La solicitud de creación de la Sección de Matemáticas en la Facultad de Ciencias de la Universidad de Sevilla impregnó toda la reunión, en la salutación de la sesión inaugural, Antonio de Castro decía: «Quizás sea […] esta la ocasión apropiada para recordar la constante aspiración de nuestras Universidades de poder desarrollar los tres primeros cursos (los de carácter formativo) de la Licenciatura en Matemáticas.»

Finalmente, en abril de 1967, un escueto telegrama del Ministerio de Educación Nacional comunicaba la creación de la Sección de Matemáticas dentro de la Facultad de Ciencias, quedando así esta completa con las cuatro secciones. La de Sevilla fue la séptima Sección de Matemáticas en la Universidad española, después de Madrid (1857), Barcelona (1858), Zaragoza (1903), Santiago (1957), Granada (1964) y Valencia (1966).

Posteriormente, en la Sección de Matemáticas se crearon cuatro departamentos –como consecuencia de la Ley General de Educación, de 1970, del ministro Villar Palasí, la que creó la EGB y el BUP-. Antonio de Castro pasó entonces a dirigir el de Teoría de Funciones hasta su jubilación en 1987.

Tras la creación de la Sección de Matemáticas, Antonio de Castro se centró en la carrera más propiamente académica y de gestión, reduciendo su actividad investigadora a la dirección de tesis doctorales. De los doctores que formó, así como de los que formaron estos, acabó brotando una potente rama investigadora en Análisis Matemático en la Universidad de Sevilla.

Referencia

Guillermo Curbera y Antonio J. Durán: Quinientos años de matemáticas en Sevilla y algunos menos en la Universidad, en Historia de los estudios de ciencias en la Universidad de Sevilla, Universidad de Sevilla, Sevilla, 2005.

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