«¿Quién reina sobre los números nones?» (por F. García Lorca)

Dedicamos una píldora anterior a la opinión que al poeta Federico García Lorca le merecía el número dos, según aparece reflejada en Pequeño poema infinito, poema surrealista donde el dos, ese que realmente nunca ha sido un número, comparte versos con las pupilas de un asesino y las hierbas de los cementerios.

En mejor compañía ubica Lorca a los números nones en el romance San Miguel, uno de los que compone el Romancero gitano. San Miguel es un poema más luminoso que el algo lúgubre Pequeño poema infinito.

En la iglesia que corona el Cerro de San Miguel, a las espaldas del Albaicín, hay una imagen del arcángel que Lorca tomó como modelo para describirlo «lleno de encajes», de «bellos muslos ceñidos por los faroles», «con las enaguas cuajadas de espejitos y entredoses», y que «finge una cólera dulce de plumas y ruiseñores». Según Ian Gibson, con este poema Lorca quiso desafiar a la burguesía granadina tratando de convertir al arcángel San Gabriel en patrón gay de Granada.

En la última cuarteta del romance, Lorca nos descubre que este San Miguel «sexualmente ambiguo» reina sobre los números nones:

San Miguel, rey de los globos
y de los números nones,
en el primor berberisco
de gritos y miradores.

Para Gibson este «san Miguel lorquiano pertenece a la “raza maldita” de los amantes no convencionales y, en consecuencia, es rey de los números nones, de quienes no pueden, o no quieren, formar pareja convencional, procreativa». En oposición por tanto a la naturaleza par del dos, tal y como nos la describió Lorca en el Pequeño poema infinito.

San Miguel

(Granada)

A Diego Buigas de Dalmáu

Se ven desde las barandas,
por el monte, monte, monte,
mulos y sombras de mulos
cargados de girasoles.

Sus ojos en las umbrías
se empañan de inmensa noche.
En los recodos del aire,
cruje la aurora salobre.

Un cielo de mulos blancos
cierra sus ojos de azogue
dando a la quieta penumbra
un final de corazones.
Y el agua se pone fría
para que nadie la toque.
Agua loca y descubierta
por el monte, monte, monte.

***

San Miguel lleno de encajes
en la alcoba de su torre,
enseña sus bellos muslos,
ceñidos por los faroles.

Arcángel domesticado
en el gesto de las doce,
finge una cólera dulce
de plumas y ruiseñores.
San Miguel canta en los vidrios;
Efebo de tres mil noches,
fragante de agua colonia
y lejano de las flores.

***

El mar baila por la playa,
un poema de balcones.
Las orillas de la luna
pierden juncos, ganan voces.
Vienen manolas comiendo
semillas de girasoles,
los culos grandes y ocultos
como planetas de cobre.
Vienen altos caballeros
y damas de triste porte,
morenas por la nostalgia
de un ayer de ruiseñores.
Y el obispo de Manila,
ciego de azafrán y pobre,
dice misa con dos filos
para mujeres y hombres.

***

San Miguel se estaba quieto
en la alcoba de su torre,
con las enaguas cuajadas
de espejitos y entredoses.

San Miguel, rey de los globos
y de los números nones,
en el primor berberisco
de gritos y miradores.

 

 

Referencias

Ian Gibson, Vida, pasión y muerte de Federico García Lorca (edición revisada), Debolsillo, 2016.

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