En una entrada anterior, comentamos lo que supuso para Isaac Newton la muerte de su padre antes de su nacimiento. Su madre, Hannah Ayscough de soltera, después Hannah Newton, se volvió a casar con un severo pastor anglicano llamado Barnabas Smith cuando Newton apenas tenía tres años de edad. Barnabas se llevó a vivir a Hannah, ahora convertida en Smith, a su vicaría, pero no así al niño Newton, que quedó al cuidado de su abuela materna. Se daba la circunstancia de que el campanario de la iglesia del reverendo Smith era visible desde la granja donde Newton vivía con su abuela.
Esta separación de la madre a los tres años de edad fue traumática y marcó la personalidad de Newton, haciéndolo extremadamente susceptible ante cualquier acto que pudiera interpretarse como desposeerlo de lo que le pertenecía, lo que cuadra a la perfección con las enconadas disputas sobre la prioridad que mantuvo a lo largo de su vida, tanto con Hooke como con Leibniz. El profesor Frank Manuel, en sus estudios psicológicos sobre Newton, describió las consecuencias de la separación de la madre del siguiente modo: «La madre de Newton es una figura central de su vida. Ambos estuvieron unidos durante un periodo crucial, y su fijación por ella fue absoluta. El trauma de su marcha, la negación de su amor, generó angustia, agresividad y miedo. Después de la posesión total —no perturbada por ningún rival, ni siquiera un padre, como si hubiese sido un nacimiento virginal—, se la quitaron y fue abandonado. Algunos psicólogos señalan que la ansiedad producida por la separación es más intensa cuando ocurre entre los trece y los dieciocho meses; otros señalan un periodo más temprano. Puesto que Newton tenía ya treinta y siete meses cuando el segundo matrimonio de su madre, el periodo de daño más grave había presumiblemente pasado. Pero la proximidad del nuevo hogar de su madre pudo agravar más que mitigar la herida de la pérdida. El elegante campanario de la iglesia de North Witham destacaba alto y podía ser visto punzando el cielo desde millas a la redonda. Hannah estaba allí, a escasamente milla y media, con el reverendo Smith. La pérdida de su madre por culpa de otro hombre fue un suceso traumático en la vida de Newton del que nunca se recuperaría. Y, en cualquier otro momento de su experiencia posterior, cuando fue confrontado con la posibilidad de que le robaran lo que era suyo, reaccionó con una violencia comparable con el terror y la angustia generada por esta primera y abrasiva privación. Consideró todos sus posteriores descubrimientos y dignidades adquiridas como parte de sí mismo y la mera amenaza de que le fueran arrebatadas lo sumía en la ansiedad».
Los estudios de Frank Manuel son un episodio singular de la historiografía newtoniana ―su A portrait of Isaac Newton es la guía para adentrarse en la atormentada psicología de Newton; una guía interesante y sorprendente, aunque truculenta en ocasiones―. Asombra, ciertamente, la sagacidad y el tesón que llevó a descubrir al profesor Manuel las complejidades psicológicas que marcaron la mente infantil del genio. Tomando como punto de partida listas de frases y nombres contenidas en varios cuadernos y documentos manuscritos que Newton escribió de joven como ejercicios educativos en diversas enseñanzas ―del latín, por ejemplo―, Manuel logró determinar los libros que Newton había usado en esos aprendizajes. Cotejando entonces los listados cayó el profesor en la cuenta de que mientras las primeras palabras de esas ristras de nombres coincidían literalmente con las de los libros de donde, a todas luces, habían sido copiadas, no así sucedía con las últimas. Parecía como si, en un determinado momento, una de las palabras o frases del listado hubiera alterado la voluntad del niño Newton, que habría pasado de copiarlas a producirlas él ligadas ahora unas con otras por una asociación libre producto de su subconsciente. Añadido a todo lo que se sabía de la infancia de Isaac Newton, ese material íntimo y personal permitió al profesor Manuel psicoanalizarle. Y no es precisamente la imagen de un niño normal y feliz la que cabía deducir de ese psicoanálisis, sino más bien la de un ser atormentado por el pecado, torturado por la soledad y en el que anidaba un odio feroz contra los que él hacía responsables de su profunda infelicidad. Sorprende comprobar la ausencia de sentimientos positivos cada vez que Newton dejaba de copiar de los libros para producir sus propias frases y nombres, mientras que, por contra, las referencias al acto sexual, a la prostitución, a castigos infames, al infierno, al dolor, a la catástrofe, o al sufrimiento eran continuas.
Por ejemplo, en uno de los ejercicios de caligrafía que sirvieron a Manuel para psicoanalizarlo, Newton abandonó el listado que copiaba cuando llegó a la palabra «father» (padre) para añadir de su propia cosecha, «stepfather» (padrastro), «fornicator» (fornicador) y «flatterer» (adulador). En otro listado, después de «wife» (esposa), añadió, «wedlock» (nupcial), «wooer» (mujeriego), «widow» (viuda) y «whore» (puta). Este otro listado tampoco tiene desperdicio: en uno de los ejercicios de latín contenidos en ese mismo cuaderno, donde Newton copiaba palabras de una gramática latina que empezaban por B, el profesor Manuel había descubierto que, tras «brother» (hermano), Newton había dejado de copiar de la gramática en cuestión para improvisar el siguiente listado: «bastard» (bastardo), «barren» (estéril), «blaspheimer» (blasfemo), «brawler» (camorrista), «babler» (charlatán), «Babylonia» (Babilonia), «bishop» (obispo), «bedlam» (manicomio), «beggar» (pordiosero), «Bejamin» (Bejamín) —este último ítem coincidía con el nombre del menor de los hijos que su madre tuvo con el pastor Smith—.
Su madre regresó a casa de los Newton, viuda de nuevo, en 1653. Traía consigo los tres vástagos habidos con el reverendo Smith durante sus siete años de unión, más unos pocos cientos de libros que Newton heredó de su padrastro; mayormente eran de teología y sin duda engendraron y alimentaron una afición por la Biblia que Newton cultivó durante toda su vida. «Recobrar a su madre a la edad de once años ―escribió Frank Manuel―, justo antes de la pubertad, acentuó el sentimiento de posesión de Newton y pudo malograr su capacidad de amar sexualmente a cualquier otra persona el resto de su vida».
El anticlímax que supuso la separación de la madre generó una ambivalencia entre atracción y rechazo que impregnó toda la vida posterior de Newton. De hecho, en los dieciocho años que van desde que Newton ingresó en Cambridge en 1661 hasta la muerte de la madre en 1679, tan sólo se conserva una carta entre ambos; es posible que hubiera muchas más cartas y que simplemente se hayan perdido, aunque esa posibilidad es harto improbable. Tampoco hay constancia de muchas visitas de Newton a su casa natal: en los doce años que van de su larga estancia en Woolsthorpe en los años 1665 y 1666 ―debido a que la Universidad cerró por una epidemia de peste; véase al respecto la entrada: Newton en pandemia― hasta la muerte de la madre sólo constan tres visitas ciertas y, quizá, una o dos más. Como escribió Richard Westfall ―autor de la mejor y más completa biografía de Newton―: «Se conocen expresiones más decididas de amor filial».
Más intensa fue la implicación de Newton durante los últimos días de su madre. Hannah había ido a cuidar al último hijo que tuvo del pastor Smith, que, a su vez, le contagió las fiebres que había cogido. Newton acudió entonces al cuidado de la madre enferma. Alguien contó muchos años después los desvelos del hijo en el lecho de muerte de su progenitora: «Le atendió con verdadera piedad filial. Pasaba noches enteras sentado junto a ella, dándole él mismo las medicinas y curándole las ampollas con sus propias manos. Sir Issac hizo uso de su extraordinaria destreza manual para aliviar el dolor producido por el terrible remedio que se emplea habitualmente en las curas de esa enfermedad, con mayor entrega de la que nunca había demostrado en sus experimentos más interesantes». A pesar de todo, la madre murió. En su testamento, Hannah nombró a Newton su albacea testamentario: encomendó su alma a Dios omnipotente y que su cuerpo fuera enterrado en la forma digna y cristiana que su hijo Isaac considerara oportuna ―parece que este la amortajó con una frazada de lana blanca―.
Referencias:
Antonio J. Durán, La polémica sobre la invención del cálculo infinitesimal, Crítica, Barcelona, 2006.
Antonio J. Durán, Newton y la ley de la gravedad, RBA, Barcelona, 2012, y National Geographic, 2018.
Antonio J. Durán, El universo sobre nosotros, Crítica, Barcelona, 2015.
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