Einstein, los norteamericanos y las norteamericanas

En la primavera de 1921, Einstein protagonizó una gira por los Estados Unidos acompañando a Jaim Weizmann, el líder sionista del momento y posteriormente primer presidente del Estado de Israel (véase La cola de la cometa (por A. Einstein)). Weizmann se proponía recaudar fondos para la fundación de la Universidad Hebrea de Jerusalén entre la bien surtida y poderosa comunidad judía americana. La gira, sin embargo, acabó regular.

Einstein aclamado por la multitud durante su primera visita a E.E.U.U.

Por un lado, los fondos recaudados no estuvieron a la altura de lo apoteósico del tratamiento dispensado a Einstein, que incluyó desfiles bulliciosos –una caravana de doscientos coches lo acompañó del puerto al ayuntamiento por las avenidas de Nueva York–, audiencias con el presidente y otras autoridades y mecenas, conferencias multitudinarias, cenas y homenajes sin cuento. Aunque fueron suficientes para impulsar la creación de la Universidad Hebrea –se fundó en 1925–, siendo la primera judía fundada en lo que entonces era Palestina. Por otro, Einstein acabó muy descontento con el diseño final de la Universidad, que a él le hubiera gustado más universalista y más enfocada a realizar investigación de primer nivel. A pesar de lo cual, en su último testamento, Einstein decidió donar todos sus documentos –manuscritos, correspondencia, libros, material gráfico, etc.– a la biblioteca de la Universidad Hebrea de Jerusalén (véase ¿Cuándo se convirtió Einstein en judío?).

Albert y Elsa Einstein en Pasadena en 1931

Otro problema añadido fue que algunas de las declaraciones que Einstein hizo nada más desembarcar en Europa generaron un profundo malestar en América. En ellas se burlaba del delirante recibimiento que habían tributado a un científico –él mismo– cuyas teorías ni siquiera llegaban a comprender: «La razón es que la gente en América está colosalmente aburrida –dijo Einstein a un periodista holandés–. Nueva York, Boston, Chicago y otras ciudades tienen sus teatros y salas de conciertos, pero ¿y el resto? Hay ciudades con un millón de habitantes, ¡detrás de la cuales no hay sino pobreza, pobreza intelectual! De manera que la gente se pone contenta cuando se les da algo con lo que puedan jugar y entusiasmarse. Y entonces lo hacen con una intensidad monstruosa». Además de acusar a los hombres americanos de ser meros juguetes en manos de sus mujeres: «Las mujeres dominan literalmente la vida entera en América. Los hombres no se toman interés en nada que no sea trabajar y trabajar como nunca antes he visto yo en sitio alguno. Para todo lo demás, son los perritos falderos de sus mujeres, que gastan el dinero de forma inconmensurable e ilimitada hasta arroparse en una niebla de extravagancia. Siguen todo lo que se ponga de moda, y ahora simplemente por casualidad se han rendido a la novedad Einstein». En vista de las quejas, a Einstein no le quedó más remedio que disculparse, afirmando que sus declaraciones habían sido tergiversadas o malentendidas; lo cual bien pudo ser así –las hizo en Holanda y pudo haber problemas con la traducción–, aunque tampoco habría que descartar que su vena sarcástica le jugara una mala pasada (sobre esa vena sarcástica, véase Putas, estiércol y universidad (por A. Einstein), o Visión escatológica de la burocracia (por A. Einstein)). Tales declaraciones, junto con la trayectoria radicalmente pacifista de la que Einstein hizo gala en la década de 1920, llamando a la disolución de los ejércitos, le complicaron la vida cuando en 1933 se hizo pública su contratación por el recién creado Institute for Advanced Study de Princeton. Varias asociaciones norteamericanas, entre ellas la Liga de Mujeres Americanas, se quejaron de la contratación de tan peligroso «bolchevique alemán», y solicitaron que se le denegara el visado. Einstein dedicó entonces a la Liga de Mujeres una de las más elevadas muestras de su simpar sarcasmo –que luego incluyó en su libro Mi visión del mundo, 1934–, comparándolas con las ocas que con su griterío salvaron una vez a Roma de ser invadida por los bárbaros: «Nunca había recibido por parte del bello sexo una repulsa tan violenta contra una tentativa de aproximación, y si alguna vez me pudo ocurrir, nunca fue de tantas a la vez. ¿Y no tendrán razón, pese a todo, estas ciudadanas? ¿Cómo es posible dejar que llegue un hombre que, con el mismo apetito y gusto con que el minotauro de Creta se alimentaba de sabrosas doncellas griegas, se alimenta de capitalistas, y que además es tan indecoroso que declina cualquier batalla, a excepción de la inevitable guerra con su propia mujer? ¡Escuchad a nuestras mujercitas patrióticas, pensad que hasta el Capitolio de la poderosa Roma se salvó una vez gracias al parloteo de sus fieles ocas!»

Referencias:

Antonio J. Durán, El universo sobre nosotros, Crítica, Barcelona, 2015.

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