En 1780 empezó don Pedro Henry a enseñar en Sevilla. Explicaba posiblemente las mejores lecciones de matemáticas que por esos años se podían recibir en España. Poco imaginaba Henry que 15 años después iba a morir como un perro por su «qualidad odiosa de francés». A don Pedro Henry le voy a dedicar un par de entradas, porque su historia es de las que pone los pelos de punta.
«Sería hacer agravio a la penetración del Consejo, persuadir la importancia y utilidad de la Cátedra de Matemáticas en un pueblo del tamaño de Sevilla, que es uno de los primeros Puertos del Comercio de las Indias, donde ha habido construcción de Naos desde su descubrimiento, y establecimiento de una Escuela de Pilotos por el Señor Carlos V en el Alcázar Viejo»; así clamaba don Francisco de Bruna, oidor de la Audiencia de Sevilla, en una memoria que a solicitud del Real Consejo de Castilla redactó a principios de 1781 sobre la conveniencia de crear estudios superiores de matemáticas en Sevilla. Bruna se quedó corto: de escándalo más que de agravio habría que tildar las repercusiones de toda índole —económicas sobre todo— que el retraso científico y matemático estaba causando a la potencia naval española. Mientras el Almirantazgo inglés ayudaba a sus barcos a localizar su posición en el mar mediante las tablas lunares elaboradas por Tobias Mayer basándose en las leyes planetarias de Newton y en los cálculos del matemático suizo Leonard Euler (1753), aquí se clamaba por crear una cátedra de matemáticas donde enseñar aunque sólo fueran los rudimentos matemáticos mínimos tan necesarios en la Náutica y la Navegación.
Sorprende, no obstante, la vehemencia de Bruna defendiendo la enseñanza de las matemáticas en Sevilla, cuando llevaba años dificultando la puesta en marcha del plan de reforma que el ilustrado Pablo de Olavide había redactado para la Universidad de Sevilla (véanse las entradas Pobre Olavide, pobre Universidad, I y Pobre Olavide, pobre Universidad, II). Este Plan de Reforma pareció triunfar cuando el último día de 1771 el Claustro decidía el traslado de la Universidad de Sevilla a la Casa Profesa de los jesuitas —que acababa de ser expropiada—. Aunque esto fue sólo un espejismo, porque el Plan de Reforma de Olavide nunca se llevó a la práctica, por los desvelos de antiguos colegiales como Bruna y, sobre todo, por falta de recursos económicos: fue toda una premonición que esa misma última noche de 1771 el Plan de Reforma fuera denunciado a la Inquisición.
A las matemáticas les destinaba Olavide una posición estelar en su Plan, sobre todo por lo ya explicado antes: su necesidad imprescindible para la navegación y temas relacionados: astronomía, cosmografía, náutica, fabricación de instrumentos, etc. Las razones que expuso Olavide en su Plan fueron después casi literalmente copiadas por Francisco de Bruna en el informe que se cita más arriba. Dicho informe cabe entenderlo dentro de los intentos de un influyente grupo de sevillanos por boicotear el Plan de Reforma: una vez arreglado el problema de la enseñanza de las matemáticas en Sevilla —con los consiguientes beneficios para la náutica y la navegación— quedaba reducida la urgencia, en lo que a ellas concernía, de reformar un ápice la Universidad.
Este era el ambiente de enfrentamiento académico en Sevilla cuando la recién creada Sociedad Patriótica de Sevilla —a la que estuvo ligado en sus inicios el ilustrado Jovellanos y que después cambiaría su nombre por el de Sociedad Económica Sevillana de Amigos del País— decidió en julio de 1780 crear la tan necesaria cátedra de matemáticas. La Sociedad contrató a Pierre Henry, nacional francés con experiencia de cuatro años como catedrático en París y perteneciente al Real Cuerpo de Ingenieros de Puentes y Caminos de Francia, para que «luego que pasase lo riguroso de los calores» comenzara con las clases.
En un principio, don Pedro Henry se había «ofrecido en términos graciosos», aunque ya en 1783, una vez obtenido el apoyo del Consejo de Castilla, se le fijó un sueldo de 9.000 reales y se le cedieron también los aposentos que habitaba en San Hermenegildo. Durante más de trece años, Henry siguió impartiendo sus clases de matemáticas para la Sociedad Económica, de la que llegó a ser socio facultativo. Y no sólo enseñaba matemáticas, sino que también ejercía labores de asesoramiento para fábricas y negocios de la comarca. Entre los alumnos de Henry figuró, en los años 1788 y 1789, el poeta y matemático Alberto Lista.
Henry escribió un libro, Consideraciones fisico-mathematicas sobre diferentes puntos de mecánica é hidráulica, publicado en Sevilla en 1789, que estaba pensado para que lo pudieran seguir sus alumnos del último curso de matemáticas de los tres que impartía para la Sociedad Económica. El contenido del libro da idea cabal del magnífico nivel alcanzado por sus clases, de lo que son también buena muestra los discursos de apertura de los cursos. Dejó dicho don Quijote que incluso un caballero andante «ha de saber matemáticas, porque a cada paso se le ofrecerá tener necesidad dellas» (véase la entrada «Un caballero andante ha de saber matemáticas» (por D. Quijote)), y esto, adecuado a las necesidades tecnológicas de finales del siglo XVIII, lo explicó Henry magistralmente en su discurso de 1790. Ese discurso es, además, especialmente significativo: en él demuestra Henry un amplio conocimiento de los problemas matemáticos de su época, de los avances que se producían y de quienes los estaban realizando. Así, aparecen citados —además de Newton, Maclaurin, Leibniz, los Bernoulli o el Marqués de L’Hospital— los matemáticos Euler, Clairaut, D’Alembert, Lagrange o Laplace. Y, también, el problema del cálculo de la longitud en el mar: el más importante que enfrentaba la navegación desde que Colón inaugurara en 1492 los viajes trasatlánticos. En particular, aparecen mencionados el problema newtoniano de los tres cuerpos referido al sistema Sol, Tierra y Luna, las soluciones aproximadas de Euler y las cartas lunares que Mayer preparó y que luego usó el Almirantazgo inglés. Por fin disponían en Sevilla de alguien capacitado para enseñar los avances científicos que tanto estaba necesitando la marina.
El desastroso final de esta historia la dejaremos para la segunda parte de la entrada.
Referencia
G. Curbera y A.J. Durán: Quinientos años de matemáticas en Sevilla y algunos menos en la Universidad, en Historia de los estudios de ciencias en la Universidad de Sevilla, Universidad de Sevilla, Sevilla, 2005.
A.J. Durán: Don Pedro Henry y su ”qualidad” odiosa de francés, Andalucía en la historia, 13 (2006), 68-75.
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