«Las matemáticas no saben de razas y no conocen más patria que el mundo de la cultura». La frase la pronunció David Hilbert en el Congreso Internacional de Matemáticos de Bolonia en 1928; en dicho congreso se volvió a permitir la asistencia a los matemáticos alemanes y de otras nacionalidades derrotadas en la Primera Guerra Mundial (véase la entrada Las matemáticas no conocen más patria que el mundo de la cultura (David Hilbert)). Hilbert fue fiel a esa máxima a lo largo de toda su vida y, de hecho, no había permitido que ningún prejuicio, ya fuera nacionalista, racial o sexual, le afectara a la hora de seleccionar alumnos o colaboradores (véase la entrada Noether, las universidades y los establecimientos de baño). Por eso tuvo que ser terrible para él ver cómo las leyes racistas de Hitler llevaron en tan solo unos meses al Instituto Matemático de Gotinga de ser el centro matemático más prestigioso del mundo a no ser prácticamente nada (véase Pi y los nazis). De hecho, dejó patentes sus sentimientos en una demoledora frase que escribió al poco de acceder Hitler al poder (Hilbert tenía entonces 71 años): «Cuando yo era joven, decidí que nunca repetiría lo que había oído decir a tanta gente mayor: “aquellos eran buenos tiempos y no estos de ahora”. Decidí que nunca jamás diría eso cuando fuera viejo. Pero, ahora, no queda otro remedio que decirlo».
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