Por lo que se lee y escucha últimamente, da la impresión de que buena parte de la población considera que las vacunas son más un milagro que un producto médico-científico. En este sentido se ha reportado que decenas de miles de personas no han ido a vacunarse en los últimos días con la vacuna AstraZeneca, y aunque es una reacción hasta cierto punto lógica después de las dudas y cambios de criterio mostrados por las decisiones políticas, poco consuelo aporta a semejante disparate.
Los frutos de la religión suelen ser por lo general o absolutamente buenos o absolutamente malos, v.g., los milagros en el primer caso, los demonios en el segundo, lo que a menudo tampoco significa mucho, dado el carácter más bien imaginario e inaprensible de las cosas de la religión.
Los productos médico-científicos son fruto del conocimiento humano sobre las leyes de la naturaleza, y atienden al método científico (un planteamiento teórico razonado que debe enfrentar continuamente el hecho experimental). El proceso de descubrimiento científico es complejo, difícil, lleno de matices, de idas y venidas, y por tanto poco dado a la simplificación maniquea propia de las cuestiones religiosas. Nuestro conocimiento científico sobre la vida, en general, y la vida humana en particular, ha mejorado considerablemente en el último siglo; y es por esto por lo que los medicamentos, una vez aprobados por las correspondientes agencias, suelen funcionar razonablemente bien para aquello a lo que están destinados. Pero, como productos científicos que son, no son absolutamente buenos: tienen contraindicaciones y pueden producir efectos no deseados. Esto es algo que debería ser bien conocido y es, por otro lado, fácilmente comprobable: tome el lector el medicamento que tenga más a mano y vea su lista de efectos secundarios y contraindicaciones. Pero el que tenga contraindicaciones no lo convierte en absolutamente malo: la bondad de un medicamento dependerá de que venga a solucionar muchos más problemas de los que pueda crear.
En este sentido, el éxito de las vacunas es incuestionable. A lo largo del último siglo y medio, las vacunas han supuesto una impresionante mejora de la salud de la humanidad. Han permitido erradicar enfermedades terribles que se han cobrado la vida de cientos de millones de seres humanos a lo largo de la historia, y han prevenido la muerte de otros cientos de millones más por enfermedades que todavía matarían gente a mansalva si no fuera por las vacunas. Y van a seguir prestando una ayuda imprescindible en esta pandemia de coronavirus que padecemos: van a ser las vacunas las que nos saquen del enorme lío, sanitario, económico y social, en que el SARS-CoV-2 nos metió hace poco más de un año. Pero las vacunas tienen algunos efectos secundarios y contraindicaciones. Ahora bien, con la información que tenemos a día de hoy, basta hacer unos pocos cálculos sencillos para darse cuenta del tremendo disparate que sería renunciar al beneficio de las vacunas por evitar esos mínimos efectos adversos.
Dado que sobre los comités científicos que asesoran a los gobiernos en cuestión de medicamentos (Agencia Europea del Medicamento, Food and Drug Administration de EE. UU., etc.), prevalecen las decisiones de carácter político de los gobiernos, y dado que vacunarse entra dentro de la libertad individual (en casi todo el mundo) aunque acabe afectando al conjunto de la sociedad, convendría que la ciudadanía estuviera bien informada para que pudiera evaluar tanto las decisiones políticas como las propias en un asunto tan importante como la presente vacunación, y de tanta trascendencia para el conjunto de la sociedad.
Para los cálculos tomaré como ejemplo la vacuna Janssen. Se supo ayer que la FDA norteamericana (y también los Centers for Disease Control and Prevention) ha recomendado suspender temporalmente su administración. Casi los mismos cálculos valen para la Astra-Zeneca, que también está siendo muy cuestionada, a pesar de que ninguna agencia del medicamento ha desaconsejado su uso.
La vacuna de Janssen (como todas las demás) ha sufrido un exhaustivo proceso de estudio hasta ser autorizada por las agencias nacionales del medicamento. Por un lado, ha tenido que demostrar que es efectiva (al menos en las condiciones controladas de los ensayos clínicos) y que no produce efectos adversos estadísticamente significativos. Para ello se han llevado a cabo decenas de miles de pruebas en personas voluntarias, elegidas adecuadamente para que no haya sesgos estadísticos en los resultados. En el universo de esas decenas de miles de pruebas voluntarias, la vacuna ha mostrado una eficacia relativa del 66%, que sube al 85% para evitar casos graves de Covid-19 (entre el grupo real de vacunados en los ensayos y los que recibieron un placebo). La vacuna no ha mostrado efectos adversos estadísticamente relevantes. Esto no quiere decir que no tenga efectos adversos, sino que son incomparablemente menores que los daños que producirá la enfermedad de no usarse la vacuna.
El control de los efectos de las vacunas no acaba con su aprobación. Se sigue haciendo un seguimiento riguroso conforme se vayan aplicando. Es entonces cuando se podrá medir realmente su efectividad para controlar la enfermedad en condiciones de vida real (fuera ya de las condiciones más controladas de los ensayos clínicos). Se tendrá además más información sobre qué otros efectos adversos aparecen cuando se vacunen grandes masas de población. Téngase en cuenta que algunos efectos adversos son tan estadísticamente insignificantes que pueden no aparecer en los ensayos clínicos previos (del orden de las decenas de miles), y sólo serán detectables cuando se administren a poblaciones más numerosas (cientos de miles, millones o incluso cientos de millones o miles de millones de personas, como será el caso de la Covid-19). Esta continua revisión de los datos es parte inherente al método científico: continuamente hay que contrastar los planteamiento teóricos con el hecho experimental, y hacer cambios en los primeros si los experimentos no concuerdan con la teoría.
Ha sido en este proceso de control cuando se ha descubierto que media docena de personas de las más o menos siete millones que han sido vacunadas con Janssen en EE. UU. han desarrollado trombos peligrosos. Una de esas personas ha muerto y otra está muy grave (a la fecha en que escribo esta entrada).
Aunque todavía no está demostrado que haya una relación entra la vacuna y los trombos, esa persona muerta es insustituible, e impagable el dolor que han podido sufrir las otras. Pero, en términos estadísticos, esos efectos adversos son irrelevantes (lo que no quita para que se investiguen exhaustivamente, que es lo que se está haciendo ahora mismo y por lo que se ha suspendido temporalmente la vacunación con Janssen en EE. UU.). Una consideración antes de hacer los cálculos sencillos que mostrarán por qué, a pesar de esos efectos, es necesario seguir vacunando. Esta consideración la he hecho en otras ocasiones, pero no está de más repetirla: a mí me produce cierto desasosiego escribir sobre contar y estimar infectados y muertos. Ya sé que en el tratamiento estadístico de las enfermedades es inevitable computar las muertes con números, pero conviene de vez en cuando recordar que tras esos números hay seres humanos, y que cada número que ahora asociamos a una muerte antes contaba una vida. Ninguna vida es irrelevante, por más que el dato estadístico que señala una muerte en seis millones lo sea.
Y ahora voy con los cálculos. Son estimaciones simplificadas (se pierde precisión pero se gana claridad expositiva), así que lo importante no es atender a los números en concreto sino a su orden de magnitud.
En España está previsto vacunar en el próximo trimestre a 6 millones de personas con la vacuna desarrollada por Janssen (por ponerlo en números redondos). Extrapolando los episodios de trombos ocurridos en E.E.U.U., son esperables entre 5 y 6 episodios en España, de los cuales 1 o 2 pueden acabar en muerte.
Pero, ¿qué ocurriría si para evitar esos episodios adversos (terribles sin duda, pero poco significativos estadísticamente en una muestra de seis millones de personas) dejásemos de aplicar la vacuna?
Eso significaría que pasarían meses antes de que esas seis millones de personas fueran vacunadas con otra vacuna (todas las cuales tienen también efectos adversos estadísticamente irrelevantes, no lo olvidemos). Ahora bien, se estima que desde que la pandemia empezó en España en febrero-marzo de 2020, cada mes ha infectado en media a entre un 1% y un 1’5% de la población. O sea, cada mes de retraso en la vacunación de esas seis millones de personas generaría entre 60.000 y 90.000 contagiados por el virus. Cifras fiables estiman en un 5% los que enfermarían gravemente como para necesitar ingreso hospitalario: concluimos entonces que por evitar 5 o 6 episodios de trombos habremos generado cada mes entre 3.000 y 4.500 personas graves ingresadas en hospitales (en media; el dato dependerá de la evolución de la epidemia en cada momento). La cosa es más grave cuando miramos las cifras de muertes: si tenemos en cuenta que morirá un 1% de los infectados, tendremos que por evitar 1 o 2 muertes habremos generado cada mes entre 600 y 900 muertes (en media).
En el caso de los trombos, hay además una terrible paradoja. Se estima que un 25% de los enfermos ingresados en UCI por coronavirus sufre episodios de trombos. Dado que las seis millones de personas sin vacunar generarán entre 300 y 450 ingresos en UCI por mes, por evitar 5 o 6 episodios de trombos (en el supuesto de que fueran provocados por la vacuna), tendríamos cada mes entre 75 y 113 episodios de trombos entre los pacientes por Covid-19 ingresados en las UCI (no cuento aquí los trombos sufridos por enfermos después de superar la Covid-19, estadísticamente mucho más significativos que los producidos por la vacuna).
Eso es lo que hay que poner en la balanza: por un lado los efectos adversos estadísticamente irrelevantes supuestamente esperables por aplicar la vacuna Janssen a seis millones de personas (5 o 6 enfermos graves por trombos y 1 o 2 muertes ), por otro los efectos producidos por la enfermedad al no actuar contra ella usando la vacuna (una media de entre 3.000 y 4.500 personas hospitalizadas, entre 75 y 113 episodios de trombos provocados por la Covid-19 en enfermos UCI, y entre 600 y 900 muertes; esto por cada mes que se retrase la vacuna).
Tenga esto en cuenta el lector cuando lo llamen para vacunarse.
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