Matemáticas en tiempos de cólera

Como ya hubo ocasión de explicar en una entrada anterior (Pi y los nazis), la locura nazi en Alemania alcanzó también a las matemáticas. El principal ideólogo del nazismo matemático fue Ludwig Bieberbach (1886-1982).

Un joven Bieberbach luciendo un bigotillo a lo Hitler

Bieberbach había cosechado cierta celebridad matemática, en parte tras resolver la primera cuestión del problema 18 de la lista de Hilbert. Como consecuencia de su bien ganada fama de matemático fino, Bieberbach consiguió ser profesor en Zurich, Konigsberg, Basilea y Frankfurt; pero, sobre todo, le permitió conseguir en 1920, con tan sólo 34 años, un puesto de catedrático en Berlín. Ese mismo año fue nombrado secretario de la Sociedad Matemática Alemana. Bieberbach dio ya entonces muestras de un furibundo ultranacionalismo.

En noviembre de 1933, una vez quedó claro que Hitler estaba bien asentado en el poder, Bieberbach se afilió a las Sturmabteilung, o sea, a las SA, la organización paramilitar del partido nazi. Por esa época, impartió más de una clase bien pertrechado de correajes e insignias nazis, y se sabe de su participación en desfiles y parafernalias de las SA, acompañado, en algunos casos, de sus hijos ―por entonces de 11, 15, 17 y 18 años de edad―.

Bieberbach, ya anciano

Para adoctrinar a los matemáticos en su credo racial, el tercer Reich dispuso, aparte del régimen general, dos herramientas específicas controladas en mayor o menor medida por Bieberbach. Una eran los campamentos matemáticos para estudiantes ―donde se discutía la importancia de las matemáticas en la educación nacional y militar, de cómo las matemáticas podían contribuir a la comprensión de las medidas raciales del Tercer Reich, y cosas por el estilo―; la otra consistió en la creación de una revista matemática de fuerte contenido racial, Deutsche Mathematik, que se publicó desde 1936 hasta 1944.

A partir de enero de 1937, Bierberbach perdió apoyos en el régimen. En parte por esto, en parte por los gastos generados por un pertinaz exceso sobre el número de páginas previstas, se quiso recortar la financiación oficial de la revista Deutsche Mathematik. Bieberbach la defendió ferozmente; aludió a que servía de sostén ideológico de la comunidad matemática pero, sobre todo, apeló al efecto de contrapeso que ejercía con respecto a las otras revistas matemáticas alemanas que, según Bieberbach, eran poco escrupulosas con el cumplimiento del «credo racial del Tercer Reich». En un informe Bieberbach aseguró: «Una de esas revistas sigue teniendo un editor judío. Otra dedica artículos a mujeres judías y comunistas. Una tercera publica artículos de alemanes “emigrados”. Y una cuarta está dirigida por un judío y por un mestizo “emigrado”».

Pongamos nombre a los denunciados por Bieberbach.

El «mestizo emigrado” no era otro que Otto Neugebauer, gran historiador de las matemáticas y fundador tanto de Zentralblatt für Mathematik (en 1931, junto a Richard Courant y Harald Bohr) como de Mathematical Reviews (en 1940, estando por entonces asentado en EEUU). Esos científicos a los que Bieberbach se refiere con el eufemismo de «emigrados» fueron los científicos alemanes expulsados por las leyes raciales del Tercer Reich; su pérdida causó una sangría de la que, en concreto, las matemáticas alemanas no pudieron recuperarse.

Blumenthal es el tercero a la izquierda, y su mujer está sentada delante con un sombrero (la foto es del Congreso Internacional de Matemáticos celebrado en Zurich en 1932)

Aunque quienes realmente no pudieron nunca recuperarse fueron muchos de los expulsados. Uno de los editores judíos a los que se refiere Bieberbach era Otto Blumenthal, el primer discípulo que tuvo Hilbert y que por 1937 seguía siendo editor de Mathematische Annalen. Blumenthal nació en Frankfurt en 1876 y durante la Primera Guerra Mundial estuvo a cargo de algunas estaciones meteorológicas militares. Blumenthal fue de los que más luchó después de esa guerra por integrar a las matemáticas alemanas otra vez en el escenario internacional. Hasta 1938 capeó como pudo el temporal antisemita, y también las acusaciones de ser comunista ―por lo que estuvo unas semanas en prisión―. Pero en 1938 tuvo que dejar Mathematische Annalen ―tal y como había pedido Bieberbach―, y en 1939 también se le echó de la Sociedad Matemática Alemana. En julio de ese año se fue a Utrecht con su mujer, allí estuvieron viviendo de la caridad hasta que en 1943 fueron internados en un campo de concentración; su mujer fue exterminada ese mismo año, y él unos meses después.

Cada una de las críticas y calumnias de Bieberbach esconde una profunda maldad. Todas esas maldades juntas dan idea cabal de la destrucción que los nazis perpetraron en el tejido científico alemán. Tal vez no hacía falta que nadie lanzara acusaciones como esas de Bieberbach para que la trituradora racial nazi funcionara, aunque acaso fuera porque hubo gente como él que esa trituradora alcanzó los aterradores niveles de precisión y eficacia que alcanzó. Es imposible explicar la dimensión de la barbarie nazi entre 1933 y 1945 si se la presenta como la obra de un loco o, a lo más, de una pandilla reducida de locos. Sin un sistema de colaboradores, amplio y bien estructurado, los nazis no habrían tenido capacidad para poner en práctica políticas tan represivas y horrendas como las leyes étnicas contra los judíos, ni habría sido tampoco posible un exterminio tan minucioso como el que finalmente llevaron a cabo ―en germen ya en esas leyes―. Es imposible entender aquella atroz realidad si no se admite una metástasis del nazismo, si no se tiene en cuenta el apoyo social que Hitler tuvo, si se pasa por alto la responsabilidad que tuvieron gentes como Bieberbach. Y algo parecido se puede decir de lo que ocurrió en España con Franco: sin un apoyo similar de una parte de la sociedad, es imposible entender cómo Franco pudo llevar a cabo la brutal y meticulosa represión ejercida sobre los republicanos durante y después de la guerra civil, y cómo pudo luego imponer una férrea dictadura que duró cuarenta años.

¿Y las mujeres judías y comunistas a las que se refiere Bieberbach? Sobre una de ellas hablaré en la próxima entrada.

 

Referencias:

Antonio J. Durán, Pasiones, piojos, dioses… y matemáticas, Destino, Barcelona, 2009.

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